'Las razones por las que me desaparecí...”

jueves, 17 de diciembre de 2015 · 18:42
TAPACHULA, Chis., (apro).- Al escucharlos uno siente que ellos no son los desaparecidos, sino que se les esfumó la familia. Muchas veces necesitaron tener a alguien cerca, pero no tuvieron forma de comunicarse con la gente que dejaron cuando dijeron que querían irse “al norte” para progresar. O les faltaron ánimos para hacerlo. Son migrantes centroamericanos que estaban reportados como desaparecidos en México y fueron localizados vivos. Las razones que dan por las que no se comunicaron durante años al hogar de donde salieron parecen banales, pero si se les desmenuza reflejan precariedad, falta de información o que tenían tantas cicatrices en el alma que los hicieron esconderse. Revelan lo difícil que se vuelve todo en tierra desconocida para un extranjero. También la pobreza, el aislamiento, la falta de preparación o de oportunidades. Pudo ser el paso de un huracán que hizo que se mojaran todos los papeles donde estaba escrito el contacto. El número de teléfono que cambió en su país de origen. La falta de pericia para la computación o el desconocimiento de las redes sociales. El robo del celular o de la cartera donde llevaban el número anotado. También pudieron ser temas más sutiles, más íntimos, como la vergüenza por haber despreciado lo que tenían y no haber triunfado en su viaje a Estados Unidos. O por haber sido ultrajados en el viaje, o haber quedado mutilados en las peligrosas rutas migratorias. También entra en juego el miedo a no encontrar a nadie vivo en casa, al reproche o a las malas noticias. Cada año, durante el recorrido de la Caravana de Madres Centroamericanas por las rutas migratorias en busca de sus hijos desaparecidos ocurren reencuentros que a veces parecieran sacados del guión de un reality show, pues se hacen en plazas públicas, frente a las cámaras de la prensa y mucho público y hasta aparecen en las noticias. Este año fueron cinco los reencuentros de tres mujeres y dos hombres localizados en Veracruz, Chiapas y Tabasco. En una década han sido más de 250 los migrantes localizados. En entrevistas privadas, lejos de la multitud, tres de las cinco personas recuperadas explicaron las razones por las que perdieron contacto con los familiares que dejaron atrás y que no se resignaron al olvido hasta que los reencontraron. Desgranaron sus penas, las razones de su alejamiento, sus recuerdos y sueños de futuro. “Fueron 15 años perdidos en México, quiero volver a empezar” Doña María Elena Moradel encontró a su hijo Melvin Lanza en Veracruz. Llevaba 15 años sin verlo. Después del reencuentro, él dejó su trabajo de vendedor de tacos y se unió a la caravana que recorrería México y el sábado lo llevará hasta Honduras. Melvin parece un hombre parco y de pocas palabras. Pero es penoso para hablar. A sus 33 años se siente viejo y fracasado. Al escucharlo daba la sensación de estar hablando con un náufrago que necesitaba que le tendieran una cuerda de vida, le mostraran el camino de regreso a casa, que le dijeran que aunque no triunfó eso no les importa a quienes lo aman y no han dejado de esperarlo. Hoy quiere volver a empezar. Narra: “Cuando me vine tuve comunicación con mi mamá como dos años. Pero el año 2004 o 2005 en el barrio donde vive cambiaron líneas telefónicas y de ahí perdimos comunicación. La única manera que teníamos era por teléfono, no había otra forma: yo no sé manejar el Facebook, no sé de computación. “Al principio pregunté una o dos veces a la operadora del teléfono que da información que cómo le hacía para marcar porque cuando llamaba a Honduras no me caían las llamadas, y antes sí, y no me supieron dar información. Y no conocía gente de Honduras ahí donde yo estaba viviendo. Cuando llegué no había tanta gente de allá. [gallery type="rectangular" ids="423872"] “Los últimos años deseaba regresar a mi país. Perdí las intenciones de ir a Estados Unidos, se me fueron las ganas. Yo salí de Honduras en 2001. Nunca llegué ni a la frontera, siempre me quedé en Veracruz. Pasó el tiempo y se me quitaron las ganas de seguir, me puse a trabajar, me acostumbré, se me fue el tiempo. “Lejos se vive la soledad día con día. A lo mejor en ciertos momentos se te olvida --cuando estas con compañeros de trabajo o casado--, pero hay momentos que la soledad la sientes, y entre más pasa el tiempo más sientes. Y si estás solo, peor. Creo que todos los que migramos lo sentimos. Y aunque con los amigos tratas de que se te olvide, no se te olvida, es doloroso, se sufre. A lo mejor no se sufre como una madre, pero como hijo lo sientes. Estás en una tierra ajena y no es lo mismo. Si vives solo y llegas a tu casa