La diversidad cultural y el T-MEC (Primera de dos partes)

sábado, 3 de noviembre de 2018 · 09:51
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- El avance tecnológico en nuestra época plantea muchas interrogantes, y más en lo que concierne a la salvaguarda de la diversidad cultural. La complejidad en la defensa de ésta se acrecienta ahora en México con la conclusión del T-MEC. Las respuestas son múltiples, pero, contra lo que pudiera pensarse, muchas de ellas son poco satisfactorias. La diversidad cultural es esencialmente dinámica, con significados variables y en constante mutación. Las inflexiones que ha tenido y tiene provienen de muchos factores, pero en especial de los avances científicos. Un breve repaso de la historia del arte y de la ciencia podrían coadyuvar a esclarecer algunos arcanos contemporáneos. Bertrand Russell (1872-1970), matemático y uno de los filósofos más influyentes del siglo XX, sostenía que para que existiera un elemento valioso en el arte debería mediar la genialidad, en tanto que para la ciencia cualquier esfuerzo, por modesto que pudiera ser, podría contribuir a un descubrimiento de importancia capital. El pintor y escultor cubista francés Georges Braque (1882-1963) complementó este razonamiento: sostenía que el arte se realiza para perturbar, mientras que, por el contrario, la filosofía de la ciencia busca atemperar. Estos argumentos, válidos en su época, han sufrido empero importantes alteraciones en el umbral del siglo XXI. De hecho, las acotaciones son cada vez más frecuentes tanto en el arte como en la ciencia. El avance de esta última ha introducido conceptos que conllevan elementos de incertidumbre y caos, ya sea en las ciencias descriptivas, como la botánica, y en las estructurales, como la física. Arte y ciencia Ciencia y arte parecieran proseguir senderos distintos e incluso excluyentes, argumentación que contradice los eventos más relevantes en la historia de una y otra materias, los cuales siempre han reconocido varios comunes denominadores; uno de ellos es sin duda la búsqueda incesante de la innovación, que es el principal impulsor de la creatividad. La innovación abjura del pretérito y lo confronta constantemente. La creatividad resulta, pues, una forma de aprendizaje en la que alumno y enseñante se fusionan en una misma persona. Esto ha sido especialmente cierto en las artes visuales, sobre todo en la pintura (Arthur Köstler). La historia del arte está plagada de ejemplos emblemáticos respecto de los intersticios entre arte y ciencia, que pueden resumirse en procedimientos y técnicas como los siguientes. En el antiguo Egipto, el secado súbito era fundamental en la pintura, pero implicaba una limitación para el artista. Con esta técnica la ejecución de la obra quedaba sujeta al apremio y requería de la presencia del creador in situ. La implantación de la pintura encáustica, que se valía de la cera de abeja como aglutinante, alteró en forma importante la pintura egipcia tradicional. Esta variación permitió a los artistas plasmar en sarcófagos imágenes de gran vitalidad y satisfacer mejor sus ritos funerarios. A fines de la Edad Media la introducción del aceite, que sustituyó al temple o emulsión, fue tan innovadora como la cera de abeja, pues volvió más lento el secado de la pintura y favoreció el trabajo sobre el lienzo. En suma, posibilitó la pintura de caballete, propició la movilidad del artista e hizo viable su independencia. En este atisbo no puede dejar de mencionarse la obra del italiano Leon Battista Alberti (1404-1472), que resultó crucial en el ámbito pictórico; entre otras obras escribió su tratado Della pittura, en el que planteó los nuevos fundamentos de esta expresión artística. A través de sus estudios se pudieron crear nuevas técnicas, como el sfumato de Da Vinci: un efecto vaporoso que se obtenía mediante la superposición de varias capas de pintura extremadamente delicadas. La composición logró con ello contornos imprecisos, una sensación de vaguedad y lejanía y una impresión de profundidad en los cuadros. Otro evento célebre es la técnica del impasto, explorada por Tiziano, Rembrandt y Vermeer, entre otros artistas, quienes engrosaron el aceite más de lo usual junto con otros materiales, como el aceite negro y el plomo. Con esta mixtura lograban cambiar la textura del lienzo, lo que provocaba efectos visuales inéditos. La tradición pictórica tomó un nuevo sendero. Por su parte, los artistas venecianos