Otro recuerdo de infancia

jueves, 4 de enero de 2018 · 10:34
OAXACA, Oax. (Proceso).- Se acaba el año y me despido de la columna Toledo Lee, la cual nació con la idea de que los lectores que frecuentan las bibliotecas de Oaxaca consultaran los textos que citábamos. Los libros que se mencionaron se encuentran en el acervo de las bibliotecas del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO). Esta columna se termina por ahora, pero aún hay temas pendientes y veremos si más adelante continuamos. Gracias a todos los que me ayudaron con “Toledo LEE”: a Gina Mejía, Ariana Sixtos, Mérida López y a todos los bibliotecarios del IAGO que puse a buscar los libros para volverlos a leer y compartir algunos fragmentos. También agradezco a Rafael Rodríguez, director de Proceso, por la invitación para colaborar en las páginas de la revista. Me despido contando un recuerdo de infancia: en casa de mis papás siempre había mucha gente, parientes nuestros que llegaban a estudiar; también estaban las muchachas, los mozos y cargadores que ayudaban en la casa y en el negocio. Recuerdo que una vez una de las muchachas que ayudaba a mi mamá, se puso de acuerdo con uno de los cargadores para ir a la bodega, donde mi papá guardaba pacas de chile ancho. Como el chile estaba en sacos un poco abiertos, si ponías la mano ellos te quemaban; en su calentura no se dieron cuenta que se acostaron sobre uno de estos costales. Más tarde no salían del baño porque estaban mojándose para que se les quitara el ardor y no los descubrieran. La muchacha estaba llorando de la enchilada que se habían dado. Eso se comentó por mucho tiempo en la casa, incluso hacían chistes de la muchacha que se había enchileanchado. *   *   * El que untaba su miembro con babas de nopal Calli (1473). En este año se enfrentaron tenochcas y tlatelolcas, en tiempos de tlatoani Axayacatzin; entonces gobernaba en Tlatelolco Moquihuixtli. He aquí la relación que (entonces) se hizo. Cuando aún no había guerra, Moquihuixtli hacía muchas cosas malas con sus mujeres; y una hija de Axayacatzin, tlatoani de Tenochtitlan, era mujer de Moquihuixtli. Esta señora todo lo informaba en Tenochtitlan, pues las pláticas de guerra de Moquíhuix tenía en secreto, ella las iba a referir a Axayacatzin. De muchas maneras escandalizó Moquihuixtli a la ciudad; a sus mujeres les ponía rellenos de pochote para que parecieran más grandes. Y a la señora que era hija de Axayacatzin le metía el brazo por entre las piernas y con la mano le palpaba dentro de su natura. Y se dice que la natura de la señora le habló, diciendo: “¿Por qué estás afligido, Moquíhuix? ¿Por qué has abandonado a tu ciudad? Ya no será; ya no amanecerá”. Y luego sucedió que (Moquíhuix) regó su simiente dentro del palacio; se divertía untando su miembro con babas de nopal. Desnudaba a sus mujeres y hacía que se ungieran el cuerpo con aceite de trementina, y luego se quedaba mirándolas. Después de muchas agüeros (y escándalos), Moquihuixtli envió mensajeros a Cuauhtitlan para hablar con el tlatoani Ayactlacatzin y pedirle ayuda, pero éste no los escuchó. ________________________ Del libro Anales de Cuauhtitlan. Paleografía y traducción por Rafael Tena. *   *   * El señor de Tlatelulco estaba casado con una hija o hermana del rey de México Axayacatl. La cual, estando durmiendo, dice la historia que soñó un sueño, y fue que soñaba que sus partes impúdicas hablaban y que con voz lastimosas decían: “¡Ay de mí, señora mía, y qué será de mi mañana a estas horas!” Ella despertando del sueño con mucho temor, contó a su marido lo que había soñado, e importunándole le dijese qué quería significar aquello. *   *   * Moquihuix y Teconal viéndose perdidos y que la gente huía, más que peleaba, subiéronse a lo alto del tempo, y para entretener a los mexicanos y ellos