BUENOS AIRES (apro).- “La urbanización es fundamental para nosotros, para que este barrio se vea un poquito mejor y para que vivamos un poco mejor”, dice a Apro Conti Rojas, nacida hace 21 años en la Villa 31, la colonia popular más céntrica y visible de Buenos Aires. La urbanización del barrio está pendiente desde que fue aprobada por la legislatura de la ciudad, en diciembre de 2009. Este reclamo de los vecinos, sumado a otros referidos a la discriminación y la exclusión que sufren “por vivir en una villa”, fue noticia en los grandes medios el 18 de octubre. Ese día un grupo de vecinos cortó con un “piquete” la autopista Presidente Illia, que atraviesa el barrio a gran altura y desemboca, 500 metros más adelante, en el corazón de la capital argentina.
La Villa 31 duplicó su población en apenas ocho años. De los 12,204 pobladores que tenía en 2001, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Censos, pasó a tener 25,987 en 2009, de acuerdo con la revelación hecha por la ciudad. El fenómeno se repite en otras villas de emergencia de Buenos Aires y del resto del país. El proceso político iniciado en 2003 por Néstor Kirchner, continuado por Cristina Fernández de Kirchner, a partir de 2007, es el de mayor crecimiento económico de la historia argentina. La reducción de la pobreza y el desempleo se consignan como grandes logros. Para un número creciente de personas, sin embargo, la villa se ha convertido en nuevo hábitat o en destino permanente.
La cantidad de villas y de sus pobladores ha aumentado en la última década, constata Raquel Rolnik, relatora especial de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para el Derecho a la Vivienda Adecuada, en un informe del 6 marzo de 2012 (http://www.ohchr.org).
“Aunque el gobierno está produciendo vivienda nueva, significativamente, tenemos una densificación de las villas”, consigna el informe: “Se verifica un aumento de las personas en situación de calle, de asentamientos precarios, villas de emergencia y casas tomadas, un aumento de personas alojadas en hoteles-pensión, conventillos, cuartos de inquilinato y hogares de tránsito, así como hogares en condiciones de hacinamiento”, agrega el informe.
El asentamiento de viviendas precarias recibe en Argentina el nombre de villa de emergencia o villa miseria. Muchas de estas villas son conglomerados de casillas con techo y paredes de chapa. Otras son complejos habitacionales devastados por la realidad social. En la Villa 31 hay casas de ladrillo sin revocar, que han ido sumando habitaciones hacia arriba, hasta alcanzar los cuatro o cinco pisos. Se pueden ver comercios de todo tipo. La cobertura de servicios básicos es dispareja.
“El gas viene con garrafa (cilindro), la luz se corta siempre; cuando hay una falla, a veces no quieren ni venir a arreglarla, porque tienen miedo de entrar”, afirma Conti Rojas. “En este sector hay agua pero en el fondo no hay mucha corriente”, explica.
La Villa 31 abarca 16 hectáreas y se extiende por un terreno fiscal que tiene forma de lengua. De un lado están las dársenas del puerto. De frente, la estación terminal de autobuses, que se continúa en Puerto Madero, la remozada zona portuaria donde el precio del metro cuadrado alcanza los 5 mil dólares. Del otro lado, el barrio choca con el entramado de las vías del ferrocarril. Éstas separan la Villa 31 de la Recoleta, el barrio más exclusivo de Buenos Aires, con sus mansiones afrancesadas, sus numerosos museos y parques, sus negocios y restaurantes de estilo. Los fotógrafos suelen capturar el violento contraste entre ambos mundos: postales de una desigualdad que alcanza aquí su brecha máxima.
Especulaciones
El acceso a la vivienda propia en Argentina se ve restringido por la especulación inmobiliaria, el elevado precio del valor del suelo, la falta de crédito, la insuficiencia de las políticas públicas existentes. La Relatora de la ONU, Raquel Rolnik, sostiene en el informe mencionado que debido a “la reactivación económica misma, absolutamente positiva, una parte importante de la riqueza producida se está trasladando a los precios del suelo, lo que significa que los precios del suelo y del alquiler están subiendo mucho más rápido que los ingresos de la gente, de los trabajadores.”
“El precio de las propiedades se mueve al compás del los ingresos medios del 20% más rico de la población”, precisa, por su parte, la socióloga Natalia Cosacov, investigadora del Laboratorio de Políticas Públicas (Diario Perfil, 1.7.2012).
