El 'gasolinazo” que transformó a un país… a Venezuela

lunes, 9 de enero de 2017 · 09:45
BOGOTÁ (apro).- A principios de 1989, el gobierno de Venezuela argumentó que el “gasolinazo” era inevitable, que el subsidio que se aplicaba al combustible horadaba las finanzas públicas y que, de mantenerse alto, el país iría a la ruina económica. Pero, igual que ocurre hoy en México, un “ajuste” desproporcionado al precio de la gasolina resultó muy difícil de explicar en un país productor de petróleo en el que la ciudadanía tiene en la retina la corrupción de sus gobernantes, la impunidad con la que actúan y la cantidad de casos de enriquecimiento inexplicable que existen en diferentes niveles de la administración pública. Y es por eso que, aunque el gobierno de Venezuela insistió –como ahora el mexicano-- en que el precio internacional del petróleo se desplomó y en que la devaluación de la moneda nacional encareció la gasolina que se consume en casa porque la mayoría es importada, la sociedad reaccionó indignada por el aumento del precio de ese combustible en momentos en que, además, había una notable desaceleración económica y una baja considerable en el ingreso de las familias pobres y de clase media. El presidente venezolano de la época, Carlos Andrés Pérez, sabía que el “gasolinazo” produciría un rechazo generalizado en el país, pero contaba con que tenía los suficientes argumentos para justificarlo y estimó que, si no tomaba esa medida impopular, la deuda pública crecería a niveles inmanejables y se pondría en riesgo el equilibrio fiscal que exige el Fondo Monetario Internacional (FMI). El “gasolinazo”, que fue el corazón de un paquete de medidas económicas anunciadas a la nación el 26 de febrero de 1989 por el gobierno del presidente Pérez, estipulaba un aumento inmediato del 30% a los precios de los combustibles que después de tres meses podría llegar hasta el 100%. La reacción popular fue inmediata. Un día después del anuncio, comenzaron las protestas espontáneas en Caracas, sus alrededores y otras ciudades del país. Miles de pobres se volcaron a las calles, la policía y el Ejército reaccionaron con represión y ese fue el detonante de una espiral de violencia, saqueos de comercios y disturbios que había de terminar nueve días después. La cifra de muertos aún es tema de debate. El gobierno de Carlos Andrés Pérez reconoció 276, pero organismos de derechos humanos estiman que llegó a entre 2,000 y 3,500. Ese episodio, que se conoce como “El Caracazo”, dejó al país sumido en una profunda crisis económica, política y social que ha tenido enormes efectos en la historia reciente de Venezuela. Esa sublevación popular resquebrajó para siempre el viejo sistema político, que era bipartidista –el socialdemócrata Acción Democrática y el demócrata-cristiano Copei se alternaron en el poder durante décadas—y que tenía fama de corrupto e insensible ante los reclamos sociales –el 49.6% de la población era pobre--, a pesar de la enorme riqueza petrolera que ha sustentado las finanzas de ese país. Es decir, el “gasolinazo” decretado por Pérez –junto con un paquete de alzas de precios en los servicios públicos y el transporte urbano-- no fue la causa principal del descontento y el alzamiento social sino el catalizador de la indignación nacional acumulada. El país llevaba años de crisis, devaluaciones de la moneda, hiperinflación y deterioro del salario real mientras un sector privilegiado de ricos y funcionarios corruptos vivían en la opulencia. La inequidad social era evidente. Bastaba comparar la miseria en los cerros de Caracas con el nivel de vida de primer mundo que tenía la zona este de la ciudad, donde cientos de familias iban de “shopping” a Miami los fines de semana. La alternativa chavista El martes 4 de febrero de 1992, dos años después de “El Caracazo”, el teniente coronel Hugo Chávez Frías ejecutó un fallido intento de golpe de Estado contra Carlos Andrés Pérez. Aunque la asonada fue sofocada el mismo día, ese episodio marcó la irrupción de un carismático caudillo en un país desencantado de sus políticos y urgido de alternativas. En una aparición de un minuto ante la televisión aquel día, Chávez, con su voz de mando, su rostro de mulato e indio caribe, su uniforme de campaña, su boina roja y su sugerente frase “por ahora los objetivos que nos planteamos no fueron logrados”, se convirtió en un hombre popular. Pasó dos años en la cárcel, pero al recobrar su libertad, en marzo de 1994, se dedicó a recorrer el país con una propuesta que se puede resumir en una palabra: cambio. El 2 de febrero de 1999, el teniente coronel Hugo Chávez juramentaba como nuevo presidente de Venezuela. Había sido electo dos meses antes con el 56.5% de los votos. No es que la situación que hoy vive México sea igual a la que detonó una profunda transformación de Venezuela a partir del “gasolinazo” de 1989, pero sí tiene muchos puntos en común.

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