Infanticidio de élite

viernes, 6 de enero de 2017 · 12:39
Un asesinato conmocionó a Colombia el mes pasado. Rafael Uribe Noguera raptó, violó y mató a una niña de siete años. Además del impacto brutal del hecho, la sociedad colombiana está indignada, pues ahora el caso reviste crueles aspectos socioeconómicos: la víctima era indígena, humilde; el victimario pertenece a una de las familias más poderosas del país, la cual ya empezó a mover sus influencias para mantener limpia su imagen. En el fondo, sostienen especialistas, “así se cría” a los hijos de las élites, en la creencia de que pueden hacer lo que quieran sin pagar las consecuencias. BOGOTÁ (Proceso).- A las 09:12 horas del pasado 4 de diciembre, Yuliana Samboní Muñoz –una niña indígena de siete años, cuya familia llegó a esta capital huyendo de la violencia en el sur colombiano– jugaba con uno de sus primos y una amiga en una calle polvorienta del barrio Bosques Calderón cuando una camioneta Nissan X-Trail gris se detuvo junto a ella. El conductor, Rafael Uribe Noguera, abrió la puerta derecha del vehículo y la llamó. –Ven, te voy a dar dinero –le dijo, extendiendo un billete de dos mil pesos (unos 70 centavos de dólar), según el relato del primo de Yuliana. Cuando la niña se acercó, Rafael, un exitoso arquitecto de 38 años –que según la policía había pasado la noche consumiendo alcohol y drogas–, la tomó de un brazo y la jaló hacia dentro de la camioneta. El primo de Yuliana alcanzó a sujetar a la niña de los pies e intentó bajarla del vehículo, pero Rafael aceleró y huyó con la menor. Una cámara de seguridad registró el momento en que el vehículo cruzó una de las calles terrosas de Bosques Calderón a alta velocidad. Los zigzagueos que se aprecian en un tramo indican a los investigadores que Rafael Uribe Noguera no tenía pleno control de la camioneta porque iba sujetando a Yuliana. “Yo estaba en la calle, bajando agua de mi camión, y lo vi raro. Tenía lentes oscuros. Iba muy rápido. Hasta golpeó muy fuerte la camioneta en una zanja; se oyó un golpe duro, pero él siguió a toda velocidad”, dice Hugo Nelson Rodríguez, vecino del barrio. El primo de Yuliana corrió hacia la casa de la niña a notificar a sus tíos del secuestro. Nelly Muñoz y Juvencio Samboní, los padres de la menor, salieron en su busca. A los pocos minutos todo el barrio –un asentamiento de casas desvencijadas y gente pobre, a pocas cuadras de elegantes zonas residenciales– conocía la noticia del rapto de Yuliana y colaboraba en la búsqueda. Un vecino, Raúl Benavides, alcanzó a anotar las placas de la camioneta: DBO-960, y con esa información Juvencio Samboní llamó a la policía. Antes de las 10:00 horas, patrulleros y agentes del Grupo Antisecuestros (Gaula) de la Policía Nacional de Colombia entrevistaban a los habitantes del sector que habían presenciado la llegada y la huida de la camioneta gris y revisaban las cámaras de seguridad de la zona. La gente de Bosques Calderón estaba sorprendida, indignada y presta a colaborar en todo con la familia Samboní Muñoz y con la policía. Varios vecinos dijeron haber visto al conductor de la Nissan X-Trail merodear el sector en días previos e, incluso, acechar a la niña. Juvencio Samboní había llegado al barrio hacía cuatro años, procedente de El Tambo, un caserío rural del suroccidental departamento del Cauca. Es un indígena y campesino desplazado por la violencia guerrillera y él y su familia están registrados como víctimas en la Unidad para la Atención y Reparación Integral a las Víctimas del Conflicto Armado. Yuliana había llegado en 2015 a Bogotá con su mamá y su hermanita menor, Nicol. Juvencio trabaja como albañil y “escasamente percibe ingresos para el sustento diario de su familia”, consigna la Fiscalía General de la Nación en el expediente del caso. Nelly, la mamá, quien el 