Ni la lluvia de bombas los hizo dejar de estudiar futbol

domingo, 6 de mayo de 2018 · 09:43
A mediados de los años noventa, la exestrella bosnia de futbol Predrag Pašic rechazó huir de su país durante el bombardeo del ejército serbio contra Sarajevo. Por el contrario, se quedó en su ciudad natal y abrió una academia de futbol para rescatar a cerca de 10 mil niños amenazados por la guerra. Con motivo del Mundial de Rusia 2018 que está en puerta, Proceso entrevistó a quien fuera delantero del FK Sarajevo y de equipos alemanes como VƒB Stuttgart y TSV 1860 München para hablar de su proeza en pleno conflicto bélico. “En la manera de patear un balón se puede notar al niño que está destrozado por la guerra. El futbol nos mantuvo a todos de pie”, recuerda.  PARÍS (Proceso).- Predrag Pašic´ nace el 18 de octubre de 1958 en Sarajevo, capital de Bosnia y Herzegovina. Por aquel entonces, el pequeño país de los Balcanes integra, junto con Eslovenia, Croacia, Serbia, Macedonia y Montenegro, la República Federativa Socialista de Yugoslavia, “un mosaico de seis repúblicas, cuatro lenguas, tres religiones, dos alfabetos, pero con un solo partido”, según las palabras del mariscal Josip Broz Tito, su líder histórico. “Las ventanas de la clínica donde mi madre dio a luz y las del departamento familiar en el que crecí daban a un estadio de futbol”, cuenta Pašic´. Su voz suena divertida al otro lado de la línea en el momento en que iniciamos nuestra plática telefónica. “¡Fue un guiño del destino!”, asegura y se ríe. Entre sus mejores recuerdos infantiles menciona los partidos de balompié a los que asiste desde el balcón de su casa. “Si acaso tenía tres o cuatro años y ya estaba embelesado”, comenta. A los cinco años, Predrag es el goleador estrella del patio de recreo de su escuela, a los ocho llama la atención de los entrenadores del centro de capacitación juvenil del FK Sarajevo y a los 17 empieza su carrera de futbolista profesional en ese destacado club yugoslavo. Mediocampista atacante, casi imparable, no tarda en convertirse en el ídolo de Sarajevo y su fama crece aún más cuando la selección nacional yugoslava –a la que Pašic´ se integra en 1981– logra calificarse para el Mundial de 1982, en parte, gracias a un gol suyo contra la selección italiana. En 1985 inicia una carrera internacional. “Me contrató el VfB Stuttgart que acababa de ganar el campeonato de Alemania Federal. No me cabía la felicidad porque ansiaba medirme con otro estilo de juego y, sobre todo, con el alemán, pero la Asociación Nacional de Futbol de Yugoslavia nos imponía reglas muy estrictas. Debíamos jugar profesionalmente en nuestro país hasta los 28 años antes de poder hacerlo en el extranjero.” Pašic´ considera sus dos temporadas con el VfB Stuttgart como la cúspide de su carrera. De hecho, después de seis meses con el TSV 1860 München, el brillante goleador decide “jubilarse”. En 1989 deja Alemania y se regresa a Sarajevo donde sigue viviendo. Predrag Pašic´ es inagotable cuando describe su ciudad natal: “Era una de las ciudades más hermosas y más asombrosas del mundo. En ella convivían Oriente y Occidente; sonaban las campanas de las iglesias y se oía el llamado al rezo musulmán; sinagogas se codeaban con mezquitas y templos; serbios, eslovenos y croatas, así como macedonios y montenegrinos, se mezclaban con bosnios, lo compartían todo, se casaban sin prejuicios étnicos ni religiosos. Sarajevo reflejaba lo mejor de Yugoslavia y contaba, además, con una vida artística e intelectual de una riqueza increíble.” Esa vida cultural es la que atrae a Predrag Pašic´ cuando vuelve a su tierra. Tiene 31 años, dinero y nuevas aspiraciones. Para absoluta sorpresa de sus admiradores que esperaban su regreso al FK Sarajevo, el joven jubilado abre una galería de pintura, frecuenta artistas, descubre nuevos talentos, monta exposiciones y, por fin, puede dedicar tiempo a su familia. Se siente realizado, pero esa dicha es efímera. Fragilizada por la muerte de Tito en 1980, luego por la caída del Muro de Berlín y el derrumbe de la URRS, la precaria unidad nacional yugoslava vuela en pedazos. El 25 de junio de 1991 Eslovenia se declara independiente, Croacia hace lo mismo el 8 de octubre del mismo año y Bosnia y Herzegovina el 5 de abril de 1992. El día siguiente, el 6 de abril, los serbiobosnios crean su propio Estado, la autonombrada Republika Srpska. Un