Chechenia: una historia geopolítica
MEXICO, D.F., 23 de abril (apro).- Con el peso de una juventud sensual y disoluta, ahogado por las deudas de juego y el proyecto de una novela a cuestas, el gran escritor ruso León Tolstoi se exilió de San Petersburgo a la primera oportunidad que tuvo: un voluntariado militar en el Cáucaso.
Tras recorrer el occidente ruso y cruzar el río Terek, el entonces joven escritor encontró un bello escenario de montañas nevadas y una población diversa muy arraigada en sus costumbres.
Pronto, Tolstoi se enfrentó a los horrores de la guerra que en 1851 libraba el ejército del zar Nicolás I contra estos pueblos de las montañas. Siglo y medio después, pareciera que los vicios del ejército, el carácter indómito de los insurgentes y la corrupción de los personajes que retratara Tolstoi en sus novelas, no han cambiado en Chechenia.
En el libro Una guerra sucia, de la reportera rusa Anna Politovskaya, se esbozan las principales razones de este viejo conflicto: el petróleo y la historia.
Según el prologuista del libro, el experto en Rusia Thomas de Waal, la capital de Chechenia, Grozny, fue construida por el general zarista Alexei Yermolov como un fuerte para sofocar las revueltas y dominar la inestable frontera del sur.
El significado de Grozny es “terrible”, y pareciera indicar lo que Tolstoi narró en sus Relatos de guerra y en las novelas Los Cosacos y Hadzi Murat.
Al terminar un Siglo XX marcado por el exilio en Kazajstán ordenado por Stalin, los chechenos se organizaron en guerrillas como las del antiguo caudillo Hadzi Murat.
Estos grupos han optado por un islamismo radical para enfrentarse a la invasión militar del gobierno ruso de Vladimir Putin y Dimitri Medvedev.
Así lo hizo saber el actual líder islámico de la guerrilla, Doku Umarov, quien justificó los atentados del Metro de Moscú el pasado 19 de marzo por “los crímenes perpetuados por Rusia en el Cáucaso”.
Umarov se autoproclamó emir del Cáucaso en 2007. El Emirato del Cáucaso que pretende el líder guerrillero supone una escisión indefinida del territorio ruso.
Según un video difundido en febrero pasado por el sitio Kavkaz Center, Umarov incluiría todas las repúblicas del Cáucaso Norte, desde el Krasnodar hasta el Volga. Para lograrlo, dice contar con 10 mil combatientes y la presencia desde Azerbaiyán hasta Abjasia.
Pero los rusos no dejarán ir esta región. En el artículo ¿Por qué Putin es implacable?, difundido el 7 de septiembre de 2004 por la BBC, se esboza el interés primordial que tiene el régimen ruso en el Cáucaso: la abundancia de energéticos.
“El presidente Putin ha dibujado una línea de petróleo en las montañas del Norte del Cáucaso por lo que Rusia no retrocederá”, dice el artículo.
Así, una lucha que tiene raíces históricas, adquiere hoy un tinte ideológico con trasfondo energético.
El oleoducto de la discordia
Treinta años después de que el zar Nicolas II conquistara Chechenia y creara el Virreinato del Cáucaso para comunicar Rusia con las regiones cristianas de Transcaucasia, los rusos encontraron petróleo en la región.
Desde 1893, empresas francesas e inglesas comenzaron a extraerlo. Hitler intentó intervenir el Cáucaso en 1942 con la intención de llegar a las zonas petroleras y fue bien recibido por los chechenos, lo que causó la posterior deportación de éstos.
Al colapsarse la Unión Soviética, el Cáucaso se desintegró en dos regiones: Circasia y la sureña Transcaucasia.
Transcaucasia está integrada por tres nuevas repúblicas independientes: Armenia, Georgia y Azerbaiyán. Circasia se compone por las conflictivas repúblicas autónomas que todavía pertenecen a Rusia: Chechenia, Osetia del Norte, Ingushetia, Daguestán, Kabardino-Balkaria, Karachevo-Cherkesia y Adiguea.
Ante su división, Rusia tuvo que perfeccionar la complicada red de oleoductos en el Mar Caspio: por la derecha del mar, sale de Turkmenistán un oleoducto que continúa al norte por Kazajstán y termina en la Ciudad Rusa de Samara, la cual alimenta el norte de Europa.
Por la izquierda, sale otra línea de la capital de Azerbaiyán, Bakú, entra a Rusia por el Daguestán, por Grozni, y recorre las repúblicas del norte del Cáucaso para llegar hasta llegar al puerto ruso de Novorossiysk, en el Mar Negro.
