Las 'fake news” (un manual de desuso)

domingo, 1 de septiembre de 2019 · 10:12

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- 1.Según el diccionario de Oxford (no la Wikipedia, que está plagada de errores, difamaciones y teorías conspirativas), la post-verdad es “un conjunto de circunstancias en el que los datos objetivos no determinan a la opinión pública, sino aquello que apela a las emociones y las creencias personales”. En 2016, este diccionario eligió la post-verdad como la palabra que aumentó más su uso: 2,000% .

2. Las fake news son historias falsas diseñadas para engañar, calumniar y desvirtuar intencionalmente a una causa o a una persona. Según un estudio del MIT (publicado en la revista Science el 9 de marzo último) las noticias falsas viajan seis veces más rápido que las verdaderas. Esto se debe a que los periodistas profesionales tardan más en llegar al lugar, hacer preguntas y verificar. Al momento en que los periodistas logran publicar, ya los medios están plagados de versiones parciales o mentirosas.

3. El que las falsas noticias sean más rápidas que las verdaderas nos habla de dos factores que conforman nuestro ecosistema informativo: el valor de las noticias es el tiempo, no la verdad, y su negocio se mide en si se hace “viral”, no en si es verificable. El sistema de paga por publicidad con base en la cantidad de clicks permite que haya una industria dedicada a mentir. Sólo así se explica la aparición del célebre Dimitri en Macedonia, que ganó 600 mil dólares a la semana inventando noticias contra los demócratas y a favor de Donald Trump. Él no tenía ninguna preferencia en el resultado de esa elección, pero los del Instituto Republicano le pagaban más. Dimitri usó cuatro tipos de noticias falsas: la propaganda (frases e imágenes para favorecer a Trump y desacreditar a Hillary Clinton); desinformación (lanzar rumores sobre personas, apelando a sus prácticas familiares, sexuales, propiedades, integridad); conspiración (publicar una teoría simple que explicara el origen del desempleo, el mal funcionamiento del sistema de salud y los recortes a la educación), y anzuelo (contar con cabezas y titulares escandalosos que no coincidían con la nota pero que estaban diseñados para que les dieras click.

4. El otro factor de nuestro ambiente informativo que permite la rapidez en la circulación de las fake news por encima de las verdaderas es una característica de nuestros cerebros: estamos más inclinados a creer en historias que confirman nuestros sesgos, creencias personales, y emociones de apego, miedo, y odio. Como escribe el neurólogo Will Storr: “Para cuando llegamos a la madurez, nuestro cerebro ya ha decidido cómo funciona el mundo –como se ve y siente una mesa, cómo se comportan los líquidos y la autoridad, cuán terroríficas son las ratas. Desde ese momento, el choque con una nueva información que contradice su visión adquirida puede ser brutal. Tu cerebro se opone a cambiar de opinión. En lugar de padecer las dificultades que implica el rearreglarse para reflejar la verdad, prefiere engañarte. Así que, distorsiona. Olvida. Proyecta. Te miente”.

5. Una fake news es una combinación de cinco informaciones: un nombre reconocible (siempre se escribe contra alguien, no contra sus ideas); una serie de hechos seleccionados para dar la impresión de verdad; legitimada por un medio que parece institucional o una celebridad de otro medio, por ejemplo, el cine y la televisión o Youtube; en el caso de la “transmisión en vivo” del celular, por alguien que “es fuente de primera mano” porque está en el lugar; el mensaje nos reafirma emocionalmente y no contradice lo que creemos o esperamos.

6. Un ejemplo que utilizan los investigadores del “alfabetismo mediático” (la Sociedad Internacional de Tecnologías en Educación) es vergonzosamente mexicano: la invención de la niña Frida Sofía durante las coberturas en vivo del terremoto de 2017. La fake news contiene las cinco características antes mencionadas: el nombre “Frida”, ya sea por la pintora o por el perro de rescate usado en ese mismo episodio; los hechos eran sólidos: durante el sismo se había caído una escuela; el medio era institucional, es decir, Televisa, y su fuente eran “los rescatistas”, la Marina y la Secretaría de Educación Pública; la conductora que levantaba la expectativa sobre si Frida Sofía “pedía agua” o “estaba acostada debajo de una mesa” se mantuvo a cuadro con vista a las ruinas; reafirmaba emocionalmente a una audiencia que esperaba un desenlace feliz. La mentira estaba en el centro, justo donde hacía falta verificar las listas de los alumnos, entrevistar a profesores, a sus familiares. Frida Sofía no existió. Ahora el caso se enseña en los Estados Unidos como ejemplo de fake news. La pregunta es por qué mintieron los que mintieron. Encuentro sólo cuatro respuestas plausibles: por mal periodismo; por un sesgo hacia la Marina y el secretario de Educación, Aurelio Nuño; por rating; por sentir que todavía tenían influencia política.

7. Si todo es falso, nada es falso. La industria de las fake news consiste en empatar creencias y prejuicios preexistentes con una selección de datos, opiniones, y reac-ciones que los reafirmen. Se apoyan en nuestro deseo de obtener explicaciones sencillas, el ansia de estar en lo correcto y de darle más valor, no a lo verificable, sino a quien nos lo compartió –Mi tío Anselmo al que quiero tanto– y no en dónde se originó, o a tomar a “lo viral” como confirmación. Ya lo escribía Voltaire: “Las noticias funcionan distinto a los recién nacidos: antes de bautizarlas, hay que tener el sacramento de la confirmación”.