mes más tarde empieza la guerra de Bosnia cuyos episodios más trágicos son la masacre de 8 mil bosnios por extremistas serbiobosnios en Srebrenica, en julio de 1995, y el sitio de Sarajevo que dura más de tres años (de mayo 1992 a febrero de 1996) cobra 11mil 451 vidas y deja lesionadas a más de 50 mil personas, según cifras oficiales; 85% de las víctimas son civiles. Al acecho, en los montes que rodean la ciudad, la artillería pesada de las milicias serbiobosnias, apoyadas por fuerzas serbias, bombardea diariamente la capital bosnia. Informes oficiales mencionan un promedio cotidiano de 329 impactos de proyectiles. En julio y agosto de 1993, los meses más duros del sitio, se registran hasta 3 mil impactos. Ningún edificio escapa a los obuses. Un total de 35 mil construcciones quedan totalmente aniquiladas, entre ellas destacan el Palacio Presidencial y la Vijecnica, la hermosa Biblioteca Nacional, orgullo de Sarajevo, que contaba con un tesoro de 2 millones de libros, muchos de ellos incunables. Sólo 300 mil escapan a las llamas. “Fue atroz –recuerda Predrag Pašic´. Además de la artillería pesada serbia, un sinnúmero de francotiradores disparaba contra los paseantes desde los techos de los inmuebles. Se jugaba a la ruleta rusa en cada esquina. No teníamos electricidad ni agua. En invierno no había manera de calentar las casas. Escaseaban la comida y las medicinas. Los hospitales estaban reducidos a escombros. Las pocas escuelas que no habían sido destruidas estaban cerradas y los chavos vivían traumados.” Todas las vías de acceso a Sarajevo –carreteras y líneas ferroviarias– están bajo el control serbio. Sólo el aeropuerto declarado “zona neutral” por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) está bajo control de los Cascos Azules. Un puente aéreo permite salvar a los asediados de la hambruna, mientras que un estrecho túnel bajo ese mismo aeropuerto, construido por las fuerzas bosnias, les permite abastecerse de armas, facilita intercambios con el mundo exterior y sirve de vía de escape a un número creciente de habitantes. Los directivos del VfB Stuttgart se movilizan para rescatar a Predrag Pašic´ y a su familia. Le proponen regresarse a Stuttgart para hacerse cargo del centro de capacitación juvenil del club. “Sarajevo es mi ciudad y sus habitantes son mi gente. Todo el mundo me conocía y me quería por haber sido la estrella del FK Sarajevo. Se identificaba conmigo y, en cierta forma, yo les pertenecía. No lo pensé ni dos veces. Supe que debía quedarme”, comenta escuetamente. “Quería ser útil –dice–, pero no sabía cómo. Lo que más me angustiaba era la situación de los niños. No soportaba saberlos encerrados, ociosos, angustiados y sin esperanza. Fue, pensando en ellos, que se me ocurrió la idea de abrir una escuela de futbol bajo las bombas.” Se ríe. “Hoy, retrospectivamente, me pregunto cómo pude ser tan chiflado. Pero, claro, vivíamos en el caos absoluto, con la muerte en el hombro. Eso cambia todos los parámetros. Lo que ahora me parece extravagante era normal en nuestro mundo desquiciado.” Formando nuevos valores Predrag Pašic´ pone manos a la obra, “recluta” a amigos deportistas que se convierten en entrenadores, se adueña de un gimnasio, lo rehabilita y anuncia por Radio Sarajevo –que sigue transmitiendo pese a los ataques permanentes– la creación de la escuela de futbol infantil-juvenil Bubamara (catarina). Solemne, advierte que la escuela está abierta a todos los jóvenes sin distinción alguna. El 15 de mayo de 1993, primer día de clases de balompié, acuden 200 niños. Al cabo de una semana son 300. “Nunca imaginé que iban a llegar tantos –reconoce Pašic´. Los dividimos en grupos de 30 y organizamos varios turnos por día. Los fines de semana celebrábamos torneos. Nuestro equipo deportivo trabajaba todos los días, asumiendo jornadas de 10 horas. Los chicos acudían a clase tres veces a la semana y, por supuesto, pasaban parte del fin de semana en Bubamara. Fue algo extraordinario.” Las calles de Sarajevo resultan tan peligrosas que los padres siempre acompañaban a sus hijos a la escuela y los esperan en el centro deportivo para regresarlos a casa. Niños y adultos son croatas, serbios y bosnios. Profesan religiones distintas o ninguna. Los chavos visten la misma ropa deportiva, comparten la misma pasión, respetan la misma disciplina, descubren la fuerza de un colectivo unido y