La brecha entre el valor del metro cuadrado y el ingreso de los hogares es cada vez más amplia. A la vez la agricultura industrial, mecanizada y contaminante, expulsa a campesinos e indígenas de sus lugares de origen. La toma de tierras para construir nuevos asentamientos se repite en diferentes ciudades argentinas. Esto provoca violentos conflictos con los propietarios, los antiguos vecinos y las autoridades. Los funcionarios creen ver detrás de cada acción a operadores barriales motorizados por algún sector opuesto.
La Villa 31 es un barrio de Buenos Aires y a la vez una ciudad dentro de la gran ciudad. La calle 5 es su vía de acceso y su centro comercial. La acera y la calzada son la misma superficie, limitada por los frentes enrejados de las casas y de los negocios. Escaleras externas de hierro conducen hacia los pisos de arriba. Los comercios se extienden a través de puestos y parrillas hacia el centro de la calle, donde circula una enorme cantidad de gente.
Debido a su ubicación neurálgica, la Villa 31 despierta la codicia del sector inmobiliario y el rechazo de quienes viven en los lujosos barrios lindantes. La última dictadura militar arrasó con el asentamiento y erradicó a sus vecinos. El lugar se repobló tras la recuperación de la democracia. La ley que impulsa su urbanización se aprobó finalmente en diciembre de 2009. Un proyecto de la Universidad de Buenos Aires, de enero de 2012, propone como solución más viable: la mejora de los más de 70 edificios que ya existen, la construcción de siete edificios nuevos, el trazado de calles accesibles para todo tipo de vehículos y la revitalización de las escuelas, plazas y canchas de fútbol.
Mónica Santino llega a la cancha principal del barrio dos veces por semana, desde el año 2007. La profesora de educación física coordina el proyecto Aliadas de la 31, que combina fútbol femenino y actividades de reflexión sobre problemas de género. “Yo noté un crecimiento impresionante de la villa entre 2007 y 2009”, dice Santino a Apro.
“La mayoría de la gente viene del interior, del norte, después hay una colectividad paraguaya gigante, que es histórica, otra boliviana, gigante, y una peruana, que es un poco más reciente”, explica. “Todas conviven con los argentinos manteniendo costumbres, comidas, idiosincrasia, las fiestas de las vírgenes de cada país, lo que le da un colorido muy intenso.”
Barrio toba
De acuerdo con un estudio del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina, de junio de 2012, el déficit habitacional afecta a tres millones de hogares en todo el país. Esta cifra equivale al 25% del total de las familias. Para el Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas el déficit habitacional es todavía mayor. Abarca al 39,8% de los hogares, divididos entre quienes no son propietarios de su vivienda (27,9%) y quienes poseen casas precarias (11,9%). El estudio del diputado Claudio Lozano, de septiembre de 2012, se basa en los datos aportados por el censo de 2010. Éste revela que en Argentina, además de déficit habitacional, hay dos millones de viviendas deshabitadas, lo que equivale al 18% del total.
La relatora especial de la ONU, Raquel Rolnik, cree que resolver el problema va a llevar al menos diez o quince años, suponiendo que haya voluntad política. En junio pasado, el gobierno lanzó el Plan Procrear, un programa de créditos para la construcción de 100.000 viviendas, entre 2012 y 2016, que facilita el acceso a la casa propia a sectores de la clase media. El Estado había financiado también, a partir de 2008, un ambicioso plan de construcción de viviendas sociales en la capital y las provincias. La Misión Sueños Compartidos, organizada por la Asociación Madres de Plaza de Mayo, apuntaba a urbanizar las villas de emergencia. Pero en 2011 el proyecto se frenó de manera abrupta.
Sergio Schoklender, apoderado de la emblemática entidad de derechos humanos, fue acusado de desviar fondos y defraudar al fisco. El Gobierno traspasó los proyectos a los municipios. Desde entonces el avance de las obras ha sido lento.
El Barrio Travesía, mejor conocido como Barrio Toba, está en el norte de Rosario. Sus 3,000 habitantes pertenecen mayoritariamente al pueblo Qom. Estos indígenas, también llamados Tobas, son originarios de la región chaqueña. Los primeros pobladores se instalaron aquí en los años 80. Eligieron las grandes ciudades como Rosario debido a la posibilidad de conseguir trabajo y acceder a mejores servicios de educación, salud y transporte.