El petróleo y el gas que sale del Mar Caspio no sólo es estratégico para Rusia. Los analistas estadunidenses tienen los ojos puestos en la región desde hace una década:
“Esto es acerca de la seguridad energética de América. Hemos hecho una inversión política sustancial en el Mar Caspio”, dijo en 1998 Bill Richardson, exsecretario de Energía de Estados Unidos al periódico británico The Guardian en el artículo La política estadunidense en la extracción del petróleo del Caspio.
Añadió: “También es para prevenir el acceso a insumos energéticos para aquellos que no comparten nuestros valores. Estamos tratando de mover a estos nuevos países independientes hacia Occidente (…) Quisiéramos verlos alineados con nuestros intereses”.
Las declaraciones del general estadunidense James Jones, jefe del Comando Supremo Aliado en Europa, al periódico ruso Novosti el 4 de marzo de 2005, Comandante de Estados Unidos: El Cáucaso es vital para EU, van en el mismo sentido:
“Esta región es la llave en el proceso de exportar la democracia y el libre mercado a los países de Centro y Sudeste de Asia. En los próximos cinco años, el petróleo del Caspio que pasa por el Cáucaso compondrá un 25 por ciento del aumento de la producción de petróleo en el mundo”.
¿Cuál es la estrategia actual de Estados Unidos?
De acuerdo con el polémico estudio ¿Quién es Osama Bin Laden? del economista de izquierda de Canadá, Michel Chossudovsky, hay pruebas de que guerrilleros chechenos fueron entrenados en campos de Afganistán y Pakistán por orden de la CIA. El ejemplo más claro sería la vida de Shamil Basayev, el antiguo líder de la guerrilla chechena, muerto por tropas rusas en 2006.
“El Servicio de Inteligencia Paquistaní (ISI) arregló que Basayev y sus tenientes recibieran intenso adoctrinamiento islámico y entrenamiento en guerra de guerrillas en la provincia de Khost en Afganistán en el campo de entrenamiento de Amir Muawia, establecido en los 80 por la CIA”, apunta el estudio.
Y dice que varios mercenarios pelearon por iniciativa de Estados Unidos contra Rusia en Afganistán y posteriormente contra los serbios en Bosnia y Kosovo.
Además de la supuesta ayuda que Estados Unidos brinda a algunos grupos islámicos radicales del Cáucaso, está la política desarrollada por la diplomacia estadunidense para diversificar los oleoductos que salen del Cáucaso y evitar el total dominio ruso sobre las fuentes de energéticos que van a Europa.
Y es que Rusia es un gran competidor energético a nivel internacional y posee dos instrumentos estratégicos para su desarrollo posterior: el petróleo y el gas natural.
Rusia es el segundo mayor productor de petróleo del mundo con 9.81 millones de barriles de petróleo al día; el segundo mayor exportador con 4.93 millones de barriles al día y el octavo país con más reservas: 17 mil millones de barriles, de acuerdo con datos de CIA Worldfactbook, uno de los portales de la agencia estadunidense.
Además, CIA Worldfactbook reporta que Rusia es el primer productor de gas natural (662.2 mil millones de metros cúbicos) y el mayor exportador con 245 mil millones de metros cúbicos. Sus reservas probadas de gas natural son de 43.3 billones de metros cúbicos, las mayores del planeta.
Mediante el oleoducto Druzhba (Amistad), los rusos proveen de 100 millones de toneladas anuales de petróleo a Europa, el 70 por ciento llega a Polonia, Alemania, República Checa, Eslovaquia y Hungría, de acuerdo con datos de 2007 publicados por diario El País en junio de 2008.
La construcción en 2006 de un oleoducto transcaucásico que no pasara por Rusia fue prioritaria para Estados Unidos para minar la influencia de Moscú desde Chechenia hasta Europa del Este, de acuerdo con el documento Geopolítica de los oleductos y la nueva Guerra Fría, de Michel Chossudovsky.
Para ello, se recurrió a dos aliados estadunidenses: Georgia y Turquía.
El nuevo corredor parte igualmente de Bakú, pero gira hacia el sur por Tbilisi (capital de Georgia) y terminaría en el puerto turco de Ceyhan.
La GUAM (organización de países integrada por Georgia, Azerbaiyán, Ucrania y Moldavia y aliada de la OTAN desde la declaración de Bakú en junio de 2007), alabó la construcción del oleoducto y tiene puestos militares que lo protegen. El oleoducto es controlado por un consorcio petrolero dirigido por British Petroleum.
