Atrapados entre dos fronteras

sábado, 13 de abril de 2019 · 09:34
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Los últimos días han sido de extrema complejidad para las relaciones exteriores de México. Las presiones contradictorias ejercidas desde la frontera norte y la frontrea sur colocan al gobierno de López Obrador en una situación complicada. Atrapado entre dos fronteras contrastantes, en las que se juegan intereses imposibles de conciliar, el momento que se vive obliga al gobierno a tomar conciencia del margen tan estrecho de maniobra que se tiene cuando circunstancias internas en nuestros países vecinos ameritan tomar decisiones que, muy probablemente, serán erráticas y poco dignas, a más de dejar abierta una situación de alto riesgo en la frontera sur.  El ultimátum que presenta Trump en relación con la contención de los migrantes centroamericanos que atraviesan el territorio mexicano para llegar a los Estados Unidos tiene sus raíces en la campaña electoral para el 2020 que ya se ha iniciado. Parte de dicha campaña es el empeño de Trump en consolidar el apoyo de las bases que le dieron el triunfo en 2016. A ellas va dirigida la insistencia en la construcción del muro que los separe de México y las alertas sobre une emergencia nacional imaginaria que, según él, provoca la llegada de cientos de miles de refugiados centroamericanos al territorio de su país.  Las armas para presionar a México a fin de contener a los centroamericanos, o recibirlos cuando se les niega asilo, son muchas. Pueden ser cerrar la frontera, detener la ratificación del T-MEC o, por qué no, denunciar el TLCAN. Tales amenazas producen, con razón, enorme inquietud en México. Es evidente que su efecto sobre la economía puede ser devastador.  No se necesita el cierre total de la frontera; la demora para cruzar la aduana en Ciudad Juárez-El Paso produce ya pérdidas de millones de pesos.   El reto para el gobierno de López Obrador es grande; las posibilidades de enfrentarlo, limitadas. Nueve meses después de su elección, AMLO sigue en campaña. Al preguntar a los asistentes a un mitin que respondan a mano alzada si debe tener una política prudente ante las provocaciones de Trump, recibe apoyo y genera simpatías. Pero con ello no avanza un ápice en la construccion de una política que, por una parte, debe mantener buenas relaciones con quien puede ahogar a la economía mexicana y, por la otra, impedir que la frontera sur se convierta en zona de hostilidad y enfrentamientos.  Para lograr lo anterior se requiere de una gran habilidad diplomática, de un equipo profesional conocedor de las situaciones prevalecientes tanto en Estados Unidos como en Centroamérica; asimismo con experiencia en el diseño de estrategias para manejar situaciones de crisis y alcanzar objetivos de largo plazo. Ese equipo no existe. Los instrumentos para conducir la política exterior no están afinados; por el contrario, desentonan y hacen evidente que no hay quién lleve la batuta. Podrían contribuir a una estrategia de política exterior las opiniones de “expertos y think tanks” que, por lo visto, AMLO tiene en muy baja estima.  Cabe recordar que, en un primer momento, se dieron pasos muy acertados para hacer de Centroamérica un motivo de buen entendimiento entre AMLO y Trump. En la conversación telefónica sostenida entre ambos en julio del 2018, el recién electo presidente colocó sobre la mesa un proyecto conjunto de desarrollo integral para la región. Tal proyecto, que permitiría crear empleo, la única manera de detener la migración hacia el norte, contaría con un financiamiento en el que Estados Unidos participaría sustantivamente; al mismo tiempo se han buscado otras fuentes de financiamiento, así como el apoyo de la CEPAL, para trabajar la parte conceptual y operativa. De haber tenido éxito, hubiera sido la acción de mayor envergadura emprendida conjuntamente por México y Estados Unidos para el desarrollo de la zona sureste de México y el llamado triángulo del norte (Guatemala, Honduras y El Salvador). Desafortunadamente, el desarrollo de los acontecimientos durante los meses transcurridos desde julio del año pasado cambió totalmente el panorama. Superada la incertidumbre por la elaboración del Informe Müeller y eximido de acusaciones de arreglos con Rusia, Trump ha iniciado su campaña para el 2020. Desde luego, ha puesto fuera de sus prioridades cualquier intento de proporcionar apoyo a Centroamérica. Su objetivo es exactamente lo contrario: criminalizar cada vez más a los migrantes y suspender los programas de ayuda a los países del triángulo del norte que ya estaban aprobados desde hacía dos años. Lo más probable es que la Cámara de Representantes, ahora dominada por los demócratas, detenga una decisión tan descabellada.  Mientras Trump olvida cualquier compromiso con el desarrollo de Centroamérica, la región se adentra en un proceso grave de descomposición económica y política. Parte de ello son los flujos migratorios hacia el norte, que han tomado otras características y otras dimensiones. Encabezados por líderes que agrupan y dan línea a contingentes numerosos, representan un fenómeno poco conocido que, entre otras cosas, produce especulaciones y temores respecto al grado en que pueda estar penetrado por el crimen organizado. Dentro de las condiciones de poca coordinación en las filas del gobierno mexicano, las medidas que se han tomado para enfrentr la crisis y las declaraciones que se hacen son erráticas. El canciller ha dejado el tema en manos de la secretaria de Gobernación. Se ha pasado del discurso de apertura, el otorgamiento de visas por motivos humanitarios y permisos de trabajo a un franco giro hacia exigencias que conducen a limitar la entrada y a la deportación. La opinión pública da muestras claras de preocupación por la situación en ciudades fronterizas en las que los albergues están saturados y la presencia de los recién llegados no es bien recibida. El peligro de una ola de xenofobia está presente. No hay muchas esperanzas sobre lo que se avecina. Ya se aceptó convertir a México en una versión ligera de “tercer país seguro”, sin haber obtenido nada a cambio. Muy probablemente se intentará, sin posibilidades de éxito, sellar la frontera sur. Quedará entonces una bomba de tiempo en dicha frontera cuyas consecuencias se resentirán antes de lo esperado. Este análisis se publicó el 7 de abril de 2019 en la edición 2214 de la revista Proceso

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