Juan Pablo II y la historia de un perdón

viernes, 29 de abril de 2011 · 01:00

MILÁN., 29 de abril (apro).- Cuando salió de su casa de lámina y adobe no entendía nada. Le decían que la buscaba un extranjero, un periodista. Los dos sustantivos los entendía poco, el segundo menos que el primero. De todas formas salió, quizá más por curiosidad que por otra cosa.

Con el velo sobre la cara y secándose las manos que momentos antes había metido en el agua, Muzzein Agca se presentó en la puerta de su propia casa para tratar de entender el alboroto que le había quitado su paz cotidiana.

Fue a mediados de mayo de 1981. En Turquía ya se sentía el calor que anunciaba el verano y en los pequeños poblados, como Malatya, donde vivía Muzzein, la noticia del atentado al Papa Juan Pablo II no había llegado.

Apenas la vieron salir y le soltaron la noticia: “Quisieron matar al Papa Juan Pablo”.

De hecho entenderlo le tomó algunos minutos, pues no tenía idea de quién era ese hombre llamado Juan Pablo, que al mismo tiempo era el Papa, una palabra hasta ese momento desconocida. No sabía que existía un país que se llamaba Italia, con una ciudad que se llamaba Roma, y no podía entender que dentro de esa ciudad, que estaba en ese país, hubiera un Estado que se llamara Vaticano, donde vivía este Papa, que todos llamaban Juan Pablo II pero que en realidad su nombre era Karol Wojtyla y que había nacido en otro país llamado Polonia.

Lo que sí sabía y estaba segura, era que ella, Muzzein Agca, nacida en Malatya, en ese entonces con unos 60 años de edad, sobrevivía de la venta de agua potable en su pueblo y que tenía dos hijos: uno de nombre Adman Agca y otro de nombre Alí Agca, que no veía desde hace mucho tiempo.

Ahí estaba ella, con los pies descalzos sobre la tierra seca, tratando de escuchar las explicaciones de un periodista italiano que había recorrido miles de kilómetros por aire y tierra con el solo propósito de hablarle. Por más atención que ponía a ese periodista, un tal Renzo Magosso, que se esforzaba en hablarle en inglés, en italiano, en turco y hasta con señas, no lograba entender por qué de repente este personaje venido de otro mundo tenía tanto afán por quererse comunicar con ella.

Y no sólo era el periodista italiano. Había que entender lo que lograra traducir un fotógrafo de matrimonios que había sido el contacto para encontrar a la señora Muzzein Agca en Malatya, quien de repente se vio involucrada en un auténtico teléfono descompuesto tratando de hilar ideas de un idioma a otro con palabras completamente desconocidas.

“¿Usted es la madre de Alí Agca?”, recuerda Moscosso que le preguntó a esa humilde señora en la primavera de 1981, cuando por fin, después de seis días de búsqueda había dado con su paradero.

“Sí, soy yo, pero a Alí no lo veo desde hace cuatro años”, le respondió la madre cambiando la expresión de  la cara, según recuerda Magosso al contar la anécdota de aquella época.

“Para entender el momento”, hace una pausa Magosso desde la ciudad de Milán donde vive, “hay que transportarse a la Turquía de hace 30 años. Para empezar, los medios de comunicación no eran tan veloces como ahora; los medios de transporte tampoco y encontrarla fue definitivamente una cuestión de suerte”.

‘Ni aunque le disparen al Papa...’

“Muchachos, ni aunque le disparen al Papa me molesten”, soltó la mañana del 13 de mayo de 1981, un joven periodista que acababa de regresar de Medio Oriente, donde había sido enviado para cubrir la guerra Irak-Irán y que tenía como prioridad absoluta ese día hacer cuentas y justificar sus gastos después de una larga ausencia.

Hasta ese día, ésa era una frase que se utilizaba popularmente en Italia para dar a entender que ni siquiera un atentado al Papa podía distraer las actividades que uno había decidido hacer en ese momento.

Renzo Magosso, quien entonces tenía 32 años, trabajaba como corresponsal de guerra en el periódico L’Occhio (El Ojo), en ese entonces el diario popular del Corriere della Sera. Nunca había cubierto ni al Vaticano ni al Papa, su trabajo más bien era fuera de Italia, y cuando no había guerras en el mundo, su fuente era el terrorismo, que todavía en esa época existía en este país. “Los años de plomo”, es como se le conoce a la época de terrorismo italiano.

Ese día Magosso se encontraba por casualidad en la redacción, pero sólo para poner orden en sus gastos. Recuerda que fue a comer y que al regreso notó esa adrenalina que se vive en las redacciones cada vez que pasa algo importante. Su jefe apenas lo vio, le sugirió que prendiera la televisión para que se enterara de los últimos sucesos.