Es Rusia, pero no es Rusia
Rusia es una sociedad mestiza. Antes de la revolución de 1917 convivían allí 150 pueblos y diversas etnias, de acuerdo con el libro Rusia bajo los escombros, del Premio Nóbel de literatura Alexander Solzhenitsyn.
De los 145 millones de habitantes, 20 por ciento no son étnicamente rusos y más de 20 millones son musulmanes, la segunda religión más grande del país después del cristianismo ortodoxo.
“Muchos se unieron a Rusia voluntariamente desde el comienzo, como los pueblos de Siberia, pero otros pueblos, como los tártaros, los de Cherkasia, Chechenia y el Daguestán fueron sometidos en el siglo XIX”, cuenta Solzhenitsyn.
El Cáucaso es un ejemplo claro de ello: cuenta con 28 grupos étnicos con diversas interpretaciones locales del cristianismo y del Islam.
Lugar de confluencias, a lo largo de su historia ha sido ocupado por mongoles, persas, otomanos, rusos.
Con la muerte de Stalin, los chechenos regresaron a su tierra, pero el conflicto con los rusos siguió latente y se agravó con la caída de la Unión Soviética. En 1991, Dzhojar Dudáiev, chechenio que servía en el ejército soviético, proclamó la independencia, que derivó en una ola de violencia xenófoba contra la población rusa que habitaba en Grozny. “Los rusos responden a las violaciones y muerte con lo mismo”, dice Solzhenitsyn al explicar la primera guerra de Chechenia de 1994.
La actual insurgencia islámica que asola Chechenia fue creada en ese entonces a manos de Shamil Basayev y fue la excusa de las dos guerras de Chechenia (1994-1996, 1998-2002), que causó cerca de 70 mil muertos.
En abril de 2009, después de dos guerras en una década, Rusia ponía fin a su estrategia contraterrorista. A la vez, Amnistía Internacional (AI) emitió un comunicado, en el que reclamó al gobierno ruso que la normalización de la situación en Chechenia no podía existir sin poner fin a las violaciones sistemáticas a los derechos humanos.
Según el informe de AI, las violaciones de derechos humanos son cometidas por todas las partes involucradas, desde el gobierno federal ruso, pasando por el gobierno autónomo de Chechenia a manos de la familia Kadyrov, y los rebeldes chechenos.
“Lo que quiere la gente es saber la verdad sobre sus familiares desaparecidos”, dice el informe.
Según el libro de la periodista Politkovskaya, durante la independencia de Chechenia y la paralización de su economía, el negocio más lucrativo fue el secuestro que envuelve tanto a autoridades rusas y chechenas como a los separatistas, los cuales tienen redes con sindicatos del crimen en Moscú.
Antes de ser asesinada en la capital, presuntamente por denunciar los crímenes del actual gobierno checheno, títere de Rusia, Politkovskaya habló de la pobreza en Chechenia y la calificó como un gran caldo de cultivo para la violencia: “Chechenia era la única república productiva del Cáucaso por sus refinerías de petróleo y las fábricas. Tras las dos guerras de Chechenia, la situación se hizo sumamente precaria”.
La mayoría de la gente está debajo de la línea de la pobreza. Alrededor de 63 por ciento gana menos de 20 dólares al mes. A pesar de la reconstrucción de Grozny después de la guerra, la gente carece de servicios básicos: educación, salud, agua y sanidad, según el informe humanitario sobre Chechenia de la Organización Naciones Unidas.
Según este informe, la población de Chechenia ansía --más que unirse a un movimiento islámico o separatista-- justicia y verdad respecto de sus familiares desaparecidos durante la intervención rusa.
Hoy, pareciera que las palabras que Tolstoi escribiera en Hadzi Murat siguen vigentes:
“Los ancianos se habían reunido en la plaza y, sentados en cuclillas, juzgaban la situación. Nadie hablaba de odio a los rusos. Lo que sentían los chechenos, chicos y grandes, era algo más fuerte que el odio. No odio, sino asco, repulsión, perplejidad ante esos perros rusos y su necia crueldad, y el deseo de exterminarlos como se exterminan las ratas, las arañas venenosas y los lobos, un sentimiento, en fin, tan natural como el instinto de conservación”.
Casi al final de la novela, el gran novelista ruso remata con esta imagen: “Allí brota, coriáceo y tenaz, el cardo aplastado una y otra vez por el carro brutal de la historia, pero cuya savia no se rinde”.
Mr
--fin de nota--