Mendoza, el innovador, el primer moderno

martes, 4 de enero de 2011 · 01:00

El autor dramático, director de escena y profesor Héctor Mendoza (Apaseo, Guanajuato, 1932), quien falleció la noche del 29 de diciembre de un fallo cardiaco en su casa, solo, recibirá un homenaje que en breve le organizarán las instituciones culturales del país. Hasta entonces, sus cenizas serán guardadas por la familia. El jueves 30 fue velado en el Palacio de Bellas Artes por espacio de una hora. Uno de sus discípulos, el actor Sergio Jiménez (1937-2007), lo describió como “el maestro de maestros” y “punta de lanza de la evolución teatral en México”. En este texto se reproduce el sentir de destacados profesionistas del teatro nacional que evalúan su legado.

 

MÉXICO, D.F., 4 de enero (Proceso).- Héctor Mendoza es una presencia fundamental para comprender lo mejor de la trayectoria del teatro mexicano contemporáneo, a decir de Luis de Tavira, director de la Compañía Nacional de Teatro.

De Tavira apunta que Mendoza es un protagonista decisivo en la renovación del teatro como arte moderno o como arte actual a partir de la segunda mitad del siglo XX:

“Principalmente porque fue el más claro formulador del concepto de teatro como puesta en escena, que es la clave para comprender la modernidad del teatro en nuestros días, por cuanto supuso entenderlo como un arte autónomo independiente de la literatura, como lo comprendió y lo practicó el siglo XX. De alguna manera, él comienza esta transformación para devolverle al teatro una autonomía que la enorme transformación social produce por un lado, pero por otro lado también la recuperación como arte autónomo, el teatro existe mucho antes que la literatura, y lo hace desde su inicial experiencia como dramaturgo, en la que también aporta una considerable innovación al plantear la expresión de los jóvenes que de alguna manera preconizan el movimiento de los años sesenta. Sus personajes son los estudiantes de la preparatoria que después irán a la universidad y harán el movimiento estudiantil.”

–¿Fue también el primer moderno de México?

–Sí, y no queda en eso, sino que va más allá. Es decir, el ejercicio del teatro como puesta en escena implica una transformación irreversible de la dramaturgia, no se puede seguir escribiendo el teatro como en el pasado, como texto destinado a letra impresa, a ser antes leído que experimentado en el aquí y ahora de la escena.

–¿Qué cambió exactamente en la escena Héctor Mendoza?

–Cambió el concepto, cambió la práctica y cambió la poética. Es decir, la esencia del teatro es aquello que sucede en el aquí y ahora vivo de la presencia, del actor y del espectador. Por ello, en lugar de ese oficio de declamadores al que estaba reducida la práctica de la actuación, se convierte en la formulación de un arte mismo, donde el actor, más que un intérprete, es como un creador que trabaja, sí, con el material del dramaturgo, pero el dramaturgo a su vez está pensando en la escena como totalidad. Se trata de un dramaturgo que conoce el hecho escénico, que por lo tanto sabe acotarlo, que lo hace para ser representado y no para ser leído necesariamente o principal o primariamente. Entonces formula un texto que clama por su representación.

–¿Cómo definiría la obra de Mendoza?

–Es comprender que sin aquella audacia de innovación, aquella pasión por el hecho vivo del teatro, éste no sería el que es ahora. Habría que imaginar cómo era antes, eso no lo podríamos entender, es decir, sin la propuesta estética de Mendoza el teatro mexicano no sería lo que es, no seríamos capaces de entender cómo es hoy el teatro, toda vez que el teatro se deslinda de antiguas funciones que tuvo en el pasado y que es relevado de ellas por la televisión, el cine. Afortunadamente, entonces, el teatro recupera su fuerza de arte vivo, de arte personal, para llegar a una hondura que nunca será posible a través de la reproducción industrial de los medios; por eso, con el tiempo, se convierte en el más consistente pedagogo de la actuación en México, en el formador de muchísimas generaciones, porque su compromiso con la pedagogía le ocupó la mayor parte de la vida.

“Hasta el final, ya muy mayor, seguía dando clases en la Facultad de Filosofía y Letras. Su compromiso con la universidad también es destacable, es un universitario eminente, formado allí y formador de los universitarios. Desde su trabajo en el teatro universitario llevó a la estética de esta vanguardia a la cima más alta que ha alcanzado nuestro teatro en los últimos años.”

–¿Qué lo caracterizó?

–Propone un discurso incesante sobre la teatralidad que lo hace también un propositor muy dialéctico y desconcertante porque no cesa de pensar el teatro, de formularlo ahora de esta manera y después de la manera contraria, por eso se mantuvo vital siempre, y con ello contribuyó a algo fundamental, que es un discurso de pensamiento sobre la teatralidad que no existía antes.

