"Nos sacaron del poder por nuestras cualidades, no por los defectos": Dilma Rousseff

sábado, 23 de noviembre de 2019 · 09:47
En entrevista con Proceso, Dilma Rousseff, expresidenta de Brasil, habla sobre el valor que representa para América Latina la reciente liberación de Luiz Inácio Lula da Silva, sobre el uso faccioso de las instituciones de justicia y de su salida del poder cuando estaba en su segundo mandato. “El sistema de justicia en Brasil utilizó la corrupción como un arma de destrucción, sin importar si quienes eran acusados habían o no cometido actos indebidos” BUENOS AIRES.– Al Hotel Emperador, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, ha llegado Dilma Rousseff, junto a una treintena de líderes progresistas latinoamericanos que se han dado cita en el recientemente conformado Grupo de Puebla, el cual reúne a diversas figuras de la izquierda democrática en la región, incluyendo a algunos mexicanos. La expresidenta, depuesta vía un juicio político en agosto de 2016 cuando transcurría su segundo mandato, está de fiesta al momento de la conversación. Igualmente lo están otros militantes del Partido de los Trabajadores que celebran en Brasil la reciente liberación del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva. Rousseff habla de la historia del exobrero metalúrgico y explica de qué manera operan las estrategias de “lawfair” (o guerras jurídicas) que, a su juicio, se vienen utilizando contra varios líderes y partidos progresistas en Brasil y otros países de América Latina. En esta entrevista, la mujer que sucedió a Lula en el poder critica duramente al actual presidente brasileño, Jair Bolsonaro, y explica las razones de su llegada al poder como parte de un fenómeno neofascista similar al que se ha vivido en Europa y Estados Unidos. –Lula fue liberado ayer después de 581 días de prisión. ¿Qué significado tiene esto para Brasil y para América Latina? –Lula representa dos rasgos muy importantes de la lucha política en América Latina. Por un lado, una clara manifestación de la importancia de la democracia en los procesos de transformación. En Brasil, al igual que en Argentina, Uruguay o Chile, tuvimos la drástica experiencia de las dictaduras militares. Por eso para nosotros la democracia siempre ha sido un valor central. Lula, en ese sentido, representa la lucha contra los estados de excepción que han corroído la democracia en nuestra región. “Pero también representa la lucha contra el neoliberalismo y la posibilidad de otro modelo de desarrollo. No se trata de una simple alternativa teórica o discursiva, sino de una práctica concreta que de forma clara asumió un compromiso con la inclusión social y el combate a la desigualdad. No hay que olvidar que nosotros logramos impulsar un programa antineoliberal y probamos que es posible crecer, incluir y generar desarrollo. “El gobierno de Lula descubrió una de las mayores reservas de petróleo de occidente de los últimos años, el Presal. Su administración se caracterizó también por una fuerte preocupación social. Desarrolló una importante política de vivienda, llevó la salud básica a 63 millones de personas y modificó la manera en la que se ejercía el presupuesto en Brasil. “Demostró que otra relación internacional es posible. Nos enseñó la importancia de mirar a América Latina, y no fingir que un país como Brasil puede ser ajeno a sus vecinos. Mirar hacia América Latina es establecer una relación de integración y de fraternidad. Para nosotros también fue importante priorizar África y darle importancia a los BRICS, un bloque conformado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Eso, para un país que estaba condenado a ser el patio trasero de Estados Unidos, resulta imperdonable. “Lula representa esto y más. Pero, sobre todo, representa al pueblo brasileño. Su representación es simbólica porque al pueblo brasileño le gusta ganar y Lula es un ganador. Es alguien que salió del seno del pueblo brasileño. Y no ganó una sola vez. Por eso tiene un importante poder político simbólico: porque es un generador de autoestima. Lula representa la esperanza, la capacidad de un pueblo de luchar. Por todo ello es tan importante que hoy Lula esté libre”. Estado de excepción A la expresidenta de Brasil se le recuerda que los procesos que enfrenta