Dogville: La 'normal” violencia hacia las mujeres

lunes, 26 de noviembre de 2018 · 09:28
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- Dogville fue una película que en 2003 provocó gran polémica por la propuesta artística del danés Lars Von Trier tanto por el hecho de que todo sucedía en un foro cinematográfico, como por el narrador omnisciente que cuenta la historia y el tono cándido utilizado para cuestionar la barbarie humana. Ahora se presenta en teatro en la versión en español de Miguel Cane y la dirección de Fernando Canek. El universo que plantea Dogville pone en la mesa de la discusión la lucha del bien y el mal, los orígenes perversos del alma humana, la animalidad que prevalece en los seres humanos y la maldad intrínseca de un cuerpo social que emerge desde cualquier rendija de la sociedad. En Dogville una mujer -Grace-, llega a un pueblo huyendo de sus perseguidores y es admitida en el a cambio de trabajo y humillación. Ella, lo acepta sumisa y frente a la presión de ser aceptada por este grupo social permite el inicio del abuso hacia su persona. Este abuso va creciendo conforme los habitantes se sienten beneficiados y poderosos sobre ella hasta que los hombres del pueblo se dan el derecho de violarla diariamente, con la justificación –como sucede en nuestra sociedad- que es ella la que lo permite, la que lo provoca, que se lo merece y peor aún, que es a ella la que le gusta ser violentada. Siguiendo este argumento machista, llegarían a la conclusión de que a ella también le hubiera gustado que la mataran; porque lo que seguiría en la trama de Dogville, si es que no llegan los gángsters -“el mal del padre sobre la hija”-, es el feminicidio inmediato por parte de todo el pueblo, sin importar la mano ejecutora. Mientras suceden estos hechos atroces, el cuerpo social guarda silencio porque quiere liberarse de ese resquicio de culpa que tal vez sientan y porque cada individuo del colectivo podría cuestionar a su conciencia respecto de la violencia que ha ejercido sobre las mujeres y pueda sentirse victimario también. Por eso desvían la mirada y normalizan el comportamiento. Dogville, que se ha llevado a escena en diferentes partes del mundo como Alemania, Israel, Grecia y España, es una obra que también cuestiona el ejercicio de poder en diferentes niveles. Está el poeta, intelectual, filósofo ególatra que manipula/dirige a un pueblo para tomar decisiones y que emerge y se construye como el salvador de la víctima, Grace, de la que dice estar enamorado, pero que en realidad de lo que está enamorado es del poder que ejerce sobre ella y a la cual traiciona para salvarse a sí mismo con el pretexto de salvar a su pueblo. Jack, el ciego del pueblo, que se sobrepasa metiendo la mano en el cuerpo de Grace sin su permiso y Chuck, su primer violador, que se cree con el derecho de tocarla primero y violarla después, con la justificación de que lo hizo porque la amaba y más insistentemente, porque ella lo provocó. Frente a este falso amor hacia la víctima, se presenta más violentamente la condena de las mujeres hacia Grace. Chuck acusa a Grace frente a su mujer por haberlo seducido, y como dentro de la ideología dominante patriarcal se le cree al victimario y no a la víctima, ellas ni siquiera preguntan por la verdad de ella, sino que la condenan. Grace se resigna y acepta todo el mal que se le está infringiendo, como una metáfora de la bondad humana, como señalan algunos análisis respecto a este personaje, aunque podemos cuestionar este énfasis en la pasividad de ella, sin ningún viso de cuestionamiento o rebeldía frente a la injusticia que está viviendo como posible alternativa frente al conflicto. Ella es incapaz de cualquier cosa y sólo espera ser salvada por el hombre que dice amarla. Uno se lo pregunta porque pareciera que la única solución a esta maldad ejercida hacia las mujeres, es la venganza y la destrucción. Es durísimo observar la maldad desde múltiples dimensiones. Desde lo sutil y normalizado: como sucede al inicio en donde la explotación laboral hacia ella es a cambio de la protección que el pueblo le brinda, hasta la violación diaria en este pequeño pueblo del inframundo, que mucho tiene que ver con la explotación de mujeres en nuestro país. Tanto en la película de Lars Von Trier como en la versión en español de Miguel Cane que se presenta en el Teatro Helénico, se utiliza al narrador como guía de la historia. En la película es una voz en off la que cuenta, y en la obra de teatro, acertadamente, los personajes se convierten en narradores; salen de su personaje y hablan de los acontecimientos por encima de ellos. La narración fría e idealizada es como si nos estuvieran contando un inocente cuento infantil. Nos hablan de barbaridades y utilizan un lenguaje “rosa” que contrasta con lo que estamos viendo. Por ejemplo, para nombrar a las violaciones constantes que padece la protagonista, simplemente dicen: “acosos nocturnos”, como sucede dentro del lenguaje que actualmente se utiliza para nombrar la violencia de género. A este triunfo de la maldad sobre la bondad humana, -que es como los análisis de la película, la refieren- Dogville es una crítica feroz a esta normalización de la violencia. Si observamos e incluimos en la reflexión el hecho de que sea una mujer la que es víctima de este poder, podemos hablar de cómo el patriarcado implementa y justifica la violencia sobre las mujeres y estructura todo un sistema para perpetuarla. Nos escandalizamos del artículo periodístico reciente con el encabezado de “Agentes de la PGR violan, queman y torturan sexualmente a detenidas” donde se menciona que la tortura sexual es cuatro veces mayor en mujeres que en hombres. Y también de la violencia que se ejerce en el ámbito privado y profesional en el que a la mujer se le minimiza, invisibiliza y violenta. Fernando Canek, el director de Dogville, traslada de la manera más fiel posible, la película al teatro, lo cual le hace perder posibilidades escénicas a la propuesta. En cine, el planteamiento era hacerla como teatro, en teatro, ¿cómo sería? En el Teatro Helénico, cuyo foro es muy pequeño, se amontonan los espacios y los personajes, a diferencia de la película donde transitaban por toda una nave para filmar. La actriz Ximena Romo, muy débil y plana en su interpretación, usa un peluca rubia a la Nicole Kidman y las convenciones sonoras para abrir y cerrar puertas que se realizan en la película, también se actúan aquí con pantomima y se agregan, a veces sí y a veces no, a objetos diversos. Las actuaciones son de primer nivel pero la dirección de actores es desigual. Entre los actores se encuentran Mercedes Olea, Carmen Delgado, Luis Miguel Lombana, Pablo Perroni y Judith Inda. Dogville en el escenario del Helénico, es una propuesta difícil pues hay 18 actores en escena y más de 10 espacios conviviendo en simultaneidad. La propuesta escénica se sostiene y sale adelante, aunque le hubiera beneficiado apretar la primera parte de la trama. La experiencia de ver este Dogville en el teatro, es estrujante y mantiene su fuerza original a través de un cuestionamiento radical sobre la conducta humana. Es una obra de teatro muy oportuna para observar el mal en las violaciones, los abusos, los acosos y las intimidaciones que vivimos las mujeres, teniendo como fachada el “Ay, no es para tanto” y que son solapadas por toda una sociedad que encubre las responsabilidades de los individuos.

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