“Es un interlocutor central del pensamiento teatral, del pensamiento sobre el actor, del pensamiento sobre la dramaturgia, del pensamiento sobre la escenografía, del pensamiento sobre el hecho del teatro de la sociedad. Representa un río incesante con el que seguimos hablando.”

Adelanta que “pronto” organizarán el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y el Instituto Nacional de Bellas Artes un homenaje a Mendoza.

Además, antes de su fallecimiento, ya existía el plan de un reconocimiento para el Festival Cervantino de 2011.

 

Hugo Hiriart

 

El escritor Hugo Hiriart rememora que en un documental de su esposa la cineasta Guita Schyfter para la serie Los Nuestros, él realizó una larga entrevista con Héctor Mendoza, quien era un hombre “sumamente hermético, reservado”. Puntualiza desde Nueva York vía telefónica el también dramaturgo, autor de Minotastás y su familia:

“Fue sin duda un director muy importante en el teatro mexicano. Y un maestro. Como dramaturgo me parece menos interesante e importante que como maestro y director.

“Y es que el teatro tiene un peculiaridad insalvable, que es ésta: el teatro es una cosa que se pierde una vez que la obra terminó, y cuando se conserva ha envejecido considerablemente. Cuando hizo Don Gil de las calzas verdes, en el Frontón Cerrado de Ciudad Universitaria, con los actores en patines, y en otras muchas obras, le pasó lo que le pasa a cualquiera en el teatro, que envejecen sus obras.

“Él estuvo en Poesía en Voz Alta, que si lo volviéramos a ver sería incomprensible para nosotros, sería como un montaje de prepa o de secundaria. Como maestro ejercía una gran fascinación sobre sus alumnos. Al igual que Ludwik Margules, hacía algo que no me parece: no soltaba a los alumnos. Le puedes enseñar lo que sabes de teatro a alguien en seis meses, y si lleva tres años, ya lleva una dependencia terrible y eso le permite al director una especie de dominio y de autoridad, me parece poco pedagógico, no me gusta, pero bueno, cada quién. Ahora que la gente tenía una cosa con Mendoza que bordaba la adoración religiosa. Yo no, la verdad no. Me parece que Margules fue más importante, pero decir eso es una herejía para muchísima gente de teatro, en fin, no sé, no sé... Margules y yo fuimos amigos, pero Mendoza no, había una especie de obstáculo, de separación, de hueco que nunca entendí.”

–Qué recuerda de su obra?

–Eso que te digo y otras obras estimulantes. Pero, bueno, tampoco fueron de mi predilección, me parecían como ocurrencias, sin peso fuerte atrás, sin esa cosa de algo perfecto o algo profundo que tienen, muy pocas veces, las cosas de teatro. Pero fue de los mejores y fue incansable, trabajó hasta el final de su vida. Y es una pérdida, yo lo lamento mucho.

 

Julieta Egurrola

 

“Justamente acabo de entrar a mi casa, vengo de la guardia que montamos en homenaje a nuestro adorado maestro Héctor Mendoza en Bellas Artes, quien formó no sólo a una generación de actores y actrices, sino a varios directores teatrales de enorme calidad, muchos de ellos no pudieron estar en este triste reencuentro.

“Estoy desveladísima y llena de dolor, pues creíamos que nuestro maestro iba a recuperar la salud después de dos operaciones, pero no sucedió así. No esperábamos su muerte, ¿qué puedo decir?

“¡Mi maestro…! Todo lo que sé como actriz se lo aprendí a Héctor Mendoza. A él le debo todo lo que soy. Fue el tronco mayor del gran árbol teatral para muchos actores y directores que nos formamos con él y de donde nos desprendimos para surgir solos, siempre gracias a nuestro maestro.

“Varias generaciones se formaron con él en la Facultad de Filosofía y Letras, el año pasado cumplió 40 años de dar clases. Yo ingresé al CUT (Centro Universitario de Teatro) en 1973, con él reabrió como escuela de formación para actores, soy primera generación que salió cuando él dirigía el CUT.

“Lo que quería decirte es que la vida de cada uno de nosotros en el teatro… hay gente muy importante que uno se topa en la vida, y no hay más que agradecerle a la vida haberse encontrado con una persona como Héctor. Para mí y para la mayoría con quienes hoy estuve en Bellas Artes, él fue una gente que nos marcó. Es una gente que te deja huella y que… y que con él yo... encuentro: primero que nada, me da la seguridad de que sí soy actriz, de que sí tengo el talento y capacidad para hacerlo, y entonces me guía, me da herramientas y con él aprendo que debe haber una mística para este mágico y misterioso viaje que es hacer teatro. Hay una mística, hay disciplina.

