Italia todavía no ha ajustado cuentas con su pasado fascista: Michela Murgia

miércoles, 25 de septiembre de 2019 · 14:48
ROMA (apro).- “Los historiadores nos critican a los que hablamos de una presencia actual del fascismo, nos acusan de facilonería”, dice la escritora italiana Michela Murgia. “Quizá porque a ellos les interesa el pasado y a nosotros el presente”, añade, con un tono seco y desafiante. Nacida en 1972 en Cabras, Cerdeña, Murgia no es ajena a polémicas. En estos últimos años en los que ha saltado a la fama en su país, se fue construyendo el perfil de intelectual heterodoxa y de preguntas incómodas. Así se transformó en una de las intelectuales del momento en Italia. Es feminista, católica practicante, teóloga, de izquierda, favorable a abrir el debate sobre los vientres de alquiler, activista pro derechos humanos e incluso ha sido candidata para un movimiento político que promueve la independencia de su isla. Violencia de género, eutanasia, precariedad laboral, movimientos xenófobos y feminismo han sido algunos de los múltiples temas que ha abordado en los ocho ensayos y cinco obras narrativas que ha producido hasta la fecha y que han suscitado reacciones dispares. Además, también es una de las financiadoras de la nave humanitaria de la ONG Mediterranea, creada hace un año por un grupo de intelectuales italianos para rescatar a los inmigrantes que intentan cruzar la peligrosa ruta del Mediterráneo central. Un compromiso político que, junto con sus abiertas críticas a la ultraderecha europea, llegó a irritar a figuras como Matteo Salvini, el poderoso líder italiano de la Liga, quien este año la atacó con un ácido mensaje publicado en una conocida red social. “Lo cierto es que Italia todavía no ha ajustado cuentas con su pasado fascista. Es un caso muy distinto, por ejemplo, del de Alemania. Aquí no se llevaron a cabo los juicios de Núremberg en los que, además de las responsabilidades individuales de los jerarcas, también se analizaron las responsabilidades colectivas de todo el país”, cuenta la intelectual, en entrevista. “En Italia esto no pasó. Probablemente porque (al final de la Segunda Guerra Mundial) figuras como (el entonces jefe del Partido Comunista italiano) Palmiro Togliatti prefirieron evitar que se prolongara el conflicto civil en el país”, afirma. Por eso, dice Murgia, ella misma escribió un ensayo sobre el tema, “Instrucciones para convertirse en fascista”, con el fin de dar un toque de atención sobre una ideología que considera que aún no ha desaparecido. “En verdad me hubiera gustado no tener que escribir ese libro, que nace de una serie de conferencias en distintas ciudades italianas tradicionalmente gobernadas por la izquierda y donde de repente movimientos (de ultraderecha) como Casapound y Forza Nuova empezaron a cosechar resultados electorales de dos dígitos”, afirma. “De este modo me surgió la necesidad de volver a hablar de conceptos que creíamos olvidados, para resistir contra esta nueva normalización del lenguaje fascista”, dice Murgia. De acuerdo con esta intelectual italiana, el problema se evidenció también en cómo se gestionan las políticas migratorias en Italia y en otros países europeos, como Francia y España. “El fascismo fue endémico en los grandes Estados identitarios europeos del siglo XIX, en los que había necesidad de reafirmar estructuras muy rígidas: una nación, un solo modelo de sociedad, un jefe. En eso se fundamenta el miedo a la diferencia”, asevera, al trazar un paralelismo con lo que ocurre hoy. “Pienso en la distancia que existe entre el modelo francés y el canadiense. Francia manifiesta su laicidad a través de la negación de la religión, mientras que Canadá acepta una presencia paritaria de todos los símbolos religiosos. De esta manera ninguna tradición predomina sobre las otras y se toma como modelo el relativismo sociocultural, uno de los pilares de las democracias pues subraya que no existen culturas superiores o inferiores”, abunda. “Este es un problema que existe en Europa, aunque algunas naciones lo estén resolviendo mejor, como Alemania, y otras peor, como Italia, Francia y España”, continúa. En el caso de Italia, dice Murgia, también ha influido un empeoramiento del sistema de educación del país, que ha permitido que la retórica xenófoba captase votos del descontento originado por el empobrecimiento de la población por la última gran crisis económica. “Hay dos maneras de resolver una crisis: o encuentras la solución, aunque sea dura y se lo explicas a la ciudadanía, o encuentras un chivo expiatorio y le dices a todos que lo está ocurriendo es culpa de él. Esto segundo es lo que ha hecho en estos años el exministro de Interior Salvini”, opina. “El problema es que la gente se informa a través de la televisión y ésta está fuertemente controlada por el poder político. Me duele decirlo, pero Italia es hoy un país de analfabetos funcionales. Esa es la realidad. Seis de cada diez personas no leen ni un libro al año. El diario más vendido no supera jamás los 500 mil ejemplares en un país de 60 millones de habitantes”, agrega. Dicho esto, según Murgia, las retóricas y políticas xenófobas en Italia han tenido la resistencia organizada de muchos intelectuales italianos, quienes han levantado la voz para enfrentarse al fenómeno. “Yo misma fui atacada por el (entonces) ministro de Interior por mis críticas. Creo que ahí está el problema, en cómo los que están en el poder se enfrentan a la crítica y al disenso”, afirma. “Los intelectuales nos hemos unido como nunca para manifestar nuestro disenso”, puntualiza. Otro actor importante fue la Iglesia católica y el Papa Francisco, a quien Murgia considera el más alto representante del catocomunismo, una corriente política surgida en Italia en los setenta del siglo pasado tras que comunistas y democristianos aceran posiciones en el marco del acuerdo conocido como “compromiso histórico”. “Hoy día, el más importante representante del catocomunismo es el Papa Francisco (…) se ha visto en el debate sobre la inmigración. La Iglesia han sido tremendamente activa en denunciar todas las políticas e iniciativas de los sectores xenófobos”, reflexiona la escritora. Por el contrario, dice Murgia, la Iglesia ha obstaculizado avances en la aprobación de leyes para despenalizar prácticas como el suicidio asistido, que en la actualidad se está discutiendo en Italia y en otros países europeos. “Una ley sobre la eutanasia es necesaria pero ahí la Iglesia obstaculiza. Algo parecido ya ocurrió con el aborto, un derecho aún minado en Italia por la alta objeción de conciencia”, afirma. A este respecto, sin embargo, Murgia dice que cree que la falta de consensos de la población, mujeres incluidas, es lo que impide avances en esta dirección. Ella, en todo caso, se siente en primera línea. “¿Por qué? Porque también hay ventajas en mantener los viejos esquemas. Por ejemplo, las madres todavía son vistas como una especie de santas”, afirma. "Si alguien me lo preguntase, diría que me siento más una política que una escritora. Escribir cansa. Sin una motivación política, no sabría decir para qué me sirve. Yo quiero que mis novelas mejoren la vida de las personas que me leen. Quiero influenciar”, dice. Con esto como punto de partida, Murgia también ocasionó clamor cuando en los últimos años incrementó su activismo a favor de la independencia de Cerdeña, una de las dos islas italianas más grandes del país. “Soy una independentista no nacionalista. Quiero que mi isla se independice para que podamos tomar nuestras propias decisiones. ¿Sabe que Cerdeña aloja el 66% de todas las bases militares que hay en Italia? ¿Que el área industrial de Portovesme es una de las más contaminadas del país y que los casos de leucemia muy altos?”, remata.

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