incursionaron en el uso de colores provenientes de otras latitudes, como Afganistán, con lo cual le dieron un nuevo curso a la pintura. En Mesoamérica el tinte en los textiles era primordial, ya que marcaba las jerarquías sociales; se obtenía de la grana cochinilla (Dactylopius coccus), un insecto parásito del nopal. Del cuerpo desecado de la hembra se obtenía el ácido carmínico, un colorante rojo que, mezclado con otros ácidos, da lugar a otros colores. Tras la conquista de América el rojo carmín arribó a Europa, del que se benefició especialmente la pintura española. Los artistas comenzaron a recurrir a la química para elaborar sus pigmentos en forma doméstica; empleaban el mortero y, como resultado de sus mezclas, transitaban por nuevas experiencias en materia de color. Pero no solamente la química, sino también la física, impulsó las artes visuales. La cámara oscura, precursora de la fotografía, coadyuvó en la composición pictórica. El pintor holandés Constantin Huygens (1596-1687) presagió que este aparato causaría la muerte de la pintura; una predicción que se repetiría siglos más tarde con el desarrollo de la fotografía (Eliane Strosberg). Isaac Newton (1642-1727) analizó el fenómeno del espectro cromático, que posteriormente fue sistematizado por el químico francés Michel-Eugène Chevreaul (1786-1889), responsable de la elaboración de las tintas para la industria parisina de los gobelinos. Los trabajos del escocés James Clerk Maxwell (1831-1879) sobre la composición de los colores resultaron también trascendentales para el arte. A fines del siglo XIX la creación de pigmentos sintéticos permitió la mezcla de colores directamente sobre el lienzo. A su vez, los avances en la óptica y en la química fomentaron el desarrollo del impresionismo. Para terminar con este vistazo podrá recordarse que, ya en siglo XX, los postulados de Sigmund Freud influyeron de manera notable en las tendencias del arte. Por su parte, los polímeros y otros materiales sintéticos multiplicaron las experiencias estéticas, que, a su vez, motivaron la emergencia de nuevas corrientes artísticas, muchas de ellas íntimamente vinculadas con la ciencia. En el siglo XX son varias las fracturas identificables; el abandono de los valores estéticos ancestrales de la pintura es una de ellas, junto con el acometimiento de nuevas expresiones visuales, muchas de ellas impregnadas de angustias sociales. El ocaso de esa centuria se vio gobernado por el desarrollo de la tecnología como una de las aplicaciones mayores de la ciencia. Estas intersecciones entre el arte y la ciencia conducen a una constatación: Lejos de trastocar las corrientes artísticas contemporáneas, el descubrimiento y uso de nuevos materiales, junto con la experimentación, multiplicaron sus posibilidades y crearon nuevos lenguajes estéticos. La diversidad cultural quedó fuertemente impregnada de estos avances científicos. El arte digital En mayo de 1997 el campeón de ajedrez Garry Kasparov contendió en contra del programa Deep Blue y por primera ocasión fue abatido. El hecho es un hito que evidenció el potencial de las tecnologías contemporáneas. Disruptiva y paradigmática, esta revolución tecnológica plantea el enigma de si nuestro tiempo se va a caracterizar por una nueva concepción artística, sobre todo porque asistimos a la creación de una cultura distinta, cuyas repercusiones en el arte y en la diversidad cultural se empiezan a percibir ahora con mayor claridad. Ante este panorama, en el umbral del siglo XXI se imponen con más vigor otras interrogantes. Algunos infieren que con el desarrollo de los algoritmos y de la inteligencia artificial surgirá una nueva conminación para las artes visuales; otros empero vaticinan que habrá fundamentos para un nuevo renacimiento artístico. En efecto, los algoritmos, los programas, las bases de datos y los instrumentos digitales han sustituido los avances de la química y de la física en el arte. Ahora, los artistas emplean con mayor frecuencia estos mecanismos para la creación y difusión de sus obras. Es evidente que el arte digital y el analógico responden a fundamentos y valores radicalmente diferentes a los que habían perdurado incluso en el arte moderno y contemporáneo. Si se emplea una expresión informática, hasta fechas muy recientes el arte clásico, el moderno y el contemporáneo eran irremediablemente geolocalizables: estaban albergados en museos y se comercializaban en galerías. Ahora el