"Blanco nocturno"

lunes, 27 de junio de 2011 · 14:58
Con Blanco nocturno Ricardo Piglia (1941, en realidad 1942, pues nació el 24 de noviembre) ha obtenido en España el Premio de la Crítica y en Caracas el Rómulo Gallegos que inició su trayectoria con La casa verde y Cien años de soledad. Blanco nocturno (Anagrama en España, Colofón en México, 299 páginas) es la cuarta novela de Piglia precedida por Respiración artificial, La ciudad ausente y Plata quemada. A ellas deben añadirse los cuentos de Nombre falso, La invasión y Prisión perpetua y los ensayos de Crítica y ficción, Formas breves y El último lector.   Kafka y Hitler en Praga   El novicio Jorg Linz añadió a su nombre “von Lieberfelds” para sonar más germánico y aristocrático. Linz fundó una nueva religión, la Orden del Templo Nuevo, y situó el cuartel general de su minúscula iglesia en las ruinas de un castillo en Wenferstein. Allí se desplegó por vez primera en tiempos modernos un símbolo hindú y por tanto ario: la suástica. Linz llamó Ostana, la diosa de la primavera entre los antiguos sajones, a su revista. Ostana halló su más entusiasta lector en el joven Adolf Hitler. Fracasado su intento por abrirse camino como artista en Viena, para escapar de la conscripción Hitler se refugió en Praga entre octubre de 1909 y agosto de 1910. Su centro de actividad fue el Café Arcos. Piglia supo leer en los diarios y las cartas de Kafka el testimonio de su encuentro con Hitler en la capital de Bohemia. A esta lectura debemos en parte Respiración artificial.   Todo cabe en la novela   Treinta años después Piglia muestra de nuevo su agudeza como lector al descubrir la base de una narración tan original como Blanco nocturno en materiales tan heterogéneos como la novela negra, la gran narrativa familiar europea, la literatura gauchesca, la crítica literaria argentina, el psicoanálisis  de Jung y los estudios sobre el avasallamiento de la industria latinoamericana por obra del capital financiero. Blanco nocturno demuestra una vez más cómo todo cabe en la novela y hay cosas que sólo por este medio pueden decirse. Tony Durán, un puertorriqueño de Trenton, Nueva Jersey, llega a un pueblo de la provincia de Buenos Aires, a 340 kilómetros de la capital, en pos de Ada, una de las dos gemelas Belladona. Durán resulta un personaje más que extraño en ese lugar, donde sólo en la televisión han visto a alguien como él. Su único amigo es Yoshio, quien trabaja en el turno de noche del Hotel Plaza, el único del pueblo. Un día Tony aparece asesinado y en el sótano se encuentra su bolsa de cuero con cien mil dólares. Todo parece inculpar al japonés pero el inspector Croce está seguro de su inocencia. Por desgracia no puede demostrarla. El siniestro fiscal Cueto está empeñado en hundir a Yoshio y jubilar a Croce.   El triunfo de la especulación   Contar el argumento atentaría contra el placer de esta lectura. La trama policiaca es central pero no es sino una entre las muchas historias que se entretejen en Blanco nocturno. Las mellizas Ada y Sofía son hijas de Belladona, el hombre más poderoso del pueblo, y tienen dos medios hermanos, Luca y Lucio. Emilio Renzi, protagonista de muchas otras ficciones de Piglia desde su primer libro de cuentos, no aparece sino hasta la página 110 para ser la figura en quien confluyen las historias y se acercan a su desenlace provisional. Provisional porque nada termina nunca. La colonización de la pampa inmensa se ha hecho gracias a lo que la historiografía argentina llama con un eufemismo “la conquista del desierto”, es decir, la derrota y el exterminio de los pobladores indígenas. Las grandes extensiones fértiles se repartieron entre los vencedores y de allí que esa gran vastedad geográfica esté dividida entre tan pocos propietarios. Los inmigrantes que, según el proyecto de Domingo Faustino Sarmiento, debían trabajar la tierra, como en los Estados Unidos, se concentraron sobre todo en las ciudades. Sin embargo el país que surtía de carne y trigo a Europa alcanzó hace un siglo niveles de lo que ahora denominamos primer mundo. El desarrollo de una industria nacional quedó frenado en 1971, cuando Richard Nixon decretó el fin del patrón oro. Pronto iba a predominar la especulación financiera sobre la producción material, los banqueros impondrían sus normas y las operaciones abstractas dominarían el mundo económico. Esta circunstancia histórica la vemos encarnada en el drama personal de Luca Belladona. Su gran proyecto fabril y su genio de inventor se ven aplastados por los movimientos del capital y las devaluaciones en cadena que arruinaron la economía latinoamericana. Todo esto puede sonar abstracto pero está de tal manera entretejido con las tragedias personales legadas de generación en generación que la lectura de Blanco nocturno es siempre absorbente y apasionante.   La justificación de la lectura   Piglia tiene la cualidad, cada vez menos frecuente en los novelistas contemporáneos, de saber crear personajes. A tal grado que junto a los trasuntos de seres humanos podemos considerar también seres de ficción a un caballo de carreras y al perro del inspector Croce. La vitalidad y la rapidez de la prosa en que está escrita la novela subrayan en vez de mitigar el trasfondo sombrío. No hay justicia en la Tierra. El inocente paga el crimen que no cometió y los bribones como Cueto sacan siempre la mejor parte. No menos sobrecogedor es que la novela transcurra en 1972, cuando el todavía futuro regreso de Perón es la gran esperanza, la atroz “guerra sucia” aún está por delante y aún faltan diez años para la guerra de las Malvinas, la cual, a pesar de todo, tuvo como efecto colateral acabar con las dictaduras militares. El título Blanco nocturno alude a la presa inmovilizada por las luces durante la cacería y también a la superioridad tecnológica de las tropas británicas que les permitía ver en la oscuridad los movimientos argentinos. En la fluida oscuridad del tiempo y el caos de las sensaciones que nos asaltan a cada instante el relato es a su vez una manera de inmovilizar lo que ocurre y hacer la tentativa de encontrarle sentido. La novela de Ricardo Piglia nos permite acercarnos a una realidad argentina ante la cual sin obras como la suya permaneceríamos siempre a oscuras. En ella reconocemos la familiaridad de la experiencia humana y a la vez la profunda extrañeza de cada vida que es única y de cada momento histórico que jamás se repetirá.  

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