la soledad la sientes. “Me imaginaba que un día podía pasar esto (se refiere al reencuentro). Que algún día mi familia me podía buscar. Si no la única forma era regresar y por vergüenza no regresaba, por orgullo, porque no he hecho nada en la vida. “De regresar sí se puede regresar, así como me vine de mojado yo podía regresar. Muchos por pena no regresan a su casa, pensamos que la gente nos va a criticar. Pero hoy pienso que lo que nos debe preocupar es el dolor de la madre que es la que sufre. “Muchos años pensé que un día iba a pasar esto, que un día me podía buscar mi familia. Cuando me comunicaron al principio no quería regresar porque mis hermanos están grandes, son mayores de edad y tengo miedo de la crítica de mis hermanos, pero ellos me comenzaron a hablar y me comenzaron a apoyar moralmente, ¡todos!, mi papá, mis tíos, mis seis hermanos, y me han mandado fotos y los he visto por fotos, y yo les he mandado las mías y me han apoyado. “No he tenido negativas o que me digan ‘¿para que vas a venir si no tienes nada? Yo les conté que estaba prácticamente como me vine a México y me dijeron ‘no hay problema, lo que queremos es verte, que estés con nosotros esta Navidad’. “Si estos años he sobrevivido ha sido gracias a los consejos de mi papá de no meterme en problemas, de dedicarme a trabajar. Esos consejos me ayudaron. Es muy humilde y me enseñó la humildad. Quiero volver a empezar una vida nueva. No tengo idea de qué voy a hacer allá. Son 15 años que tomo perdidos: sin familia, no tengo hijos, lejos de mi padre, de mi madre, de mis hermanos y sin ningún futuro así que quiero comenzar a hacer ese futuro. “Creo que todavía estoy a tiempo. Tengo buena salud y estoy entero. He visto a otros peor, que el tren les mochó la pierna. Pero yo estoy bien y tengo buena salud y puedo volver a empezar. Quiero ver a la familia, a mis hermanos, extraño mi barrio, donde nací. Siempre lo he extrañado, cada momento, vaya. Veo a mi mamá más vieja, ya está más grande. Tenía que regresar con ellos ahora que están vivos, quiero ver a mi papá, a mis hermanos, antes de que sea demasiado tarde”. “Siempre tuve en mente regresar, pero sentía miedo” Esperanza del Carmen Sáenz Santeliz es una exitosa cultora de belleza nicaragüense que hace siete años perdió contacto con su familia, a pesar de que eran muy unidos. El descarrilamiento del tren en el que viajaba hacia el norte para alcanzar el sueño americano, seguido por un brutal ataque y el robo de la cartera donde llevaba los teléfonos, fue como un radical cambio de vías en su vida. El trauma la llevó a instalarse en Veracruz, donde fue acogida por una comunidad religiosa. Cuando quiso comunicarse a casa las marcaciones a teléfonos hondureños habían cambiado. Esto le trajo varios años de soledad, añoranzas y esfuerzo. Hasta que su hermana menor, también llamada Esperanza, cruzó el sureste mexicano con la foto de su hermana y en Coatzacoalcos alguien la descubrió. Así cuenta su historia: “La primera vez que salí llegué a Coatza bien, en autobús. No hubo necesidad de subir al tren. Sólo llegando Tuxtla nos asaltaron. Yo iba con una amiga de Nicaragua, nos robaron el dinero más no los documentos y continuamos a Coatza a la Casa del Migrante. Ahí ella encontró quién la ayudara para seguir adelante. Yo me quedé porque no tenía recursos y le pedí que avisara a mi familia que estaba bien, que no se preocuparan. “Me puse a trabajar un tiempo limpiando casas y planchando ropa. Y me comunicaba. De hecho, mandaba remesas. Se me metió seguir adelante y seguir a Nayarit. De ahí me deportaron, me tiraron a Guatemala, me fui a meter otra vez. En el camino fue que se descarriló el tren entre Tenosique y la Cementera, en Macuspana, Tabasco. Las maras nos asaltaron, hubo violación, golpes, muertos, de todo y quedamos sin documentos. Íbamos cuatro mujeres. Cuando despertamos después de tanto golpe cada quien tenía un muerto degollado al lado. “La policía nos llevó a nosotras a investigar, a ver si estábamos drogadas, si teníamos huellas de arma de fuego. Quedamos seis días en ese lugar. Nos dejaron ir cuando vieron que habíamos sido víctimas. “Ahí nos quedamos sin nada. En la cartera llevaba los números de teléfono de mi casa en Nicaragua, mi credencial y mis cositas personales. Se los llevaron. [gallery type="rectangular" ids="423873"] “Llegué a Coatza y me metí a la iglesia evangélica. Decidí quedarme ahí. Los hermanos evangélicos me dijeron que por qué seguía arriesgando mi vida, que el Señor me amaba, que con el oficio que tenía podía tener futuro ahí. Cuando celebraron el Día de la Familia quise comunicarme a casa. “La última vez que traté de intentar llamar por teléfono no pude