4 de diciembre fue hospitalizada en estado de shock, hacía limpieza en edificios. Casi todos en Bosques Calderón los conocen. En esa barriada de los cerros orientales de Bogotá viven decenas de desplazados del Cauca. Son muy unidos y suelen acompañarse en las fiestas y en las desgracias. Tienen costumbres campesinas y la genuina solidaridad de los marginados, de los más jodidos. Ese 4 de diciembre muchos se dieron a la tarea de buscar a Yuliana en los barrios elegantes de los alrededores. Algunos caminaron hacia Chapinero Alto, pocas cuadras al sur de Bosques Calderón. Trataban de identificar entre el escaso tráfico de ese día una camioneta gris. Los pasos del lobo Según el Escrito de Acusación 03772 de la Fiscalía General de la Nación –documento de 38 páginas cuya copia tiene Proceso–, Uribe Noguera salió del edificio Equus 64, de Chapinero Alto, a las 09:00 horas de ese domingo en una camioneta Nissan X-Trail gris, que hacía meses le había comprado a su cuñada, Laura Arboleda; el vehículo continuaba a nombre de ella. Rafael vivía en ese edificio, uno de los muchos que ha construido su familia, propietaria de Lascaux Construcciones, empresa de la cual él era un alto ejecutivo. El apartamento 601 es de su propiedad. En una cámara de seguridad, el guardia del inmueble, Luis Fernando Murcia, vio salir al “arquitecto Uribe” conduciendo el vehículo. Media hora después, Rafael regresó al edificio. Ya había secuestrado a Yuliana y la niña estaba recostada en el asiento delantero de la camioneta, sometida por él. El guardia dijo en su declaración ante un fiscal que el arquitecto ingresó al estacionamiento pero que no alcanzó a ver a la menor por la cámara. Murcia contó que le pareció muy extraño que Rafael nunca bajó de la camioneta. Permaneció estacionado unos minutos en el interior del edificio y, de improviso, arrancó, dirigió la camioneta hacia el portón de salida, comenzó a tocar el claxon con insistencia “indicándole al portero que abriera rápidamente” y salió “de manera apresurada” hacia la calle. Una vecina vio que cruzó a alta velocidad y pensó que “venía con tragos”. Los excesos de Rafael con el alcohol y las drogas, sus largas y bulliciosas fiestas, la “gente rara” que lo visitaba –travestis, prostitutas, microtraficantes de cocaína y metanfetaminas–, eran tema de comentarios entre los habitantes de Equus 64 y de otro edificio cercano, el Equus 66, donde el arquitecto poseía otro departamento que estaba vacío, con un aviso de renta, y el cual solía utilizar para algunas de sus frecuentes parrandas. A este segundo inmueble, también edificado por Lascaux Construcciones –cuya representante legal es la madre de Rafael, María Isabel Noguera–, se dirigió el arquitecto. A las 09:40 horas ingresó el vehículo, pero no quiso estacionarlo en los cajones 1 y 2, que tenía asignado el departamento de su propiedad, el 603. Fernando Merchán, portero de turno ese día en Equus 66, le dijo a un fiscal que Uribe Noguera le manifestó que se estacionaría en el sótano. Ahí no hay cámaras de seguridad, pero sí un elevador que llega directamente a los departamentos. Cuando los fiscales revisaron los videos de las cámaras de ese inmueble, observaron que Yuliana iba en el asiento delantero, junto al conductor, y que, al cruzar el portón del estacionamiento, ella intentó zafarse de su secuestrador, quien la sometía con el brazo derecho. De acuerdo con el director nacional de fiscalías seccionales, Luis González, el análisis de las imágenes permite establecer que el vigilante Fernando Merchán, quien estaba siendo grabado en la portería por una cámara de seguridad, observó cómo el arquitecto aprisionaba a la niña mientras ella trataba de zafarse, y nada hizo por ayudarla. La aparente complicidad de Merchán con Uribe Noguera hace presumir a los investigadores que no era