Renzo nunca pensó que la frase que había dicho horas antes se convertiría en realidad.  “Atentan contra el Papa”. “Tratan de matar a Juan Pablo II”. “Detienen al responsable. Es un terrorista turco”. “Terror en San Pedro”... Eran los encabezados que se podían leer en los miles de cables que circulaban minuto a minuto en todo el mundo.

El 13 de mayo de 1981, minutos después del ingreso de Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro para la audiencia general, un hombre le disparó dos veces. Era Alí Agca, quien después del atentado, trató de escapar pero fue inmovilizado por algunos asistentes al Vaticano.

Mientras a él lo arrestaba la policía en medio de una gran movilización, Juan Pablo II fue trasladado al hospital Gemelli de Roma para ser operado. De acuerdo con los reportes periodísticos de la época, su intervención duró cinco horas y media.

En la redacción de L’Occhio, los editores repartían el trabajo. Uno la crónica desde San Pedro, otro la versión de la policía, otro más la crónica desde el hospital donde había sido llevado el Santo Padre, otro debía hacer el perfil del hombre que había disparado, del cual hasta ese momento poco se sabía.

“Yo no estaba siguiendo nada en particular sobre esa noticia”, recuerda Magosso, “y fue entonces que el director me dijo: bueno y tú qué vas a hacer? A ver, sorpréndeme”, lo retó.

Magosso, que como enviado de guerra también era bastante ocurrente, soltó de repente: “¿Qué le parecería entrevistar a la madre de ese ‘loco’? Creo que sería una buena nota para nuestro público, ¿no cree?  Algo popular, con lo que se puedan identificar las madres católicas de nuestro país”.

“¡Claro!, ya está. Entonces ¡lánzate!”, recibió como respuesta.

Hoy a 30 años de distancia, Magosso confiesa que pensó que su idea no sería nunca aceptada por lo incierto de los resultados.

“En ese momento llamé para saber cuál era el próximo avión hacia Estambul. Escribí los datos que se tenían  de Alí Agca y me fui a preparar mi maleta. En tres horas ya estaba volando rumbo a Turquía”.

Solidaridad turca

“Cuando llegué al aeropuerto de Estambul me vi ahí en medio de la gente sin saber qué hacer o para dónde dirigirme”, recuerda el reportero italiano. “En ese entonces Estambul era una ciudad con 9 millones de habitantes y la verdad que no tenía la más remota idea de dónde se podía encontrar a la madre de Alí Agca, ni siquiera tenía la certeza de que estuviera viva.

“Estaba parado ahí en el aeropuerto y en eso siento que alguien me toca la espalda. Me volteo y veo de frente a mí a Saddatim Teksoy, un enviado a Bagdad del periódico Hurryet de Turquía, con quien había cubierto la guerra en Irak. De hecho, juntos habíamos entrevistado a Saddam Hussein”.

Teksoy, según cuenta Magosso, se había casado y en el momento del encuentro dirigía el periódico Hurryet en la capital turca.

-- ¿Qué haces aquí?, le preguntó Teksoy a su colega italiano.

--Vengo a entrevistar a la madre de Alí Agca, respondió éste.

Mangosso dice que quería explicarle a su amigo que “sólo una madre era capaz de ir más allá de las crónicas y contar las situaciones y circunstancias que quizá ayudaban a entender mejor los hechos”.

--¿Y dónde encontramos a la madre?, preguntó el periodista turco.

Ese precisamente era el problema que Mangosso debía resolver en el menor tiempo posible. Así que lo mejor que se les ocurrió fue dirigirse juntos a la redacción del Hurryet.

Magosso reconoce la ayuda de sus colegas turcos. Ese día él y Teksoy estuvieron en el periódico hasta las dos de la mañana llamando a todos los corresponsales de todos los estados turcos para ver quién podía dar una noticia de la madre de Alí Agca, que había resultado un hombre de cuidado, pues apenas dos años antes (en febrero de 1979), el mismo hombre que había atentado contra el Papa, había asesinado a un periodista turco: Abdi Ipekci, director de un periódico liberal llamado Milliyet.

Por este asesinato, Alí Agca fue encarcelado, aunque nueve meses después, el 25 de noviembre de 1979, logró fugarse de la prisión Kartal Maltepe.

Según Magosso, esta fuga inspiró la película de “Fuga de Medianoche”, titulada en México como “Expreso de Medianoche”. Eso fue lo que le contaron los turcos.

A la búsqueda de Muzzein

Al día siguiente, según recuerda el periodista italiano, las noticias llegaron del corresponsal de Malatya, una pequeña ciudad a 300 kilómetros de Irán pero a mil 600 kilómetros de Estambul. Ahí, gracias a un fotógrafo de matrimonios se había logrado tener noticias de la madre de Alí Agca.