solidario y gozan su convivencia. Ese gozo contagia a sus padres. “Bubamara era un oasis de paz. Afuera de la escuela, croatas, serbios y bosnios se mataban o se rehuían. En la escuela, adultos y niños seguían viviendo como siempre lo habían hecho en Sarajevo”, dice Pašic´. En Bubamara hay una “ley sagrada”: en cualquier circunstancia los cuadros de la escuela guardan la calma, inclusive cuando los bombardeos hacen temblar los muros; entrenadores y alumnos corren a refugiarse en un pasadizo subterráneo. “Lo que más me afectó –enfatiza Pašic´– fue percibir el dolor de los chiquitos. Nunca se quejaban ni decían que sufrían, pero con solo mirar su forma de correr o de patear la pelota yo sabía quién estaba mal y quién estaba destrozado por dentro. Recuerdo a niños que acudieron a la escuela un día después de la muerte de un familiar… No corres igual cuando acabas de perder a tu padre o a tu hermano, pero sigues corriendo… El futbol los mantuvo en pie a todos.” Después de un breve silencio, Predrag Pašic´ confiesa: “En realidad el futbol nos mantuvo a todos en pie. Bubamara dio sentido a mis días cada vez más insostenibles y templó mi espíritu de resistencia. Y lo mismo pasó con todo mi equipo”. Su voz suena grave al otro lado de la línea telefónica. Luego, más relajado, agrega: “La gente se ríe cuando hablo del milagro, pero no es broma. Sin milagro no hay manera de entender la ‘suerte’ que tuvimos: a lo largo de todo el sitio no lamentamos la muerte de un solo niño. Antes de llegar a la escuela era preciso pasar por un puente que estaba en la línea de tiro de los francotiradores. Muchos transeúntes perdieron la vida al cruzarlo, pero nunca las balas alcanzaron a los chicos”. Las primeras semanas de 1993 Pašic´ asume sólo el peso económico de la escuela. Sin embargo, apenas se enteran de su iniciativa, jugadores del VfB Stuttgart y del Liverpool Football Club (de Inglaterra) lo ayudan con dinero y toda clase de material deportivo, también varias organizaciones no gubernamentales integran esa red de solidaridad, a diferencia de la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA). “Lo más importante eran los zapatos deportivos, insiste Pašic´. Se requería calzado especial porque los niños no podían entrenarse en una cancha al aire libre, sólo jugaban en salas del gimnasio.” Durante toda la guerra no les hacen falta tenis a los alumnos de Bubamara, tampoco camisetas ni pelotas… Pero más allá de ese apoyo material, lo que cuenta para los chicos es sentirse reconocidos por prestigiosos clubes europeos y jugadores tan afamados, como Jürgen Klinsmann, figura legendaria del futbol alemán y excompañero de él en el VfB Stuttgart. Ese reconocimiento rompe el cerco militar serbio que apresa a estos pequeños futbolistas en ciernes y les devuelve esperanza. Acuerdos de Dayton Un cuarto de siglo después del sitio de Sarajevo, Predrag Pašic´ sigue indignado por la pasividad –es un “eufemismo”, dice– de la comunidad internacional ante la tragedia de Bosnia y Herzegovina. Es sólo a finales de 1995 cuando el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, sienta en la mesa de negociaciones a Slobodan Miloševic´, Franjo Tudman y a Alija Izetbegovic´, presidentes de Serbia, Croacia y de Bosnia y Herzegovina, respectivamente. Las discusiones se llevan a cabo del 1 al 21 de noviembre en la base aérea de Wright-Patterson, cerca de la ciudad de Dayton, en Ohio. Las dirige con mano de hierro Richard Holbrooke, un diplomático estadunidense de alto vuelo. Bajo presión de François Mitterrand, el tratado de paz se firma en París el 14 de diciembre de 1995. Los Acuerdos de Dayton, que siguen fungiendo hoy como constitución de Bosnia y Herzegovina, desembocan en una aberración política. Bosnia y Herzegovina está integrada por la Federación de Bosnia Herzegovina o Federación croato-musulmana que abarca 51% del territorio del país y la Republika Srpska (República Serbia) que ocupa el 49% restante. Cada entidad, étnicamente homogénea, tiene su propio parlamento, su presidente y su gobierno. Pero a escala superior, Bosnia y Herzegovina está encabezada por una presidencia colegial constituida por un triunvirato que representa las tres comunidades. Cuenta con un gobierno central y un parlamento dotado de dos cámaras. En total, ese país minúsculo de 51 mil 200 kilómetros cuadrados (casi del tamaño de Sinaloa) y 3 millones y