la primera vez que ingresaba con una niña a ese edificio. Un adinerado sin control Desde sus épocas de bachiller en el Gimnasio Moderno, colegio de la élite económica y social bogotana, Rafael Uribe tenía fama de bebedor, parrandero y exitoso con las mujeres. “Era una caspa (insoportable, en argot colombiano) que hacía ‘matoneo’ (bulling) a estudiantes más tímidos”, dijo uno de sus excompañeros. Tras concluir el bachillerato entró a prestar el servicio militar. Gracias a los contactos de su familia, lo asignaron al Batallón Guardia Presidencial y meses después viajó a Egipto como integrante de la Fuerza de Paz del Batallón Colombia en el Sinaí. En la Universidad Javeriana, donde estudió arquitectura, fue acusado de plagiar su tesis de grado. Pero su padre, Rafael Uribe Rivera, un opulento contratista de la construcción, era en esa época decano de la Facultad de Arquitectura de esa universidad y la investigación nunca prosperó. Francisco Uribe Noguera, hermano de Rafael, es un abogado y socio de Brigard & Urrutia, uno de los principales despachos jurídicos de Colombia. Hace tres años y medio Francisco cobró notoriedad cuando fue acusado por congresistas de urdir un entramado legal para que el emporio agroindustrial Riopaila Castilla se apropiara en forma irregular de unas 42 mil hectáreas de terrenos de alta productividad que le pertenecían a la nación. “Las normas están para interpretarse”, dijo en 2013 al referirse a las acusaciones. Uribe y Noguera son apellidos que pesan en Colombia por las conexiones que tienen esas familias con las más altas esferas políticas y económicas. En el Gimnasio Moderno, Rafael Uribe estudió con los herederos de algunos de los hombres que manejan los hilos del poder en Colombia. Uno de sus compañeros ahí fue Camilo Martínez, hijo del fiscal general Néstor Humberto Martínez (socio del bufete DLA Piper Martínez Beltrán) y novio de Laura Noguera, prima de Rafael Uribe Noguera. En 2012 este arquitecto adinerado, con una vida de privilegios y de excesos, escribió en su cuenta de Twitter: “#MeLaVuela mi falta de autocontrol”. Un domingo en Equus 66 Poco después de las 10:30 horas del 4 de diciembre, Rafael Uribe Noguera encargó una botella de aceite de cocina, un encendedor y una cajetilla de cigarros a una tienda cercana al edificio Equus 66. A las 11:00, el repartidor Luis Alberto Suárez le subió el pedido al departamento 603. El arquitecto lo esperaba en la puerta, donde recibió las cosas y pagó. Los investigadores creen que a esa hora Yuliana aún estaba viva. Unos 40 minutos después, Rafael salió caminando hacia el edificio Equus 64, donde se cambió de ropa y de donde salió con un morral. Al mediodía regresó al departamento 603 de Equus 66. A esas alturas del día, agentes del Gaula ya sabían que la camioneta Nissan X-Trail en que un hombre había secuestrado a Yuliana estaba a nombre de Laura Arboleda, esposa de Francisco Uribe Noguera, el hermano de Rafael. Cerca de las 13:00 horas los agentes lograron comunicarse por teléfono con Laura, quien les explicó que el automóvil se lo había vendido a Rafael, pero que no habían hecho el cambio de propietario. Francisco tomó el teléfono y expresó su desconfianza de que realmente fueran policías con quienes hablaba. Un capitán del Gaula le propuso entonces que se vieran en una estación de policía. Francisco eligió una que está ubicada cerca de su domicilio, en el sector norte de Bogotá. Antes de acudir a la cita, el abogado habló con su hermana Catalina y le pidió buscar a Rafael porque, al parecer, una niña había sido secuestrada en la camioneta que él usaba. A las 14:00 horas se produjo el encuentro entre Francisco y los policías. Los agentes le insistieron al abogado que necesitaban ubicar a su hermano en forma urgente para dar con el paradero de Yuliana. Francisco recibió