Lula no han concluido, que simplemente hoy puede enfrentarlos en libertad. ¿Podría volver a prisión? “Por el poder simbólico que tiene Lula es muy peligroso para quienes quieren mantener el estatus quo. Sin embargo, Lula es capaz de enfrentar eso y más. Él sabe bien que no vivimos un cuento de hadas”. –¿Qué está pasando hoy en Brasil en el plano político? ¿Cómo caracterizaría el momento actual? –Lo que hoy está en curso en Brasil es la destrucción de todo aquello que nos permite ser uno de los grandes países del mundo. Hoy todo está en cuestión: la pérdida de los derechos de los trabajadores, la precarización del trabajo y el sistema de pensiones dignas. Hay un riesgo de que se privaticen las universidades públicas, haciendo imposible la inclusión de los pobres, los negros y las mujeres en estas instituciones. –Usted fue forzada a salir del poder y a Lula se le impidió ser candidato. Con este cuadro de ruptura institucional, ¿se puede afirmar que Brasil todavía vive bajo una democracia? –Brasil se encuentra en el umbral de un estado de excepción. Si imaginamos que la democracia es un árbol, y que una dictadura cortaría todas las ramas, la imagen de nuestra situación actual es la de un árbol carcomido por hongos y parásitos. En Brasil se instauró un juicio político para destituirme porque la centroderecha, una parte del centro y la derecha llegaron a la conclusión de que no lograrían ganarnos mediante el voto. “Esos sectores decidieron aprovecharse de la crisis económica para construir desde ahí su proyecto de poder. Cuando cayeron los precios de las materias primas y, en consecuencia, nuestros recursos fiscales se vieron comprometidos, se generó una merma presupuestal. Entonces, esos sectores decidieron aprovecharse de la crisis (ya fuese esta real o presentida) y pusieron a disposición de los golpistas un programa claro para viabilizar un programa que hubiera sido políticamente imposible impulsar en un contexto de normalidad democrática. “Fue así como se aprovecharon de una crisis económica para generar una crisis política y solicitar mi destitución. En Brasil, un juicio político contra un presidente sólo puede solicitarse por actos cometidos en el ejercicio del cargo. En mi caso, sin embargo, no había siquiera actos suficientes cometidos durante dicho ejercicio como para configurar un crimen de responsabilidad. Sin embargo, a los dos meses de gobierno yo ya tenía pedidos de juicio político por parte de un parlamento extremamente conservador”. –¿Y qué ocurrió en el caso de Lula? –El sistema de justicia en Brasil utilizó la corrupción como un arma de destrucción, sin importar si quienes eran acusados habían o no cometido actos indebidos. La ironía es que quien construyó las armas que les permitieron hacer eso fueron nuestros gobiernos, él mío y el de Lula. Nosotros queríamos que se investigara la corrupción, pero lo que sucedió es que instauraron una práctica de lawfare (o guerra jurídica) junto a los medios de comunicación, los mercados y algunas instituciones políticas. Fue así como impulsaron una estrategia para tratar de destruirnos políticamente. La idea no era solamente poner preso a Lula. También querían acabar con el Partido de los Trabajadores. –¿Qué es exactamente el lawfare? –Es la utilización de la justicia y de las leyes de la misma manera que se impulsa una estrategia de guerra para destruir a un adversario. Es un proceso fundamentalmente mediático, donde los medios actúan como la cuarta instancia del Poder Judicial, donde eres juzgado y condenado sin derecho a una defensa y a través de un proceso de desmoralización. Se trata de un proceso circular en el que los jueces filtran información a la prensa. Las estrategias del lawfare A Dilma Rousseff se le señala que el uso político de la justicia se está viendo en varios países de América Latina. ¿Cree usted que Estados Unidos tenga una influencia en ello? “En el caso de Brasil, sí. Me parece que había un interés por nuestro petróleo”. –¿Qué evidencias hay de ello? –Glenn Greenwald, ganador del Pulitzer y quien dio a conocer los archivos de Snowden, divulgó archivos que mostraban cómo la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos grabó las conversaciones de Petrobras y de mi propio gabinete. Greenwald consiguió, además, grabaciones