La muerte de Esther Seligson

martes, 16 de febrero de 2010 · 01:00
MÉXICO, D.F., 16 de febrero (Proceso).- A consecuencia de un paro cardiaco falleció el lunes 8 la escritora, quien acompañó a este semanario como crítica teatral a lo largo de tres periodos, como puntualmente desarrolla en este artículo-homenaje la columnista escénica Estela Leñero. Reproducimos asimismo una de las reseñas de Esther Seligson sobre teatro mexicano y una conversación con su albacea literario Geney Beltrán Félix, quien prepara la antología de la obra poética de la recién fallecida que publicará el Fondo de Cultura Económica. El lunes pasado falleció la escritora Esther Seligson a los 68 años de edad. La comunidad teatral está de luto nuevamente; como cada invierno. Su presencia en el teatro en México, como crítica, analista, maestra y traductora, nos deja un sin fin de enseñanzas y experiencias. Sus alumnos extrañarán su sabiduría, su carácter fuerte, crítico y tan apapachador; sus seguidores teatrales, sus incisivas interpretaciones y sus análisis a profundidad; sus lectores se quedarán con su poesía y sus novelas, con su anhelo de trascendencia, su ímpetu espiritual, su composición del lenguaje. Muchos la echaremos en falta. Esta escorpiona radical no dejaba de escribir y de pensar. Su juventud la vivió al extremo, llena de libertad; inquieta intelectualmente y brillante en la reflexión. Desconcertaba su violencia, su expresión directa, su locuacidad. Y era respetada y admirada, aunque en muchos sembró el resentimiento. Escribía sin consideración, sobre sus amigos o desconocidos. Le gustaba el teatro bien hecho y exigía un público inteligente. Trataba acremente cualquier tema y escribía lo que quería. Fue fundadora y maestra, hasta la fecha, del Centro Universitario de Teatro; colaboradora de Proceso en sus inicios, y en muchas otras revistas; fan del teatro universitario y de búsqueda; se preocupada por el teatro popular y por el teatro infantil que no era para bobos; criticaba constantemente la política cultural que da la espalda al teatro inteligente. Se escandalizaría, por ejemplo, de la frivolidad del programa de conmemoraciones de los centenarios de 2010 que Felipe Calderón acaba de dar a conocer, donde casi no hay cultura y reflexión y sí mucho espectáculo y fuegos artificiales. Estaba por presentar en la Feria del Libro del Palacio de Minería su libro de relatos, en Páramo Ediciones, titulado Cicatrices. El Fondo de Cultura Económica le publicará en breve su antología poética Negro es su rostro. El año pasado, apenas, había reunido en el libro Para vivir el teatro (UACM) sus reseñas publicadas en Proceso durante tres décadas: los tres últimos años de los setenta, 1981 y algunas semanas de 1982, y 1990 y 1991. Su espíritu viajero de constante búsqueda interior y su ortodoxa aspiración religiosa la llevaron a vivir varios años en Jerusalén enseñando la lectura de la Torá. Buscaba en las estrellas explicaciones de la vida, creía en las piedras talismanes, en los mitos y en la trascendencia del ser. Era experta en Cioran y compartía con él su pesimismo. Vivió intensamente y la vida le jugó malas pasadas. Hasta ahora, descansa en paz, en aquel espacio en el que ella creía. De Sueños presagios y otras cosas. Texto publicado originalmente en la edición 1737 de la revista Proceso actualmente en circulación.

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