“Aprendí a no frivolizar, me refiero al respeto absoluto por la profesión. El que por las venas, el corazón y todos tus sentidos, mientras más te conozcas y seas más consciente de tus posibilidades, mientras más seguro estés de lo que haces en tu terreno, en tu actuación, serás un mejor ser humano y por lo tanto, seré una buena actriz.

“Decía que desde los setenta nos desprendemos muchas ramas de este gran tronco mayor del teatro que es Héctor, de los primeros directores que habla de la puesta en escena, es un director que renueva el teatro o encuentra otra manera en donde todo el peso está en el actor. Y él creía o pensaba que el actor es un creador y no solamente un repetidor o un intérprete común y corriente, sino que debe aspirar a ser un creador. Debe llegar a serlo, y entonces debo agradecerle que me dio seguridad en mí misma, nunca volví a dudar después del primer año, cuando me dijo que pasaba a segundo y que sí podía ser actriz. Nunca más volví a dudar y en todos mis 33 años de actriz está su sello. 

“Los mendocinos –nos gusta llamarnos así– tenemos una manera distinta de entender la vida. El proyecto vital de uno, que es el teatro y fue el que escogimos, no es una chamba, es un proyecto de vida, y a través del teatro y de la actuación, mientras más crezco, envejezco, maduro; eso mismo tiene que verse en el teatro. Y él nos enseñaba a conocerte de tal manera que tú, trabajaras con quien trabajaras, tuvieras tu propio método, digamos. Porque no hay un método mendocino como tal, es la manera de vivir el teatro, de hacerlo, de comprometerse y de cómo trabajar, cómo ensayar de la mejor manera, la manera más óptima, productiva y creadora. No tengo más que agradecerle a la vida haberlo encontrado en mi camino y que me haya hecho la mujer y la actriz que soy.”

–Para usted, ¿qué obras de las que le dirigió sobresalen? 

–En el CUT, In Memoriam, estábamos en el CUT y él escribió esa obra para mi generación.

–Hay quien piensa que In Memoriam fue su obra suprema…

–No, Héctor tuvo distintas etapas, muchas etapas: buenas, malas y regulares, pero siempre escribía obras para sus alumnos, tanto en la Facultad de Filosofía y Letras, así como en el Núcleo de Estudios Teatrales cuando estuvo con Julio Castillo y Luis de Tavira.

“Y él escribió In Memoriam, que era sobre la vida de Manuel Acuña, para mi generación, que éramos Rosa María Bianchi, Margarita Sáenz, Lucía Payés, José Luis Cruz, José Caballero, Carlos Mendoza, Jaime Estrada. Esos son los que estábamos.

“Ya luego hicimos unos vodeviles, La mano ligera y el amigo encarnizado se llamaba, también en el CUT, que dirigió con Julio Castillo. Vámonos a la guerra, ya cuando salí del CUT. Cenizas, Crímenes del corazón, y después trabajé con él durante muchos años. Volví a Tiro de dados, y Teatro principium fue lo último que trabajamos.

“No estaba siempre de acuerdo con él, en muchas cosas no coincidíamos. Todo mundo dice: ‘Perdiste a tu padre’. Pero él no se manejaba así, no le gustaba jugar esos papeles, y lo que te daba como padre lo hacía como tal, se comportaba así aunque todos le decíamos nuestro papá, pero te daba una estructura tan sólida que yo siempre dije: ‘me puedo doblar, pero no quebrar’.

“Es decir, hay un nivel que una se exige siempre y que viene a partir de sus enseñanzas, y después no hay más que aspirar a más. No te puedes permitir menos. Cuando hablo de que no estábamos de acuerdo siempre es como sucede con los padres, no teníamos por qué coincidir, pero lo que sí habré de extrañar mucho es que con su muerte he perdido a un gran interlocutor.

“Aquí en la Compañía Nacional de Teatro, donde formo parte del elenco estable (no formé parte de la primera puesta en escena de Pascua, pero lo volví a ver muy seguido), iba a sus ensayos y podía hablar con él. Platicábamos también bastante cuando estuvo delicado de salud, y quedó pendiente ahorita todo el proceso de El jardín de los cerezos que estrenamos en Colima el 5 de noviembre. Ahora que le hablé por teléfono me preguntó: ‘¿Y cómo te fue en El Jardín de los cerezos?’. Y yo ‘¡Uy, no!, eso es algo largo y tendido y tengo que verte para contarte todo’.