de las conversaciones que se dieron a lo largo de tres o cuatro años entre el juez responsable por el combate a la corrupción y sus procuradores. A partir de esas grabaciones quedó claro que Lula estaba siendo condenado sin evidencias. Ellos decían: “La evidencia es débil, no hay evidencia, pero va así de todas maneras”. “En las grabaciones aparece el juez dando instrucciones al procurador, lo que demuestra que el primero tenía comprometida su autonomía e imparcialidad y estaba actuando como un agente de la acusación. Claramente el juez no actuó de manera imparcial comprometiendo esa imagen simbólica de la justicia como una señora con los ojos vendados. Eso comprometió al propio sistema de justicia. “En determinado momento, antes de mi salida del gobierno, grabaron también una conversación que tuve con Lula, producto de una acusación en el sentido de que mi intención de nombrarlo como jefe de la Casa Civil no obedecía a sus propios méritos políticos, sino que buscaba salvarlo de la persecución en su contra, garantizándole una protección como ministro”. –¿Y acaso no era ese el objetivo? –No. De hecho, la grabación demuestra precisamente lo contrario. Muestra que ellos sabían que no era así, que incluso Lula tenía dudas. Sin embargo, hoy sabemos que hubo 17 grabaciones que no fueron entregadas al juez porque ellos escamotearon las pruebas. Los procuradores sabían que la versión que estaban vendiendo era mentira. Todo esto ayuda a entender el porqué Lula ha salido libre. No es casual que de repente tomaron esa decisión. –La salida de Lula de prisión tiene que ver con una decisión del Supremo Tribunal de que quienes no han sido condenados en segunda instancia puedan llevar sus procesos en libertad. ¿No es así? –Sí, es una decisión a través de la cual el inculpado sólo puede ir preso después de que su caso es cosa juzgada; es decir, luego de agotar todas las instancias. En otras palabras, el proceso tiene que ir hasta la última instancia del juicio y, sólo entonces, Lula podría ser encarcelado. Ahora, en el caso del expresidente, hay que recordar que lo metieron preso a un mes de la elección porque iba a ganar, ya que tenía 42% de la intención del voto. A Lula le prohibieron específicamente competir en la elección. “De esa manera es que fue electo Bolsonaro. El juez que hizo todo esto –Sergio Moro–, el mismo que pidió su encarcelamiento y lo juzgó, es hoy el ministro de la justicia. ¿Cómo leer esto? No hay nadie a quien ese nombramiento le parezca honesto, correcto, decente y ético. Es evidente que recibió un premio y eso es una evidencia más de lo que ha sido el lava jato”. “Sumado a eso, los procuradores brasileños, en acuerdo con Sergio Moro, entregaron al Departamento de Justicia de Estados Unidos todos los datos que permitieron más tarde multar a Petrobras, una empresa estatal brasileña con capitales en Estados Unidos. Esto se hizo sin ninguna autorización judicial o administrativa. “Por esa vía los procuradores recibieron 2.5 mil millones de reales. Ese dinero lo pusieron en una fundación y alegaron que era para usar en programas contra la corrupción. Lo cierto es que, vía ese mecanismo, el Departamento de Justicia de Estados Unidos lograba hacerse de información sobre Petrobrás”. –Las estrategias del lawfare también se han visto en otros países de la región, como Argentina o Ecuador… –Sí, aquí en Argentina es muy claro. Lo que hicieron con Cristina Kirchner es un caso típico de lawfare, lo están haciendo también en Ecuador con el vicepresidente y con el expresidente Rafael Correa. También intentaron hacerlo con Evo Morales y con Michelle Bachelet. Neofascismo A la exmandataria se le menciona que ha hablado de la emergencia de un fenómeno de neofascismo en Brasil. En esta reunión del Grupo de Puebla dijo que el neofascismo ha sido la única forma que tuvo el neoliberalismo para completar su proyecto. ¿Qué quiere decir exactamente con eso? “A lo largo de la historia, Brasil tuvo un Estado nacional desarrollista. Getulio Vargas creó las grandes empresas paraestatales. Creó Petrobras y fue responsable de la existencia de bancos públicos. Luego vino la dictadura y, 21 años después, llegó la democracia. Con la constitución de 1988 se edificó un Estado de bienestar social, principalmente en el área de