Dianética: Testimonios del oprobio

jueves, 22 de marzo de 2012 · 13:08
MÉXICO, D.F. (Proceso).- Su economía estaba deshecha. Veía a su familia una o dos veces al año. Dejó de frecuentar a sus amigos. Rafael Gómez comenzó a pensar que había cometido un error. Diez años antes era un empresario exitoso y no supo en qué momento terminó trabajando 17 horas diarias a cambio de nada. En 1996 poseía un boyante negocio de computación. Un día su secretaria empezó a bajar su rendimiento debido a problemas personales y un conocido le recomendó que inscribiera a su empleada en los cursos del Instituto Mundial de Empresas de Cienciología (WISE, por sus siglas en inglés). Cuando regresó del curso, la secretaria le contó a su jefe que el WISE era una maravilla y lo persuadió de que se inscribiera para mejorar los resultados de la empresa. Primero tomó el curso Aprendiendo a aprender, creado por Ronald Hubbard, fundador de la Iglesia de la Cienciología, también llamada dianética. Y después siguió con más: la lista de conferencias y talleres era tan larga que podría pasar toda su vida en capacitación. Rafael se sentía satisfecho con los cursos del WISE y esta organización lo envió al Instituto Tecnológico de Dianética. Durante los tres años siguientes cursó cuanta capacitación le ofrecieron, para lo cual desembolsó alrededor de 250 mil pesos. Convencido de que su vida estaba mejorando, abandonó su negocio y se incorporó como miembro de planta del equipo de esta organización, a cargo de la promoción y la mercadotecnia. Ganaba un promedio de 200 pesos semanales. Sobrevivía con sus ahorros. Eran tales la dedicación y el empeño de Rafael que ascendió rápidamente en la asociación. Llegó el momento en que los altos mandos lo invitaron a formar parte de la Organización del Mar, el grupo dentro de la dianética que controla todos los brazos de la cienciología en Latinoamérica. Firmó un contrato humanamente incapaz de cumplir, por un plazo de un billón de años… los cienciólogos creen en la reencarnación. Le encomendaron monitorear las finanzas de la dianética en Sudamérica, Guadalajara y Puebla. Durante cuatro años se volvió una especie de agente viajero para la Organización del Mar. Cuando regresó a México comenzó a desencantarse del credo. Atestiguó cómo a la venezolana Aída Torcatt, integrante de la organización, le salió una mancha en el brazo izquierdo. Rafael pidió auxilio médico para ella pero fue ignorado. La mancha crecía imparable hasta que el director continental de finanzas, Fabián Mora, le pidió dinero a Rafael para regresar a la enferma a Venezuela. Si ella se moría en México sería un peligro para la organización, le dijo. Un día de 2005 Rafael reconsideró las cosas. Echó un rápido vistazo al pasado. Antes era dueño de una empresa, tenía amigos, veía a su familia; con la dianética su vida había dejado de pertenecerle. Recobró la cordura y decidió alejarse de la Organización del Mar, pero sus superiores se negaron a dejarlo libre. Fastidiado, huyó a la casa de sus padres. Los directivos de la secta lo persiguieron hasta ahí, pues su novia, quien aún pertenecía a la secta, les indicó dónde ubicarlo. Le exigieron regresar o mandarían de regreso a su mujer a Hungría, de donde es originaria. Con engaños le confiaron que sólo firmaría unos papeles donde se comprometería a no demandar a la cienciología. De regreso a la organización a Rafael le impidieron salir y lo dejaron durmiendo en una diminuta oficina. Lo obligaron a cocinar, resanar paredes, lijar muros y decenas de actividades más. Su familia regresó a buscarlo al edificio y amenazaron con demandar a la secta por secuestro. Sólo así lo dejaron en libertad. Esta es sólo una historia de cómo la cienciología destroza las vidas de sus seguidores.