poderse rehacer, usaron de un ardid, y fue que juntando gran número de mujeres y desnudándolas todas en cueros y haciendo un escuadrón de ellas, las echaron hacia los mexicanos que furiosos peleaban. Las cuales mujeres, así desnudas y descubiertas sus partes vergonzosas y pechos, venían dándose palmadas en las barrigas, y otras mostrando las tetas y exprimiendo la leche de ellas y rociando a los mexicanos. Junto a ellas venía otro escuadrón de niños, todos en cueros y embijadas las caras y emplumadas las cabezas, haciendo un llanto lamentable. Los mexicanos, viendo una cosa tan torpe, mandó el rey Axayacatl que no hiciesen mal a mujer mninguna, empero que fuesen presas y los niños juntamente. ________________________ Del libro Historia de las Indias de Nueva España de Fray Diego Durán. *   *   * La virtud del pez masturbador Finalmente encontramos al pez masturbador… El animal le sirve a Diógenes para responder a las preguntas que le formulan sobre Afrodita: ¿Cómo comportarse en relación con los deseos? ¿Debemos refrenarlos, contenerlos, tratar de ignorarlos? Al respecto, Platón enseñaba que había que distinguir entre una Afrodita celeste, amorosa guía capaz de conducirnos a lo verdadero, al bien y al conocimiento de las Esencias, y una Afrodita vulgar, consagrada al amor carnal de los cuerpos y al placer sensual. Por supuesto, Platón exaltaba a la primera e infamaba a la última, y luego frecuentaba los burdeles para calmarse. Por el contrario, Diógenes estaba a la altura de sus palabras: vivía en consonancia con la vida que llevaba. Dejando a otros la tarea de desacreditar al cuerpo en teoría antes de ir a buscar –legítimamente– el goce, Diógenes invocaba al extraño pez modelo de virtud. Cada vez que sentía un deseo, Diógenes lo satisfacía a fin de no dejarse esclavizar por él y de conservar libre el espíritu. Si no encontraba prostitutas, mujeres fáciles o complacientes, siempre podía recurrir al onanismo antes que a la continencia: “En este sentido –decía Diógenes–, los peces demuestran tener casi más inteligencia que los hombres: cuando sienten la necesidad de eyacular, salen de su retiro y se frotan contra alguna superficie áspera. Me sorprende que los hombres no quieran gastar dinero en hacerse frotar los pies, las manos o alguna otra parte del cuerpo –ni los más ricos querrían desembolsar un solo dracma con ese fin–, pero en cuanto a ese miembro en particular, hay quienes gastan más de un talento e incluso hay quienes han llegado a arriesgar la vida”. No hay manera más clara de expresar hasta qué punto es imperioso el deseo y en qué medida  es importante satisfacerlo con la mayor de las celeridades. El sabio no permite que el deseo lo aliene; antes bien, lo encauza a través del placer, único remedio a la libido. ________________________ Del libro Cinismos. Retrato de los filósofos llamados perros de Michel Onfray. *   *   * [caption id="attachment_517145" align="aligncenter" width="1078"]La pulga de Donne, Francisco Toledo (2017) La pulga de Donne, Francisco Toledo (2017)[/caption] La pulga Fíjate en esta pulga, y con su ejemplo advierte que te haces del rogar por casi nada. En mí chupó primero, y ahora chupa en ti, y en ella nuestras sangres se combinan. Admite que no puede eso llamarse falta, ni deshonra ni pérdida de virgo. Ella, no obstante, goza antes del galanteo y se hincha, alimentada con la sangre de dos. ¡Y eso excede, ay, cuanto nosotros haríamos!. ¡Oh, detente! Tres vidas salvas en una pulga, en la que somos casi… sí: más que cónyuges; esta pulga es tú y yo, templo de nuestra unión al par que tálamo. Mal que pese a tus padres y a ti misma, esos ( muros de azabache tan vivo nos enlazan y ( enclaustran. Y aunque te predisponga el uso a que la ( mates, evita que el suicidio, a más del sacrilegio, se añada a ese delito: