Francia en el Cervantino

jueves, 2 de noviembre de 2017 · 17:33
GUANAJUATO, Gto. (Proceso).- Francia, como país invitado del Festival Internacional Cervantino, trajo diversos espectáculos y obras teatrales, como Clausura del amor y Las lágrimas de Edipo. ¿Cómo se termina una relación?, ¿qué se reclaman uno al otro?, ¿qué duele, qué ganaron, qué perdieron?, ¿cuál es la postura de cada quién ante la separación? En la primera obra, escrita y dirigida por Pascal Rambert, los dos personajes se miran a los ojos, sus cuerpos se encuentran a la distancia, y uno a uno hablan. Ellos están en un espacio vacío, blanco, un salón de ensayos. No hay nada más. Él inicia el diálogo y Ella nada más escucha; su cuerpo se encoge, su cabeza se agacha, su dolor se transpira dando la espalda al espectador. Ella está en el extremo de enfrente. Él, en el otro extremo, al fondo. Ella calla y Él habla. En una hora expone sus sentimientos, su opresión, sus incomodidades y frustraciones; no hay más que fracturas y derrotas. Lo interrumpe un grupo de niños que vienen a ensayar. Cantan y se van, dando paso al punto de vista de Ella, que ocupa el lugar donde estaba Él. Ella ve la relación desde otra trinchera, la del amor. Revive sus vivencias como pareja, sus encuentros y complicidades, su apoyo en las derrotas cotidianas y la confluencia en el trabajo. Ambos son actores que se encuentran en el escenario y el salón de ensayos. Él se conduele también. El campo de batalla es en realidad un campo donde sólo florece el dolor. Audrey Bonnet y el propio Rambert interpretan a sus personajes como si fueran en realidad las personas que viven la separación: Su fuerza expresiva, la transmisión de las emociones y su potencia corporal a partir de un mínimo de movimientos, poderosa y magnánima. El teatro en su máxima expresión está ahí, a través de la palabra, del diálogo, la soledad y el abandono de los personajes. Dos horas llenas de intensidad sin decaer un instante. De principio a fin hay tensión, dramatismo, profundidad y poesía. Wajdi Mouawad también adopta la palabra como arma dramática con la que puebla el escenario en la representación de su obra Las lágrimas de Edipo. Mouawad, de origen libanés, radicado en Francia desde el 2012, tiene como telón de fondo un acontecimiento político: el asesinato de un adolescente en manos de la policía. Antígona y Edipo ciego –en el último momento de su vida– se resguardan en un teatro abandonado. Están ahí, a contraluz, cuerpos en la oscuridad escondidos, despidiéndose una y otra vez, recordando el pasado y viviendo el desasosiego. No se les ve el rostro; él acostado y ella de pie, velando el sufrimiento del padre, para que en un segundo momento irrumpa un estudiante que huye de la represión. La sencillez y la belleza en la que Mouawad nos presenta el drama conmueve, remueve los hilos personales y nos invita a escuchar y a ver sin ver, teniendo tras de ellos un fondo de tiras blancas, apenas iluminadas, donde juega con el color y los contrastes. En Las lágrimas de Edipo, a diferencia de Inflamación del verbo vivir –teatro filmado que tiene como único personaje a Wajdi, y que también se presentó en este Cervantino–, la presencia de los personajes es el elemento fundamental para vivir el teatro. La energía y la conexión con el espectador es inmediata y significativa. Ellos se proyectan a través de sus emociones y reflexiones –a veces excesivas–, de su acontecer. El padre aconseja a la hija antes de partir; el estudiante, como corifeo griego, canta y cuenta lo que ha visto allá fuera. El presente se apodera de la escena y la magia del teatro nos hace vibrar. Esta reseña se publicó el 29 de octubre en la edición 2139 de la revista Proceso.

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