8. Para confirmar, se necesita un nuevo alfabetismo, el mediático. Hay una desi-gualdad más: entre los lectores de los medios y los que pasivamente los reciben. Según el Barómetro Edelman de Confianza, en 2018 bajó la confianza en 21 de 28 países. Los sitios, los buscadores y las plataformas salieron reprobadas: 59% de la población mundial no cree en lo representado en las noticias (48% para México), pero 63% considera que una persona promedio no podría discernir entre información falsa y verdadera. Esto se confirma con el estudio que el MIT hizo sobre los estudiantes y el internet: 80% de los alumnos de educación media no pudo distinguir entre una noticia y un anuncio pagado. En México, por la ausencia de pluralidad en televisión, radio y periódicos se dio un salto para informarse en internet de 22 puntos porcentuales (la mayoría de quienes “compartieron” informaciones verdaderas fueron las mujeres jóvenes), justo entre la elección de López Obrador y su toma de posesión. Pero, para este año, la desconfianza en las plataformas subió cinco puntos. Hay, pues, y según estos datos del Barómetro Edelman, una fuga hacia internet por la desconfianza en la televisión, pero, llegados ahí, también se sospecha. Eso es bueno, desde el punto de vista de la creación de ciudadanos críticos, pero hay que alfabetizarlos en su uso de los medios,

9. El asunto central es que la confianza de los mexicanos en su patria aumentó entre 2017 y 2019 de 61 a 68%, entre la población que Edelman considera “mejor informada” –es decir, los que consultan medios tradicionales y nuevos para informarse– y un poco menos (de 52 a 58) entre la “población en general”. La patria no se refiere sólo al gobierno, sino a las empresas, los medios, el futuro. Pero podríamos afirmar que la confianza en el país nace de la información, y su contrario, la sospecha, de la desinformación, de la sensación de que la verdad no existe más.   

10. Conocemos varios tipos de contenidos “falsos”: la información engañosa para incriminar y difamar a una persona; la réplica falsa de una publicación real (la revista Proceso apareció, de pronto, con otra portada en Veracruz); contenidos fabricados para engañar y dañar que se distribuyen sin que el usuario los busque; es decir, le llegan a su celular; cuando el titular o la imagen no coinciden con el contenido; cuando un contenido real se le contextualiza con datos falsos; cuando se usa una fotografía real para incriminar a alguien (un político aparece con un narcotraficante y su contigüidad es suficiente para demostrar “contagio”); cuando esa misma fotografía se truca con otro personaje; cuando se cambia el audio de una entrevista real (el caso de Tony Blair hablando mal del presidente de México cuando, en el audio verdadero, sólo habla del tamaño poblacional del país); cuando un video es actuado o un montaje del hecho para ser transmitido (el caso de la aprehensión de Florence Cassez); cuando lo que se dice o mira es real pero se le adiciona una música chusca o sonidos de payasadas. Habremos de esperar más falsificaciones: Simon Adler desarrolló una aplicación para Adobe, Voco, que es “el photoshop de la voz”, usada para que alguien diga lo que no dijo. Y, por supuesto, usando sólo una imagen fotográfica de un personaje, se le puede trasladar a cualquier cara que diga en imagen lo que nunca dijo. Por eso la urgencia de una alfabetización mediática.

11. Todo esto tiene que ver con nuestro derecho a la información y con una democracia que decida con base en información y no en la desinformación. Para ello se han usado las llamadas cinco “C’s” para saber si lo que tenemos en frente es una noticia falsa: contexto (quién la dice, dónde, en qué fecha); credibilidad (el autor es conocido por atacar a otros, le han pagado en el pasado por mentir o ha pertenecido a un medio que cobró chayote); construcción (partiendo de que todo tiene un sesgo, el sesgo en particular es notorio si hay más calificativos que datos); corroborar (si esta noticia no está en otros medios o su sentido varía entre uno y otro, hay mano negra), y comparar (mucho de lo que necesita un sesgo es obviar datos y contexto para cerrar la perspectiva).

Una nota final

La tecnología ha cambiado la responsabilidad de los informadores y periodistas: su labor no puede ser sólo lograr el mayor número de clicks. Ha cambiado también la responsabilidad de los lectores: no puede ser un consumidor pasivo de lo que le llega, de lo primero que le aparece en Google, de que lo que dice Wikipedia o sólo leer los encabezados. Las fake news le saltan a quienes están mínimamente alfabetizados mediáticamente porque su contenido parece extremo, porque no se encuentra en otro portal, porque el autor es un conocido mentiroso, un chayotero o tiene una intención personal en desvirtuar las reputaciones ajenas porque carece de alguna. La verdad sigue existiendo y deberíamos ser los medios y los lectores los que cambiemos los valores: no ser célebres porque sí, sino porque actuamos con responsabilidad. Finalmente, estamos- hablando de la información que le da forma a nuestras decisiones democráticas e, incluso, a nuestra salud (en el caso de la peseudociencia), estamos hablando de un bien público que hay que procurar, regar, depurar para poder cosechar de él algo más que basura. Estamos hablando de atender a varias fuentes, a diversos puntos de vista; es decir, a tratar de ver el presente con los ojos del otro. Encerrarnos en lo que confirma nuestro propio sesgo de miedos, esperanzas, odios, intereses, es fomentar un mundo donde cada quien vive en el refugio blindado de las fake news de su preferencia. Esta columna se publicó el 25 de agosto de 2019 en la edición 2234 de la revista Proceso

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