'Días terminales”, cuentos de Alejandro Ordorica

jueves, 25 de julio de 2019 · 16:24
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Alejandro Ordorica Saavedra es un escritor y promotor cultural que también ha incursionado en la comunicación social y el servicio público, desempeñando altos cargos como titular del Programa Cultural de las Fronteras, Delegado Político de Tláhuac, Procurador Social del D.F., y director general de la Central de Abastos de la Ciudad de México. Durante la LVIII Legislatura presidió la comisión del D. F. y formó parte de la Comisión de Cultura. Ha colaborado como articulista en varios periódicos nacionales y ha conducido programas televisivos, como La imagen de la imagen y El sabor del saber. Es autor de poesía, cuento y ensayo, donde destaca su obra El hábito de Juana. Entre algunos de sus reconocimientos están el Premio Nacional de Periodismo 2016 y la Medalla al Mérito de las Artes 2017, otorgada por la Honorable Asamblea Legislativa del Distrito Federal. Días terminales (Lectorum, Marea alta. 118 páginas) es el libro de cuentos más reciente escrito por Alejandro Ordorica. Se divide en dos partes, la primera (“Del aquí al ahora”) incluye los relatos “Arcángel”, “Todo incluido”, “Al son de la muerte”, “Final de serenata”, “Los resucitados”, “Año viejo”, “Ring out”, “La era de Marcio Quintales, “De sol a sombra”, “Baúl”, “Un día menos”, “El árbol del infinito” y Espejismo”. La segunda (2050): “El último día de Adán”, “Club Matusalén”, “Y Dios cerró los ojos”, “MORGUE”, “Cierre extraterrestre”, “Polvos de septiembre”, “La estocada de Teseo” y “No despierta ni desnuda”. Ofrecemos a nuestros lectores el primer relato de la segunda parte, una sección dedicada a narraciones futuristas del año 2050. El último día de Adán (Para Martha Chapa) La selva había vigorizado no sólo su ánimo. Ahora, Adania sentía una renovada energía de pila por estrenar, dueña de tal agilidad mental, que le abría menos caminos por recorrer. Tenía motivos para sentirse satisfecha y realizada. Las mujeres alcanzaban ya logros difíciles de imaginar dos o tres décadas atrás: ganaban lo mismo que los hombres, los índices de violencia intrafamiliar se redujeron, las prestaciones laborales se habían adicionado en cantidad y calidad, e incluso los piropos eran una especie en extinción, y otras tantas conquistas que habían reducido los motivos de su lucha a favor de la equidad de género. Aun así, ella sentía que faltaba una acción culminante e inolvidable que sellara la larga etapa llena de misoginia, discriminación y abusos, a la vez que inaugurara un ciclo de libertades, justicia y bienestar plenas, cerca ya del año 2050. Su viaje a la selva amazónica empezaba a germinar. Incluso cuando repasaba en el avión, de regreso a su tierra, la movilización que año con año protagonizaba la organización a la que pertenecía y de la que era fundadora junto con otras cien mujeres, desde hacía veinte años. En esta ocasión cumpliría justo un aniversario de alto significado y cuya conmemoración no debía ser como uno más de sus congresos anteriores. Cuando repasaba el plan de trabajo de la gran reunión que se avecinaba en un par de meses más, confirmó la idea que le llevaba a ese país aprovechando uno de los tres periodos vacacionales de que disfrutaba. Poco antes de aterrizar vio primero tras la ventanilla un enorme manchón verde e imaginó luego un gigantesco e inabarcable territorio esmeralda, donde la naturaleza, en un arrebato milenario, había trazado una sucesión casi interminable de telones entretejidos por hojas, ramas, hierbas, árboles de todos tamaños y colores que despedían aromas de humedad eterna, creando una sinfonía floral y fáunica. Frente al chamán que la introdujo en una marejada de señuelos esotéricos, previa ingesta de un brebaje junto al cúmulo impronunciable de especias, y de la promesa de practicar esa mágica cirugía, sintió un sereno regocijo. Apenas se trataba de la preparación de un ritual que tendría que desdoblarse en un segundo encuentro para ejecutar finalmente la intervención, invisible a sus ojos. Antes de partir de nueva cuenta y adentrarse a sus congéneres, en una de sus reuniones, que estaba pensando en una especie de performance público para celebrar el XX aniversario de su grupo “Cien para mil y una”, con un acto que finiquitaría cualquier vestigio machista que hubiera podido subsistir residualmente dentro de su sociedad, como si se tratara de una profilaxis final y definitiva, de tipo per secula seculorum, aunque no exenta de cierto vaho utópico. En ese intercambio de