“La mayor parte de la gente cirujea, junta cartones, trabaja en la recolección de residuos o el reciclado de objetos plásticos o de papeles.
Se trabaja todos los días. De eso viven”, dice a Apro Ofelia Morales, referente de la comunidad, maestra de la escuela bilingüe castellano qom que hay en el barrio. “Gracias a nuestro precario trabajo en la ciudad –continúa–, porque no tienen acceso al trabajo real. Por la discriminación racial que hay en la ciudad. Por los rasgos faciales que tenemos nosotros los indígenas.”
El asentamiento de casillas precarias es para los qom una comunidad indígena y para los barrios vecinos una villa miseria. Cuando el plan Sueños compartidos llegó al barrio, en 2008, unos 200 indígenas se organizaron en una cooperativa de trabajo, para colaborar en la construcción y la seguridad de la obra. Hoy ya no es posible asegurar que el Barrio Toba dejará de ser un asentamiento.
De las 580 viviendas proyectadas, se adjudicaron 36. Las siguientes 36 se encuentran apenas en la fase inicial. Los vecinos que trabajaban en el marco del plan, cobran ahora modestísimos subsidios de desempleo. “La gente está desorientada: llevan 20 o 30 años viviendo en las penurias, en la intemperie, en las casas precarias”, dice Ofelia Morales. “Me da bronca, después de todo esto, seguir sufriendo de esta manera. Mucha gente espera que vuelva el plan. Es muy triste”, señala.
La mayoría de la gente del Barrio Toba vive en casillas con techos de chapa, y paredes de cartón y plástico. Junto a las calles de tierra corren zanjas de agua gris o negra. Adolescentes y niños copan las calles. Se ven también perros y caballos flacos, algunos carros equipados con gomas de automóvil. De cada calle nacen pasillos angostos que se internan en el barrio.
“La gente vive amontonada, muy hacinada”, cuenta Ofelia Morales, “Y la falta de todo lo material, de la comodidad posible, con eso no contamos.”, explica. El barrio se densifica con los que llegan. Y con los hijos que forman familia y no tienen adónde irse.
El temor a ser erradicados –por falta de títulos de propiedad– subyace en quienes viven en villas o asentamientos. Los vecinos dudan a la hora de hacer mejoras en sus viviendas. Ofelia Morales vive junto a su familia en una de las pocas casas de material que tiene el barrio.
“Cuando cayó el plan de viviendas, decidí poner el piso, revoque, pintura”, confiesa. Hasta ahora no ha podido: “Encareció mucho la vida”, se justifica.
La dirigente indígena ya no confía en recibir alguna vez una vivienda del proyecto. “No veo perspectivas”, dice. “No hay mesa de diálogo con los qom”. El fracaso del plan ha inflamado las disputas internas dentro de la comunidad.
Miedo
La villa Carlos Gardel, situada en Morón, en el Gran Buenos Aires, es un barrio de viviendas sociales, ordenado en bloques de tres pisos. Entre 2005 y 2010 fue urbanizado por el municipio. Se sanearon los suelos, se tendió una red cloacal, se construyeron viviendas nuevas y renovaron las existentes, se abrieron calles para integrar el barrio al tejido urbano. En su informe Estado de las Ciudades del Mundo 2010-2011, la propia ONU destacó los logros de Argentina al urbanizar sus villas y asentamientos en los últimos 10 años. El esfuerzo no ha podido evitar –como refiere la ONU en el informe citado anteriormente–, el crecimiento paralelo de la cantidad de villas y sus pobladores.
La urbanización de una villa de emergencia no garantiza su integración a la ciudad. En la villa Carlos Gardel, por ejemplo, lo edilicio mejoró pero la fama permanece. “¡No entres!”, es el consejo que uno escucha en las inmediaciones cuando se pregunta por el barrio. Las villas son para el argentino medio sinónimo de narcotráfico y criminalidad.
César González nació y vive en la villa Carlos Gardel. Este joven es una de las voces más potentes y lúcidas que ha dado la cultura villera. “Este es un barrio que tiene alrededor de cincuenta años”, explica a Apro: “La mayoría del tiempo lo que hubo siempre fue pobreza y violencia. Exclusión. Falta de oportunidades. Someter a que un gran porcentaje de la población masculina del barrio sea habitante de la cárcel, la fábrica o cualquier trabajo precarizado que necesite la sociedad”, sostiene.
