Alemania: la matanza y el affaire

lunes, 28 de diciembre de 2009 · 01:00

BERLÍN, 25 de diciembre (apro).- Los dos camiones-cisterna salieron de Kundus a las 12:30 horas del 3 de septiembre pasado. Iban en dirección a Kabul. Pero a poco de partir, unos 25 hombres armados les cerraron el paso.

Abdul Malek, quien conducía uno de los camiones, percibió de inmediato que los hombres eran talibanes. “Pero su vestimenta era inusitadamente pobre y muchos de ellos iban descalzos”, relató el pasado 13 de diciembre el conductor, de 42 años, a Spiegel Online.

A punta de AK-47, los talibanes le dijeron que desviarían los camiones hacia sus pueblos, ya que necesitaban la gasolina. Amenazaron con matarlo si se resistía, contó Malek.

Algunos se subieron en las cabinas de los camiones; el resto trotaba detrás. Ninguno de los hombres parecía llevar la voz cantante, comentó el conductor. En todo momento se comunicaban por teléfono con Abdul Rahman, un líder talibán del sur de la ciudad, de quien recibían instrucciones.

Después de atravesar un pueblo, llegaron al río Kundus. No pudieron cruzarlo. Los dos camiones se atascaron en un banco de arena junto a la orilla. Los talibanes se pusieron muy nerviosos. Insultaron a Malek y lo golpearon con sus fusiles. El conductor del otro camión fue asesinado a tiros.

Finalmente, los hombres comenzaron a llamar por teléfono a gente de pueblos vecinos, para que llegaran con bidones al lugar. Muy pronto se juntaron unas 200 personas.

Reinaba el caos.

“Armados había sólo 40 o 50, que organizaban las filas en las que la gente esperaba”, dijo Malek. Recordó que había también algunos con la cara encapuchada, pero que el resto "eran seguramente campesinos de los pueblos. Muchos conocían a los talibanes armados, los saludaban por su nombre y les agradecían la gasolina", señaló el conductor. "En esos pueblos es muy difícil decir quién es talibán y quién no lo es".

A las 20:00 horas, un informante afgano reportó el secuestro de los dos camiones-cisterna al cuartel del Ejército alemán en Kundus.

Sobre las 22:00 horas, el informante dijo que los camiones habían quedado varados junto al río. Más o menos a esa hora, según relató el conductor Malek, el líder Abdul Rahman llegó hasta el banco de arena en un patrullero que los talibanes le habían birlado a la policía afgana. Se quedó sólo unos diez minutos. Los demás lo reconocían como líder, contó Malek, quien no cree que Rahman haya muerto en el ataque aéreo.

A las 0:00 horas del 4 de septiembre, el bombardero B-1 de la OTAN "Bone 22" localizó los camiones encajados y transmitió las primeras imágenes en blanco y negro hacia la comandancia del cuartel alemán en Kundus, a unos 15 kilómetros de distancia.

Allí estaban el coronel Georg Klein, comandante del cuartel, el sargento mayor W., cuyo nombre en clave era Roter Baron (Barón Rojo), y posiblemente algunos efectivos de la fuerza de operaciones especiales alemanas KSK.

En el banco de arena, el conductor Malek también escuchó ruido de aviones. "Era extremadamente silencioso, evidentemente volaba muy alto, pero en Afganistán conocemos ese ruido de los aviones de combate", dijo en la entrevista referida.

"Algunos de los hombres que estaban junto a los camiones seguramente también lo oyeron, pero la mayoría discutía acerca de quién recibiría primero su gasolina".

 

Día en plena noche

 

A las 0:48 horas, el bombardero B-1 volvió a su base para reabastecerse. Dos minutos más tarde, el comandante alemán solicitó apoyo aéreo a la central de la OTAN. Desde allí se le contestó que un contacto con el enemigo (Troops in contact) era condición indispensable para el envío de aviones de combate.

El comandante alemán afirmó que éste existía, a pesar que en los alrededores no había soldados de la OTAN ni del Ejército afgano.

A la 1:08, dos cazabombarderos estadunidenses F-15 comenzaron a sobrevolar el banco de arena a gran altura. Malek contó que los talibanes estaban muy nerviosos. Hablaban constantemente por teléfono.

