Libia: relatos de una masacre
El médico francés Gérard Buffet relata la “carnicería” de la que fue testigo en las calles de Bengasi; un farmacéutico describe jornadas de violencia que duraban hasta la madrugada; una bloguera de Trípoli expresa la angustia por conseguir alimentos y medicinas para niños y ancianos… Con base en testimonios como éstos se empieza a conocer lo ocurrido en Libia del 16 al 23 de febrero cuando –sin presencia de periodistas extranjeros y sin comunicación con el exterior– el régimen de Gadafi desplegó contra su pueblo la mayor represión de su historia.
PARÍS., 28 de febrero (Proceso).- La insurrección libia empezó el pasado miércoles 16 en la ciudad de Bengasi, feudo de la oposición a Muamar El Gadafi; se extendió a toda la región oriental del país –hoy aparentemente bajo control de los rebeldes– y empezó a sacudir Trípoli el domingo 20.
La represión que desató el líder libio ocurrió a puerta cerrada ya que la prensa internacional estaba vetada. No fue sino hasta el miércoles 23 cuando los primeros reporteros extranjeros pudieron entrar a la región Cirenaica. Durante una semana, del día 16 al 23, fue muy difícil saber lo que pasaba en Libia, cuyas autoridades cortaban intermitentemente las líneas telefónicas y bloqueaban internet.
Pero algunos blogueros libios lograron enviar mensajes y los extranjeros que volvieron a sus países también contaron lo que vivieron. Estos testimonios permiten atisbar lo que ocurrió.
La carnicería
Gérard Buffet, médico francés de 60 años, llegó a Francia el lunes 21 después de trabajar durante 18 meses como anestesista en el Centro Médico de Bengasi, el hospital más moderno de la ciudad.
En testimonio publicado por el semanario Le Point, contó:
“Regresamos del infierno. A partir del miércoles 16 una especie de frenesí se apoderó de la población. La gente estaba segura de que el ejército iba a atacarlos. Las fuerzas de la represión están integradas por la policía, el ejército, pero sobre todo por mercenarios oriundos de Chad y Níger.
“Estas tropas están muy bien armadas y son entrenadas en campos esparcidos por el desierto del Sahara. Vimos a estos mercenarios armados hasta los dientes circulando en vehículos cuatro por cuatro. Era muy impresionante. Es imposible saber cuántos son. Algunos hablan de 5 mil, otros de 50 mil. Lo seguro es que son verdaderas máquinas de matar.
“Cuando el hijo de Gadafi (Saif El Islam) anunció un baño de sangre sabía de qué estaba hablando. Nos llegaron noticias de masacres cometidas en la costa oriental de Libia, entre Tobruk y Derna, donde más de mil personas habrían sido asesinadas.
“Atacaron Bengasi el jueves 17. Nuestro personal en las ambulancias que estaban en el lugar de los hechos sacó las cuentas de los muertos. El primer día fueron 75, el segundo más de 200 y luego más de 500.
“A partir del tercer día se me acabaron las medicinas y la morfina. Al principio las fuerzas represivas disparaban en las piernas y el abdomen de la gente. Después en el tórax y la cabeza. Luego vimos como disparaban contra la multitud con un mortero e inclusive con misiles antiaéreos. Una carnicería. Gentes quemadas, destrozadas. Calculo que hubo en total más de 2 mil muertos. Llenamos dos hospitales que cuentan cada uno con mil 500 camas.
“Durante esos días asistí a una guerra. En Bengasi había francotiradores por doquier. Cada vez que intenté meterme en calles de la ciudad acabé tumbado boca abajo.
“Reanimé a uno de mis estudiantes de sexto año, quien se encontraba herido por una bala que le atravesó la cabeza y le salió por la boca. Al igual que muchos otros jóvenes había salido con el torso desnudo para lanzarse a tomar lugares que el gobierno considera estratégicos. Ya no les importa nada. Están dispuestos a morir. No tienen armas.
“Durante los primeros días los policías amontonaron a los muertos para impresionar a los jóvenes. No sirvió de nada. Siguieron su revuelta. Quieren acabar con el régimen de una vez por todas.
“El domingo 20 salí de Bengasi con los demás integrantes del equipo médico francés. Dejamos a centenares de enfermeras de Ucrania, India y Filipinas que quieren ser repatriadas. Cuando salimos de la ciudad las milicias huían hacia el Sahara. En Bengasi la gente esperaba la caída de Trípoli”.
“Confusión total”
Un farmacéutico de Bengasi contó a Jean Pierre Perrin, reportero del matutino francés Libération que llegó a esa ciudad el martes 22:
“El primer día una multitud inmensa se agolpó en la gran avenida Gamal Abdel Nasser. Fue cuando los soldados empezaron a disparar. El tiroteo se inició a la una y cuarto de la tarde y acabó a las tres de la mañana. La gente no tenía armas, sólo unos cuantos llevaban cuchillos. El segundo día volvieron a desfilar cargando a sus muertos. El ejército volvió a disparar.
“El tercer día autos empezaron a moverse por toda la ciudad. Transportaban hombres armados que disparaban al azar sobre grupos de personas. Fue así como mi vecino Ramadanal-Mugahad cayó muerto.
“Durante el cuarto día imperó una confusión total. Había disparos por doquier y de nuevo circularon esos autos llenos de hombres armados que ametrallaban en las calles. Causaron estragos inclusive en los barrios alejados de las protestas. En realidad era una estrategia para proteger la huida nocturna de los soldados y de los murtazaqa (paramilitares al servicio de Gadafi).
