Infodemia y verdad

jueves, 4 de junio de 2020 · 11:29
La infodemia, una palabra nueva que nace del exceso informativo que genera el brutal desarrollo de los medios de comunicación, una especie de cáncer donde la proporción humana de la palabra se reproduce enloquecidamente dañando el cuerpo social, es algo que estaba allí desde hace mucho tiempo. Nadie, pese a las evidencias de los daños que ya hacía, había reparado con seriedad en ella hasta que el presidente se volvió objeto de la enfermedad. Mientras la infodemia no lo tocó o servía a sus intereses, el mal no existía, como no existió por algún tiempo en su pensamiento la letalidad del covid-19. Por desgracia y pese a que el presidente reparó en la necesidad de enfrentarla, no hay en el fondo de sus señalamientos una intención de generar un consenso nacional para contenerla. Para él, la enfermedad –a la que cada analista, reportero, activista se enfrenta cuando ejerce su derecho a hablar– está en sus críticos. El caso más evidente son los desmesurados y espantosos ataques que recientemente Carmen Aristegui ha sufrido por haber desnudado, a partir de las quejas presidenciales, la infodemia que afecta a la agencia de información más importante del Estado, Notimex. Pese a la puesta en evidencia del foco infeccioso que representa esa agencia, pese a la seriedad con la que Carmen Aristegui maneja la información, pese a las simpatías que la propia Carmen tiene por el presidente, no ha habido por parte de éste una acción de sanitización. Con su silencio y su protección a quienes están a la cabeza de la agencia, con su constante aludir a enemigos que quieren destruirlo y destruir la transformación del país, sus correligionarios y sus granjas de bots identifican a Aristegui como una depositaria de esa enfermedad a la que, curiosamente, atacan con la misma enfermedad que pretenden combatir. Cegados por la ideología, la infodemia para el presidente y sus correligionarios existe en cualquier lado, menos en ellos. Incapaces de distinguir, de separar la buena información de la mala, las fake news de la verdadera, la opinión razonable de la que no lo es, el foco de infección del espacio saludable; al englobar todo lo que no les agrada bajo palabras amibas –que perdieron ya sus contornos significantes– como “conservadores”, “neoliberales”, “corruptos”, proceden como aquellos que lanzan cloro al personal médico por el simple hecho de estar en la primera línea de la enfermedad. No importa lo que hagan. El simple hecho de pertenecer a ese gremio los condena a ser violenta, cobarde y estúpidamente sanitizados. Como no ha dejado de hacerlo con gran parte de las instituciones creadas por la sociedad, el presidente confunde, mediante falsos silogismos, a las personas con el medio: “si en los medios de comunicación hay infodemia, todos los que desde ellos me critican están enfermos”. Esto no justifica los ataques arteros de los que han sido objeto el presidente y sus simpatizantes en las redes sociales. Describo simplemente un fenómeno que desde la propia presidencia se ha alimentado y que de la misma forma perversa utilizan quienes realmente son sus enemigos. Si el presidente, a partir de las evidencias mostradas por Aristegui, hiciera un trabajo de saneamiento de la infodemia que corroe a Notimex –parte de su promesa de limpiar las escaleras de arriba abajo–, fincaría un precedente muy importante para desarrollar una política nacional que limite la enfermedad de uno y otro lado. No lo hará, por desgracia. Contra su cristianismo –la fuerza que habita en la debilidad–, el presidente preferirá, como lo ha hecho hasta ahora, alimentar la enfermedad y combatir a través de ella todo lo que no se le parece o que pareciéndosele tiene la lucidez de disentir cuando se equivoca, traiciona su palabra o sus principios no empatan con sus métodos. Para muestra, los invito a leer los comentarios a este artículo cuando aparezca en el portal de Proceso o la manera en que los medios adictos a él nos trataron durante la Caminata por la Verdad, la Justicia y la Paz, que las víctimas realizamos en enero. Las enfermedades le van como anillo al dedo al presidente. Las alimentará para destruir, conservarse y conservar una transformación que, como las palabras en las que engloba a todos los que osan disentir, carece ya de contornos. ¿Hay un antídoto contra esa enfermedad? Sólo conozco uno: la verdad. “La verdad –dice la fe que el presidente y yo compartimos, pero que no vivimos ni experimentamos de la misma manera– los hará libres”, la verdad que, agrega Georges Bernanos, duele y sólo después consuela, la verdad que habita en las resistencias democráticas y en la defensa de los espacios ganados legítimamente; la verdad que está en los pueblos indios contra los megaproyectos; en los artistas, científicos, académicos que se resisten a la unidimensionalidad del pensamiento y de la libertad creadora; en los cineastas que defendieron Fidecine, en la víctimas que se oponen al olvido y al crimen; en las mujeres que defienden su dignidad; en los médicos que, sin dejar de denunciar la falta de insumos, no abandonan a quienes deben proteger; en Carmen Aristegui y en todos aquellos que desde la palabra en los medios no dejan de iluminar la verdad, a pesar de la infodemia que busca culparlos. Además, opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, detener la guerra, liberar a todos los presos políticos, hacer justicia a las víctimas de la violencia, juzgar a gobernadores y funcionarios criminales, esclarecer el asesinato de Samir Flores, la masacre de los LeBarón, detener los megaproyectos y devolverle la gobernabilidad a Morelos. Este análisis integra el número 2274 de la edición impresa de Proceso, publicado el 31 de mayo de 2020 y cuya versión digitalizada puedes adquirir aquí

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