Era tan pequeña la localidad que no había aviones que llegaran hasta ahí. Entonces Renzo decidió irse en taxi.

“En un principio”, narra el ex corresponsal de guerra, “el taxista no quería ir por lo lejos del destino. Yo llevaba conmigo 3 mil dólares en efectivo, entonces para convencerlo le enseñé el dinero y le ofrecí mil dólares por llevarme hasta Malatya”.

“Pasamos por agua y algo para comer y recuerdo que algo de lo que comí ese día me hizo vomitar todo el viaje, pues además el camino, casi todo de terracería, hacía que pareciera que el carro no tuviera amortiguadores. Fue un viaje interminable que debía durar dos días, pero hicimos como seis”.

Después de seis días de viaje, con la ayuda del taxista, el corresponsal de Malatya y el fotógrafo de matrimonios dieron con la madre de Alí Agca.

“Llegamos a su casa, que estaba en la periferia de Malatya; era una zona muy pobre donde había puras casas construidas de adobe con techos de lámina y paja. La suya en especial no tenía ni siquiera piso, era pura tierra. Ahí me enteré que ellos se dedicaban a la venta de agua... Ella era una señora de unos 60 años, pero representaba 75”.

“Al principio”, narra Magosso, “la mujer no entendía nada”.

“Cuando me entendió que yo estaba ahí porque era la madre de Alí Agca, le dije entonces que su hijo le había disparado al Papa. Ahí fue otro problema, porque no entendía quién ni qué era el Papa. Entonces se me ocurrió decirle que era como el ayatollah de los católicos... Pero ella entendió que su hijo le había disparado a Khomeini y fue entonces cuando se arrodilló y comenzó a llorar... Le expliqué que no, que su hijo no le había disparado al ayatollah Khomeini sino a alguien tan importante como él pero en Roma... Fueron momentos de mucha confusión”.

“Entonces --narra Magosso-- le dije que su hijo estaba en peligro de muerte, pues aunque habían pasado al menos 100 años de que El Vaticano no practicaba la pena de muerte”. (La pena de muerte fue abolida en 1984 en el Estado Vaticano).

“La mujer no sabía que podía hacer... lloraba y por ratos se quedaba callada, luego volvía a llorar y a gritar. Esperé unos momentos de calma y entonces le dije que yo, como periodista, podía ayudarle a hacerle llegar al  Papa una carta donde le pidiera perdón por su hijo y así salvarlo de la muerte”.

Entonces llegó la confesión más importante del día: Muzzein Agca era analfabeta y no tenía idea de cómo hacer para que sus disculpas llegaran al “santo hombre de Roma”, como ya le empezaba decir al Papa, “a ese como Khomeini”.

La carta del perdón

“Soy una campesina, una madre como la tuya santo hombre... porque tú también tienes una madre, ¿verdad?... Dicen que mi hijo te ha hecho tanto mal... Vendré a tu casa y te pediré perdón en nombre de Alí... De rodillas... Eres un hombre santo y como tal, sé que me entenderás”.

Fueron las palabras que en mayo de 1981 Magosso logró desprender de Muzzein Agca para escribirlas y llevarlas a Roma.

Inmediatamente después, Magosso dejó Malatya y se dirigió hacia Ankara, la ciudad más cercana con aeropuerto internacional, pero también con una redacción donde pudo enviar su nota: “Pide madre de Alí Agca perdón al Santo Padre”. También envió fotografías. Era el último ‘scoop’ en Roma, que se reprodujo  cientos de veces en todos los periódicos del mundo.

“Cuando llegué al aeropuerto de Ciamipino (en Roma) estaban esperándome decenas de periodistas pero también estaba el cardenal Agostino Casaroli, secretario particular de Juan Pablo II para recoger la carta, pues tenía razón, la carta era para el Papa, para nadie más”.

Meses más tarde la carta redactada en Malatya surtió efecto. Muzzein Agca conoció Roma, conoció el Vaticano y aquel hombre que era como el ayatollah de los católicos, ese ‘santo hombre’ al que le decían Papa, pero que algunos llamaban Juan Pablo II y que su verdadero nombre era Karol.

La conversación entre ella y el Papa jamás fue revelada. Renzo y Muzzein no se volvieron a ver pero Alí Agca no fue condenado a la muerte (pero sí a cadena perpetua), obtuvo el perdón del ‘santo hombre’ que este fin de semana, 30 años después del atentado, será beatificado.

Ali Agca, después de 29 años de prisión, logró su libertad el 18 de enero del 2010. Ese día declaró ser el verdadero cristo y prometió escribir una biblia. Sus años de terrorista con los Lobos Grises quien sabe si pasaron. Hasta el momento ya no se ha sabido más de él ni de Muzzein, su madre.

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