­ En octubre de 2011 Proceso publicó, en su edición 1822, un reportaje en el que se describe cómo la cienciología se infiltró en el sistema de educación pública de México. Por medio de la organización “laica” Entiende Más Logra Más, había repartido libros y devedés con las enseñanzas de Ron Hubbard, con la autorización del gobierno de Puebla. A partir de esa publicación, dos exmiembros de la secta se comunicaron al semanario para hablar de los abusos que sufrieron durante su estancia en la organización. Proceso se entrevistó personalmente con cinco personas relacionadas con la cienciología, y por vía telefónica y correo electrónico con otros exintegrantes que ya no radican en México. Luego de las entrevistas, una de estas personas se retractó de sus afirmaciones. Explicó que la iglesia se enteró de que había conversado con Proceso y lo amenazó con difundir temas delicados de su vida privada entre su familia. Otros dos exmiembros contactados por este semanario se negaron a criticar a la secta por temor a represalias. A continuación se reproducen los testimonios de los exmiembros que más sufrieron por haber dejado su vida en manos de esa organización. Exclusión A César Velasco le comunicaron que su hija había ganado una beca para estudiar en Clearwater, Florida. Todos los gastos correrían a cargo de la Iglesia de la Cienciología. Él había confiado su vida entera a esta organización. Gastó alrededor de 500 mil pesos en cursos y creía ciegamente en las enseñanzas de Hubbard. Aceptó que su hija, de 13 años, viajara al extranjero. Sería sólo un año, le prometieron. El primer mes le pidieron 500 dólares para gastos de mantenimiento. La dianética le otorgó la custodia de la niña a Héctor Cruzado, ejecutivo de la organización; sin embargo, meses después éste regresó a México sin la muchacha. Pasó el tiempo y se venció la visa de seis meses que Estados Unidos le dio a la hija de César, quien preguntaba con insistencia cuándo regresaría. Los directivos de la Iglesia de la Cienciología le aseguraban que pronto volvería, que la tardanza se debía a que hubo un retraso en sus estudios. Ya había pasado más de una año. Mes tras mes César insistía en que deseaba el regreso de su niña, pero los dirigentes sólo le daban largas. Un día Héctor Cruzado le dijo a César: “Tu hija no volverá, la tenemos contratada”. El padre, angustiado, fue al consulado de Estados Unidos para denunciar el secuestro. A los tres días su hija regresó a México. Le confesó que abusaron sexualmente de ella. Señaló como responsable a Alejandro Aristi Guerrero, empleado de la Organización de Desarrollo y Dianética. César notificó por escrito a Margarita Ibáñez, encargada de Asuntos Legales de la secta, que denunciaría al violador de su hija. La mujer lo amenazó con aplicarle “la pena máxima” si lo hacía. Este castigo consiste en ser declarado “supresivo”, lo que equivale a perder la salvación eterna, así como toda comunicación con familiares y amigos de la cienciología. La oficial comandante de la Organización del Mar para Latinoamérica, Liana Trangoni, le envió a César una carta (de la que Proceso tiene copia) en la que le dice que la justicia “wog” –la de los humanos ordinarios– es lenta y que ellos se encargarían del caso. La sentencia de la dianética para el violador fue de 300 horas de trabajo. Después César supo que Aristi había cometido al menos dos abusos sexuales más contra menores de edad dentro de la secta. Y no sólo eso, compañeros de su credo le confiaron que Jorge Pedroza, directivo de la Organización de Desarrollo Dianética, cumplió con la orden de seducir a su esposa para que ésta se separara de él, porque ya representaba un problema para la organización por sus continuas quejas. Pedroza utilizó información que la esposa de César escribió en las cartas que se emplean en la terapia personal a fin de manipularla psicológicamente y persuadirla de que abandonara a su marido. César investigó el caso con familiares directos de Pedroza, quienes le informaron que éste también había abusado de menores de edad en la secta. Cuando César vio de frente a Jorge Pedroza, estalló: “El tipo abusaba de niños; a