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Highlander es el nombre con el que se identifica en el blog una habitante de Trípoli. El pasado martes 22 escribió:
“Hoy internet se nota estable. No sé lo que eso puede significar y estoy demasiado cansada para reflexionar sobre el tema. Además no sé si tiene realmente importancia.
“Creo que el hecho de vivir en carne propia los acontecimientos es mucho mejor que seguirlos desde lejos. Me desgarra saber que hay tantos muertos, pero me es imposible confirmar las cifras. Lo que puedo confirmar es que todo tipo de aviones sobrevolaron Trípoli. No los pude identificar. No soy experta y no quiero especular.
“Escuché explosiones y tiroteos pero no pude localizar en qué parte de la capital ocurrieron. En todos los barrios de Trípoli hay disturbios. Los más graves se registran cerca de los puntos estratégicos de la ciudad. En muchas calles se construyeron barricadas. Hombres jóvenes intentan proteger sus barrios con bastones. Me arrepiento de no haber comprado un bate de beisbol.
“No sabemos qué tipo de peligro vamos a enfrentar y esa incertidumbre nos provoca grandes flujos de adrenalina. Es peligroso porque en este estado es difícil tener la cabeza fría y es fácil cometer errores.
“Pensé ir a hablar con estos jóvenes para pedirles que limpiaran todas la basura que están tirando, pero en los tiempos tan extraños que vivimos no estoy segura de su reacción.
“Vivimos al día. Nos preguntamos quién dispara contra quién. Hay mucha gente sospechosa que anda por las calles después de que abrieron las puertas de las cárceles. Nos preocupa saber que algunos van a aprovechar la escasez de productos básicos para enriquecerse.
“No sabemos cómo conseguir medicinas para los niños y los ancianos. Nos angustian los riesgos de violación. Hay rumores al respecto. ¿Alguien vendrá a rescatarnos? Nos angustia la idea de estar de repente desconectados de nuestras familias, de nuestros amigos, del mundo. Morir solo es duro, pero desparecer en un gran hoyo negro sin que nadie sepa nada es aún peor.
“Vivimos 13 personas en nuestra casa y eso sin contar a los animales domésticos. Es una verdadera hazaña lograr que cada uno no exaspere al otro. No tengo noticias de mis tías, tíos y primos. Viven en otros barrios y nadie es adicto a internet como yo. Sería bueno visitarlos en auto pero temo que no sea una buena idea.
“Cada familia en Libia está duramente afectada por la situación porque nuestro país cuenta sólo con 6 millones de habitantes. Los choques psicológicos que estamos sufriendo dejarán huella.
“Nadie habla de la necesidad de ayudarnos a enfrentar estos traumas después de que hayamos salido de la situación terrible en la que nos encontramos. Pero estoy segura de que los extranjeros que salieron de Libia recibirán todo tipo de cuidados cuando estén de vuelta en su país. Debo confesar que eso me parece injusto.
“De todos modos los libios siempre demostraron que pueden aguantar mucho sin reventar. De una forma u otra Libia suele ser noticia. Y de nuevo estamos en esa situación.
“El mundo nos observa casi sin aliento pero no estoy muy segura de que sea el destino de los libios lo que lo tiene tan preocupado. ¿No sería más bien su abastecimiento de petróleo o las consecuencias que esa crisis tiene y tendrá a nivel internacional? Cuando leo las notas sobre economía publicadas en la prensa internacional, entiendo que mi segunda hipótesis puede ser la buena.
“¿Estamos corriendo peligro?, me preguntan. Sí. Pero creo que ahora no hay marcha atrás.
“¿Qué pasará después? No tengo la menor idea, pero rezo para que el país y su noble pueblo salgan fortalecidos de esta situación.”
“Como si fueran ratas”
La Federación Internacional de Derechos Humanos busca mantener contactos con su rama local, la Liga Libia de los Derechos Humanos (LLDH). Sus informes son alarmantes.
Hasta el miércoles 23 había documentado 640 muertos. Un día después tuvo que reconocer que la cifra era muy baja comparada con la información que iba recibiendo y que aún no podía comprobar. Según la organización son 6 mil los mercenarios que se encuentran en Libia, 3 mil de ellos causan estragos en Trípoli.
La LLDH recibe denuncias sobre heridos que fueron rematados en hospitales y de soldados ejecutados por no cumplir órdenes de represión. Insiste en que tanto Gadafi como su hijo Saif hablan en serio cuando dicen que quieren exterminar a los rebeldes como si fueran ratas.
La organización también expresa su preocupación por el destino de un millón y medio de extranjeros, muchos obreros entre ellos. Varios centenares de miles son del África Subsahariana además de 60 mil de Bangladesh, 30 mil de Filipinas, 23 mil de Tailandia, 18 mil de India, 30 mil de China, 10 mil de Vietnam, mil 200 de Sri Lanka, 14 mil de Corea del Sur , 25 mil de Turquía, 30 mil de Túnez, 50 mil de Egipto.
Los testimonios de argelinos, tunecinos y egipcios llegados a la frontera entre Libia y Túnez, y que pudo recoger la prensa internacional, son contradictorios.
Unos callan porque no quieren poner en riesgo a sus compatriotas que aún están en Libia.
Los que hablan, sobre todo tunecinos y egipcios, mencionan hechos de violencia en su contra por parte de las fuerzas libias que los acusan de haber “exportado” sus revoluciones. Exhiben huellas de golpes y maltratos. Unos afirman que fueron despojados de sus celulares y cámaras; otros, de su dinero. Los que llegan de Trípoli hablan de caos.