“Y era eso: el platicar con alguien que te conoce. Y si tenías dudas, o si no dudas, siempre era eso: tener a un interlocutor con quien platicar sobre la actuación. Era muy enriquecedor.”

–Hay los imprescindibles, ¿él lo era?

–Es que de él nos desprendemos muchos, y de nosotros mismos los que seguimos dando clases igual lo transmitimos, tanto en la ENAD (Escuela Nacional de Arte Dramático) como en la Casa del Teatro o en el CUT, como en la misma Compañía Nacional de Teatro habemos muchos que nos desprendemos de él.

“Ora sí que Héctor es lo que mamamos, ahí está. El mejor (no quiero decir homenaje porque a él le chocaban todas esas cosas), o sea, lo mejor es seguir transmitiendo eso que nosotros mamamos. Tal vez haga falta en esta época también, por como vivimos o como estamos, retomar la esencia del teatro, que es muy importante.

“Y la esencia es uno, el actor. Y cómo deposita el director en el actor toda la capacidad y la posibilidad de trabajo. Entonces sabes que hay una mística, una pasión, una entrega y un compromiso total con su trabajo teatral. Creo que esta enseñanza de Héctor les hace falta mucho ahora a los jóvenes actores.

“Todo mi amor y agradecimiento para él. Como dijo Luis de Tavira en el homenaje, bueno, en la guardia que hicimos en Bellas Artes, mucha gratitud a Héctor.”

 

Blanca Guerra

 

Blanca Guerra fue dirigida por Mendoza. Desconsolada, entre lágrimas, expresa que “está hecha de él” y que siempre estuvieron cerca:

“En Navidad le hablé por teléfono para felicitarlo y me dijo que nos veíamos el año que entra. Como siempre, con su música a todo volumen, porque era un melómano fantástico. Gastaba su dinero en eso, en música y en libros. Y le expresé que era bueno oírlo envuelto en música.”

Como dramaturgo, señala la actriz que en los últimos tiempos escribió lo mejor, y como director era fantástico, “ninguno como él”.

Agrega un poco más serena:

“Consciente siempre de que las circunstancias iban cambiando, se iba adaptando, pero madurando y volviéndose cada vez mejor escritor. Era de una congruencia absoluta en su quehacer, con una entrega que todo mundo admiramos. Y como maestro fue único y un gran formador de actores. No hay otro.”

–¿Cómo era en una puesta en escena?

–Un trabajo con él era un taller invaluable como crecimiento y actualización de actores y de exigencia y rigor. Agradezco haberme formado en ese sentido.

 

Olga Harmony

 

La crítica de teatro Olga Harmony manifestó a este semanario que Héctor Mendoza “exploró la posibilidades del teatro y abrió las puertas a un cambio, porque de un teatro a la española se cambió a un teatro más contemporáneo, más moderno, pero no era un afán de vanguardismo”.

Para ella, Mendoza “era uno de los teatristas más jóvenes que había en México en el sentido de buscar, de darle vueltas, de incursionar por terrenos difíciles, fue un hombre muy completo para el teatro mexicano. Es una gran pérdida”.

Señala que tenía una búsqueda incesante, que no repetía lo que le había dado éxito, igualmente como director de escena, y formó a muchísimas figuras.

 

Héctor Bonilla

 

El también actor Héctor Bonilla considera que Mendoza es un parteaguas del teatro mexicano y la piedra angular del teatro universitario:

“Hay un antes y un después de Mendoza. Su obra Las cosas simples, aparentemente sencilla, pone en juego a los jóvenes. Para mí, unas de sus puestas cumbres fue Don Gil de las calzas verdes. Hacer teatro clásico en patines en el Frontón Cerrado de CU, fue atreverse.

“Allí está lo que fue Mendoza, hay una influencia en gran cantidad de actores, escritores y directores.”

 

Guillermo Henry

 

Para el actor Guillermo Henry, de la última generación formada bajo la guía experimental de Mendoza, In Memoriam fue su gran obra:

“Como profesor teatral, con el método experimental de Héctor Mendoza, aprendió toda una primera generación brillante de directores, actores y actrices espléndidos. Para mí su mejor obra fue In Memoriam, que tuvo un éxito fenomenal y desnudos de una estética maravillosa. Duró una larga temporada en el Anexo de Arquitectura de la UNAM. Yo pertenezco a la última generación que fue formada con aquel método experimental del que tanto aprendimos, al igual que de los primeros ‘mendocinos’, sus hijos putativos declarados, como Julio Castillo, Julieta Egurrola…”. (Con información de Armando Ponce y Roberto Ponce) 

 

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