Irak: el poder del clérigo Muktada al Sadr

sábado, 2 de junio de 2018 · 10:23
CIUDAD DE MEXICO (proceso.com.mx).- Ubicado en una posición estratégicamente clave en el complejo tablero de Medio Oriente, e imposible de estabilizar desde la guerra con la que Estados Unidos derrocó a Sadam Husein en 2003, Irak realizó elecciones parlamentarias el pasado 12 de mayo con los jugadores apostando fuerte. Para Irán, que trata de consolidar su control en el arco chiita que va de Teherán al Mediterráneo, y que desea blindarse ante la nueva ofensiva de Washington e Israel en su contra, era vital una victoria de la coalición que apadrinaba: Fatah. Por su parte, el estadunidense Donald Trump y el israelí Benjamin Netanyahu intentaron renovar el mandato del primer ministro Haider al Abadí a través de su alianza Nasr para desactivar la jugada iraní. La sorpresa fue que entre ambos se abrió paso un tercer e imprevisible actor: el clérigo Muktada al Sadr con su coalición Sairoon, que obtuvo 54 escaños, superando los 47 de Fatah y los 42 de Nasr. Ninguna agrupación quedó cerca de la mayoría necesaria para nombrar al próximo primer ministro: los de Sairoon, por ejemplo, representan apenas 16% de los 328 asientos. Sin embargo, la profunda fragmentación del escenario político iraquí (38 partidos ganaron representación parlamentaria) y el prestigio político y religioso de Sadr le conceden el rol que en inglés se denomina kingmaker: el hombre fuerte sin cuya voluntad será improbable que se acuerde, y se sostenga, un futuro gobierno. Washington y Teherán lo necesitan. Pero es también el dirigente nacionalista que protagonizó no sólo maniobras para combatir la influencia iraní en el país, sino el que condujo insurrecciones durante el periodo en que el gobierno iraquí estaba a cargo de los generales de Estados Unidos, y que además les infligió dolorosas derrotas a los marines. El poder del clérigo, en todo caso, tampoco alcanza para hacer las cosas a su manera. Se verá igualmente obligado a negociar. Ahora poderes locales y globales se preguntan hacia dónde inclinará la balanza y qué tanto estará dispuesto a ceder a sus pretensiones declaradas de hacer de Irak una “democracia islámica” (lo que suena a pesadilla para Washington) libre de la tutela iraní (para indignación de Alí Jamenei, líder supremo de la vecina República Islámica). El odiado nacionalista Originaria de Líbano, la casta Sadr es una de las de mayor prestigio para los chiitas de Irak, enemiga del régimen de Sadam Husein, quien ordenó el asesinato del padre de Muktada, el gran ayatola Mohamed Sadeq al Sadr, y de dos de sus hermanos. El derrocamiento de Husein, sin embargo, no hizo a Muktada amigo del enemigo de su enemigo. Se opuso a la ocupación estadunidense desde un principio, organizó a sus seguidores para ganar autonomía en las zonas bajo su control y levantó una fuerza armada relevante: el Jaysh al Mahdi o Ejército del Majdí (el Majdí es el equivalente chiita del Mesías cristiano, el redentor que volverá). Aunque inicialmente fue enemigo de los sunitas cuando ellos detentaban el poder al amparo de Sadam Husein, no dudó en enviarles fuerzas de apoyo cuando fueron sitiados por los estadunidenses en Samarra, Faluya y otras ciudades, y eventualmente llamó a una yihad (guerra santa) contra las fuerzas extranjeras, cuando sus milicias sitiaron el aeropuerto internacional de Bagdad y mataron a 11 estadunidenses de un convoy militar, con lo que demostró un nivel de sofisticación y planificación que sorprendió a los observadores, además de exhibir una fuerza que le aseguró influencia sobre el futuro del país. En las sentencias religiosas que emitió regularmente, los condenados no eran sólo los enemigos tradicionales de Irak: estadunidenses, británicos e israelíes, sino también los propios iraníes, y todos aquellos que Sadr percibía como intervencionistas extranjeros que amenazaban la soberanía iraquí. Para los ayatolas iraníes, que se asumen como patrones del chiismo, la rebeldía de un clérigo chiita que ni siquiera ostenta el rango de ayatola es una ofensa que va más allá de la geopolítica regional y penetra dolorosamente en las sensibilidades de la secta. De los mausoleos de Teherán a los recintos gubernamentales de Washington, algo en lo que se puede coincidir es en la indignación ante las afrentas de Muktada al Sadr. Pero ahora están en juego asuntos más importantes que el orgullo. El derrocamiento de Husein y la revolución siria le abrieron a Irán oportunidades inesperadas: el primero era su enemigo más brutal, con el que sostuvo una sangrienta guerra en los años ochenta, y Estados Unidos le hizo el favor de eliminarlo con su invasión. El otro obstáculo para su expansión en territorio chiita, hasta poder conectar con sus aliados de Hezbolá en las costas mediterráneas de Líbano, era Siria, que tenía intereses y estrategia propios en el pequeño territorio libanés. Pero la insurrección sunita, en la que tantas manos foráneas intervienen, llevó al régimen de Bashar al-Asad al punto de la derrota y a reclamar ayuda militar urgente de rusos e iraníes, que lo salvaron. La recuperación de al-Asad es vista como una victoria propia en Teherán y permitió la consolidación del arco chiita que la conecta por carretera a Beirut. Pero Donald Trump renovó y profundizó el conflicto con Irán, reimpuso sanciones comerciales cuando la economía iraní no acababa de ponerse en pie, y además ha generado la posibilidad de una guerra directa –y no a través de fuerzas interpuestas– con Israel. Toda esta ecuación es vista en sentido inverso por sus enemigos: a Trump y Netanyahu les urge romper el arco chiita, impedir que Irán pueda trasladar tropas, armas y suministros a Siria y Líbano vía Irak, y avanzar en el aislamiento económico de ese país cerrando sus salidas por Irak. Guiños diplomáticos Ante la urgencia de hacer amigos para formar gobierno, los últimos días de mayo han estado marcados por gestos de apertura del clérigo que era temible e intratable en la oposición. El primer mensaje que la embajada estadunidense le hizo llegar a Sadr fue una pregunta: ¿Reactivará su Ejército del Majdí? ¿Atacará a las tropas de Washington, que suman 7 mil soldados? “No hay retorno a la casilla inicial”, respondió el 23 de mayo a través de su asesor político, Dhia al Assadi. “No pretendemos tener otra fuerza que las oficiales: ejército y policía”. Aclaró además que no tienen intención de actuar militarmente contra las unidades de Estados Unidos porque están en el país por invitación del gobierno iraquí. Esto no significa que no intentará buscar su salida por la vía legislativa, pero sí marca un cambio significativo en la postura anteriormente intransigente del sadrismo. “Tendremos una buena relación con Irán”, afirmó también Assadi. “Las relaciones entre los funcionarios iraníes y Sadr son amistosas y fraternas”, respondió el embajador iraní Iraj Masjedi.

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