Feministas

Encuentro de remolinos feministas

A las abolicionistas les preocupa que “la paulatina sustitución en legislaciones de todo el mundo de la categoría material de ‘sexo’ por la categoría subjetiva de ‘identidad de género’ se traduce en un borrado jurídico de las mujeres”.
martes, 21 de diciembre de 2021 · 18:20

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– En su artículo publicado en El Universal el pasado 4 de diciembre, Leticia Bonifaz recuerda que la lucha por los derechos ha sido resultado de “acciones concatenadas” de muchísimas personas que protestaron por ser excluidas en razón no sólo de su sexo, sino también de “color de la piel, religión, orientación sexual, estatus migratorio, edad, estado civil, etcétera”. Así, concluye que por ello el resultado de todas las luchas debe compartirse con las demás personas. “No es posible decir que gané derechos para mí y para quienes son como yo y que no cabe nadie más”. Ella retoma el concepto de la interseccionalidad y habla de distintos tipos de mujeres: las indígenas, las afrodescendientes, las niñas, las ancianas y las mujeres trans, y señala que la inclusión de todas no implica el “borrado” de sus particularidades. Su texto provocó un rechazo que circuló en las redes con el título “Respuesta de las feministas abolicionistas al artículo ‘Esta lucha es mía’”, de Leticia Bonifaz Alfonzo, experta del comité CEDAW.

A las abolicionistas les preocupa que “la paulatina sustitución en legislaciones de todo el mundo de la categoría material de ‘sexo’ por la categoría subjetiva de ‘identidad de género’ se traduce en un borrado jurídico de las mujeres”. Pero ¿por qué naciones en todo el mundo están “sustituyendo la categoría ‘sexo’ por la de ‘género’?”. Tal vez porque el conocimiento modifica las concepciones y éstas, a su vez, las leyes.

Conceptualmente, la categoría “sexo” se define por los cromosomas –hembras, machos y personas intersexuadas– mientras que con la categoría “género” se alude a una identidad que es resultado de procesos culturales y psíquicos. Todos los seres humanos tenemos sexo y género, y hoy se distingue entre dos formas de ser “mujer”; así, se dice mujer “cis” para nombrar a las que son hembras y mujer “trans” para hacerlo con quienes no son hembras. ¿Por qué? Porque se reconoce que los seres humanos tienen, además de un cuerpo biológico, una psique. No hay cuerpo sin psiquismo así como tampoco hay psiquismo sin cuerpo. Más que llevar a un “borramiento de las mujeres”, hablar de mujeres “cis” y mujeres “trans” lleva a reconocer que una cosa es la materialidad del sexo y otra la existencia de la psique.

“Mujer” es un concepto que implica diferencias entre hembras y machos biológicos, pero que también encubre las diferencias que existen entre las mujeres. ¿Por qué hablar de “la Mujer” como si todas las mujeres tuvieran los mismos problemas, intereses y necesidades? Esa es, justamente, la denuncia que hicieron desde los años ochenta y a lo largo de los noventa las feministas llamadas “de color” y las de los países del Tercer Mundo. En 1989 una feminista negra, Kimberlé Crenshaw, puso en circulación la interseccionalidad como perspectiva interpretativa para abordar la complejidad de la realidad social. La interseccionalidad plantea que en cualquier ser humano intersecan distintos ejes de opresión, discriminación y exclusión, que están interrelacionados y se constituyen mutuamente. De esta manera resulta reductivo hacer análisis que perciban como elementos escindidos cuestiones como el sexo, la raza, la etnicidad, la sexualidad, la clase social, la posición de ciudadanía, la diversidad funcional, la religión, la edad o el nivel de formación de una persona, ya que es la combinación particular de estos elementos (su intersección) lo que configura posiciones de exclusión. Entre ellos está también el género, que nombra al proceso identificatorio proveniente de la mezcla de psiquismo y cultura.

Las diversas tendencias feministas concebimos a ese ente que socialmente llamamos Mujer a partir de ciertas creencias culturales y determinados conocimientos. La relevancia de debatir acerca de esto es que, más allá de la discusión académica, las feministas construimos nuestro posicionamiento político y hacemos nuestras intervenciones a partir de los enfoques con los que conceptualizamos a la mujer. ¿Qué implica centrar la definición de “mujer” en la consecuencia anatómica que producen los cromosomas? ¿Por qué hay tanta resistencia ante machos biológicos que se asumen como “mujeres”? La disputa es compleja, pues no sólo es teórica, sino eminentemente política.

Ante lo sucedido en torno al artículo de Bonifaz y la reacción abolicionista, Nadine Gasman, Marisa Belausteguigoitia y Tamara Martínez, directoras respectivamente del Inmujeres, el Centro de Investigaciones y Estudios de Género, de la UNAM y la Coordinación para la Igualdad de Género, de la UNAM, publicaron el 11 de diciembre en La Jornada un artículo titulado “Remolinos de viento”. En ese texto, estas tres feministas hacen una convocatoria oportuna: “Realizar un encuentro de feministas, diverso, divergente en ideas y propuestas, con el ánimo de debatir, hablar, unir fuerzas”. Para este “encuentro”, que se llevaría a cabo, según las convocantes, en enero, habría que tratar de recuperar esa discusión que ya lleva muchos años en el campo feminista acerca de qué es “una mujer”. Ojalá su propuesta logre convocar a los distintos remolinos feministas para que nos escuchemos y analicemos si es o no cierto lo que hace tiempo dijo Simone de Beauvoir: “No se nace mujer, se llega a serlo”. 

Este análisis forma parte del número 2355 de la edición impresa de Proceso, publicado el 19 de diciembre de 2021, cuya edición digital puede adquirir en este enlace

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