Modesta sugerencia

domingo, 3 de octubre de 2010 · 01:00

MÉXICO, D.F., 3 de octubre (apro).- Muy atribulados señores míos: especialmente, esta carta va dirigida a todo lector de la misma (que tengo mis razones que será la mayoría) que se sientan afligidos, o bien airados por sentir que están cogidos y sin salida, y bien sujetos, por lo que no tienen cómo hacerla ni hacerse para librarla debido a la red de disposiciones legales, decretos y decisiones fiscales con los que el gobierno se hace con parte de lo que ganan con su trabajo.

Como verán, mis muy angustiados señores míos, no estaba equivocada que serían la mayoría de los lectores que estén en tal situación, pues sea en el país que lean la presente y más allá de las demandas, cumplidas o no, de equidades horizontales o verticales, y los tira y afloja de gravámenes sobre la renta y si los mismos deben de ser progresivos, regresivos o proporcionales; más allá, repito, está la realidad de que ningún hijo de Adán está libre de la aflicción y la ira que los impuestos provocan, pues, como se dice, únicamente la muerte y los impuestos son seguros en sus vidas.

Ante esta realidad, y esta otra igualmente irrefutable, de que ninguna de las señoras esposas, madres o hijas han salido (ni van a salir, según todos los indicios) a pasearse desnudas, con todo al aire, como sus madres las trajeron al mundo, en señal de protesta por los fuertes impuestos ordenados por sus respectivos esposos, hijos o padres, como lo hizo servidora en Coventry en el pasado, a lo que hay que añadir esta otra verdad comprobada: de que no hay en el santoral una abogada, patrona o intercesora de tantos y tantos afligidos y airados como en todo mundo hay por los gravámenes fiscales, es por lo que me atrevo a hacerles la siguiente modesta sugerencia: que formen comités que promuevan, no santidad, que sería demasiado, pero sí que me haga beata, la Iglesia lo lleve a cabo y me convierta en intercesora, patrona o abogada de los tantos y tantos que en todos los países del mundo andan afligidos y sumidos en la airada desesperación por las estrictas e implacables disposiciones hacendarias aplicadas por todos los Estados del planeta Tierra.

¡Eso sí que sería una gran acción! ¿Se imaginan los miles, los millones de fieles que acudirían a su servidora en busca de consuelo a sus angustias hacendarias?

Mas no nos dejemos llevar por fantasías, examinemos la realidad. Modestia aparte, creo que poseo méritos suficientes para insistir en mi sugerencia. A los que arrastrados por el poder enorme de la tradición y enorme peso de lo que les enseñaron y aprendieron puedan creer que lo que estoy sugiriendo es un disparate y digan que es una desvergüenza que una streaking, una protestataria en pelota avant – la- lettre, por anticipado, plantée lo que estoy planteando, a esos mis señores les pido que reflexionen y tengan muy en cuenta que servidora no fue ninguna streaking. Por supuesto, sí, me exhibí en cueros por las empedradas calles del viejo Coventry, pero no a la carrera, como si tuviera miedo o no quisiera queme vieran, no; enseñé todo lo que tenía de manera desinhibida pero señorialmente y lo hice, ustedes lo saben muy bien, no por golpe publicitario, para llamar la atención sobre mi persona, o por adquirir fama, o por introducirme en ciertos medios de poder o de dinero, o por conseguir algún jugoso contrato como lo hacen tantas jovencitas e incluso jamonas (¿no es así como califican a las mujeres que ya han pasado de la juventud y se han puesto algo gruesas?) en esa su sociedad de la globalidad.

Recuerden y no olviden: servidora salió a la calle mostrando hasta la fe de bautismo, no por vanidad, ni por intentar imponer una moda y mucho menos por conseguir alguna ganancia en lo personal. Servidora lo hizo impulsada por la más excelsa de las virtudes teologales: la caridad, superior a la fe y la esperanza, según testimonio de San Pablo mismo. ¡La caridad! No olviden que, según dicen los que saben de esta materia, es la virtud superior a las otras dos, ya que ella encierra, expresa y religa de manera indisociable la esencia de la doctrina cristiana: el amor a Dios y el amor al prójimo. Al respecto, bueno será que recuerden también que el evangelista San Juan aventuró la posibilidad deque quien no ame a sus prójimos, a quienes ve, pueda amar a Dios, a quien no ve.

Ante estas verdades incontrovertibles, díganme muy señores míos contrarios a mi sugerencia, si es sensato o no el que me atreva a proponerla. Piénsenlo: se trata de una necesidad de ustedes, no de un mero capricho vanidoso de parte mía.

Sin más y con mis respetos.

LADY GODIVA

 

jpa

---FIN DE NOTA---

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