Un niño a bordo de "La Bestia"

sábado, 30 de abril de 2016 · 11:43
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Dionisio, el niño del tren del norte narra la vida de un muchacho hondureño que huyó de la miseria de su entorno para encarar, en solitario, uno de los recorridos más riesgosos del continente: la ruta a Estados Unidos a bordo de La Bestia. La autora, Paulina del Moral, lo encontró en una residencia juvenil para menores infractores en Torreón, en espera de su deportación a Guatemala. Lo entrevistó largamente y en su libro nos deja oír la voz de ese representante de una generación centroamericana sin futuro. Antes de que lo expulsaran del país, Dionisio huyó. No se sabe si llegó a su destino. Ofrecemos fragmentos de este volumen editado por Ediciones Proceso. El testimonio de este niño del Valle de Sula asombra por las difíciles circunstancias en las cuales –en su corta vida– se vio inmerso, pero también por su increíble capacidad para sobrevivir. Prolífico en su palabra, como la selva que lo vio crecer, Dionisio describe los paisajes de sierra, selva y mar vividos en Honduras y Guatemala, su primera infancia, su incursión precoz en el trabajo, su hambre crónica, sus afectos y desafectos, sus creencias y valores, sus triunfos y derrotas, sus miedos a la montaña, a las serpientes y a los espíritus del agua, así como su soledad y su mayor dolor: el abandono de su madre. Al narrar las escalas de su viaje por territorio mexicano, evoca las voces de los diversos interlocutores con quienes tuvo trato y que manifestaron su asombro por “el niño que va en el tren”, inmerso en una aventura de alto riesgo incluso para los adultos. Su narrativa es elocuente por lo que dice pero también por lo que calla, demasiado doloroso para ser contado. En un trayecto no lineal que duró dos años, con retrocesos y estancias en Veracruz, Guadalajara y México, Dionisio llegó a Torreón aún con el propósito de continuar hacia Estados Unidos. Como un presagio, su llegada a esta ciudad norteña estuvo marcada por el cautiverio. Su desconfianza lo llevó a refugiarse en el cementerio, uno de sus albergues transitorios. Al cabo de un tiempo, cuando había organizado su subsistencia, fue detenido de manera accidental por traer un cuchillo que sobresalía de sus ropas. Como se verá en el curso de su relato, en la región centroamericana donde se crió es un rasgo cultural portar un machete o navaja para andar en el monte, destazar un animal, cortar una soga de pesca o bien defenderse de un medio ambiente machista y hostil. Es también la forma en que un niño de estatura muy baja, debido a su desnutrición crónica, compensa su desnivel con el mundo adulto en el que se ve obligado a incursionar. Para este menor un arma representa su seguridad contra la eventualidad de un abuso si tomamos en cuenta la intolerancia contra la infancia callejera imperante en Centroamérica y las difíciles circunstancias de su viaje. En el medio urbano de una ciudad del norte de México la diferencia cultural fue evidente y trajo como consecuencia el encarcelamiento de un niño que, después de una jornada de trabajo, se divertía “bailando con una morrita”. (…) Encontré a Dionisio recluido en la Residencia Juvenil para menores infractores en 2001. Desde mi punto de vista las personas que llevaron a cabo la consignación del niño no fueron sensibles a varios hechos: que el menor se encontraba en una situación de alta vulnerabilidad por ser migrante no acompañado; no tenía antecedentes penales; su agresividad tenía un carácter defensivo, no ofensivo. Podrían haberlo amonestado y puesto en custodia de algún tutor, familia sustituta o bien de un albergue para menores no delincuentes. Nadie advirtió que para un niño de su medio ambiente de origen es natural cargar un cuchillo, hecho constatable en su historia personal. (…) La autoridad policiaca torreonense libera en pocos días a los narcomenudistas al declararse adictos, aun siendo evidente su ocupación. La Procuraduría del Menor y la Familia dictó a Dionisio una condena de tres meses de reclusión por portación de arma blanca. En la Residencia Juvenil tuvo que convivir con aproximadamente 160 menores infractores, donde