educación, la cultura y la salud”, responde. Rousseff continúa: “A finales de los 80, pese al neoliberalismo, Brasil logró mantener un estado desarrollista y de bienestar social. En nuestro país las grandes empresas públicas, como Embraer, Eletrobras o Petrobras, nunca fueron privatizadas; tampoco grandes bancos como la Caixa, y el BNDES y no se logró avanzar en la desregulación del mercado de trabajo ni en su precarización como en otros países. “Luego el PT ganó la elección de 2003, después la de 2006 y la de 2010. Y ganamos otra más en 2014. Para entonces, sin embargo, los defensores del programa neoliberal comenzaron a pensaron en dar un golpe”. –¿Quién comenzó a pensar en eso? –En un principio fueron los partidos de derecha, centro y centroderecha. Comenzaron atacándonos para hacernos a un lado, pero terminaron perjudicándose a sí mismos porque no lograron sobrevivir a este proceso político devastador. Al final, fueron ellos los que quedaron destruidos y los únicos que quedamos vivos fuimos nosotros. Hoy no estamos intactos, pero logramos 45% de los votos en la última elección, lo equivalente a 47 millones de sufragios. –Este fenómeno que encabeza Bolsonaro es relativamente nuevo en América Latina. ¿Qué ha ocurrido en Brasil para que surja algo así? ¿De qué manera surge el fenómeno del neofascismo dentro de la sociedad brasileña? –Hay varios elementos que los explican. Una parte tiene que ver con una absorción del pensamiento de la derecha americana más radical. Son quienes hacen la crítica al “marxismo cultural”, donde se percibe que lo políticamente correcto es producto del comunismo internacional. Esa gente cree que las demandas de las mujeres destruyen la familia o que las reivindicaciones de los homosexuales destruyen los valores familiares. En Brasil se suma, además, un componente en favor de la violencia”. –Pero en el nivel de la sociedad brasileña, ¿cómo es que ese tipo de alternativas neofascistas han logrado enraizarse? –De la misma manera en que lo han hecho en Europa o Estados Unidos. No hay mucha diferencia. Si en Europa decían que la amenaza eran los musulmanes o los migrantes y en Estados Unidos los mexicanos, aquí dicen que nosotros, los petistas, somos los responsables por todos los males del mundo. –¿De qué manera se relacionan estos grupos neofascistas con los neoliberales? –Tienen una alianza. Los neoliberales se han creído que van a lograr tutelar a los neofascistas. Creían que, en cuanto estos últimos se sentaran en la silla presidencial, los neoliberales podrían moldear su conducta. Eso es a lo que ha apostado el mercado y las fuerzas armadas. En realidad, no es eso lo que ha ocurrido. Hoy hay un impasse. Ellos se escandalizan con los discursos de Bolsonaro, cuando uno de sus hijos asegura que “basta un cabo y dos soldados para cerrar el supremo tribunal” o cuando él afirma que “el problema de la dictadura es que no mataron a 30 mil personas”. “Ellos creían que podrían controlar a Bolsonaro, pero en realidad no es así. Hoy se escandalizan contra el presidente, pero celebran y apoyan a su ministro de Economía que, en realidad, sólo está ahí porque lo puso Bolsonaro. ‘Ah, qué maravilla’, piensan, ‘van a vender Petrobrás’. Hoy el problema que tienen, sin embargo, es que se han dado cuenta no hay margen para suponer que Bolsonaro se va a subordinar”. –¿En estos años desde que usted dejó el poder ha podido reflexionar sobre qué hizo mal su administración y los gobiernos del PT? ¿Qué fue lo que creó las condiciones para que Bolsonaro pudiera llegar al poder? –Fueron varias cosas… En ese momento de la entrevista viene una persona y le habla al oído. La expresidenta tiene que levantarse de la mesa para tomar una llamada importante. Por lo que se ve, tiene que ver con Evo Morales. Le pregunto si podemos terminar la entrevista más tarde. “Creo que ya no va a ser posible”, asegura. “No tengo mucho tiempo”. Comienza a alejarse. De pronto vuelve hasta mí y agrega en tono firme y muy enfático: “Mira, Hernán, nosotros cometimos muchos errores. Eso es cierto, no hicimos una reforma política ni una reforma fiscal, pero estoy totalmente convencida de que a nosotros no nos sacaron del poder por nuestros defectos, sino por nuestras cualidades”.

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