Trump en Asia: mucho aspaviento, magros resultados

viernes, 10 de noviembre de 2017 · 08:10
BEIJING (apro).- Hay que rebobinar 25 años para encontrar el periplo asiático de un presidente estadunidense más largo que el realizado por Donald Trump. De aquel se recuerda que George Bush vomitó y se desmayó en una cena oficial en Japón. Trump afronta esta vez desafíos mayores que una indigestión. En 13 días habrá visitado cinco países (Corea del Sur, Japón, China, Vietnam y Filipinas) y atendido dos cumbres internacionales (APEC y ASEAN) para presentar una política coherente en el continente más poblado del mundo y recuperar su reputación de socio confiable en un contexto de auge chino. El comercio y Corea del Norte monopolizan su agenda. Muchos en Asia miran con recelo a Trump. Ha jubilado el mayor acuerdo económico del mundo –el de Asociación Transpacífico (TPP)--, ha amenazado con derogar el tratado de libre comercio con Corea del Sur y acusa regularmente a los países de esquilmar a los trabajadores estadunidenses. Su mensaje de “América, lo primero” finiquitó el “Giro al Pacífico” de su predecesor, Barack Obama. Éste había diseñado una estrategia de expansión económica, militar y diplomática en la zona más dinámica del planeta. El tradicional liderazgo de Washington, macerado durante décadas a través de alianzas, quedó tocado sin remedio. “Error” estratégico La estrategia de Trump es todavía un misterio. Su administración ha aireado el concepto de la “región Indo-Pacífico” sin aclarar en qué consiste. La inclusión de India en la ecuación busca reducir el peso chino, aunque se desconoce si supone un giro perceptible. Pero Washington necesitará algo más que hallazgos semánticos para recuperar la confianza. Hoy el mundo busca en China al garante del libre comercio y la lucha medioambiental. La principal víctima de Trump es el Tratado de Asociación Transpacífica (TPP, por sus siglas en inglés), lo que debía ser el mayor legado económico de Obama. Fue cocinado por una docena de países a ambas orillas del Pacífico (México entre ellos) durante cinco años y 32 rondas negociadoras. Las economías exportadoras --como la japonesa—veían en él al flotador en la crisis. Trump lo desdeñó como una trituradora de empleos y sacó a Estados Unidos de ese pacto. Los 11 países restantes lo han preservado, aunque con pretensiones menos ambiciosas, y los caprichos del calendario podrían forzar a que Trump estuviera presente en sus negociaciones durante la cumbre en Danang (Vietnam). La fórmula de acuerdos bilaterales que ofrece Washington para relevar los tratados multilaterales es mucho menos apetitosa para los gobiernos asiáticos. Aquella decisión fue un error “desastroso” porque mitigó la influencia económica de Estados Unidos en la región, certifica Jonathan Sullivan, director del Instituto de Políticas Chinas de la Universidad de Notthingham. “Retiene su presencia estratégica, especialmente por su alianza con Japón, pero China está aplicando eficazmente la política del palo y la zanahoria para aprovechar la debilidad estadunidense. Xi Jinping (presidente chino) ha identificado este momento como una oportunidad estratégica”, explica. Washington debería reconstruir sus alianzas, acentuar su compromiso y presionar en el Mar del Sur de China para contrarrestar el auge de Beijing. “No veo que nada de eso esté ocurriendo con la urgencia y el alcance necesarios para que funcione”, advierte Sullivan. Los perfiles imprevisibles son especialmente sospechosos en la cultura asiática y la política en este continente resume la inconsistencia de Trump. Amenazó a Corea del Sur y Japón con quitarles su paraguas militar y hoy glosa su alianza como irrompible, anunció el regreso a los cuarteles de las tropas y su reciente aumento presupuestario de Defensa sugiere el despliegue naval masivo en el patio trasero chino, no descartó compartir una hamburguesa con el líder norcoreano y hoy aboga por la línea dura. Los gobiernos asiáticos agradecerían un socio menos voluble en un contexto que aúna la debilidad económica y la amenaza norcoreana. “Trump ha hecho todo lo que no debía hacer para contrarrestar la creciente influencia china en Asia. Existe mucho escepticismo fuera de Estados Unidos sobre las políticas de seguridad del presidente porque parece que todo es negociable para él”, señala Stanley Rosen, profesor de Ciencia Política del Instituto Estados Unidos-China de la Universidad de South Carolina. Corea del Norte y el comercio han sido las constantes en las diferentes etapas del presidente. En Seúl y Tokio reveló su fórmula mágica para arreglar el desequilibrio comercial y la amenaza norcoreana: la compra masiva de armamento estadunidense. Japón habría derribado con él los dos misiles norcoreanos que este verano sobrevolaron su territorio, aclaró Trump a su homólogo Shinzo Abe. “Supondrá un montón de puestos de trabajo para nosotros y un montón de seguridad para Japón”, insistió en la rueda de prensa. No se recuerdan ofertas de armas tan públicas y descaradas porque la diplomacia clásica recomienda sutileza en temas socialmente sensibles. Tampoco ayudó a que Tokio se libere de su reputación de secuaz de Washington. Trump también lamentó el crónico déficit comercial y exigió medidas eficaces y rápidas para limarlo. En concreto, pidió a la industria automovilística japonesa que fabrique sus vehículos en Estados Unidos en lugar de enviarlos por barco. La petición ignora que eso ya ocurre con 