Status Quo: larga vida al rocanrol

domingo, 28 de abril de 2013 · 15:03
MÉXICO, D.F. (proceso.com.mx).- El vendaval levanta la arena de la Plaza de Toros México, provoca escozor en las fosas nasales y pinta la noche de pueblo fantasma. Es la hora del concierto y, cuando mucho, el recinto está ocupado a una tercera parte de su capacidad. Resulta inexplicable cómo es que el legendario grupo de rock inglés Status Quo es prácticamente desconocido en el país. Con el grito de batalla “Neeeza-Neeeza!”, cientos de habitantes de Ciudad Nezahualcóyotl, Estado de México, inyectan su euforia al desolado inmueble que desprende olores bovinos. Un día antes Status Quo se presentó gratis para celebrar los 50 años del municipio. Tal vez este es el único lugar del país donde son venerados como lo merecen, debido, principalmente, a que los sonideros reproducían los temas de Quo en los bailes populares. Status Quo es una de las bandas de rock clásico que más récords ha impuesto. Sus discos han vendido alrededor de 120 millones de copias. Tienen el récord de mayores éxitos en Inglaterra, con 64, más que ningún otro grupo, 22 de ellos en las listas de top ten. También poseen la marca de más presentaciones en  el programa semanal Top of the Pops de la BBC, con 106, y 32 discos exitosos en el British Abums Chart, logro que sólo pueden presumir los Rolling Stones.  Y este es sólo un breve resumen, Status Quo es una de las vacas sagradas del rocanrol que aún permanece en activo. A las nueve de la noche del sábado apagan las luces de la Plaza de Toros. Entra al escenario el histriónico Francis Rossi, el alma del grupo, acompañado de Rick Parfitt, su eterno amigo desde la adolescencia. Detrás, el pianista Andrew Bown, el bajista John, “Rhino”, Edwards, y el baterista Matt Letley. Se presentan en hilera, con una energía especial, como si se tratasen de beisbolistas dispuestos a arrasar a su adversario. Seguros de sí, de su buena forma. Si algo caracteriza a los Quo es que no han parado de ofrecer conciertos desde que tienen 18 años de edad. Parfitt comienza a sacudir las cuerdas de su guitarra clásica, una Fender Telecaster 1965, con tal vigor como si se tratase del más furibundo exponente del punk. Suena Caroline, un tema clásico de Status Quo. De inmediato, como reacción natural, los asistentes se ponen a bailar como sólo un roquero sabe: sin equilibrio, armonía ni pasos selectos, con rebelde desparpajo. Francis Rossi es como un Cadillac antiguo bien afinado, con la pintura esmaltada y los rines relucientes. Se viste como casi siempre, con una camisa blanca, chaleco y pantalón negro. Su pelo es blanco y comienza a caerse. Ya no porta la clásica coleta que lo acompañó por décadas. “Mucha gente habla de mi coleta, no sé por qué. Al igual que en el supermercado la comida o la leche tiene fecha de caducidad, la de mi coleta ya se cumplió. Cuando era joven me preocupaba por mi pelo, pero ya no me preocupa más, esto es lo que hay”, explicó en una entrevista con Bi FM radio previo al festival de rock de Askena. En el escenario Rossi se convierte en una especie de títere recargado con litros de cafeína. Sacude la cabeza, su cuerpo bailotea, hace muecas, chifla, aplaude, sus labios registran más movimientos que una jornada en la Bolsa de Valores. Pero lo más animado son las coreografías improvisadas que monta al lado de su inseparable compañero Rick Parfitt. Se dan la espalda y caminan como si fuera un trenecito. Se ponen de frente y juegan a ser espejo uno del otro. Se provocan juguetonamente. “Somos un matrimonio sin sexo”, definió Rossi alguna vez. En la cuarta canción del concierto, Big Fat Mama, Parfitt comienza a cantar solo. Ya no porta esa larga melena rubia que lo caracterizó. Ahora tiene el pelo blanco, con destellos grisáceos. Lo mismo el pianista Andre Bown. El color de sus cabelleras refleja el motivo de esta gira mundial: celebrar los 50 años de la conformación del grupo. Status Quo suena a rocanrol clásico. No hay variaciones progresivas, ni rock pesado, nada de tonos melancólicos, psicodélicos o