Palestinos en Jerusalén: extranjeros en su país

domingo, 28 de agosto de 2016 · 10:32
Ser palestino y vivir en Jerusalén garantiza una existencia cotidiana marcada por las dificultades: controles militares, toque de queda, redadas nocturnas y arrestos constantes. Además, los 350 mil palestinos que habitan en la parte oriental de la ciudad, ocupada por Israel desde hace casi 50 años, sufren la discriminación y el acoso por parte de colonos judíos que irrumpen en sus barrios. Esta situación se agrava debido a una pérdida de su identidad que les corroe los ánimos. Israel aplica cada día con mayor descaro una política sistemática destinada a expulsarlos poco a poco de la Ciudad Santa. JERUSALÉN (Proceso).- Las empinadas y malolientes callejuelas de Silwan recuerdan a las barriadas más pobres y abandonadas de América Latina. Bajo el sol abrasador de mediodía una unidad de las fuerzas especiales israelíes avanza con lentitud, apuntando con sus fusiles a puertas y ventanas en busca de un sospechoso. Los cuatro soldados rondan la veintena y no ocultan su nerviosismo. No en vano este barrio palestino del este de la ciudad es uno de los lugares más complicados de la ya de por sí turbulenta Jerusalén. Jawad Siyam irrumpe en la calle sin miedo e increpa a los policías en un hebreo impecable: –¿Qué están buscando? –No te importa –le responde uno de los soldados. El palestino los acompaña varios metros y finalmente los sigue con la mirada hasta que terminan por perderse en la calle. La escena, según Siyam, se repite prácticamente a diario. La ola de violencia entre israelíes y palestinos que se desató el pasado octubre ha provocado la muerte de más de 200 palestinos y de una treintena de israelíes, además de centenares de heridos, decenas de ataques, innumerables enfrentamientos y una sensación general de miedo. En los barrios palestinos de Jerusalén, como Silwan, sus habitantes se dicen víctimas de castigos colectivos que minan aún más su ya de por sí precaria calidad de vida. Controles militares, toque de queda, redadas nocturnas y arrestos forman parte de la vida diaria de varias zonas del este de Jerusalén. Jawad Siyam dirige el Centro de Información Wadi Hilweh de Silwan, una especie de asociación vecinal donde los niños leen y aprenden informática, al tiempo que reciben asistencia psicológica; donde se documentan minuciosamente los abusos israelíes y se presta ayuda legal a los habitantes para que puedan defenderse de dichos excesos. En Silwan viven 55 mil palestinos y unos 400 colonos judíos convencidos de estar poblando la tierra de Israel y de recuperar uno de los lugares habitados por los judíos hace 3 mil años, donde el rey David tenía su palacio. Para ellos, Silwan se llama Kfar ha-Shiloa o Siloé y es el lugar donde se encontraban unas fuentes naturales mencionadas en la Torá, el libro sagrado del judaísmo. En la Biblia, concretamente en el Evangelio de San Juan, también se menciona brevemente la piscina de Siloé como el lugar donde Jesucristo curó a un ciego de nacimiento. “La primera familia de colonos llegó en 1987. El padre se presentó como un guía turístico. Era todo mentira. Desde entonces, los colonos son siempre las víctimas y nosotros somos los culpables. Los tribunales israelíes no nos ven como seres humanos con derechos, sino como gente que tiene que ser condenada. Todo el Estado de Israel es esclavo de los colonos”, asegura Siyam. Este activista palestino nació en Silwan hace 47 años, en la tierra donde también nacieron su padre y su abuelo. Contar su vida bastaría para describir una a una las vicisitudes que atraviesan los palestinos de Jerusalén: ha sido arrestado decenas de veces en los últimos años; sobre su casa pesa una orden de demolición de Israel; su esposa, de nacionalidad alemana, no pudo renovar su visa israelí de residencia debido a los antecedentes de su marido y tuvo que volver a Alemania con sus dos hijos. Él visita a su familia cuando puede, si tiene dinero y si Israel lo deja salir del territorio. El centro que dirige ha sido también registrado y clausurado varias veces. Está localizado a cinco minutos a pie de la mezquita Al Aqsa y del Muro de las Lamentaciones, lugares sagrados para los musulmanes y judíos, respectivamente. Su oficina se encuentra entre una casa habitada por colonos, en cuyo tejado ondean varias banderas israelíes, y la llamada “ciudad de David”, una zona donde grupos privados realizan excavaciones desde hace 20 años y donde se ensalza ante turistas de todo el mundo la historia judía del barrio. La tensión en la calle es flagrante. “Los colonos de Silwan son muy listos. Hablan de vivir todos juntos pero la coexistencia que quieren es la que se tiene con un gato o un perro. Y son gente muy rica, tienen sus propios donantes y no necesitan el apoyo del gobierno”, asegura Siyam. Colonización silenciosa Israel ocupó Cisjordania y el este de Jerusalén en junio de 1967. La comunidad internacional no reconoce este hecho ni la posterior anexión de partes de la Ciudad Santa y considera ilegales todos los asentamientos israelíes en suelo palestino. Agrupaciones humanitarias