No alineados: ¿Con qué?

viernes, 7 de septiembre de 2012 · 23:11
MÉXICO D.F. (apro).- Más allá de la discusión sobre si la XVI Cumbre del Movimiento de Países No Alineados (NOAL), celebrada el 30 y 31 de agosto en Teherán, constituyó un espaldarazo diplomático para el régimen iraní y su polémico programa nuclear, el debate de fondo es si el no alineamiento tiene vigencia en un mundo globalizado y multipolar, y qué papel en todo caso debe jugar en este contexto. En 2006, ante la XIV reunión del NOAL en La Habana, la entonces secretaria de Estado estadunidense, Condoleezza Rice, declaró un tanto perpleja que “bien a bien, no logro entender frente a qué no están alineados a estas alturas... digo, el movimiento surgió de la Guerra Fría”. A esta visión común contribuyeron sin duda las palabras emitidas hace 60 años por Jawaharlal Nehru, primer ministro de la India y uno de los padres fundadores del movimiento, cuando aclaró que “cuando decimos que nuestra postura es de no alineamiento, obviamente nos referimos a un no alineamiento con bloques militares”. La incipiente Guerra Fría dividía rápidamente por esas fechas a las naciones en dos campos enfrentados, y muchas que apenas se habían liberado o se estaban liberando del colonialismo europeo no querían verse involucradas en otro conflicto sangriento. Así, en 1954 se reunieron por primera vez en Ceylán (hoy Sri Lanka) el país anfitrión, Birmania, India, Indonesia y Pakistán, con el objetivo de crear un frente asiático neutral. Casi inmediatamente, a esa iniciativa se sumaron varias naciones africanas que se encontraban en situación similar, y en 1955 se reunieron en Bandung, Indonesia, treinta países. Pensado como un movimiento de reflexión política para actuar en forma conjunta ante el escenario internacional, para su primera cumbre celebrada en 1961 en Belgrado, Yugoslavia, el NOAL había aglutinado ya a todos los países de África y a la mayoría de Asia, América Latina y el Medio Oriente, conviertiéndose en un ente de interlocución insoslayable. Hoy en día, el colectivo agrupa a 120 países, incluyendo a 17 observadores. Y a pesar de haber sufrido modificaciones en su seno a raíz del derrumbe hace dos decenios del bloque socialista, y con ello del sistema bipolar, no ha dejado de celebrar cada tres años sus reuniones y se reivindica como un foro plenamente vigente que quiere hacer oir su voz en el nuevo orden mundial. No todos están de acuerdo, por supuesto. En un artículo titulado “No Alineados con la realidad: de cómo un movimiento global por la paz se convirtió en un club de tiranos”, Max Fisher, editor internacional de The Atlantic, sostiene que el no alineamiento no tiene gran significado en estos días y que, en realidad, tampoco lo tuvo durante la Guerra Fría, ya que muchos de sus miembros se alinearon en los hechos con uno u otro bloque. Respecto de la cumbre de Teherán, Fisher va todavía más allá y la califica de un gran show encabezado por los “Estados canallas”, destacando la asistencia entre los escasos jefes de Estado y de gobierno –la mayoría de los países envió representantes de menor rango– de los líderes de Afganistán, Corea del Norte, Sudán, Venezuela y Zimbabwe, y por supuesto el protagonismo del país anfitrión, Irán. Según él, cuando cayó la Unión Soviética, muchos de sus países satélites si bien no necesariamente se alinearon con Estados Unidos, sí lo hicieron con el sistema liberal que encabeza, y que preconiza la democracia, el mercado libre y la cooperación diplomática. Unos cuantos, sin embargo, se quedaron anclados a la lógica de la Guerra Fría, lo que en su opinión los ha convertido en “parias” del nuevo orden global. Más mesurado, Stewart M. Patrick, director del Programa de Instituciones Internacionales y Gobernabilidad Global del Council on Foreign Relations, dice que, al igual que Occidente, el mundo en desarrollo batalla por ajustar las instituciones globales a las realidades del siglo XXI. En este contexto, los No Alineados también buscan una relevancia actual, “aunque siguen apegados a una caduca mentalidad de bloques que les impide abordar los apremiantes problemas trasnacionales de hoy”. En su texto “La Crisis del Movimiento No Alineado”, Patrick considera que lo que en realidad emergió en 1955 en Bandung fue una “visión distintiva del Sur”, que ofrecía un centro de gravedad independiente de los imperios europeos que se desmoronaban y las potencias emergentes que se enfrentaban. Así, su primera agenda se enfocó en la moderación de las tensiones de la Guerra Fría, la descolonización, la promoción del desarme nuclear y la búsqueda de una relación más equitativa entre el Norte y el Sur. En los setenta, la visión se volvió más económica y el NOAL criticó los lineamientos dominantes, que percibía como desventajosos para las naciones pobres y subdesarrolladas. En este marco surgieron iniciativas de redistribución como el Nuevo Orden Económico Internacional y el Nuevo Orden Informativo Internacional, “pero ninguna llegó a ningún lado, por la resistencia de Occidente”, recuerda Patrick. La crítica sin embargo se mantuvo, sobre todo cuando se impuso el “Consenso de Washington” en los ochenta. En el campo político, los No Alineados siguieron apoyando movimientos de liberación nacional como la lucha contra el apartheid en Sudáfrica y la creación de un Estado palestino en Medio Oriente. Y desde el colapso de la Unión Soviética su discurso se orientó a censurar “las tendencias