El todopoderoso Xi Jinping

domingo, 25 de marzo de 2018 · 09:01
El pasado domingo 11, Xi Jinping se colocó a la altura de Mao Zedong, Deng Xiaoping y los tradicionales emperadores chinos: ese día logró que la Asamblea Nacional derogara los límites temporales en el ejercicio de la presidencia. De ese modo, quien ya es líder máximo del ejército y del Partido Comunista podrá extender su mandato al frente del Ejecutivo todo el tiempo que quiera. Pero los ciudadanos chinos, tradicionalmente apáticos frente a los fenómenos políticos, condenaron el golpe: ya empieza a haber muestras de descontento. BEIJING (Proceso).- China ya cuenta con otra fecha para la historia. El 11 de marzo de 2018 la Asamblea Popular Nacional (APN, el Congreso) aprobó la derogación de los límites temporales en el ejercicio de la presidencia. La medida libera a Xi Jinping de los corsés legales que lo constreñían y ahora podrá extender su mandato tanto tiempo como desee. La mayor revolución política de los últimos tiempos se firmó con 2 mil 957 votos a favor, dos en contra y tres abstenciones, el apoyo más contundente dentro de las últimas reformas constitucionales. “Puedo anunciar que las propuestas de enmiendas a la Constitución de la República Popular de China han sido aprobadas”, clamó el portavoz tras la votación. “Levantemos alto el estandarte del socialismo con características chinas a través del estudio y la aplicación del pensamiento de Xi Jinping”, añadió. También fueron aprobadas la inclusión del ideario del presidente en la Carta Magna y la creación de comisiones para investigar a miembros del Partido Comunista (PC) y funcionarios, dos propuestas enviadas a la APN para un trámite rutinario. La APN es el mayor Parlamento del mundo… y aun así nunca ha rechazado una ley o los presupuestos del PC. Pero no carece de interés. Beijing reserva su sesión anual para revelar sus perspectivas económicas y dar a conocer el gasto militar, lo que la prensa global antes llevaba a sus primeras planas. Pero Xi Jinping arrasó con todo. Ahora cualquier cónclave gira en torno a un líder que ha eclipsado al partido y agotado las etiquetas: la entronización de Xi, la consolidación de Xi… La figura cada vez más enjuta de Li Keqiang, primer ministro y encargado del discurso inicial, metaforiza el adelgazamiento del PC: lanzó un panegírico de Xi durante hora y media y exigió a los representantes apretar filas. “Entramos en una nueva era y debemos defender con vigor la posición nuclear de Xi Jinping”, dijo. Antes los periodistas contaban las menciones a la corrupción o al medio ambiente, para medir las políticas de Beijing; ahora recuentan las menciones al presidente. Hoy cuesta creer que Li fuera el favorito del anterior mandatario, Hu Jintao, para sucederlo. Recibió el timón económico cuando fue elegido, por detrás de Xi, pero los derrumbes de la bolsa de 2016 lo degradaron a una figura casi ornamental. Reacciones populares El anuncio del final de la limitación de dos mandatos provocó una inquietud desconocida en la sociedad china. El PC confiaba en que la genética apolítica de su pueblo y el apoyo masivo que concita Xi evitaría las críticas. Se equivocó. El sistema político chino está tan alejado de la democracia occidental como de las dictaduras. Prevé contrapesos de poder que obligan a las diferentes facciones a negociar y ceder en la toma colegiada de decisiones e impera la meritocracia. Su porcentaje de miembros con formación científica en el Politburó supera el de cualquier consejo de ministros del mundo. Beijing defiende su llamada “democracia de consenso” frente a “la democracia de confrontación” occidental y los chinos se sienten cómodos e incluso orgullosos de ella, porque ha proporcionado décadas de estabilidad y crecimiento económico a un país con una historia contemporánea convulsa y de hambre. Pero esta involución al absolutismo está reñida con cualquier pretensión de modernidad y ha sorprendido e indignado a muchos que mostraban un olímpico desinterés político. Entre los más beligerantes están los sectores liberales y los jóvenes que tienen contactos con el exterior. “Es una locura absoluta”, opina Lin, de 28 años, ejecutiva de una compañía cinematográfica nacional. “Sabíamos que podía pasar, pero ha sido un shock, no hay solución para este país, vamos hacia un terreno que temíamos”, dice por teléfono. Asegura que la noche del anuncio, por primera vez habló de política con sus amigas. “Xi no quiere ser presidente, quiere ser emperador”, sentencia. Pero las críticas también surgen de personas como Li Datong, antiguo director del oficialista Diario de la Juventud. “Esto puede destruir a China y al pueblo chino”, clamó en una carta pública. Li recordó que sólo Mao y los emperadores reinaron hasta su muerte y las consecuencias fueron desastrosas para el país. Contraataque oficial Es previsible que la marejada baje pronto, opina Jonathan Sullivan, director del Instituto de Políticas Chinas de la Universidad de Nottingham. “Las protestas han sido sobreestimadas, no veo un gran estímulo para el descontento público si nos abstraemos de la cháchara de las redes sociales. La clave radica en los resultados de Xi y hasta dónde extenderá los controles sociales. Si completa la reforma económica y establece el liderazgo global de China, al tiempo que mantiene los niveles de ‘libertad’ en la sociedad, creo que disfrutará de apoyo popular o al menos de conformidad”, comenta vía correo electrónico. Beijing se ha esforzado en las últimas semanas