Rusia

Moscú-Beijing: ¿Crónica de una alianza anunciada?

China es el primer socio comercial de Rusia, su frontera de 4 mil 250 kilómetros de largo es cada vez menos trinchera y más puente y las viejas diferencias doctrinario-programáticas pertenecen ya al compendio de lo anecdótico.
martes, 15 de febrero de 2022 · 13:39

CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).– Corría el año de 1989 y Mijail Gorbachov era el hombre del momento. Qué digo del momento: del año, de la década, del siglo. Su doble y paralelo proceso de transformación política (glasnost) y económica/estructural (perestroika) había cautivado a medio mundo, generando esperanzas de apertura y liberalización en el bloque socialista, optimismo ante la posibilidad de un fin ordenado y negociado si no a la Guerra Fría, al menos a la carrera armamentista entre las entonces dos grandes superpotencias. La Unión Soviética dejaba de ser la isla más grande del planeta para convertirse en protagonista central e indispensable.

Al mismo tiempo, en China se vivían tiempos de cambio complejos, tumultuosos. Los éxitos económicos alcanzados bajo la dirección de Deng Xiaoping provocaban doble inquietud: la de quienes aspiraban a más y mayores reformas, viendo los beneficios que les habían traído las ya en vigor y, en contraste, la de quienes observaban con recelo la súbita prosperidad de unos pocos y sospechaban de un posible abandono de los rígidos principios del modelo comunista chino. La respuesta de Deng era la contraria a la de Gorbachov: cero apertura política, cero flexibilidad y toda la apuesta al crecimiento económico acelerado. Una primera y obvia resaca fue el movimiento estudiantil que ocupó masivamente la Plaza de Tiananmen en su exigencia de reformas democratizadoras.

Fue en ese marco que Mijail Gorbachov decidió lanzar una iniciativa diplomática tan ambiciosa como la de su acercamiento a Occidente: poner fin a tres décadas de distanciamiento –casi rompimiento– entre los otrora principales aliados y compañeros ideológicos. Después de la muerte de Stalin y a la llegada del tímido reformismo jruschoviano, que Mao Tse-Tung había denunciado por razones de pureza ideológica pero sobre todo por ambiciones de hacer de China un par, y no una comparsa, de la poderosa Unión Soviética.

Gorbachov visitó China en mayo de 1989, ansioso por anotarse un triunfo más en el escenario internacional pero también de propagar su evangelio de reformas paralelas: la económica resultaba insuficiente sin la política, “a quién no se transforma a tiempo lo deja atrás la historia”, gustaba sentenciar, y las protestas de Tiananmen confirmaban su hipótesis. A los chinos les desagradaban las alusiones pero, jugadores de largo plazo que son, decidieron no desdeñar al rockstar del momento. El tiempo terminaría por darles la pragmática razón: dos años y medio más tarde Gorbachov se quedaba sin cargo y sin país, la URSS desaparecía y el comunismo soviético que controlaba Europa del Este se desmoronaba mientras China comenzaba un camino ascendente que continúa hoy imparable.

Treinta años después las piedras que echaron a rodar Gorbachov y Deng han creado una montaña. China es el primer socio comercial de Rusia, su frontera de 4 mil 250 kilómetros de largo es cada vez menos trinchera y más puente y las viejas diferencias doctrinario-programáticas pertenecen ya al compendio de lo anecdótico. Son en cambio muy actuales las oportunidades y los desafíos comunes del presente, que además les presenta en charola de plata su gran adversario en común: Washington.

Con esa miopía global que caracteriza a los imperios en decadencia, Estados Unidos ha decidido confrontar simultáneamente, y en distintos frentes, a China y a Rusia sin medir ni las consecuencias bilaterales ni mucho menos el riesgo, hoy hecho realidad, de que los vecinos encontraran terreno e intereses comunes.

Ambos resienten la arrogancia imperial y el discurso paternalista estadunidenses. Ambos ven con recelo los intentos tardíos de Estados Unidos por acotarlos en la esfera geográfica y geoestratégica. Observan también cómo, bajo el manto de la defensa de las libertades o la democracia o la seguridad nacional, Washington incurre en una serie de actos de lo que podríamos llamar neoproteccionismo. Así que, natural y lógicamente, ambas naciones han encontrado en su reencuentro una eficaz salida para enfrentar a la que todavía hoy se ostenta como la principal y dominante superpotencia, aunque quién sabe por cuánto tiempo más.

Llámese Ucrania, Taiwán, el mercado europeo de gas natural o el crecimiento tecnológico chino, la lista de intereses y causas afines es casi interminable, mientras que la de las posibles diferencias de fondo se limita a un par de asuntos regionales que no afectan la visión milenaria de unos y de jugadores de ajedrez de los otros.

Mientras todo esto sucede, Estados Unidos sigue viendo esto como si fuera una gran partida de boliche, en la que cada chuza le juega en su contra. 

 

 

 

Este análisis forma parte del número 2363 de la edición impresa de Proceso, publicado el 13 de febrero de 2022, cuya edición digital puede adquirir en este enlace. 

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