en ese momento una llamada de su hermana Catalina, quien le comunicó que acababa de hablar con Rafael y que, según él, estaba con una amiga y que la camioneta Nissan estaba estacionada en el garaje de Equus 64. Francisco proporcionó a los policías el número de celular de su hermano y los llevó a Equus 64, donde no encontraron al presunto secuestrador. Francisco sabía que su hermano Rafael solía refugiarse en su departamento de Equus 66, pero en ese momento omitió ese dato a la policía. En cambio, Laura Arboleda, la esposa del abogado, sí acudió a ese inmueble, donde el portero, Fernando Merchán, le dijo que allí no estaban Rafael ni su vehículo. El abogado se separó de los agentes del Gaula diciendo que tenía que acudir a tranquilizar a sus padres, quienes estaban muy afectados por la situación. Les prometió que seguiría intentando ubicar a su hermano. Sin informar a la policía, e incluso a espaldas de los investigadores, él y su familia centraron sus esfuerzos en tratar de ubicar antes que nadie a Rafael. Presumían que estaba en el departamento 603 de Equus 66. Luego de Laura Arboleda, a ese inmueble se presentó María Isabel Noguera, madre de Rafael, y el portero dijo de nuevo que el arquitecto no estaba allí. Posteriormente su hermana Catalina llegó con copias de las llaves del departamento 603, y subió al inmueble a las 15:40 horas, pese a que el guardia Fernando Merchán intentó impedirle el paso. Aunque las llaves no le funcionaron a Catalina, ella percibió desde la puerta un fuerte olor a cigarro en el departamento y supo que Rafael estaba allí. Poco después de las 16:00 horas llegó Francisco, quien con argumentos de abogado convenció al vigilante de decirle la verdad. Merchán reconoció que el arquitecto estaba en su departamento y dijo que había estacionado la camioneta en el sótano. Según contó el propio Francisco a un fiscal, en lugar de reportar a los agentes del Gaula que Rafael estaba en su departamento de Equus 66, en esos momentos optó por actuar por su cuenta. Bajó al sótano, abrió la camioneta con una llave de repuesto y encontró un zapatito de niña. Era de Yuliana. En una entrevista con la revista Semana, la única que ha dado a un medio de comunicación y la cual muchas voces consideran parte de una operación de lavado de imagen, el abogado dijo que al ver el zapato decidió entrar de cualquier manera al departamento de Rafael. Lo hizo por la azotea, donde está el jacuzzi de la vivienda estilo dúplex. Francisco encontró a su hermano en el balcón. Por todo el inmueble había colillas de cigarro botadas en el piso, así como manchas de aceite. En la recámara principal vio una botella vacía de aguardiente anisado, una bebida de alto consumo en Colombia. Rafael le aseguró que se había tomado botella y media y que había consumido mucha cocaína. “Me dijo que no sabía por qué recogió a la niña y que la niña se bajó en la 65 con Circunvalar (una calle cercana)”, contó el abogado a Semana. Pero tampoco en ese momento Francisco se comunicó con la policía para contar esa versión, pese a que los agentes del Gaula dijeron que lo habían llamado insistentemente a su celular sin que él contestara. Una fuente de la policía le dice a Proceso que esa tarde, Francisco permaneció “alrededor de dos horas” sin contestar varias llamadas que le hicieron a su celular. “Nos pareció sospechoso, pero pensamos que estaba atendiendo a sus papás”, se­ñala la fuente consultada. Lo que sí hicieron Francisco y Catalina fue comunicarse telefónicamente con el abogado especialista en asuntos penales Juan David Riveros, para que los asesorara. Según Francisco, le preguntó a Riveros si podía llevar a Rafael a una clínica “porque estaba muy mal” y el penalista le dijo que sí. Además, le recomendó “que no tocara nada” en el departamento de Rafael. De acuerdo con la misma