Los bienes del narco, para remediar los males

miércoles, 13 de julio de 2011 · 19:14
Sólo mediante la unión será posible que la sociedad le exija al Estado mexicano la implantación de leyes que afecten el patrimonio y las finanzas de los boyantes cárteles del narcotráfico: sería la manera más eficaz para combatir este fenómeno, que ha costado decenas de miles de vidas. Así lo asegura Carmen Avendaño, presidenta de Érguete, una asociación formada por madres de jóvenes que cayeron en la drogadicción. Las acciones de esta agrupación presionaron al Parlamento español para que aprobara leyes que ahora permiten confiscar los bienes de las organizaciones criminales y concentrarlos en un fondo destinado a obras de beneficio social. VIGO, ESPAÑA (Proceso).- Carmen Avendaño se detiene meditabunda en la entrada del majestuoso Pazo de Baión (Vilanova de Arousa), una finca de 30 hectáreas con grandes extensiones de viñedos en la que sobresale un castillo del siglo XV, emblema de la opulencia del narcotraficante Laureano Oubiña. La escena tiene gran simbolismo porque esta mujer y un puñado de amas de casa, madres de jóvenes atrapados en la droga, lograron gracias a sus movilizaciones la aprobación de leyes que permitieron la confiscación de ese inmueble. Con el correr del tiempo se convirtieron en la piedra en el zapato de los cárteles del narcotráfico gallego que invadían Europa. Hace 25 años Avendaño y un grupo de mujeres formaron la Asociación Érguete (Libertad, en gallego). Coloquialmente las llaman “madres coraje” porque en su lucha por rescatar a sus hijos de las drogas orillaron al Estado español a emprender reformas legislativas para combatir de manera más efectiva al narcotráfico. Una de éstas consiste en que los bienes incautados a las bandas criminales se retribuyan a la sociedad mediante planes sociales. Este mecanismo es muy similar al que encabeza en Italia la red Libera. El pasado 24 de junio, acompañada por el reportero, Avendaño recuerda un episodio clave en esta lucha: “Cuando el Pazo lo ocupaba Laureano Oubiña llegamos hasta aquí en coches. Éramos decenas de familias que nos apostamos en la entrada principal; la reja estaba cerrada, la golpeábamos y les gritábamos consignas, de manera muy ruidosa. Fue la toma simbólica del Pazo de Baión.” Este fue el primer paso, en 1994, de un proceso que concluyó cuando, el 24 de julio de 2008, el gobierno central entregó el Pazo a la Xunta de Galicia. A mediados de los noventa el Parlamento español promulgó una reforma penal que permitía la incautación precautoria de los bienes del narcotráfico. En aquel momento se daba la operación Nécora, encabezada por el juez Baltasar Garzón y el fiscal Javier Zaragoza, contra las redes de distribución de cocaína y hachís en Galicia. “Exigíamos –dice Avendaño– que le incautaran el Pazo a Oubiña, para que con esos bienes se atendiera la enfermedad de nuestros hijos; se trataba de toda una generación perdida por las drogas. “Fueron momentos de mucha tensión. Nuestra manifestación imponía, era visible, atraía la atención de los medios. Desde aquí veíamos a los guardaespaldas armados con metralletas, movilizándose por toda la propiedad en sus Land Rover. Incluso llegó la Guardia Civil para evitar que empeorara la situación.”   Revuelta cívica   Luego de un prolongado proceso judicial y administrativo, el Pazo de Baión fue adjudicado a Condes de Albarei, una empresa conformada por 400 cooperativistas que produce un vino albariño de alta calidad. De las ganancias obtenidas se asigna 5% al Plan Nacional de Drogas del gobierno para la creación de un fondo que en parte se canaliza a programas sociales y apoyo a ONG como Érguete. Además, la cooperativa da trabajo a adictos en proceso de reinserción laboral. En la ceremonia oficial Avendaño fue la encargada de quitar el candado de la reja, como un homenaje a la lucha emprendida por las “madres coraje”. Durante el acto, el entonces presidente de la Xunta, Emilio Pérez Touriño, destacó que las “madres contra la droga” fueron capaces de impulsar un movimiento ejemplar, una rebelión cívica que se convirtió en emblema de la lucha contra el narcotráfico en Galicia”. En los ochenta, rememora Avendaño, “vivimos un drama al descubrir que a los 12 o 14 años nuestros hijos estaban enganchados a la heroína. Nos unimos e hicimos un mapa de lo que ocurría. Debe tenerse en cuenta que en ese tiempo