arte digital y el analógico son inmateriales y su difusión es ilimitadamente libre. La mayoría de las ocasiones se trata de un arte interactivo, lo que permite al espectador embelesarse ante obras tanto pretéritas como actuales; un cambio significativo. También se han elaborado plataformas específicas para la creatividad de los artistas, como la francesa Bright (plateforme numérique), que conlleva potenciales inéditos. A través de éstas el artista se encuentra en condiciones de generar algoritmos para crear pinturas altamente personalizadas, que dependerán de las inclinaciones estéticas del espectador, y, más aún, de su historia, de su actividad y de sus emociones personales. La plataforma Bright explora incluso la posibilidad de monetizar los trabajos analógicos y digitales (Abdel Bounane). De acuerdo con esta tendencia, el artista y diseñador británico Brendan Dawes ha explorado la interacción de objetos, personas, códigos y material analógico y digital. Es el creador de Fermata, la primera instalación de arte digital en el edificio Bruntwood de la ciudad de Manchester, en el Reino Unido. Su exposición en el Museo de Arte Moderno (MoMa) de Nueva York y en el Museo Albert y Victoria, en Londres, fue un éxito. Para una de sus creaciones absorbió tweets de espectadores y personajes y constató la potencialidad de la difusión del arte digital y analógico. Una de las funciones primarias del artista es crear emociones. Hoy, la tecnología digital y analógica le permiten maximizar las turbaciones del espectador y generar un número ilimitado de obras; si bien pierde la unicidad creativa, las variantes son multiplicables en función de la audiencia. La noción misma de creatividad se encuentra en revisión ante las inconmensurables posibilidades de la inteligencia artificial, ya que ésta es capaz de crear obras de arte jamás imaginadas (Stuart J. Russel y Peter Norvig). Nuevas corrientes artísticas siguen surgiendo, como el Net art o el bioarte, cuya introducción no ha estado exenta de problemas. Así, las tendencias de bioarte han sufrido constantes acosos, como en el precedente del Critical Art Ensemble (CAE por sus siglas en inglés), ahora auspiciado por la Schirn Kunsthalle de Fráncfort, Alemania, y la Esc Gallery de Graz, Austria. En el CAE se agrupó un conglomerado de artistas animado por Steve Kurtz, Steve Barnes, Dorian Burr, Beverly Schlee y Hope Kurtz. El CAE, asociado con Beatriz da Costa y Shyh-shiun-Shyu, montó un performance, titulado Free Range Grain, consistente en el montaje de un laboratorio que permitía analizar el ADN en productos alimenticios genéticamente modificados y demostrar las posibles contaminaciones genéticas. Con la finalidad de preparar una exposición para el Museo de Arte Contemporáneo de Massachusetts que debería advertir sobre las consecuencias de la ingesta de productos transgénicos, Steve Kurtz, profesor de la Universidad de Buffalo, había almacenado material biológico en su domicilio. Ello bastó para que el artista y su asesor, el científico Robert Ferrell, profesor de genética de la Universidad de Pittsburgh, fueran incriminados por bioterrorismo conforme a la Patriot Act, en julio de 2004. En abril de 2008 el juez federal Richard Arcara, de Buffalo, Nueva York, desechó el caso y, con base en la Primera Enmienda de la Constitución estadunidense, expresó irónicamente su rechazo a aterrorizar a los artistas. Epílogo  Para culminar con esta revisión, debe hacerse énfasis en que la defensa de nuestra diversidad cultural no queda inerme en el actual contexto. Su inserción en este paradigma, con la nueva variable que resulta de la negociación del T-MEC, hace empero difícil el análisis y torna impredecibles sus consecuencias. En una economía digital, la estructuración de los ecosistemas digitales culturales presupone sin embargo un internet de acceso libre, neutral y multicultural que se constituya como un bien común de la humanidad y asegure la expresión de la diversidad cultural y lingüística. Solamente un internet libre, incluyente, transparente, fundado en un modelo de actores múltiples, pero sobre todo independiente, puede estimular la innovación y la creación, proteger las industrias culturales y favorecer el crecimiento económico y el desarrollo. *Doctor en derecho por la Universidad Panthéon Assas. Este ensayo se publicó el 28 de octubre de 2018 en la edición 2191 de la revista Proceso.

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