versión, alrededor de las 18:00 horas, Rafael, Catalina y Francisco salieron de Equus 66 y en la calle abordaron un taxi rumbo a una clínica psiquiátrica. Ella se bajó antes, cerca de su casa. Francisco relató a la Fiscalía que cuando se acercaban a la clínica Rafael le dijo que le iba a contar la verdad, y le confesó que él había matado a la niña “accidentalmente”. Después de este momento Francisco llamó a la policía y le dijo que Yuliana estaba muerta y que el cadáver, según confesión de su hermano, estaba en el departamento 603 de Equus 66. Las horas fatales Nadie hasta ahora sabe con precisión cuánto tiempo transcurrió desde que Yuliana fue llevada a la fuerza al departamento de Rafael Uribe, a las 09:40 horas del 4 de diciembre, hasta el momento de su muerte. Lo que sí señala con certeza el reporte de la autopsia es que el cuerpo de la niña “fue encontrado completamente desnudo (bajo el jacuzzi de Rafael), cubierto con una sustancia aceitosa y con una cinta (roja) envuelta a nivel de su cintura con una atadura superior en forma de moño”. Según el Escrito de Acusación de la Fiscalía, “en la escena se evidencia además la presencia de ropa interior femenina, diferente a las prendas de la menor”, lo que hace presumir a los investigadores que el arquitecto puede estar implicado en otros casos de abusos y hasta homicidios de menores de edad. Los médicos forenses determinaron que Yuliana luchó por su vida. En sus uñas encontraron piel con ADN de Rafael Uribe Noguera. La menor se defendió a rasguños mientras era violada por el acaudalado empresario de la construcción. La autopsia reveló que él la penetró por la vagina y por el ano y que luego la asfixió apretando su cuello y tapando su boca. El lunes 5 de diciembre el fiscal general Néstor Humberto Martínez dijo que “la escena del crimen fue manipulada”. Francisco y Catalina fueron llamados a declarar a la Fiscalía. Ambos dijeron que cuando estuvieron en el departamento de Equus 66, la tarde del domingo anterior, no vieron el cadáver de la niña ni sabían que estaba allí ni tenían elementos para pensar que estuviera muerta. Un país indignado El asesinato de Yuliana tiene indignada a la sociedad colombiana, que cree estar frente a un infanticidio “de cuello blanco” en el que el autor del crimen y sus hermanos –quienes en algún momento intentaron, al menos, encubrir su ubicación– están siendo protegidos por sus poderosos amigos. Las protestas en demanda de justicia han sido espontáneas y concurridas. A la enorme mayoría de los ciudadanos de este país no le gustó que, en vez de llamar a la policía, Francisco haya llevado a su hermano a una clínica psiquiátrica, donde finalmente no lo aceptaron, y que después lo haya internado en un hospital cardiovascular por una supuesta sobredosis de cocaína. La gente presume que se intentó fabricar un caso en el que los abogados alegarían demencia temporal de Rafael para hacerlo aparecer penalmente inimputable. La sospecha popular de que hay manos ocultas tratando de obstruir la investigación de este caso es alimentada por nuevos hechos de sangre aparentemente relacionados con el asesinato de Yuliana. El 9 de diciembre, cinco días después del crimen, apareció muerto el vigilante del edificio Equus 66, Fernando Merchán. La Fiscalía sostiene que fue un suicidio motivado por su omisa complicidad en ese delito atroz. Y el 10 de diciembre, el subteniente de la policía Cristian Santiago Triana fue encontrado muerto con un balazo en la cabeza en la estación Chapinero, norte de Bogotá. Esta fue una de las estaciones que atendieron el caso de Yuliana. La policía señaló que fue un suicidio por un “problema sentimental”. Francisco Uribe aún no ha explicado por qué el abogado Riveros habría de recomendarle que “no tocara nada” en el departamento de Rafael si, supuestamente, ni él