Carlos Salinas: su gran verdad, sus grandes olvidos

sábado, 7 de abril de 2012 · 19:43
Ante el espejo de la historia, Carlos Salinas de Gortari intentará siempre mostrarse autocomplaciente, desdeñando a sus interlocutores, incluida la misma clase política a la que pertenece, a sus críticos o a los medios de comunicación. Ya sea con un discurso autojustificatorio, como lo hizo al principio, o exponiendo sus ejercicios teóricos sobre un futuro venidero,  querrá imponer su verdad, aunque ésta no se ajuste a la realidad.  Durante más de dos décadas, antes y después de su sexenio presidencial,  Proceso ha registrado oportunamente  sus veleidades que han ido a la par de las desgracias nacionales. En el libro Salinas en Proceso, ya en circulación,   Editorial Grijalbo recupera partes sustanciales de los materiales periodísticos publicados en estas páginas. El volumen exhibe al personaje tal cual es y las huellas, indelebles y sombrías, que ha dejado en la historia del país. Pétreo, inquieto, vivaz. Su mirada inquisidora parece escrutar siempre el entorno que lo rodea, aun cuando tiene frente a él algún interlocutor o pronuncia uno de sus encendidos discursos acompañados de incesantes gesticulaciones. Es Carlos Salinas de Gortari, el político de lento ascenso cuyo arribo a Los Pinos le costó más de 25 años, según confesó él mismo. Y si bien su investidura como presidente sólo duró un sexenio y concluyó el 30 de noviembre de 1994 inmerso en el escándalo, su obsesión por el poder se prolonga hasta hoy. El poder es oscuro, Salinas también. Pero ¿cuál Salinas es más oscuro: el que ocupó la Presidencia de la República o el que mueve los hilos y concita furias generalizadas cuando se autoexilia para sentirse ciudadano del mundo, lanza un libro, asiste a una fiesta o se deja entrevistar sólo para exhibirse, para demostrar su pretendida superioridad, sus dotes de estadista? Salinas es un hombre de apegos, arrebatos, protagonismos y contradicciones. Y así como sus amigos describen su irrenunciable amor por Agualeguas, Nuevo León, el terruño de sus padres que él adoptó como propio, también saben de su pasión por el poder y el reconocimiento, así sea sólo el de las élites, de ahí que en los últimos años muestre un inusual interés por los movimientos ciudadanos. En él sorprenden tanto sus silencios prolongados como su peculiar forma de irrumpir en la escena pública en su afán por estar siempre presente, aun cuando su familia, su partido y sus amanuenses –de 2000 a la fecha ha publicado libros como México: Un paso difícil a la modernidad (Plaza & Janés, 2000); La década perdida 1995-2006. Neoliberalismo y Populismo en México (Debate, 2008); Ni Estado ni mercado: un nuevo ciudadano para el siglo XXI (Debate, 2009), Democracia republicana. Ni Estado ni mercado: una alternativa ciudadana (Debate, 2010) y ¿Qué hacer? La alternativa ciudadana (Debate,  2011)– estén en desgracia. Pocos se atreverían hoy a admitir el sello singular del sexenio salinista en el cual se prefiguró la crisis epocal por la que atraviesa el país, pues fue él quien cambió los tiempos y ritmos en las instituciones. (Extracto del texto que se publica esta semana en la revista Proceso 1849, ya en circulación)

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