en censurar las redes sociales y defender la decisión en los medios oficiales. Xi necesita más tiempo para conducir China a la gloria prometida y urge armonizar el cargo con los de la presidencia del Partido y de la Comisión Militar, que ya ostenta, se ha leído estos días en editoriales entusiastas. “La mayor parte de los funcionarios y las masas aseguran que esperaban que esta reforma constitucional se aprobara”, señaló un extenso artículo de la agencia oficial Xinhua. “La desinformación y la intervención de las fuerzas externas afectan a la opinión pública en China”, alertó un editorial del ultranacionalista Global Times. También aclaró que la reforma no implica que Xi detente el cargo de forma vitalicia y que estaba justificada en la necesidad de un “liderazgo potente, estable y consistente”. En Weibo (el Twitter chino) se bloqueó cualquier mensaje que incluyera la expresión “dos mandatos”, que citase al histórico emperador Yuan Shikai o a Winnie Pooh, un viejo conocido de la censura desde que se vinculara a ese dibujo animado con el presidente. Deng Xiaoping, el arquitecto de las reformas, juzgó que los desmanes maoístas nacieron en el desaforado poder que acumuló el Gran Timonel y trasladó el foco del líder al Partido. Cada presidente fue más débil que el anterior y el rumbo recayó en el Comité Permanente. El final de esa fórmula de “primero entre iguales” tiene efectos negativos evidentes: limitará el sano debate interno del partido e impedirá la oposición a decisiones perjudiciales del presidente. Pero conviene desatender los apocalípticos augurios del regreso inminente de episodios traumáticos, como la Revolución Cultural o el Gran Salto Adelante. Es dudoso que la sociedad actual, más moderna, educada y cosmopolita que la maoísta, se deje arrastrar por aquellos desvaríos. La vía libre para que Xi alargue su mandato tiene una importancia práctica relativa, pues ya el año pasado –durante el congreso del PC– incluyó su pensamiento en la Constitución. Esa enmienda ya aseguraba su influencia vitalicia, recuerda Sullivan. “Eliminar las limitaciones de los mandatos era innecesario, pero demuestra más allá de cualquier posible debate que Xi es ‘el hombre’ y que va a ser siguiendo ‘el hombre’ mucho tiempo”. El cargo de presidente de gobierno no tiene la misma relevancia que en Occidente. Fue creado en los ochenta para premiar por sus servicios a veteranos personajes y hoy aún pesa menos que el del líder del partido o del ejército. “El sueño chino” En cinco años Xi pasó de ser conocido como el marido de la célebre cantante Peng Liyuan a monopolizar la atención pública. Se ha ganado el apoyo popular masivo con su publicitada lucha contra la corrupción –que también le ha servido para desembarazarse de rivales– y con una imagen de humilde servidor del pueblo. Xi ha estimulado la psique de un país que aún recuerda la dolorosa época colonial, mediante una hábil receta nacionalista con elementos como “el sueño chino” y promesas de recuperar la grandeza pasada. En este momento histórico coinciden el líder más ambicioso con el auge imparable del país. Xi es el líder chino más poderoso de la historia, si atendemos a su colección de cargos. Preside el ejército, el partido y el país, ha añadido el título simbólico de “hexin” (núcleo), que define a los líderes incuestionables, y su doctrina ha sido incluida en la Constitución. Esa enmienda en la Carta Magna lo puso a la altura de Mao Zedong y Deng Xiaoping, artífices de la China contemporánea. Pero no es comparable a Deng en talento, logros, dimensión histórica ni poder. El Pequeño Timonel empujó las reformas frente a la nutrida oposición maoísta y designó a los dos siguientes presidentes. “La acumulación de títulos de Xi puede ser vista como una señal de debilidad, aunque sea absolutamente necesaria para asegurar que ningún rival potencial pueda plantear amenazas a su control”, señala Stanley Rosen, profesor de ciencia política del Instituto Estados Unidos-China de la Universidad de Carolina del Sur. El balance de su primer mandato en el poder ofrece claroscuros, opina Scott Kennedy, sinólogo del Centro de Estudios Internacionales Estratégicos, de Washington: “Ha ayudado a la restructuración económica, reducido la corrupción y aumentado la influencia global china. Pero también ha incrementado los riesgos de problemas serios, como la inestabilidad social, por las extremas restricciones a la sociedad civil y ha extendido el miedo que impide que otros funcionarios compartan las malas noticias o le digan que está equivocado”, dice por email. Xi asume riesgos personales con la decisión. El primero es que los chinos sabrán a quién responsabilizar de cualquier problema. El segundo es que la historia revela que los líderes de vocación vitalicia tienen más posibilidades de ser depuestos o eliminados por las facciones que esperaban turno. Xi no sólo ha limpiado el partido de adversarios, sino de sucesores, rompiendo esa tradición por la que se designaba a un delfín para que se fogueara bajo su manto. “El problema más serio llegará cuando Xi quiera dejar el escenario, incluso si finalmente elige a un sucesor. Ha tumbado las bases institucionales para la transición de poder y por eso existe una potencial inestabilidad futura”, señala Rosen. Se desconoce qué China dejará Xi pero es seguro que será muy diferente a la que heredó. Este reportaje se publicó el 18 de marzo de 2018 en la edición 2159 de la revista Proceso.

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