unipolares y neoimperialistas” de Washington, encarnadas en “la invasión unilateral de Irak y la guerra global contra el terrorismo”. Patrick se pregunta empero cómo puede sostenerse esta narrativa cuando ahora son las potencias occidentales las que atraviesan por una grave crisis económica y muchos países “del Sur”, entre ellos varios miembros del NOAL, son las potencias emergentes. Otra interrogante para él es cómo pueden coincidir en una misma agenda países con gobiernos abiertamente democráticos y regímenes autocráticos y violadores de los derechos humanos. Tarde o temprano, en su opinión, esto llevara a una crisis de coherencia y cohesión dentro del grupo. Rob Rakove, docente de Relaciones Internacionales de la Universidad de Stanford dice simplemente que, desde que nació en los cincuenta, Estados Unidos ha tenido difultades para comprender al NOAL. Entonces como ahora, “ha confundido no alineamiento con neutralidad” y ello lo ha llevado a considerar como “hipócritas” a países que cuestionan sus políticas, colocándolos automáticamente en el campo opositor. Autor del libro “Kennedy, Johnson y el mundo No Alineado”, Rakove sostiene que el no alineamiento siempre constituyó un desafío para Washington, porque su deseo de un rápido desarrollo económico lo hacía proclive a los programas socializantes de la Unión Soviética; su agenda de descolonización lo ponía en contra de sus aliados de la OTAN y su rechazo a la Guerra Fría cuestionaba su pretendida “superioridad moral”. Desde el otro lado del espectro, la internacionalista colombiana Patti Londoño Jaramillo sostiene que “discutir sobre la vigencia actual del Movimiento dado el fin de la Guerra Fría, o sobre la pertinencia de su nombre, son cuestiones irrelevantes, puesto que desde su origen el NOAL se distanció de una definición estricta y excluyente del no alineamiento, concentrándose en sus objetivos fundamentales como vocero del mundo en desarrollo frente a los temas de la agenda mundial”. Consejera de Asuntos Multilaterales en la Cancillería de Colombia y autora del texto “Vigencia de los No Alineados en la posguerra fría”, afirma que la política de no alineamiento surgió de la determinación de los países en desarrollo de salvaguardar su independencia nacional y los legítimos derechos de sus respectivos pueblos; simbolizó el esfuerzo de una parte de la humanidad por alcanzar la paz y seguridad, así como la determinación de lograr un orden económico, social y político internacional equitativo y justo. “Esto fue pertinente en los años cincuenta y lo es ahora en los albores del siglo XXI”, sentencia. La globalización, continúa Londoño, no ha extendido sus beneficios a los pueblos del mundo en desarrollo. Al contrario, en vez de integrarlos ha agudizado su marginalidad de los acontecimientos mundiales y los centros de decisión del sistema internacional. Por lo tanto, la importancia y vigencia del NOAL radica en el hecho de que los países industrializados tienen en él un interlocutor y “si ha existido confrontación de intereses, ha sido más a causa de la intransigencia y falta de adaptación a la nueva realidad de las antiguas potencias, que al espíritu confrontacional de sus miembros”. Que la confrontación y la incomprensión de las potencias occidentales hacia este foro sigue vigente, se manifestó en los hechos más que en las palabras. Hasta el último momento, el Departamento de Estado y algunas cancillerías europeas presionaron al secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, para que no asistiera a la Cumbre por el hecho de que ésta se celebraba en Teherán. La lógica era que, con su presencia, Ki-moon rompería el aislamiento diplomático –y las sanciones económicas– que ha decretado la propia ONU contra Irán, debido a su falta de disposición a transparentar su programa nuclear que, asegura, sólo tiene fines pacíficos, cosa que los occidentales e Israel dudan. Pero el secretario general no podía darse el lujo de no asistir a un cónclave que reunía a dos terceras partes de la organización que encabeza. Por el contrario, aprovechó el foro para plantear el tema y abordar otros puntos acuciantes como el conflicto en Siria. Por supuesto que la reunión sirvió de escaparate para los líderes religiosos y políticos de Irán, país que además asumió la presidencia rotatoria de los NOAL por los próximos tres años, lo que le permitirá mantenerse en la tribuna. También está claro que se rompió la imagen de aislamiento diplomático, pero no por la presencia de Ki-moon, sino por la asistencia masiva de países miembros y observadores. Pero lo más interesante de todo es que a pesar de sus diferencias, algunas muy marcadas, todos los asistentes aprobaron por consenso un documento final en el que varios puntos seguramente no serán del agrado de las potencias ausentes: Desarme nuclear general; derecho de todas las naciones a una energía nuclear pacífica; rechazo a sanciones unilaterales y amenazas contra un país; apoyo a la creación de un Estado Palestino; condena al bloqueo contra Cuba; apoyo a la soberanía argentina en las Islas Malvinas; repudio al golpe Constitucional en Paraguay; respaldo a Ecuador frente a Gran Bretaña en el caso Assange; rechazo al terrorismo y al doble rasero de Occidente; lucha contra la pobreza y reforma del Consejo de Seguridad de la ONU. Como cereza del pastel, la Venezuela de Hugo Chávez fue elegida como sede de la próxima Cumbre.

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