César González se hizo conocido, a través de la prensa, como el joven que pasó del delito y la cárcel a publicar libros de poesía y estudiar en la universidad. Cinco de sus 23 años los pasó entre rejas: “Porque era un pibe chorro”, dice: “Porque elegí el camino de las armas, a partir de los 14, 15 ,16 años.
Pibe chorro. Así se le dice, en Argentina, a un chico de la villa que se dedica al delito. César González cree que ese fue el único camino que le ofreció la vida. “Son las consecuencias de la indiferencia, de la desigualdad y de la falta de amor que hay en la sociedad”, sostiene el joven. “Yo no puedo mirarlo desde una perspectiva hollywoodense o insensible, y decir: los pibes chorros son gente que agarra el mal camino, se equivocaron, son los culpables”, explica. César cree que detrás del que es más violento hay siempre una ausencia, un vacío, que la sociedad no se preocupa por llenar. “No somos malos, nuestra naturaleza no es maligna”, sostiene.
César González participó de asaltos y robos. Fue cómplice de un secuestro extorsivo. En su trance delictivo recibió seis tiros. Pero fue en la cárcel donde se enfrentó con un dilema esencial. Tuvo que optar entre creer en la vida o creer en la muerte. “Si yo creía en la muerte, como venía creyendo, morir en un enfrentamiento me parecía una muerte digna”, dice. La otra posibilidad era “apostar a otra cosa, desde un lado positivo, aun sabiendo que la vida iba a seguir siendo dura”.
En la cárcel empezó a escribir. También fundó una revista clandestina. Esto le trajo requisas y torturas. “Para la sociedad es más peligroso un pibe que piensa que uno que roba”, concluye.
Orgullo villero
Tras salir en libertad, César González comenzó a estudiar filosofía en la Universidad de Buenos Aires. Su segundo libro de poemas fue presentado en la Biblioteca Nacional. El joven ha sido invitado a los programas periodísticos más importantes de la televisión y la radio argentinas. Es uno de los pocos pibes de la villa que ha logrado hacerse oír en los grandes medios. “Si bien la mayoría de la gente y de los medios de comunicación proponen eliminar y matar a los pibes chorros, a la vez también recibió un caso como el mío: Quiere decir que tan mal no estamos”, sostiene.
“La gente de la villa vive mal esa estigmatización que reflejan los medios de comunicación”, señala Mónica Santino. “Les pasa cuando van a buscar trabajo y los rechazan por tener el domicilio en la Villa 31”, ejemplifica. “Lo que más duele es la cuestión de la criminalidad –dice–. Ese tipo de discurso de que acá son todos ladrones, que son todos drogadictos, que son todos vagos que cobran planes sociales.”
“Te das cuenta, cuando vas creciendo, que todos somos lo mismo, aunque nos critiquemos”, dice Conti Rojas. “Capaz que los otros tienen más plata y nosotros no. Yo ya estoy acostumbrada a eso: “Negra”, o si no “villera”. No pasa nada. Ya está. Ya fue –sostiene–. Igual, ojo, a veces tenemos culpa nosotros. A veces salimos y matamos a una persona por un celular o por dos pesos. No te digo que somos perfectos. Pero tienen que saber conocer a los demás: no todos somos iguales.”
Al mismo tiempo, dentro de la villa, se verifica una creciente aceptación de la identidad y la cultura villeras. El trabajo de Mónica Santino en las Aliadas de la 31 acompaña ese camino. Después de cada entrenamiento de futbol, llega al grupo algún especialista, para hablar con las chicas –entre las que está Conti Rojas– sobre problemática de género o temas del barrio. “Nosotras charlamos sobre cómo rescatar el orgullo villero, la cuestión de defender ese lugar y esa tierra como propios y pensar en condiciones de vivienda más dignas”, explica Santino.
César González afirma que en la Argentina hay que pensar la realidad de la villa como una cultura. “La forma de vivir de la gente de la villa tiene sus valores determinados, su lenguaje determinado, su vestimenta determinada”, dice. “Por eso mismo, hoy lo villero es una cultura”. El joven poeta villero podría irse de su barrio. Su idea es quedarse y pelear para que mejoren las condiciones de vida. Por eso da un taller literario y trata de movilizar a otros artistas villeros. Para los chicos es difícil asumir funciones que la sociedad no espera de ellos. César González lo dice claro: “No está en las instrucciones del sistema capitalista que los villeros sean artistas”.