García Márquez: Los años tensos

sábado, 3 de octubre de 2009 · 01:00
Gerald Martin, profesor emérito de la Universidad de Pittsburgh y especialista en narrativa latinoamericana, acaba de publicar su libro Gabriel García Márquez Una vida, el cual le llevó 17 años de trabajo Esta extensa biografía del Nobel colombiano ?de 762 páginas? muy pronto circulará en México bajo el sello de la editorial Debate Con permiso de la casa editora, Proceso publica extractos del capítulo titulado "La Revolución cubana y Estados Unidos (1959-1961)", en el que se narran las vicisitudes del joven García Márquez cuando trabajaba en La Habana y Nueva York para la agencia de noticias Prensa Latina, junto con los periodistas argentinos Jorge Ricardo Masetti y Rodolfo Walsh El triunfo de la Revolución cubana acababa de darse Nikita Kruschev apoyaba abiertamente a Fidel Castro En contraparte, el presidente estadunidense John F Kennedy realizaba la invasión a Bahía de Cochinos? y García Márquez, inserto en el centro del conflicto, padecía uno de los más álgidos momentos de la Guerra Fría, añorando escapar a un puerto más tranquilo: la Ciudad de México
En septiembre de 1960, el argentino Jorge Ricardo Masetti, fundador de Prensa Latina, pasó por Bogotá de camino a Brasil Masetti, con una belleza propia de una estrella de cine y una apostura capaz de rivalizar con su amigo y compatriota Ernesto Che Guevara, se había enfrascado ya en una lucha desesperada contra el sectarismo del Partido Comunista, una cuestión que había abordado con frecuencia en La Habana con Plinio Mendoza Durante su fugaz visita de dos días a Bogotá, Masetti visitó a García Márquez en su casa y les dijo a Mendoza y a él que ya no podía permitirse contar con dos personas de confianza en Colombia ¿Cuál de ellos, les preguntó, tenía ganas de marcharse a otro destino? A pesar de ser soltero, Mendoza, que ya había estado en Cuba en siete ocasiones aquel año, así como en San Francisco con motivo de una reunión de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), dijo que quería quedarse en Colombia, de modo que García Márquez, quien había congeniado con Masetti de buen principio, aceptó irse La idea era que pasara unos meses yendo a La Habana con frecuencia a fin de orientarse acerca de los últimos métodos de Prensa Latina y formara a nuevos periodistas, antes de que lo mandasen a desempeñar algún cometido específico Partió casi de inmediato, vía Barranquilla, donde dejó a Mercedes y Rodrigo para que pasaran otras vacaciones con la familia Barcha
         En los tres meses siguientes viajó a La Habana por lo menos en cuatro ocasiones, en una de las cuales permaneció en la isla durante un mes La Habana era una ciudad sitiada, que se debatía para avanzar por la senda revolucionaria en medio de constantes temores de contrarrevolución y lidiaba con la posibilidad cotidiana de una invasión de Estados Unidos que parecía inevitable Castro había nacionalizado numerosas empresas aquel mismo año, y en agosto había expropiado al fin todos los intereses estadunidenses para desquitarse de la "agresión económica" de la gran potencia Un mes antes, Kruschev había prestado su apoyo a la reivindicación histórica de Cuba, que reclamaba el enclave estadunidense de Guantánamo en el punto en que las relaciones empezaban a endurecerse El 3 de septiembre, el dirigente soviético exigió que Naciones Unidas se trasladara de Nueva York a una ubicación más neutral; el 29 de ese mismo mes estaría aporreando el escritorio con el zapato en la propia sede de Naciones Unidas y abrazando ostentosamente a Fidel Castro Sin asomo de dudas era la guerra, o cuando menos el preludio de la misma
         Las oficinas de Prensa Latina estaban apenas a un par de calles del Malecón, la avenida que sigue el sinuoso perfil de la orilla caribeña de La Habana Las carreteras de acceso a la ciudad estaban cerradas con barricadas de sacos de arena y controles, y había soldados revolucionarios haciendo guardia a todas horas Mientras permaneció en La Habana, García Márquez compartió un pequeño apartamento en el vigésimo piso del edificio del Retiro Médico con un periodista brasileño, Aroldo Wall Tenían dos dormitorios, un salón y una terraza con vistas al mar
Comían en el restaurante Cibeles, en los bajos del edificio, o en otros establecimientos de los alrededores Durante los tres meses que pasó yendo y viniendo de La Habana, estos fueron prácticamente los únicos lugares que vio García Márquez Sin embargo, volvía a verse embarcado en un proyecto aún incipiente que exigía que todo el mundo, incluido él, se empleara a fondo para alcanzar los límites mismos de sus posibilidades No había horario de ninguna clase; todo el mundo trabajaba siempre que fuera necesario y a diario surgía alguna nueva crisis A veces se escabullía al cine por la noche, y al volver a la oficina bien entrada la noche, Masetti todavía estaba allí; con frecuencia García Márquez se ponía a trabajar con él hasta las cinco de la mañana, y luego Masetti volvía a llamarlo a las nueve En poco tiempo se infiltraron en la oficina de los comunistas ortodoxos, liderados por el influyente y experimentado Aníbal Escalante, que al parecer conspiraban para hacerse con las riendas de la revolución desde dentro; en una ocasión, Masetti y García Márquez incluso los sorprendieron organizando una reunión secreta a altas horas de la noche Los partidarios de la línea dura (que en Colombia se conocen como mamertos), "dogmáticos" y "sectarios", que en Cuba tenían una larga trayectoria de colaboración, a veces "oportunista", con partidos y gobiernos "burgueses" y "reformistas", sospechaban de cualquiera que no fuera miembro del partido Se guardaban la información para ellos, trataban de canalizar las políticas de la nueva revolución desde perspectivas soviéticas y con retórica y doctrinas al estilo de Moscú, y saboteaban las iniciativas que otros emprendían, aun cuando convinieran a los propósitos del nuevo gobierno Al ver esto desde cerca, como entonces era el caso, García Márquez extraería lecciones amargas que marcarían su actitud y su activismo políticos en el futuro Y ya empezaba a preguntarse lo mismo que se planteaba prácticamente todo el mundo en la isla, y que seguirían preguntándose casi medio siglo después: ¿qué pensaba Fidel de todo aquello?

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