El malestar islámico

viernes, 28 de septiembre de 2012 · 20:02
MÉXICO, D.F. (Proceso).- La indignación y el resentimiento se han manifestado a lo largo del mundo islámico. El motivo inmediato ha sido un video transmitido por la red, elaborado por un aficionado estadunidense en el que se denigra al profeta Mahoma. La violencia provocada por ese hecho ha sido particularmente intensa en Egipto, Libia y Yemen, donde fueron atacados consulados y embajadas occidentales. Uno de los resultados ha sido el asesinato de cuatro representantes diplomáticos de Estados Unidos en Libia, entre ellos el embajador. Semejantes explosiones de violencia son más que un incidente aislado. Revelan el alto grado de malestar existente en las sociedades islámicas, así como la inmensidad del odio acumulado en contra de Estados Unidos. Las razones son múltiples; algunas, agudizadas por los cambios que han seguido a la “primavera árabe”; otras, por los errores y ambivalencia de la política estadunidense hacia dichas sociedades. Los cambios que tuvieron lugar en el mundo árabe como resultado de los movimientos sociales que conmovieron al mundo no tuvieron el efecto de mejorar perceptiblemente los niveles de vida de una población mayoritariamente pobre. Quienes recuerdan la inmolación del joven desempleado de Túnez que prendió la chispa para tales movimientos se preguntan si en algo han aumentado desde entonces las oportunidades para la juventud; la respuesta es desalentadora. Según información de The Economist (15/09), cerca de la mitad de jóvenes debajo de los 25 años están desempleados. Desde el punto de vista político, la caída de los dictadores fue sin duda un paso adelante; ahora bien, al mismo tiempo se abrieron espacios más amplios a grupos religiosos con diversos grados de intolerancia. El fenómeno es muy evidente en Egipto, con el avance arrollador de los Hermanos Musulmanes, que ejercen el poder casi sin contrapeso y serán la fuerza dominante en el proceso para la elaboración de una nueva Constitución. Cierto que éstos han mostrado prudencia y solidaridad hacia Estados Unidos con motivo del asalto a la embajada, pero ello no impide que otros grupos islámicos más radicales, como los salafistas, tengan ahora más presencia que antes en las calles de El Cairo y hayan sido parte activa de los desórdenes que tuvieron lugar en Libia. Paralelamente al poco entusiasmo por los resultados obtenidos después de las movilizaciones, las sociedades islámicas tienen pocos o ningún motivo para ver con mayor simpatía a Estados Unidos. El famoso discurso de Obama en El Cairo, en junio de 2009, fue concebido como un punto de transición en la larga historia de malentendidos entre ese país y el mundo islámico. Sin embargo, los años han pasado sin que dicha transición avance hacia una relación más constructiva. Los viejos problemas siguen sin resolverse. El estancamiento del caso de Palestina es una espina en la relación entre los países árabes y Estados Unidos, de la que, al parecer, es imposible desembarazarse. No hay el menor atisbo de solución al estar ausente la voluntad de Israel para suspender, entre otras cosas, los asentamientos en los territorios ocupados o el hostigamiento a quienes deben cruzar retenes para salir de Gaza. En Irak la experiencia difícilmente podría ser peor. Al retirarse Estados Unidos deja una sociedad destrozada, instituciones políticas frágiles o inexistentes, violencia y sectarismo. Muy lejos se encuentra todo eso de las promesas sobre la construcción allí de una democracia moderna que, según los asesores de Bush, justificaba su presencia e iba a ser un ejemplo para los demás países árabes. La salida pronta de Afganistán (en 2014 ) ocurrirá en medio de un gran fracaso; tantos años de ocupación no fueron suficientes para destruir a los talibanes, detener las actividades de narcotráfico, poner fin a la corrupción del gobierno de Karzai y dejar visos de una institucionalidad económica y política en ese país. Mientras esto sucede en los casos particulares, la lucha contra el terrorismo se mantiene como uno de los ejes fundamentales de la política exterior de Estados Unidos. Imposible evitar que los grupos islámicos no se sientan señalados, no se perciban a ellos mismos como los destinatarios de la desconfianza, la acusación implícita de estar interesados en destruir a Estados Unidos. La lucha contra el terrorismo se ha convertido, así, en un obstáculo para el acercamiento con los grupos islámicos que Obama se proponía al comenzar su periodo presidencial. Al adentrarnos en el segundo decenio del siglo XXI, la aprensión respecto al “choque de civilizaciones” que varios escritores han anunciado, incluso antes del ataque a las Torres Gemelas, sigue siendo un tema que perturba cuando la juventud enfurecida del mundo islámico se decide a dar muerte a diplomáticos estadunidenses. Persiste la dificultad para tender puentes entre dos civilizaciones que parten de valores y formas muy distintos de entender la autoridad. La libertad de expresión puede citarse como un ejemplo. Es difícil para un aficionado estadunidense aceptar que es condenable por haber elaborado un video que, al hacer mofa de Mahoma, hiere la sensibilidad de los creyentes islámicos. Igualmente difícil es convencer a un islamista radical de que la libertad de expresión es un valor en nombre del cual se protege el derecho de hacer semejante video. Lo anterior es sólo un pequeño ejemplo del abismo que separa los valores que mantienen ambas sociedades. Si a esas diferencias aunamos las condiciones socioeconómicas imperantes en países islámicos, y los errores e incluso la perversión de la política exterior estadunidense, las condiciones están dadas para afirmar que el malestar en los países islámicos, con todas las consecuencias que puede acarrear, es un fenómeno que seguirá presente en los años por venir.

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