mí la gente pederasta me molesta mucho. Yo empecé a vigilarlo, llegó el momento en que no lo soporté, lo agarré a golpes cuando lo vi rodeado de niños. Descubrí que el tipo traía una pistola. Reporté a la organización que el hombre estaba armado y no hicieron nada; denuncié en el área de control de Latinoamérica que era pederasta, que cometió adulterio… no pasó nada. Con ellos tú puedes resolver cualquier situación de tu vida siempre y cuando les aportes dinero”. César armó una página en internet y ahí subió su caso junto con las cartas que reportan el abuso que cometió la cienciología contra su hija. Con este sitio pretende advertirle a la gente acerca de los peligros que entraña enrolarse en los cursos de la dianética. Conflicto familiar “Papá, ¿estás atacando a mi religión?”, le preguntó Estefanía a Adrian Kelsey, empresario, padre de dos hijos y recién divorciado de Fransyl Marmolejo, quien reside en León, Guanajuato. Adrian nació en el puerto de Durban, Sudáfrica. Desde su infancia estuvo relacionado con la dianética ya que su madre leía los libros de Hubbard. En 1991, a los 20 años, se incorporó a la organización. Tanto su esposa como sus hijos, Estefanía y Rafael, crecieron dentro del credo. En 2009 Adrian abandonó la cienciología debido a que le pidieron pagar más de 500 mil pesos en cursos para volver a obtener el estado “clear” (limpio, un ser humano sin defectos). Previamente había pagado una cantidad similar en decenas de cursos, pero a mediados de la década pasada la organización avisó a sus miembros más avanzados que los deberían volver a tomar por un error “técnico” en el “émetro” (un simple detector de mentiras). Consideró que este error contradecía los principios de la cienciología que postula que su “tecnología” es infalible. En desafío a las reglas, Kelsey buscó información sobre la secta. Encontró sitios de exmiembros que evidencian las principales mentiras de la secta, entre ellas que Hubbard no murió sino que ascendió directamente al cielo. En internet circula el acta de defunción de Hubbard: murió por un derrame cerebral. El documento pone en duda otro dogma de la cienciología: cuando la persona llega al estado “clear”, jamás se enferma. Kelsey continuó indagando sobre el credo. Encontró evidencias de fraudes, abusos y extorsiones. En 2009 decidió salirse. Intentó persuadir a su hija de hacer lo propio y le recomendó que abandonara el culto. Le advirtió que la organización le propondría “desconectarse” de él, debido a que estaba criticando a su religión y era una persona “supresiva”. En un primer correo su hija le escribió: “No puedo dejar la cienciología y menos a ti, yo te amo, jamás te voy a dejar. Que te quede claro que ningún cienciólogo me dirá que te deje porque una de las primeras dinámicas es la familia (…) te amooooo muchisisisimo”. El empresario dejó México y se fue a Australia donde actualmente reside. Un día llamó a su hija para avisarle que pronto iría a visitarla. Estefanía había cambiado su actitud y le advirtió a su padre que no volara a México. Además le ordenó: “Deja de atacar a mi religión”. Kelsey le recordó a su hija que la cienciología comenzaría a persuadirla de cortar los lazos entre ambos. “No ataques” insistió ella llorando. Su madre también pertenece al culto, así que estaba de parte de la dianética. Después de esa llamada, Adrian recibió un correo electrónico firmado por su hija: “Mira, sabes que yo ya estoy desconectada de ti, no tiene nada que ver con la cienciología, tiene que ver conmigo. De hecho la cienciología me pidió que no me desconectara pero mira si tú me estás parando a mí no se me hace justo, ok, así que fue mi decisión (…) Te borraré de mis contactos, no me llegan mails, ok, así que se acabó, si quieres algún cambio te comunicas con mi mamá”. Adrian está seguro de que la dianética le exigió a su hija separarse de él. No ha vuelto a hablar con ella.

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