Algunos de ellos se retiraron del lugar. "Advirtieron a la gente que se apartara de los camiones, que iba a haber un ataque aéreo –comentó--, pero nadie quería quedarse sin su gasolina."

El conductor fue llevado a la orilla del río, a unos 50 metros de los camiones. Sus captores discutían si sería mejor matarlo o pedir un rescate a la empresa de transporte para la que trabaja. Según sus cálculos, había unas 120 personas alrededor de los camiones.

La comunicación entre la comandancia germana y el cazabombardero estadunidense al frente del operativo se tensó a partir de la 1:30 horas. La discusión versaba en torno a la cantidad y el tipo de bombas a utilizar.

El piloto propuso realizar un vuelo rasante sobre los camiones cisterna, antes de arrojar las bombas, para dispersar a las personas a su alrededor. La respuesta fue negativa. Los alemanes le ordenaron alistar una única bomba de 2 mil libras. "El comandante tenía por objetivo a las personas, no a los vehículos", figura en este punto del informe de la OTAN.

Alertado sobre las intenciones del ataque, el piloto propuso contactarse con el jefe de la misión de la ISAF (International Security Assistance Force), el general estadunidense Stanley McChriystal, para pedir autorización.

El comandante alemán insistió en la orden de atacar. El piloto preguntó entonces si la situación entrañaba “amenaza inminente”. La respuesta fue afirmativa. Dos bombas de 500 libras, del tipo GBU-38, cayeron a la 1:50 horas.

“No voy a olvidar nunca ese momento”, relató el conductor Malek. "Primero fue un fuerte zumbido, como el cortocircuito de un generador. Después fue como un rayo. Yo me dejé caer hacia adelante y me sumergí en el agua, pero incluso allí sentí la onda expansiva. Durante segundos aclaró como si fuera de día. El agua se calentó. Cuando emergí, alrededor de los camiones todo estaba en llamas. Parecía como si la tierra escupiera fuego. Hacía un calor insoportable, y por todas partes había cadáveres calcinados."

En http://www.youtube.com/watch?v=8O4eM0KjtO4 es posible ver imágenes de lo ocurrido.

Malek corrió al igual que otros sobrevivientes. Se escondió hasta el amanecer. Durante toda la noche pudo oír el paso de los pobladores trasladando heridos y cadáveres para su entierro.

 

Talibanes y civiles

 

A primera hora de la mañana del 4 de septiembre, la cadena de noticias Al Jazira habló de 50 a 60 muertos civiles. El general McChrystal mantuvo durante ese día tres video-conferencias con el general de brigada Jörg Vollmer, jefe de las fuerzas alemanas en Afganistán, según publicó Spiegel Online, el 16 de diciembre.

McChrystal estaba furioso. Ya había estado en el lugar de los hechos. El informe preliminar de sus soldados hablaba de muertos civiles y heridos en los hospitales. También la Policía Militar alemana había estado en el lugar: su informe consignaba muertes de civiles y niños con quemaduras. La filtración de estos informes a la prensa ha ido echando luz sobre la cronología y las responsabilidades. Los funcionarios sólo han admitido los hechos al verse confrontados con las revelaciones periodísticas.

El general estadunidense le anticipó al alemán sus serias objeciones al ataque, que figurarían más tarde en el informe de la OTAN. El bombardeo contradecía la nueva disposición de la ISAF, que preveía ataques aéreos sólo en caso de grave peligro para los propios soldados. El coronel Klein contaba como fuentes sólo con las imágenes de los aviones, donde las personas son puntitos móviles, y los dichos de un informante que no se encontraba en el lugar. Ambos generales hablaron sobre cómo debería presentarse el hecho ante los medios.

Ese mismo día, el gobernador de Kundus, Mohamed Omar, dijo que la mayoría de los muertos eran talibanes. El ministro de Exteriores afgano, Rangin Spanta, justificó el ataque ante la televisión germana.

