MÉXICO, D.F. (Proceso).- Solitaria desde muy joven, la coreógrafa y bailarina Diana Rayón asistía a ensayos y montajes cargando bajo el brazo su libro favorito de Jorge Luis Borges y un diccionario.
“Siempre me sentí muy ajena, como una intrusa en el medio de la danza”, dice a Proceso la directora de la compañía de artes escénicas Taller de Quimeras, que se presenta en el Centro Cultural Carranza dentro del Festival de Teatro Independiente, iniciado el 17 de enero y hasta el 3 de febrero.
Amante de la literatura de Borges, Rayón afirma que gracias al narrador y poeta argentino encontró a los 19 años un caleidoscopio con mundos indescriptibles e innombrables que hicieron que su imaginación volara como el polen y, en consecuencia, se abriera una puerta que no sabía que existía dentro de ella.
“Soy adicta a los diccionarios, a las lecturas que me llevan a otras lecturas, como si se tratara de un laberinto”, dice convencida de que “el universo en sí mismo ya es un laberinto”.
No obstante que se le reconoce por ser una bailarina de altos vuelos y ha ganado premios y reconocimientos, siempre se ha sentido como “un bicho raro en un gremio donde la fisicalidad está por encima de tomarse tiempo para leer a autores tan complejos como Borges”.
Explica entonces cuál es su proyecto como artista:
“Si se entiende por quimera todo aquello propuesto a la imaginación como posible… aun no siéndolo; si se entiende por quimera la generación de ilusión, o una dimensión imaginaria, entonces es claro para mí que lo que quiero hacer es un taller de quimeras sin importarme si es danza, teatro o música. Bueno, simplemente me interesa el hecho escénico.”
Pasión insondable
Después de bailar con coreógrafos como Gerardo Delgado, Alicia Sánchez y Vicente Silva, Diana Rayón decidió aislarse para leer, tocar el piano profesionalmente, cantar y crear su propia compañía de artes escénicas inspirada en la literatura de Borges.
Así surgió el Taller de Quimeras, con el que la creadora de 29 años ha elaborado La Biblioteca 14, pieza en la que “un laberinto borgiano está suspirando cuentos, y una tenue oscuridad que pasa del umbral, negrura. Asterión y Funes sólo se sienten de una pared a otra pero nunca se ven. El sueño de Argos y el soñador que quiere ser soñado. Un jardín lleno de letras con caminos que se bifurcan”.
También nació La parábola de los ciegos, basada en la vida y obra de Borges, “llena de eternos laberintos con insondables letras que se extravían en el compás de movimientos y de los colores de un ciego. Coreografía de letras, literatura que se baila”. Y por último Remitente perdido, “tres impactos para una caída, tres direcciones hacia el vacío y tres encuentros para un desencuentro. Al final, la conexión de tres finales que nos lleva a lo que creemos es la realidad y tal vez no sea más que una realidad dentro de nuestra imaginación”.
Según explica, su propuesta, no obstante haber sido recibida con gran entusiasmo por el gremio de las letras y el teatro, en el de la danza la recepción es de gran frialdad, en el mejor de los casos.
“No he logrado obtener apoyo alguno del Fonca o de las instituciones dedicadas a promover la danza. Yo creo que es básicamente porque no saben quién es Borges o porque nunca lo han leído y no entienden la importancia que tiene dentro del arte universal.
“Pero estoy acostumbrada a vivir aislada del medio dancístico, a no tener interlocutores, y a que cuando voy con mi proyecto y mis libros bajo el brazo, se me queden viendo como si hablara en otro idioma. Por lo mismo he decidido presentar mis obras en espacios no convencionales, como bibliotecas, pasillos, casas, gimnasios. Yo misma me produzco y lo hago en compañía de mi esposo, que es ilustrador. No pienso esperar a que me entiendan o lean para que me apoyen.”
La reticencia del medio de la danza no es algo nuevo para Rayón. Iniciada en la danza a través del ballet, estudió música para luego adentrarse en la educación artística en el Cedart “Frida Kahlo”, donde por razones que no alcanza a definir llegó a la danza contemporánea y se incorporó a la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea.
Su carrera como intérprete despuntó de inmediato, y a través de una metamorfosis se convirtió en una de las bailarinas más importantes de su generación. En medio de su entrenamiento académico empezó a ser invitada a colaborar con coreógrafos profesionales y a destacarse como danzante energética y feroz. No obstante, explica que en la escuela de danza le dijeron que tenía que bajar de los 42 kilos que pesaba a 39, porque “estaba gorda”.
Cansada de tanto batallar, habló con uno de los maestros más importantes de la escuela y le anunció que se iba:
“Si te vas, no bailarás nunca profesionalmente y no harás nada en tu vida”, fue la sentencia.
No le importó y al mes siguiente ganó el Premio INBA-UAM 2001 como mejor ejecutante femenina. Desconcertada, recuerda que no entendía muy bien lo que pasaba y que la única persona que se le acercó, abrazó y estrujó con gran entusiasmo fue el bailarín y coreógrafo Omar Carrum, de Delfos Danza Contemporánea, que en esa ocasión ganó el mismo premio como ejecutante masculino. Eufórico, Carrum, también coreógrafo y maestro, le decía con gran alegría:
“¿Verdad que se siente de la chingada?, y uno no sabe qué hacer ni cómo reaccionar. Vamos, Dianita, eres una chingona, bailaste increíble.”
Carrum, quien posteriormente obtuvo la beca Guggenheim hace unos años, dice a Proceso que Rayón es “una bailarina excepcional, con una figura envidiable y destreza física pocas veces vista. Una artista de la escena, sin dudarlo, y además una pianista increíble. Vamos, no hay un ángulo de Diana que no pase por el arte y que no la haga única”.
Al paso del tiempo, Rayón ha creado su propio diccionario a partir de leer varios diccionarios; también, dice, ha aprendido que “la gente de danza no ve danza” y no tiene caso esperar a que lean y apoyen sus proyectos que proponen bibliotecas que se transforman a cada paso u obras que se modifican cada vez que se presentan. Tampoco le importa si no hay entendimiento en el porqué se venda los ojos con micropor para interpretar La parábola de los ciegos, ni si la comprenden cuando prefiere pasar las noches leyendo a Roland Barthes, Milan Kundera o Julio Cortázar, “abriéndose el alma”.