sintetizadores tipo new wave. Es rocanrol purasangre, para bailar, despreocuparse y gozar una fiesta. La única diferencia con algunos exponentes del rocanrol simple es que tanto Rossi como Parfitt son unos virtuosos de la guitarra eléctrica, le sacan requintos y sonidos veloces, tan poderosos que dejan boquiabiertos a sus seguidores. [gallery type="square" ids="340431,340429,340432,340430"] El público parece sacado de un concierto de Tex Tex o del Haragán. No sería exagerado suponer que al menos la mitad de los asistentes proviene de Neza. Lucen sus melenas negras hasta la cintura, con playeras de rock, pantalones de mezclilla y botas industriales. No dejan de bailar. El concierto tampoco cambia de ritmo ni cesa. Una tras otra, cada canción es una invitación al desenfado, a la alegría. ¿Por qué los Quo desprenden tanto júbilo? Rossi lo explicó en una entrevista: “Hay momentos (en la vida) realmente malísimos, horribles, pero luego están esos otros tan fabulosos que te hacen olvidar aquellos que fueron muy malos, y seguir buscando siempre ese gran momento de éxito. Esa es la cuestión, olvidar lo malo; sabes que puede pasar, sabes que te estás arriesgando a que sea horrible otra vez… pero en cierto modo te tienta a pensar que puede haber mucho de lo maravilloso también, y la vida es siempre maravillosa al fin y al cabo”. Rossi nunca fue un cliché del rocanrol. Se mantuvo alejado de eso que se le conoce como vida de “rock-star”: mujeres, excesos, drogas, éxitos vanidosos. No explora sonidos ajenos al estilo de Status Quo, adora estar de gira por todo el mundo y cuando llega a casa se dedica a componer y grabar. Tanto en grupo, como en su carrera de solitario, Franciss Rossi es un genio creativo imparable. Dos días antes del concierto, el jueves, llegué al hotel Fiesta Americana de Reforma, en el Distrito Federal, para acudir a la rueda de prensa de Status Quo. “Cancelaron, estamos muy apenados, les cayó muy mal el cambio de altura, ya están viejitos”, me dijo una apenada agente de medios. Rossi  lo confirmó en el escenario, pues entre una canción y otra, mencionó que se sentía fatigado y le hacía falta aire. Sin embargo, esta condición nunca fue evidente. Status Quo no bajó el ritmo, parecían cinco jóvenes con sobredosis de bebidas energéticas. Status Quo es complaciente con sus seguidores. Tema tras otro, interpretan los clásicos más bailables y conocidos: Rain, Roll Over Lay Down, Rock 'n' Roll 'n' You, Begining of and End, What you’re Proposing, Down the Dustpipe,  Oriental, Down Down, Whater ever You Want, Rockin’ Oll Over the World, Rock’N Roll Music (original de Chuck Berry) y  Bye bye Jonnhy. Los niños son quienes más se desenfrenan durante el concierto, como si rocanrolear fuera un verbo que adquirieron genéticamente.  El concierto dura sólo 90 minutos, pero Status Quo deja una sensación de éxtasis no perecedero en el torrente sanguíneo. Sí, los legendarios británicos Status Quo pasaron casi inadvertidos en México. No tuvieron muchas fechas ni conciertos masivos. Ni siquiera lograron un cupo regular en un recinto mediano. No los entrevistó Joaquín López Dóriga con su peculiar spanglish ni las estaciones de radio para adolescentes le dieron importancia. Pero ahí están, cincuenta años después, con seguidores por todo el mundo. No fueron lanzados al baúl del olvido como cualquier grupo pop de moda para adolescentes. Un amigo conocedor del rocanrol y con muchos más años que yo me da su hipótesis del por qué tan poca gente fue a ver a este grupo: casi nunca los programan en Universal, ni fueron muy promovidos en MTV o en canales de videos. Salvo contadas excepciones, las bandas clásicas del rocanrol comienzan a ser parte del museo de la memoria colectiva. Se esfumaron los años gloriosos de los grupos legendarios; sin embargo, son parte de la historia, siempre vendrán nuevos habitantes al mundo que adoptarán al rock como principio de vida. Como dijo Pete Townshend, líder de los Who: “Larga vida al rock, esté vivo o muerto”.  

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