El día 6 de septiembre, la canciller Angela Merkel no excluyó la posibilidad de que hubiera víctimas civiles entre los muertos. Su ministro de Defensa, el democristiano Franz Josef Jung, sostuvo durante semanas, contra toda evidencia, que todos los muertos eran insurgentes armados. Este ocultamiento le costó el puesto de ministro de Trabajo, que había asumido en el nuevo gabinete de Merkel, tras las elecciones del 27 de septiembre.

El informe de la OTAN calcula, de acuerdo al análisis de las imágenes tomadas por los aviones, que alrededor de los vehículos había unas cien personas. Estima entre 17 y 142 la cifra de muertos.

Karim Popal, abogado afgano con pasaporte alemán, que representa a las familias de las víctimas civiles, afirma que hay 139 muertos (36 niños), 20 desaparecidos y 20 heridos. A su juicio, sólo hay cinco talibanes entre los muertos; el resto son habitantes de los pueblos vecinos.

El abogado posee documentos de identidad de las víctimas. El Ejército alemán ya ha ofrecido indemnizar a las familias, “sin que ello signifique el reconocimiento de una obligación legal”.

Demostrar la matanza se dificulta debido a que los cuerpos fueron retirados y enterrados tras el ataque. Al día siguiente, los militares estadunidenses, afganos y alemanes encontraron sólo algunos restos humanos.

 

Saña

 

Durante semanas, el ministerio de Defensa afirmó que se había procedido a bombardear los camiones para que no fueran usados como bombas en atentados suicidas.

Cuando la prensa supo que el objetivo del ataque había sido aniquilar a líderes y combatientes talibanes, la oposición cargó contra el gobierno. El mandato del Parlamento federal hacia las tropas alemanas no consideraba la eliminación selectiva de insurgentes. La oposición quiere saber si el ataque se encuadra en un cambio de estrategia de escalada militar ordenada desde la Cancillería.

El 6 de noviembre, el flamante ministro de Defensa, el aristócrata bávaro Karl Theodor zu Guttenberg, dijo que el ataque había sido "militarmente adecuado".

Por entonces, el ministro conocía, según afirman varios medios, un informe de la Cruz Roja Internacional que tachaba el ataque como violatorio del derecho internacional.

Guttenberg optó por pedir la renuncia del jefe del Ejército, Wolfgang Schneiderhan, y del secretario de Estado de Defensa, Peter Wichert. Adujo que éstos le habían ocultado informes. Schneiderhan se ve a sí mismo como “chivo expiatorio”. Ha declarado que el ministro fue informado debidamente y lo trató de mentiroso.

Tres semanas más tarde, Guttenberg dijo que el ataque había sido "militarmente inadecuado". Igualmente, en su visita a Kundus, el 11 de diciembre, señaló: "El coronel Klein es un ser humano que esa noche actuó de acuerdo con lo que le dictaban su conocimiento y su conciencia; él quería proteger a sus soldados".

La Fiscalía General Alemana, sin embargo, inició investigaciones contra Klein. Sus órdenes provocaron la operación más sangrienta a cargo de un oficial del Ejército alemán después de la Segunda Guerra Mundial.

El 16 de diciembre se constituyó una comisión investigadora del Parlamento, que intentará dilucidar responsabilidades políticas y ocultamientos. Esto incluye al Ministerio de Defensa, la Cancillería Federal, pero también al entonces ministro de Exteriores Frank Walter Steinmeier, hoy flamante jefe de la oposición socialdemócrata.

La oposición pide la cabeza del ministro de Defensa. Pero además quiere saber si desde la Cancillería federal se intentó minimizar un tema impopular como la guerra en Afganistán, para no perjudicar las posibilidades de Angela Merkel a ser reelecta en el cargo.

La saña con la que conservadores y socialdemócratas afrontan el debate político, tras cuatro años de convivencia forzosa en el gobierno, no parece provenir de un interés profundo por las víctimas afganas.

Las diferencias entre unos y otros fueron dejadas de lado el 4 de diciembre, cuando la Cámara Baja del Parlamento alemán prorrogó por un año la misión alemana en Afganistán.

La decisión de enviar otros 2 mil soldados alemanes a pedido de la OTAN, que se sumarían a los 4 mil 300 ya estacionados, quedará para después de la Conferencia de Afganistán que se realizará en enero próximo en Londres.

 

Comentarios