75% de los vehículos japoneses vendidos en Estados Unidos. Trump y Abe mantienen una estrecha relación y comparten la línea agresiva contra Pyongyang, pero la forma de afrontar la cooperación económica les separa sin remedio. El millonario neoyorquino suavizó un día después en Seúl su discurso contra Corea del Norte, enfatizó la estrategia concertada frente a las iniciativas unilaterales y se felicitó por unos progresos que no concretó. Escuchadas en abstracto, sus declaraciones no merecen mucho entusiasmo, pero la hemeroteca muestra que no hace tanto aireaba ataques preventivos, prometía llevar “furia y fuego” a Corea del Norte y llamaba “hombre-cohete” a Kim Jong-un. “Tendría sentido que viniera a la mesa de negociaciones y cerráramos un trato”, dijo Trump junto al presidente Moon Jae-in, que agradeció su giro sosegado. Cientos de surcoreanos se manifestaron frente a la residencia presidencial para protestar contra el que ven como el mayor peligro para la paz en la península coreana. Trump no intercambió con Moon las sonrisas del día anterior con Abe. Son líderes antitéticos: una exestrella televisiva frente a un abogado de derechos civiles, un exaltado frente un moderado, un anunciante de inminentes guerras frente a un tenaz defensor del diálogo. A Moon le sobran razones para desconfiar. Trump lo ha acusado públicamente de tibio, lo dejó sólo cuando China atornillaba a su país con sanciones económicas por el despliegue del escudo antimisiles estadunidense y amenazó con jubilar el acuerdo de libre comercio que durante un lustro ha beneficiado a ambos países. “Visita de Estado plus” China fue la parada más placentera en lo personal y más frustrante en lo profesional. Trump disfrutó de una “visita de Estado plus”, un concepto acuñado esta semana por Beijing para definir la hospitalidad que desborda la cortesía diplomática. Trump y Xi escenificaron durante tres días la amistad que se profesan desde que el primero invitó al segundo en su residencia vacacional de Florida. Desde entonces se han visto en dos ocasiones y se han llamado por teléfono ocho veces. Pero la prensa local ya había recordado que China no es un “aliado” sumiso y que la influencia estadunidense topa aquí con un púgil del mismo peso. “Es imposible que domine el mundo como domina a Japón”, advertía en la víspera el editorial del diario Global Times. Los expertos habían pronosticado que partiría de Beijing con solemnes declaraciones conjuntas, la amistad fortalecida con Xi y un puñado de acuerdos comerciales para presentar a sus votantes. La rueda de prensa certificó la ausencia de logros reseñables. “No culpo a China del desequilibrio comercial”, reveló ante la atónita audiencia. Una absolución tan categórica no se esperaba de ningún presidente estadunidense y menos del que alcanzó la Casa Blanca culpando a China de todos los males económicos y prometiendo mano dura. “¿Quién puede culpar a un país de aprovechar la ventaja de otro para beneficiar a su pueblo? Le doy todo mi reconocimiento a China”, siguió. La responsabilidad, en su opinión, recae sobre sus predecesores por haber permitido durante años un comercio “muy injusto”. Trump había reconocido días atrás que el desequilibrio es “tan alto y grande que daba vergüenza" mencionar la cifra (347 mil millones de dólares el pasado año). El asunto había capitalizado su campaña electoral: acusó a China de ser el mayor ladrón de la Historia, de manipular su moneda para favorecer las exportaciones, de destruir empleos estadunidenses y de violar (en el sentido sexual) a América. China no se alteró demasiado porque la sinofobia integra ya la liturgia electoral estadunidense y previó que la real politik lo domaría. La comitiva estadunidense ha firmado acuerdos que suman 253 mil millones de dólares, pero el triunfalismo de Washington recomienda un matiz: muchos de ellos ya se habían contabilizado antes y otros son apenas memorándums de complicada concreción. “La principal prioridad en este viaje es Corea del Norte. Todo lo demás es decorativo, incluidos los acuerdos comerciales. Esa cifra ocupará los titulares, pero no se alcanzará en la realidad y no es más que un caramelo momentáneo en espera de que la administración esté en condiciones de presionar mucho más fuerte a China”, señala Scott Kennedy, experto del Centro de Estudios Internacionales Estratégicos, con sede en Washington. Tampoco consiguió de Xi en el tema de Corea del Norte ningún compromiso para acentuar la presión. El dirigente chino ventiló el trámite apelando “al diálogo y la negociación”. Beijing considera que las insistentes peticiones de Washington para que resuelva el problema ocultan su responsabilidad y defiende que ya ha hecho bastante recortando su comercio exterior con Pyongyang. La cumbre epitomizó el equilibrio de fuerzas actual. Xi ha sido elevado a la altura de Mao en el reciente Congreso, disfruta de la sumisión del partido y del cariño popular y no se atisba el final de su reinado. Trump llegó con sus índices de popularidad en sus mínimos históricos, acorralado por el FBI, sin un segundo mandato claro y con la amenaza del impeachment. Ambas administraciones han insistido en el trato inédito que se ha dispensado a Trump. Es habitual que la diplomacia china aluda a esa excepcionalidad tras las visitas de mandatarios extranjeros para que el embriagador sentimiento de victoria les haga olvidar sus magros resultados.

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