opiniones, si bien estuvieron de acuerdo con ella, máxime que era la presidenta en turno del periodo trianual 2048-2050, no dio mayores datos ni detalles de su propuesta, ofreciendo eso sí una impactante e inolvidable sorpresa. Los temas abordados en esa sesión habían sido predominantemente de carácter administrativo y presupuestal, además de rendirse un informe general de actividad que se aprobó por unanimidad, casi sin ser escuchado ni comentado. En el apartado de Puntos Generales, ella levantó la mano y pidió el uso de la palabra para hacer una gozosa alusión con la promesa de ser brevísima e irse a comer juntas, como lo acostumbraban las integrantes del Consejo Consultivo-Directivo, no sin antes presumir de los abrumadores avances conseguidos, los cuales eran todavía empañados, como lo dijo textualmente:
 “Por un eclipse fugaz que de repente nubla nuestro irreversible movimiento feminista, debido a esa alegoría bíblica de que existimos gracias a una costilla que nos donó Adán, pero…”
Todas las presentes se animaron, festinaron el comentario y le aplaudieron sin dejar que terminara el breve mensaje prometido, por las ganas de irse a celebrar ya a “Evania”, su restaurante favorito, libre de meseras. Aparecía el comentario recurrente de la sobremesa, convertido casi en un apotegma, de que su lucha no había sido ni era ni sería contra los hombres, sino a favor de las mujeres. Rumbo a su segunda visita al brujo selvático, en pleno vuelo repensó la estrategia que la motivaría desde el primer viaje a ese poblado a orillas del río más grande del mundo, que exigía para llegar ahí conjuntar transporte aéreo, terrestre y naval. Pasar sí, primero por la capital y enseguida transportarse en automóvil a lo largo de una estrecha carretera y tomar luego una brecha polvorienta hasta el pequeño poblado, para después embarcarse en un lanchón que recorría parte de las márgenes del Amazonas hasta una choza donde le esperaba el chamán y su reducida comitiva, donde celebraría el extraño ritual de extraer sin dolor esa pieza que ella había seleccionado de su propio cuerpo y obsesivamente tenerla entre sus manos. La recostaron entonces en un camastro de madera con abundante maleza, colchón supletorio que facilitó la horizontalidad corporal y el suministro de un brebaje que fue anunciado y elevado ante su vista convertida ya en lánguida mirada, como de los dioses mismos de la extraña liturgia del vicario sacerdocio, el celebrante procedió a la extracción virtual y simuló entregarle en las manos de ella, esa parte tan deseada. Una vez recuperada del letargo momentáneo, depositó la pieza cuidadosamente primero en su maletín de viaje, y posteriormente, ya en el hotel donde se hospedaría para su vuelo de retorno, acomodaría discretamente su malera, aunque temió que la descubrieran en la aduana del aeropuerto del país que visitaba o ya de regreso en el suyo. Decidió por fin reacomodarla en su corsé mismo y no correr riesgo alguno ni despertar sospechas innecesarias, pues aunque no había una prohibición expresa, podrían llegar a retirársela con alegatos de algún código sanitario. Su proyecto empezó a tomar entonces visos de realidad y eso la emocionó todavía más adentro de las propias entrañas que removió virtualmente el llamado médico del alma. Un secreto que con sigilo ella había resguardado hasta el día mismo de la celebración multitudinaria en la Plaza de las Revoluciones, donde con tono discursivo y bien enraizada en la tribuna, dijera triunfante, fluida y ardorosa ante miles de mujeres congregadas por su organización en tal feliz aniversario:
“Amigas y compañeras, hoy finiquitamos por fin esa historia milenaria y decadente de que las mujeres provenimos del varón…”
Y tras relatarles a continuación y brevemente la reciente historia vivida, metió sutilmente la mano en su blusón, a la altura del costillar, como lo había ensayado tantas veces frente al espejo de su recámara, para extraer aquella estirada y real osamenta:
“¡Aquí está la legendaria costilla de Adán que me quité voluntariamente para simbolizar y acabar con el último de los mitos de una historia truculenta que nos ha humillado por siglos… Nosotras no provenimos del hombre, somos igual que ellos desde el principio de los tiempos… Sí, compañeras, ¡fuimos y seremos mujeres al cien por ciento!”
Los aplausos tronaron entre los estirados edificios que circundaban la plaza, a la vez que la costilla pasaba de mano en mano hasta quedar hecha trizas, como si se tratar del último día de Adán en la Tierra.

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