internacionales condenan además la política de discriminación que Israel lleva a cabo contra los 350 mil palestinos que viven en Jerusalén y que representan un tercio de la población total de la localidad. Según organizaciones no gubernamentales opuestas a la ocupación, como la israelí B’tselem, tanto la colonización como la marginación de los palestinos tienen un único fin: “hacer crecer la población judía de Jerusalén Este y espantar a los palestinos con el objetivo de garantizar a Israel una futura soberanía sobre la parte oriental de la ciudad”. Para los judíos, Jerusalén es la capital única e indivisible del Estado de Israel. Los palestinos también aspiran a tener Jerusalén Este como capital de un futuro Estado. En la actualidad y según cifras oficiales israelíes unos 195 mil judíos viven en la parte oriental o palestina de la ciudad, la mayoría en barrios construidos expresamente para ellos desde 1967, pero también hay varios centenares de familias, unas 2 mil o 2 mil 500 personas en total, que se han instalado de forma paulatina pero organizada en el corazón de zonas palestinas, como Silwan, la Ciudad Vieja o el Monte de los Olivos. La instalación de judíos en esa parte de la ciudad, además de ilegal, es el mayor obstáculo para una futura paz, ha afirmado la ONU en diversas ocasiones. Las familias de colonos consiguen comprar casas en estos barrios palestinos gracias a la mediación de organizaciones judías, y los vendedores palestinos no adivinan en muchos casos la verdadera identidad del comprador. “Hace poco un hombre se hizo pasar por un jeque y prometió que iba a crear un hotel y a traer turistas de países islámicos. En cuanto se concretó la venta, llegaron los colonos”, cita Jawad Siyam. Ateret Cohanim es una de las organizaciones que “facilita el retorno de los judíos al corazón de Jerusalén”, donde aseguran tener raíces “desde hace más de 3 mil años”. “Somos como una agencia inmobiliaria. Hay gente que quiere vender y gente que quiere comprar. No entiendo por qué somos primera página de la prensa. El mundo está obsesionado con nosotros cuando es una gran mentira decir que esto es tierra palestina”, afirma Daniel Luria, director de Ateret Cohanim. Luria es un hombre agudo, convencido, radical y de tono encendido. Usa kipá, una especie de solideo que lucen los judíos practicantes, y vive en una colonia a las afueras de Jerusalén. En los últimos años su organización ha instalado a unas 300 familias en Jerusalén, todas ellas lo más cerca posible del Muro de las Lamentaciones, único vestigio del templo judío de Jerusalén. Ateret Cohanim se financia gracias a donaciones que vienen de todas las partes del mundo, sobre todo de Estados Unidos, pero también de diversos países de América Latina, como Brasil o Argentina. “Dividir la tierra para obtener la paz no funciona y la solución de dos Estados (uno israelí y otro palestino) está muerta. Es como si mi vecino se enamorara de mi esposa y por esa razón tengo que renunciar a ella. Sería absurdo. Nosotros somos el único pueblo que tiene una historia de más de 3 mil años en esta tierra y por eso estamos aquí”, agrega Luria, nacido en Australia hace 55 años. Sin embargo, ni la labor de Ateret Cohanim es simple ni la vida de los colonos que deciden instalarse en barrios palestinos de Jerusalén es tan armoniosa como se describe. “En Silwan por ejemplo, Ateret Cohanim tiene propiedades compradas en las que no consigue instalar a ninguna familia de colonos porque es demasiado complicado para ellos vivir ahí”, afirma Siyam. Durante la entrevista con Proceso, una camioneta blanca con cristales protegidos por rejas de metal entra en una casa de Silwan en cuyo tejado ondea una bandera israelí y de ella bajan con precaución varios niños judíos que vuelven de la escuela. En esta zona de Silwan los colonos viven confinados y no dan un paso fuera sin protección o sin tener la certeza de que hay cámaras de seguridad protegiendo sus movimientos. “Los judíos que viven en estos barrios están amenazados todos los días”, explica Luria. “Hay una gran intolerancia, pero gracias a Dios ahora también contamos con más seguridad. Estamos ganando. Por ejemplo, los terroristas palestinos mataron a un rabino en la (parte árabe de la) Ciudad Vieja en octubre, y nuestra respuesta ha sido instalar a cinco nuevas familias judías en la zona”, agrega desafiante. Castigo colectivo Como potencia ocupante, Israel es responsable de suministrar los servicios básicos, como salud, educación, señal de internet o recolección de basura en Jerusalén Este. Pero la realidad es que, pese a que los habitantes de esta parte de la ciudad pagan altísimas cuotas municipales, reciben dichos beneficios a cuentagotas o simplemente no los reciben. Los palestinos de Jerusalén tampoco obtienen licencias para construir o realizar obras en sus hogares. Muchos construyen ilegalmente, conscientes de que su decisión puede suponer una orden de demolición inmediata. Según datos de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), en este momento en Jerusalén Este hay 20 mil casas palestinas sobre las que pesa una orden de demolición