tres muertes, tres ( pecados. ________________________ Fragmento del poema “La pulga”, del libro Poesía erótica, de John Donne. Versión de José Luis Rivas. *   *   * [caption id="attachment_517146" align="aligncenter" width="1078"]Sin ti?tulo, Francisco Toledo (2017) Sin ti?tulo, Francisco Toledo (2017)[/caption] Esopo seduce a la mujer de Janto Un día, estando solo, Esopo se desvistió y, poniendo sus manos en marcha y presionándolas una contra la otra, se puso a ejecutar esa postura indecente que tanto gusta a los pastores(107). La mujer de Janto, que salió de repente de la casa exclamó: “¿Qué es eso Esopo?” Él contestó: “Mi señora, esto me es benéfico y le hace bien a mi vientre.” Ella, al ver lo largo y grueso que era su miembro, quedó cautivada y, olvidando su fealdad, cedió a las mieles del deseo. Hablándole en privado, le dijo: “Si tú me das placer ahora sin resistirte, obtendrás mayor satisfacción de ello que tu amo.” Esopo le dijo: “Sabes que si mi amo se entera de esto, me impondrá a cambio una merecida pena, y que no será pequeña.” Ella respondió riendo: “Si tú tienes relaciones conmigo diez veces seguidas, te daré un abrigo.” –“Júramelo”, le dijo. Ella, que estaba como cerda en celo, se lo juró. Confiando en ella, y deseando también vengarse de su amo, Esopo cumplió con la prueba hasta la novena vez, y dijo: “Mi señora, ya no puedo más.” Pero ella, habiendo experimentado sus talentos, declaró: “Si no cumples con las diez veces, no recibirás nada.” Entonces, con gran pesar, Esopo terminó por décima ocasión sobre su muslo: “Dame el abrigo, gritó, ¡o te acusaré con el amo!” Pero la mujer respondió: “Yo te contraté para trabajar mis tierras, pero tú, atravesando el muro divisorio, has labrado las tierras del vecino. Termina tu labor, y recibirás la prenda.” Cuando Janto regresó, Esopo fue a su encuentro y le dijo: “Le corresponde a usted resolver una situación entre mi ama y yo” –“¿De qué se trata?” preguntó Jantos; al oír esto, “Amo, respondió Esopo, la señora estaba en mi compañía, cuando vio un ciruelo cargado de fruta. Al ver una rama cargada (de ciruelas), se le ocurrió decirme: ‘Si puedes, de una sola pedrada, tirar diez ciruelas, yo te daré un abrigo.’ Yo, apuntando bien, en un solo lanzamiento, he tirado diez frutas, pero la suerte quiso que una de ellas cayera en el estiércol, y ahora, ella no quiere darme la prenda.” Entrando en la querella, la mujer de Janto dijo a su marido: “Reconozco haber recibido nueve, pero aquella que cayó en el estiércol no debe ser tomada en cuenta. Que tire otra vez, y me consiga la ciruela faltante, así recibirá su abrigo.” Esopo protestó: “Ya no tengo energías para traer más frutos.” Janto consideró que debería de darse la prenda a Esopo. “Esopo, le dijo, como yo también estoy exhausto, de aquí a que esté lista la cena, ven conmigo a hacer un poco de ejercicio afuera. Tú puedes aprovechar para conseguirme la ciruela faltante y traerla de regreso a la señora, para que recibas tu abrigo.” –“No puedes, amigo mío, dijo la mujer de Janto, pedirle que tire ciruelas para ti, ya que seré yo quien le dará el abrigo, como tú lo has ordenado”. * Nota Todo el final de este diálogo se basa en un malentendido, ya que Janto habla en un sentido literal, mientras que su mujer habla en sentido figurado; nuestro autor va aquí demasiado lejos en el juego de los sobreentendidos escabrosos, al considerar la posibilidad de encuentros eróticos entre Esopo y su amo. Notaremos sin embargo que la utilización de esclavos como “objetos sexuales” era una práctica común en la Antigüedad. ________________________ Del libro Vie D´Esope, introducción, traducción y notas por Corinne Jouanno. Traducción del francés al español por Neftali García Fernández del Campo.

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