medio de habitantes dispone de 13 entidades gubernamentales y de 160 ministerios. Por si eso fuera poco, quien asume la autoridad suprema en Bosnia y Herzegovina es el Alto Representante de las Naciones Unidas que sigue “supervisando la cabal aplicación” de los Acuerdos de Dayton. Al igual que sus seis antecesores, Valentin Inzko, diplomático austriaco, quien asume esa responsabilidad desde 2009, está dotado de poderes extraordinarios que le permiten cancelar decisiones tomadas por los distintos poderes ejecutivos del país o, por el contrario, imponerles sus propias decisiones. Inzko sólo rinde cuentas al Consejo de Seguridad de la ONU y debe hacerlo cada seis meses. Esa tutela internacional, inicialmente concebida para prevenir nuevos brotes de nacionalismo, no ha dejado de exacerbarlos. Es lo que demuestra la amarga experiencia de Predrag Pašic´. Bubamara no cierra sus puertas después de la guerra. Por el contrario, en el difícil periodo de reconstrucción física y moral del país, Pašic´ considera más útil que nunca seguir inculcando los mismos valores de solidaridad, tolerancia y espíritu de equipo en los jóvenes. Pašic´ tira la toalla Gracias a la movilización de numerosos deportistas europeos, de clubes importantes, como el FC Internazionale Milano y de organizaciones no gubernamentales, Pašic´ amplía su escuela y la moderniza. En 2003 se muda a un complejo deportivo puesto a su disposición cerca del aeropuerto, en la línea fronteriza entre la Federación croata-musulmana y la Republika Srpska. Invierte parte de sus ahorros personales y los fondos internacionales que recibe para renovar las infraestructuras del centro. El éxito es tal que le toca abrir cuatro escuelas más, dos en la Federación croata-musulmana y dos en la Republika Srpska. Pero mientras más pasa el tiempo, más la filosofía de la Bubamara y la personalidad rebelde de Pašic´ incomodan a la élite ultranacionalista que domina la vida política del país. “Para inscribirse en las listas electorales de mi país uno tiene que declararse serbio, croata o bosniaco –bosnio de religión musulmana. Yo me rehusé a obedecer. Soy serbio y ortodoxo, mi esposa es católica y nuestra hija está casada con un musulmán. Nos sentimos bosnios, habitantes de Bosnia y Herzegovina. Punto”, explica Pašic´. Calla unos instantes y luego expresa con voz dura: “No me quería dejar encerrar en sus casillas nacionalistas. Soy bosnio. Pero ‘bosnio’ no existe en los registros del estado civil. Entonces, me colocaron en una categoría que sólo existe en Bosnia y Herzegovina: la de ‘otros’ y en la que se encuentran también los judíos y los roms (gitanos). Los ‘otros’ somos ciudadanos de segunda clase. Hoy me siento paria en mi propio país.” Después de negarle sus derechos, las autoridades se empeñan en quitarle el centro deportivo que alberga la Bubamara. Pašic´ intenta defenderse. Contacta a los directivos de su exclub del FK Sarajevo, quienes nunca le atienden las llamadas. A finales de abril de 2014 encuentra todas las puertas de la Bubamara cerradas con cadenas y custodiadas por agentes de seguridad privada. Presenta una demanda judicial. Sus abogados, todos exalumnos de la escuela de futbol, se lanzan en una batalla que amenaza con durar un mínimo de 10 años. La presión política es terrible. Finalmente, Pašic´ tira la toalla. Actualmente, el FK Sarajevo es dueño de las instalaciones de la Bubamara y la escuela ya no existe. “Todo eso es el resultado de los Acuerdos de Dayton que nos dividieron según criterios étnicos y religiosos, ratificando así la depuración étnica llevada a cabo durante la guerra. Ya no hay espacio en mi país para Bubamara. El Partido de Acción Democrática que nos gobierna destruye sistemáticamente todo lo que hice durante 20 años. “Me queda un solo consuelo. Más de 10 mil niños pasaron por mi escuela. Les sigo la pista a muchos. En su mayoría son buenos profesionistas. Unos 40 son excelentes futbolistas profesionales. Ninguno acabó en los rangos de los partidos políticos que pudren a Bosnia y Herzegovina.” Nuevo silencio: “No pasa una semana sin que encuentre uno que otro exalumno en la calle, en un restaurante o en el cine. Todos me dicen lo mismo: ‘usted me salvó del odio’. Y eso no me lo quita nadie.” Este reportaje se publicó el 29 de abril de 2018 en la edición 2165 de la revista Proceso.

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