porque en Honduras le agregaron nuevos números a los teléfonos. Yo marcaba el número que yo tenía y no conectaba. “Siempre tuve en mente regresar. Pero hoy sé que me ha afectado lo que viví en el tren porque eso lo llevo como marcado. Cuando uno ha sido ultrajado de esa manera siento que en la familia ven a uno y saben lo que pasó. Sentía pena conmigo misma. “Estos últimos dos, tres años he tenido más en mi mente regresar. Hace dos años compré esa maleta que cargo. Iba a ir el año pasado, pero me enfermé. Este febrero me iba a ir. Ya estaba haciendo planes. Quería irme, tenía la necesidad de sentir a la familia conmigo. “Soñaba mucho a mi hermana. Tres días antes de recibir la noticia de que me estaba buscando la soñé que llegaba con su hija y entró como si conociera mi cuarto. Eso me daba más motivo para viajar en la fecha que tenía pensado. “He soñado a mis hermanos, a todos, en fiestas, también enfermos. Una vez que una amiga me llevó a que me leyeran las cartas me dijeron: ‘Un familiar tuyo cercano murió’ y me puse mal pensando quien podría ser. Y una de las cosas por las que no me animaba a volver era e miedo a ir y pensar que había muerto una hermana. “Pero hace tiempo vengo pensando que estoy grande y lejos de casa. Me he enfermado del corazón, he estado internada. Cada día de las madres, en noviembre porque yo estaba acostumbrada de ir con mi hermana a poner flores del cementerio, diciembre, han sido fechas duras sin mi familia. De todas mis navidades aquí, de estos ocho años, las únicas navidades en que he estado acompañada son tres; las otras, sola. Es tan duro que vengo de trabajar y me voy a dormir, porque no hago cena, nada. Hasta ahora que hice una amiga que era como mi hermana. “Estaba en mi estética cuando llegó una vecina a mostrarme el periódico y decirme que mi hermana me andaba buscando. Cuando supe cambié por completo. Fue sentir como que si me viene a buscar ella va a ser más fácil regresar que regresar sola. Sentía que sola era difícil en lo emocional. Tenía miedo de regresar y encontrar malas noticias o que una hermana murió, era como cuidar el corazón. Yo tengo problemas emocionales, hoy me puse mal. Pero le pedí a Dios que me diera la fuerza. “En Coatzacoalcos tengo una pareja, pero mi familia vale más. Después de lo que mi hermana ha hecho por buscarme no puedo no irme con ella. Tiene un valor lo que hizo. “Se me metió el ‘me voy, me voy’ y traspasé la estética. Sin vuelta atrás. Traigo dos maletas con productos de belleza y una bolsa chica de ropa y mi caja para lo de las uñas. No traje ropa porque mi hermana todavía guarda ropa mía. Me interesa más llevar mi material para ponerme a trabajar”. “Mi mamá me hizo mucha falta cuando tuve problemas” Denia Elizabeth Santos es una mujer que salió hace 14 años del Departamento de La Paz, Honduras. Por años no se comunicó a casa. Estuvo en la cárcel tres años encerrada injustamente por trata de personas. La liberaron después de que, con otros dos compañeros, hizo huelga de hambre y presionó para que revisaran sus casos. Entonces detectaron la injusticia. Al salir, pidió a madres migrantes que le ayudaran a buscar a María, su madre, con quien se reencontró en Tapachula el martes en la noche. Llevaba consigo a sus hijos, el adolescente de 14 años a quien sí alcanzó a conocer la abuela y una niña de cuatro. Este es su testimonio: “Hace dos años que llegó el grupo de madres migrantes a Tapachula a buscar a sus hijos y les pedí que me ayudaran para hablar con la mía. La encontraron, me comunicaron con ella y la apoyaron a que viniera conmigo este año. Perdí teléfono y todo. No tenía teléfono ni de ella ni de mi abuelita. “También me acusaron injustamente de un delito que no cometí. Me encontraron vendiendo productos Fuller en un bar. No tuve comunicación nada más que pedir a apoyo aquí a todos los presos por la cárcel. Querían cobrarme 200 mil de multa, o si no, me echarían de dos a ocho meses. [gallery type="rectangular" ids="423874"] “No iré a Honduras. Ni yo tengo ni ellos tienen pasaporte para salir. Voy a estar unos días con ella, voy a disfrutarla. Es el mejor regalo que he tenido. “Hasta que tuve comunicación me enteré de que falleció mi papá y dos hermanos: uno de cáncer, a otro lo mataron para robarle el celular. “Cuando nos vimos lo único que hicimos fue abrazarnos, llorar. Yo le decía ‘mamita’, ella ‘hijita’, sólo repetíamos eso. Muchas veces me hizo falta (llora). “Le pido a los hijos desaparecidos que intenten reportarse porque nuestras madres son las que sufren. Yo hasta después de 14 años pude verla a ella. Ya platiqué con mis hijos y les dije que venía su abuelita y ahora se sienten muy felices”.

Comentarios