la ley del más fuerte es la regla y los mayores someten a los más chicos. A punto de cumplir su sentencia, el chico de 14 años escapó para evitar ser deportado. Sus compañeros quedaron asombrados de su audacia, pues lo consideraban un ser temeroso. No imaginaron tanta fuerza en alguien tan pequeño. “Yo siempre sobrevivo” sentenció Dionisio. Ojalá su divisa se siga cumpliendo, dondequiera que esté. Familia desintegrada Mi papá se dedicaba a trailear. Mi mamá se dedicaba a estar de cocinera en la casa; sí, era ama de casa. Luego viví con mi tía en la frontera con Guatemala. Mi mamá y mi papá vivían separados. Mi papá vivía con mi madrastra. Mi mamá vivía con mi padrastro. Yo vivía con mi abuelita. Mi abuelita también vivía en otra parte. Mi hermano tenía un corazón de adulto, muy grande, por eso se murió. Era mayor que yo. Se murió como a los 12, dicen. Todavía no nacía yo. Con mi madrastra no me gustaba ir. Nunca me ha gustado. Porque si sólo llegaba a la casa: “Mira ponte a barrer, a trapear el piso; mira, a barrer el baño, a lavar la pila, ponte a hacer tu comida si quieres comer. Si no, no hagas nada”. Sólo así. “¿Y cómo usté si les hace su comida a sus hijos?” “Pos son mis hijos y tú no eres hijo mío”. “No, está bien.” Y un día me iba a pegar. Entonces yo la agarré y me pegó un rasguñón y yo le rasguñé las chichis también. “¿Te crees hombrecito?” “Sí, me creo muy hombre, así como usté dice que le quemó el pan a mi hermana, así como le quemó las manos y cualquier cosa a mi hermana, así como usté todo eso lo va a pagar, y si es cierto que se cree muy cristiana, no se ve”, digo yo. Ella le quemó el pan y las manos. El pan es la panocha, así dicen acá. Así la puso en el comal, la sentó en el comal. Tenía siete años. Los tres hijos son de mi papá y mi mamá. Sólo la hermana vive con la madrastra. Ahí está en la casa. Es que ella ya no podía tortear, por eso le quemaba las manos. Ella no podía porque estaba chica. Tenía siete años. Usté sabe que la madrastra no lo quiere a uno. Algunas madrastras son buenas pero otras no. Y ella no. Ahora ya de grande mi hermana se fue de la casa a vivir con un pastor. Pero había un hombre que la quería violar en la casa del pastor. Y ella dormía con las hijas del pastor. Él quería abusar de mi hermana a la mala. Entonces le dije que la dejara de estar molestando. Mi papá no le quería hacer nada: “Déjalo”. “No, pos yo me voy a desquitar”. Así fue. Le pagué a una pandilla de grandes. Veinte, veinte quetzales. Usté sabe, con veinte pesos pa’ que se compren un gallito [cigarro de mariguana]. “¿Saben qué, les voy a juntar un poco de mota así, pa’ que le den una paliza allá, y si es posible se lo quiebran también”. Sólo le pegaron la paliza. Y se echaron sus cuatro carrujos cada uno. Ese hombre me anduvo buscando. Un día lo vi: “¿Me andas buscando?” “No, no”. Me tiré a la vagancia de 12 años. La primera vez mi papá me llevó así a una ciudad nomás de día. Y yo agarré nomás de irme, irme, irme y regresar. Y vino mi tía y me llevó a Honduras. Entonces allá yo iba seguido donde la tal tía. Y seguí llegando. Me tiré. Regalado y recuperado Mi mamá me regaló a otras gentes de dinero. Mi abuelita me fue a pedir. Yo me recuerdo bien que me estaban poniendo unas chinolitas, unos zapatillos. Me acuerdo bien que mi tía me los estaba poniendo y que era la casa de mi padrino. Para una Pascua me fui yo a casa de mi padrino. Estaba viendo la tele. A las casas ricas llegaba yo así bien vestido. “Siéntate”. El sillón bien limpito y la ropa así regular. Tenían ahí un pavorreal. “Señora, feliz Navidad”, dije yo. Y más pa’bajo los tiros, los cuetes, el baile. Bien triste yo. Sólo fuerte se oía ahí. Ya pos ya me voy. Nunca he pasado la Navidad así afuera. “Esta Navidad sí la voy a pasar así afuera”. Mi abuelita me fue a pedir a los que me regalaron. Y después ya desde esa vez ya no volví a ver a mi mamá yo, y después la volví a ver. Pues mi abuelita me crió. Cuando estaba chiquito, me acuerdo que dice mi abuelita que era bien… que me hacía popó cada ratito. En veces yo me portaba mal ¿verdad? y “¿con eso me pagas?, después que me cagabas la cara”, me decía. Y me quedaba callado yo. Y también mi tía, yo le