ni su hermana Catalina sabían que había un cadáver allí y que, por tanto, ese lugar era la escena de un crimen. La Fiscalía cree que las suspicacias por el manejo del caso y por una supuesta operación para proteger a la familia del acusado quedan desvirtuadas porque el crimen fue esclarecido en sólo 12 días y el asesino acabó por aceptar su culpabilidad ante las contundentes evidencias en su contra. Su ADN en las uñas de Yuliana, sus rastros de sangre y semen en la región anal, perianal y la vagina, los videos que lo muestran forcejeando con la niña, los testigos que lo vieron en el barrio Bosques Calderón y en Equus 64 y Equus 66 son tan apabullantes que hacen muy difícil –al menos por ahora– justificar un tratamiento judicial blando al adinerado asesino. En el Escrito de Acusación, la Fiscalía pide 60 años de cárcel para Rafael Uribe Noguera como responsable de los delitos de feminicidio agravado, secuestro agravado y acceso carnal violento agravado. Es la pena más alta prevista en el código penal colombiano. El juicio comenzará el próximo 11 de enero. La abogada de la familia Samboní, Isabel Agatón, reconocida defensora de los derechos de la mujer, dice a Proceso que la Fiscalía “ha realizado el papel que le corresponde en lo que tiene que ver con lo que inculpa al señor Rafael Uribe Noguera”. Falta ver el desarrollo de las investigaciones sobre la “manipulación” de la escena del crimen, que denunció el propio fiscal general, y sobre la actuación de los hermanos de Rafael durante la tarde y la noche del crimen. La politóloga Sandra Borda considera que el crimen de la niña indígena a manos del acaudalado arquitecto es un retrato de la forma en que operan las redes del poder y la justicia en Colombia y en América Latina. “La sociedad colombiana tiene razones para dudar de que en este caso se haga justicia. Nuestro sistema judicial es tremendamente ineficiente, hay un 98% de impunidad, y el sistema funciona muchísimo menos cuando se trata de personas vinculadas con las élites políticas. Ahí la posibilidad de influenciar los resultados es mucho más grande”, dice Borda a Proceso. De acuerdo con la doctora en ciencia política por la Universidad de Minnesota, tanto en Colombia como en el resto de Latinoamérica las élites están habituadas a abusar del poder. “Pero tengo la sensación de que este componente de clase es un poco más fuerte en el caso de Colombia, por la distancia socioeconómica que separa a la víctima del victimario, y porque las élites colombianas, por ser más pequeñas que las de otros países, tienen más capacidad de cerrar filas y organizarse alrededor de un objetivo”, considera. Para la politóloga colombiana, “lo que a venir en adelante será un proceso de lavado de imagen” de la familia Uribe Noguera, no sólo judicial sino en los medios. “Van a tratar de contener el daño y de centrar todo en la figura de Rafael Uribe Noguera (quien ya aceptó ser el asesino de Yuliana), pero sin que él salpique al resto de la familia, que es una de las más conectadas que hay en este país, que tiene un poder impresionante y que tiene sus propias redes al interior del Estado y en la política para favorecer la versión que van a dar del papel que ellos jugaron”, agrega. Es, dice, un caso de abuso de poder, y es necesario no juzgar la actuación de Rafael Uribe Noguera como una patología psiquiátrica. “No es un enfermo mental”, sostiene, “sino el resultado de años y años de convencimiento de que está en un escenario de privilegio en el que puede hacer lo que quiera y no va a asumir las consecuencias de las decisiones que toma. Así se cría a los hijos de las élites de este país. Rafael Uribe Noguera tenía la impresión de que podía hacer lo que le diera la gana con una niña pobre que él no juzgaba humana.”

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