teníamos pocos años de haber salido de la dictadura franquista y las instituciones estaban muy atrasadas”. Y agrega: “Creamos la asociación y concluimos: ‘Vamos a alzar nuestra voz para que se sepa lo que sucede’. Teníamos que proyectar nuestra imagen a través de los medios para que no se nos estigmatizara; no éramos familias desestructuradas y debíamos crear la conciencia de que nuestros hijos tenían una enfermedad reconocida como tal por la Organización Mundial de la Salud. “Fue un proceso de abajo hacia arriba. Con acciones públicas, pero con mucha interlocución con autoridades y empresas. Creamos un equipo jurídico y social que atendía a los jóvenes en la comisaría; respondíamos por ellos en los juzgados e inau­guramos pisos de acogida. Abrimos la escuela de padres y pusimos en marcha programas de formación, así como una fundación para conectar a los jóvenes con empresas para su reinserción laboral.” Éguerte acude como observadora a las redadas que efectúa la policía, así como a los traslados de los narcotraficantes cuando se les conduce a los juzgados; asimismo, sus integrantes están presentes cuando atracan en este puerto los barcos detenidos en altamar cargados de droga. Acuden con pancartas y escobas “para barrer la basura” y llenan de insultos a los narcotraficantes. Según Dora Carrera, de 78 años y una de las más emotivas integrantes de la asociación, estas acciones sirven para poner en evidencia a los narcotraficantes y para que los medios destaquen quiénes son los envenenadores. Recuerda que en el juicio a Oubiña, en Madrid en 2005, logró subirse a una barda y gritarle: “¡Oubiña, cabrón asesino!”. Su rostro, desafiante, salió al día siguiente en todos los periódicos. “Es una forma de desahogarnos, pero también de que los reflectores se enfoquen en esos asesinos”, complementa Avendaño. En septiembre pasado Carmen protagonizó la más reciente de las acciones de “repudio social” hacia los narcos. Al enterarse de que eran conducidos a declarar algunos socios gallegos del capo mexicano Nicolás Rivera Gámez, capturado en España (Proceso 1800), se dirigió a los juzgados de instrucción de Vigo. Mientras eran escoltados por la policía les gritó: “¡Matan a miles de jóvenes, sinvergüenzas!”.   Contra el narcopatrimonio   Llevado al cine su drama y su lucha en la película Heroína (dirigida por Gerardo Herrero, 2005), Avendaño se interesa por la situación de violencia extrema que se vive en México. Un día antes de la entrevista tuvo lugar en el Castillo de Chapultepec el encuentro entre el presidente Felipe Calderón y el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, encabezado por el poeta Javier Sicilia. “Es terrible lo que sucede en México –apunta–; es una situación muy complicada y muy violenta que ha causado la muerte de muchas personas. Son condiciones distintas a las de aquí. Por ejemplo, yo no estaría de acuerdo en que aquí interviniera el Ejército, pero entiendo que allá el Estado tiene que defenderse. Pero ante eso hay que hacer muchas políticas preventivas; existe mucha marginalidad y se debe fomentar la educación para contrarrestarla. “Se tienen que aprobar nuevas normas, más estrictas y efectivas para investigar y combatir el blanqueo de capitales y es preciso impermeabilizar las fronteras. Países de América, como México, se volvieron los chivos expiatorios del narcotráfico internacional, y ahora ya tienen problemas graves de adicción, porque hay un mercado interno que demanda la droga”. En relación con los movimientos sociales, como el que encabeza Sicilia, Avendaño considera que el único camino del éxito es “la perseverancia de las organizaciones en su lucha, y que el Estado mexicano emprenda las acciones adecuadas, como perseguir e incautar el patrimonio de los narcotraficantes”. –¿La clave aquí fueron los golpes al patrimonio de los narcos? –Sí, eso es importante. Aquí hay una normativa europea y España fue el primer país donde se dieron las modificaciones para permitir el embargo de bienes de procedencia ilícita en forma precautoria. La incautación se corrobora en la sentencia firme. “Nosotros no hemos señalado personalmente a ningún traficante ante las autoridades judiciales o policiacas; hicimos que se nos entendiera sin necesidad de dar nombres”. Y añade: “Hablamos con los partidos políticos cuando descubrimos que había políticos involucrados, y limpiaron sus listas (electorales); había ayuntamientos que blanqueaban los capitales de esos cárteles mediante acciones de beneficencia y la Iglesia lo hacía a través de la reconstrucción de los templos. “A los policías corruptos los denunciamos por las vías institucionales, pero no creo que en México pueda ocurrir eso, pues vemos que la corrupción está mucho más extendida y muy incrustada en sus instituciones, sobre todo en las policías”, dice la presidenta de Érguete. –¿Hubo reacciones contra ustedes? –Me quisieron matar. Fui amenazada de muerte en dos ocasiones por sicarios colombianos. También le cortaron el sistema de frenos a mi vehículo. “Los propios narcos nos tachaban de madres locas; se disculpaban diciendo que era culpa nuestra, que no habíamos sido capaces de educar a nuestros hijos. “Cuando ellos quisieron imponérsenos mediante amenazas y violencia, se encontraron con una sociedad muy bien estructurada, y con unos políticos, jueces y policías que habían escuchado a esa sociedad.” En 1995 Carmen Avendaño fue nombrada concejal en el ayuntamiento de Vigo e intentaron sobornarla. “Llegaron tres abogados, entre ellos Pablo Vioque –involucrado en varios procesos por narcotráfico–. Me dijeron: ‘Tú chitón, dedícate a la política, a tu familia, ten el dinero’. Pero, claro, ellos no entienden que nadie acepta dinero cuando le afectan a la familia, no captaron el mensaje”.   Generaciones perdidas   Suso Ballesteros, quien dice ser uno de esos jóvenes de la “generación perdida” en Galicia, comenta en entrevista telefónica que sólo él y seis de sus amigos siguen vivos. Todos tienen problemas de farmacodependencia. Añade que otros 13 murieron a partir de los ochenta por el efecto de las drogas y el sida. Como no puede trabajar recibe la pensión de invalidez. “Si no hubiera sido por Érguete –dice–, no hubiéramos podido haber salido adelante los que quedamos. En aquel entonces nadie te echaba una mano. Sólo nuestros padres”. Asegura que para los “enganchados” como él, en la lucha de sus padres “nosotros pagábamos el pato porque nos decían chivatos; no nos querían vender la droga y también era muy duro”. A los 15 años se inició en las drogas con heroína. Recuerda que a los 22 entró por primera ocasión a una granja de rehabilitación, pero reincidió varias veces. Dice que en uno de esos ingresos “un chaval mexicano me invitó a irme a México, a traficar con ellos. Pero me negué, sobre todo cuando me mostró que tenía dos tiros en el estómago”. Antonina Díaz, otra fundadora de Érguete, rememora cuando descubrió que sus hijos de 12 y 14 años eran adictos a la heroína. “En ese entonces daba vergüenza que un hijo fuera adicto; por eso nuestras primeras movilizaciones generaron tanto impacto”. Dice que en esa época tenía 40 años, se había quedado viuda y trabajaba para sostener a su familia. “Empecé a notar raros a mis hijos. Fui con ellos a buscar orientación a distintos sitios. Coincidí con muchos padres y madres, y de ahí nació Érguete. Desafortunadamente, pese a nuestros esfuerzos perdimos a esa generación de muchachos”. Añade que en la actualidad uno de sus hijos padece sida y el otro una afección mental producto de las drogas y de 18 años en presidio. “La cárcel no es el mejor sitio para ellos; deben contar con centros especiales para la atención de sus adicciones”. Acerca de lo que ocurre en México considera que sólo puede resolverse mediante la movilización ciudadana: “Unirse: eso hace la fuerza. No amedrentarse; eso obligará al Estado mexicano a hacer algo”. La señora Dora Carrera dice al corresponsal que “de esa generación de muchachos ya nos quedan muy poquitos. Se nos perdió”. –¿Cómo fue que se involucró en este movimiento? –Mi hijo tuvo problemas con la droga. Éramos muchas familias y decidimos luchar para hacer algo por ellos. Mi hijo murió hace unos años, rodeado de su familia, con mucho amor. Recayó muchas veces y llegué a ser muy dura con él porque debía imponerle ciertas normas. Tiene muy presente el día en que dieron a conocer la primera lista de 38 locales donde se vendía la droga, y la tensión que generó ese hecho. “Pero entonces España supo que teníamos un problema con el narcotráfico”. Y concluye: “Las madres no tenemos miedo y somos capaces de enfrentarnos a lo que sea. A una madre no la pueden sobornar y por eso no pudieron con nosotras. Somos unas luchadoras”.

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