decía Lilia porque se crió conmigo y no le decía tía sino que Lilia. Mi abuelita sí me metió a la escuela pero me salí porque me metieron un paraguas aquí en la garganta. Fue así, mire: Estábamos jugando con una carreta. Miré yo que el morrito le quitó la sombrilla a la morrita ¿verdad? Y le hizo así ¡zas!, me la metió y salió corriendo. Y yo con la sombrilla así metida, ella vino y ¡zas!, me la sacó. Y después el morrito no lo volví a ver. Sí me salió sangre y se miraba el hoyito. Me fui para una pila. Llegaron todas las maestras y echándome agua y zum, pura sangre, me metía todo al agua y me tiraba pura sangre. Y así estaba. Me dolía bastante. No podía comer. Dos meses sin comer. Todo flaquito yo. Un bocadito así porque me dolía. Siempre pa’ luna llena me duele eso. Me empiezan a picar los colmillos y se me chunde [se me sube] un pedazo aquí arriba. Pero aquí [en la Residencia Juvenil] casi no la veo. Como en la noche estoy adentro. Y afuera no. Siempre aquí cuando estaba yo aquí en Torreón me recuerdo que me picaban los colmillos. Agarraba así la puerta del cementerio y chum, chum, a pegarle bombazos [golpes]. “Ese niño está loco”, decían. Se me quedaba viendo la gente. El coyote de la frontera sur Él me dijo a mí, “fíjate que vámonos, yo te voy a ayudar a pasar; yo soy coyote”. Barbudo, todo barbudote. “Pos ta bien”, le digo. Y yo estaba con una banda que se había parado en una parte. Como era pueblo, porque la máquina chiflaba y se iba a decirle a los migrantes si iba o venía. Y cuando venía se ponía en fila todos los batallones ahí. Y veníamos. Pasando. Y a pedir comida. “Espéreme aquí, le digo al coyote, voy a ir a pedir comida”. Un pescado que me regalaron, frijolitos, tortillas. “Órale”. “No, come tú, me dijo él, tú eres el peligroso que te vas a ir a morir por ai”. Así me decía. “Pero eso sí: si yo fumo mariguana, no quiero que tú vayas a fumar”, él me daba consejos a mí así. “No, pos ta bien –le digo yo– te voy a hacer caso. Pero no me vayas a dejar botado porque a mí me han dicho que los coyotes lo venden a uno y no sé qué”. “No, no, no, no te creas eso”. Yo llegando me le desaparezco a él. No agarré confianza en ellos. Yo iba a pedir más comida cuando en eso empezó la máquina [el tren] a irse, empezó a caminar, “ya se va el tren, adiós” le dije la señora. Ya ni le pedí los frijoles, porque ya venía con los frijoles. “Cuídate niño”, me decía. Porque es raro que venga un niño en el tren. Y me señalaban a mí: “¡Un niño va ahí!” Y se admiraban todos por donde pasaba. “¡Qué raro!” “Pues qué raro, yo les dije, ¿de qué se admira la gente?” Caminando el tren a toda carrera. Vienen a buscarlos a los vagones. En veces el tren frena y si no van bien agarrados, se van pa’bajo. Pa’ correr, antes que le haga el tren así, tiene que saltar ligerito. Al contrario con el aire, se pega al primer brinco. A mí me pasó una vez, ya me iba a caer. Y adelante iba un montón. Y a medio vagón me fui de espaldas y ya me iba a caer. Me agarré así y no me caí. “Ah, pendejito, me dicen, ya te vas a caer”. Ya venía acostumbrado en el tren. Después, cuando vine aquí al tren, venían unos pandilleros de Honduras. Venían hondureños, costarricenses, salvadoreños, chapines [de Guatemala]. Siempre así era. Ese tren sale de la ciudad de Guatemala y llega a la frontera de México. Ya es otra cosa. Allí agarra otra vez el tren uno y ese tren lo trae. Yo no tenía valor. Yo miraba, pasaba, así iba todos los días. “¿Y a poco ustedes van pa’ los Estados?; no, yo me voy; ¿qué dicen, me voy con ustedes?” “No, pos aquí vamos recogiendo gente; aquí solamente el que tenga huevos”, me dijo. “Está bien.” “Córrele me dice”. El tren iba quedito. Y pegó, venían sonando los vagones. Ya cuando venía el tren “¡yeeepa!” Un tren carguero, llevan las pipas, dísel, gasolina, quién sabe qué llevarán adentro. “Vamos a pedir comida. Yo vengo de mojarra.” Ya veníamos bien adentrito, no sé cuántos kilómetros de la frontera, llegamos a Tierra Blanca, Veracruz. Día y noche. En las vueltas así despacito iba el tren. Se ve la cola del tren. O unas subidotas. Un día se bajaba uno a orinar y ya volvía a agarrar el tren, porque era larguísimo.

Comentarios

Otras Noticias