del ayuntamiento y anualmente Israel destruye unas 100 viviendas en esa zona de la ciudad. “Vivir en Jerusalén se ha convertido en un acto de resistencia. No hay permisos de construcción y eso implica que no hay sitio para todos y los alquileres son carísimos. La gente se está alejando del centro y un tercio ya se ha ido a la periferia o a Cisjordania porque no puede hacer frente a los gastos”, explica Fuad Ayash, árabe de Jerusalén Este que trabaja para el gobierno palestino en Ramallah. La entrevista transcurre en una calle del este de Jerusalén donde hay varios restaurantes, además de un pequeño asentamiento judío. “Los camiones de basura del ayuntamiento pasan una vez al día por la colonia pero sólo tres veces por semana en la zona de restaurantes”, denuncia Ayash. El olor a basura es nauseabundo y los desechos invaden la acera. Según datos de organizaciones humanitarias, el ayuntamiento de Jerusalén dedica 10% del presupuesto a los barrios palestinos del este aunque representan un tercio de los habitantes de la ciudad, y el resto al oeste, parte puramente israelí. Las cifras hablan por sí solas. De acuerdo con la ONG israelí B’tselem 90% de las aceras, carreteras asfaltadas y sistema de alcantarillado están en el oeste de Jerusalén. Mientras que el oeste tiene mil espacios verdes y parques, el este sólo cuenta con 45. En el oeste de Jerusalén hay además 34 piscinas frente a las tres del Este; 26 bibliotecas frente a dos en el este, y 531 lugares donde hacer deporte, en tanto que la parte palestina sólo cuenta con 33. “Si los israelíes pudieran elegir, elegirían que los palestinos desaparecieran ya de Jerusalén, pero la paradoja es que si por arte de magia pudieran esfumarse, la alcaldía de Jerusalén no tendría dinero para prestar servicios al oeste, a la parte israelí de la ciudad. Son los palestinos quienes financian la vida de los judíos con las altas tasas que pagan”, afirma Sergio Yahni, director del Alternative Information Center (AIC) de Jerusalén, una ONG palestino-israelí que quiere impulsar la justicia, la igualdad y la paz entre los dos pueblos. En Silwan, el desempleo afecta a más de 60% de la población activa. Los palestinos de Jerusalén son en su mayoría mano de obra para los israelíes: son los camareros que sirven el café en los bares, quienes lavan los platos en los restaurantes, riegan los jardines o arreglan las habitaciones de los hoteles de lujo. Esa relación laboral pareciera ser uno de los pocos momentos en que la barrera invisible entre este y oeste de la ciudad se viene abajo. “Los palestinos se ven forzados a trabajar en Israel pero viven bajo una tensión muy alta por miedo a sufrir algún tipo de violencia, bien sea por parte de la policía, que puede arrestarlos en cualquier momento, bien por parte de grupos parapoliciales que andan por las calles de Jerusalén. La triste realidad es que cualquier persona que parezca árabe puede tener problemas en Jerusalén en este momento”, matiza Yahni. Residentes, no ciudadanos Israelíes y palestinos de Jerusalén no tienen el mismo estatus legal. El palestino que vive en la ciudad es residente permanente, como los extranjeros que reciben la Green Card estadunidense, mientras que el israelí es ciudadano. “Los palestinos son como turistas, aunque ellos no vinieron de ningún lado y ya estaban aquí cuando se creó el Estado de Israel”, afirma Yahni. Para no perder su residencia, los palestinos de Jerusalén tienen que demostrar que viven en la ciudad, y si logran emigrar perderán su estatus de residentes pasados siete años fuera de Jerusalén. Entre 1967 y 2014, a más de 14 mil 400 palestinos se les revocó su residencia en Jerusalén, según datos oficiales israelíes. “Por eso quedarnos es una forma de luchar”, agrega Ayash. Su carencia de identidad llega también a ser sofocante y complicada de entender: Un palestino de Jerusalén puede tener pasaporte jordano porque su familia lo tenía antes de la ocupación israelí de 1967, pero no es jordano. Tiene residencia en Israel, pero tampoco es ciudadano israelí, aunque sí está sujeto a la ley de Israel. Con certeza posee un documento de identidad palestino y puede votar en las elecciones palestinas, pero no tiene derecho a tener pasaporte porque reside en Jerusalén y los pasaportes se conceden a los palestinos de Gaza y Cisjordania. Por ejemplo, un palestino de Jerusalén necesita un salvoconducto israelí cada vez que quiere ir al extranjero. “Todo está pensado para hacernos huir, pero no va a funcionar. Hemos perdido el miedo que teníamos en el 48 (fecha de la creación del Estado de Israel) y en el 67 (Guerra de los Seis Días e inicio de la ocupación)”, afirma Siyam. “El futuro no es bueno para nosotros pero tampoco para Israel. No sé qué pasará, no veo luz al final del túnel. Tal vez haya sólo que esperar a la próxima generación. La exprimera ministra israelí Golda Meir decía: ‘Los viejos morirán y los jóvenes olvidarán’. Pero no ha sido así y nuestros hijos saben que esto es Palestina, que tenemos derecho a estar aquí, y han perdido el miedo a Israel”, concluye.

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