Ignacio Padilla, integrante de la Academia Mexicana de la Lengua

jueves, 27 de septiembre de 2012 · 21:52
MÉXICO, D.F. (apro).- Ignacio Padilla, narrador, ensayista, crítico literario, cronista, autor de obras para niños y escritor de prólogos; animador y promotor de la lectura, dramaturgo, conferencista y catedrático, ingresó hoy a la Academia Mexicana de la Lengua, como académico correspondiente en Querétaro. En entrevista, Padilla reconoció que se siente “tremendamente honrado y afortunado” por poder estar cerca y aprender de hombres y mujeres a los que admira, “tan sabios, tan apasionados de la lengua, tan dispuestos a mantenerla fresca y viva”. “Son todos mis maestros, a los que no puedo no querer. Me emociona y me compromete también esta oportunidad de aportar, en la medida de mis posibilidades y de mis muchas limitaciones, mi propio cariño por las lenguas de México, mi avidez por registrar las voces de Querétaro, las de mi generación, las del habla que cada día se transforma en la expresión de mis hijos, de mis cómplices, de los lectores y de los contadores de historias.” Oriundo de Querétaro, Padilla es autor de una veintena de libros: Subterráneos (1990), Trenes de humo al bajoalfombra (1992), Los papeles del dragón típico (1993/2001), Últimos trenes (1994), Imposibilidad de los cuervos (1994/2000), La catedral de los ahogados (1994), Si volviesen Sus Majestades (1996/2004), Las tormentas del mar embotellado (1996/2001), Amphitryon (2000), Las antípodas y el siglo (2001), Crónicas africanas. Espejismo y utopía en el Reino de Swazilandia (2002), Una forma falsa de verdad (2003), El diablo y Cervantes (2006), El peso de las cosas (2006), Heterodoxos mexicanos (2006), Si hace Crack es Boom (2007), La vida íntima de los encendedores (2009), El androide y las quimeras (2008), Por un tornillo (2009), Todos los osos son zurdos (2010), Los anacrónicos (2010), Estigmas de la amnesia: arte y olvido de los sismos de 1985 (2010), La isla de las tribus perdidas (2010). Varias obras suyas han sido traducidas a diversas lenguas como inglés, francés, italiano, alemán, portugués, neerlandés, turco, ruso, polaco, griego, coreano, sueco y hebreo. La ceremonia se efectuó está noche en el Palacio de Bellas Artes, donde leyó el discurso Elogio de la impureza. La reportera la preguntó por qué ese tituló, y precisó que le interesa compartir en ese texto su historia literaria y lingüística: “Quiero contar mi accidentado idilio con las academias universitarias, literarias y lingüísticas, y al mismo tiempo, abogar por la importancia que, a mi entender, tienen la impureza, la ambigüedad y el humor como elementos fundamentales de cualquier lengua viva y moderna. Contra el anquilosamiento y la obsesión purista, la lengua se hace como la hizo Cervantes: a partir de la escucha, el reconocimiento y la organización del habla y de su uso cotidiano; la lengua viva es gestante y dialogan, es un espacio del espíritu que debemos defender contra la rigidez y la obsesiones de la corrección política y la idea de pureza que tanto daño nos hizo durante el siglo XX.” --¿Cuáles son sus compromisos para con esta academia? --En primer lugar, aprender, escuchar, comprender, festejar a la lengua. El resto es contribuir a esta nueva era de una academia que se refresca, que se abre y que procura extender sus servicios, sus registros y su propio aprendizaje a todas las lenguas, todas las voces y todos las maneras del habla en la integridad del territorio nacional, y aun en el resto del mundo hispanohablante.” --¿Qué le parece que haya sido Vicente Leñero, quien lo recibió? --Es acaso lo más importante de esta ceremonia, y también, cómo negarlo, uno de los pasajes más emocionantes de mi vida como contador de historias. Contar con las palabras de un hombre tan generoso y de un escritor de esa magnitud me abruma porque me compromete con una literatura que Vicente Leñero ha dignificado y construido aún desde antes de que yo leyese mis primeras líneas. --Usted es narrador, ensayista, crítico literario, cronista, autor de obras para niños y dramaturgo, en fin, ¿qué le gusta más hacer? y ¿por qué? --Soy ante todo un contador de historias. Siempre estoy escribiendo cuentos, o quizá un mismo cuento: el de mi imaginación. A veces esos cuentos se desmadran, crecen para convertirse en novelas o en obras de teatro o en ensayos, me piden que los cuente desde otro género. Pero siempre conservan su raíz en el cuento. Con frecuencia se me ocurre que en realidad todos estamos escribiendo, en distintos géneros, capítulos de un cuento enorme que nunca terminaremos, por fortuna. --¿Qué le preocupa respecto a la literatura mexicana? --Me preocupa bastante poco. La veo flamante, versátil, inteligente y audaz. Sólo me preocupa que nos alejemos de la literatura exigente y que recaigamos, por las seducciones de la industria o la pereza, en el menosprecio al lector inteligente y participativo que marcó buena parte de nuestras letras en los años ochenta. --¿Qué mensaje ofrece a México que durante estos últimos años padece una guerra contra el narcotráfico y el resultado es más de 60 mil muertos. --Sólo recordarles que esos muertos están allí desde mucho antes, y que son muchos más, y que la muerte de cada hombre nos disminuye porque somos parte de la humanidad.

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