Brasil: la irrupción de la "hija negra del Amazonas"

sábado, 4 de octubre de 2014 · 12:23

Las elecciones presidenciales en Brasil de este domingo, podrían marcar un hito en la historia brasileña: hay altas probabilidades de que gane las elecciones presidenciales una mujer negra, devota cristiana, analfabeta hasta los 16 años pero ahora con una licenciatura en historia y un posgrado en psicología. Marina Silva, nacida en los cauchales amazónicos y acérrima defensora del medio ambiente, tiene gran arrastre entre millones de electores de la clase media urbana y en general entre una ciudadanía cansada de las promesas incumplidas de los políticos tradicionales.

RÍO DE JANEIRO (Proceso).- Marina Silva rechaza las comparaciones con Barack Obama. La candidata presidencial del Partido Socialista Brasileño (PSB) reconoce: Ambos son negros y pueden ser percibidos –al menos inicialmente– como ajenos a la maquinaria tradicional. Pero se opone a que la prensa o la sociedad le construyan una imagen heroica de política con orígenes pobres capaz de desbaratar el sistema.

“La vida de las personas se convierte en un producto y no sé si me gusta eso”, explicó a su biógrafa Marília de Camargo César, para justificar sus reticencias a exponer su vida como si se tratara de una película de Hollywood con final feliz.

Pero es difícil no caer en la tentación de mitificarla al repasar su biografía. Originaria de una modesta familia dedicada a la explotación del caucho en el pobre estado de Acre, fronterizo con Bolivia, María Osmarina Marina Silva Vaz de Lima es ejemplo inapelable de superación personal.

Nacida el 8 de febrero de 1958 en un parto atendido por su abuelo materno, su infancia transcurrió en la selva, en un estado de pobreza y escasez de todo cuanto no se conseguía cazando, plantando o esperando que –como el agua– cayera del cielo. Los únicos lujos eran los botes de mantequilla que llegaban de Europa y una radio marca Canadian con la cual su padre –único alfabetizado de los 13 miembros de la familia– seguía las noticias de Voice of America o la BBC de Londres en portugués, administrando con mucho celo las escasas y costosas pilas.

En un medio rural aislado, miserable y sin más perspectivas que la emigración o seguir con la herencia familiar, se trabajaba descalzo, se comía farofa (plato a base de harina de mandioca, muy popular en Brasil) con huevo y frijoles, y se anunciaban los grandes acontecimientos con disparos de escopeta: “Dos disparos significaban que había nacido una niña; tres, un niño. Si alguien moría se disparaban siete tiros. Se disparaban 12 tiros para recibir el Año Nuevo”, recordó Silva.

La vida en el cauchal Bagaco, a 70 kilómetros de Río Blanco, la capital estatal, marcó para siempre la vida de la mujer que pugna en las encuestas por ganar las elecciones presidenciales, las cuales casi seguramente se definirán en la segunda vuelta, el 26 de octubre. Su fe cristiana –desde 1997 al amparo de la evangélica Asamblea de Dios, lo cual no es desdeñable en el país con mayor número de católicos del mundo (unos 123 millones)– la heredó de su abuelo, con quien vivió desde los cinco hasta los 14 años.

Su amor por el medio ambiente y la naturaleza, que más tarde transformaría en un activismo sin tregua junto a su amigo y asesinado activista Chico Mendes, provienen de su tío Pedro, un chamán que vivió casi dos décadas con los indios y quien a los 50 años murió de malaria, como dos de sus tres hermanos. Él le explicó místicamente el delicado equilibrio del medio natural.

“Una de las leyendas que nos contaban era la del mesticito de la floresta, una entidad mitológica que azotaba con una liana con punta de fuego a todo aquel que cazara un animal antes de terminar de comerse el anterior. La gente temía al mesticito y no transgredía aquel código de sustentabilidad, implantado sin exigencias legales 200 años atrás.

“A quien lo transgrediera le llegaba el infortunio. Le costaba cazar. Si matabas a un animal preñado o amamantando, entonces se recibían más azotes. Traduzco todo eso hoy como un código místico que funcionaba. No había cómo burlarlo, porque era una entidad invisible con poderes sobrenaturales. No era como hoy, que te puedes esconder de la policía. La entidad todo lo veía y castigaba”, explicó a su biógrafa esta mujer, con decenas de premios nacionales e internacionales por su lucha en favor del ambiente, entre ellos el Campeones de la Tierra en 2007 concedido por la ONU.

Enfermedad y educación

La hepatitis cambió su destino a los 16 años cuando, “tras rezar un mes”, juntó el valor necesario para pedir a su padre permiso para emigrar a Río Blanco en busca de tratamiento médico y alfabetización. Su débil salud es herencia de cinco malarias y tres hepatitis, y todavía hoy se expresa en su frágil complexión, su delgadez y una dieta sin carne roja, lácteos ni café. La acompañan siempre una aguda alergia al polvo y la oposición al aire acondicionado, cuya desconexión impone en las reuniones incluso a puerta cerrada y en la época de más calor.

La educación, cuyo punto de partida fue el ingreso en el noviciado Casa Madre Elisa, fue el fundamento de su nueva vida: Aprendió a escribir, se licenció en historia e hizo dos posgrados en psicología. Ya en la universidad se acercó a la izquierda radical, junto al recolector de caucho, sindicalista y también activista ambiental Chico Mendes, a quien conoció en 1976 en un curso organizado por la Iglesia católica.

Se afilió al Partido Revolucionario Comunista, grupo semiclandestino opuesto a la dictadura militar, y fue tomando conciencia de las luchas obreras.

Casada en segundo matrimonio y madre de cuatro hijos, esta mujer de eterna cabellera recogida en un chongo se afilió en 1985 al Partido de los Trabajadores (PT), formación que consiguió dos hitos consecutivos en la política brasileña: llevar por primera vez a la presidencia a un sindicalista, Luiz Inacio Lula da Silva, y poner a una mujer como jefa de Estado: Dilma Rousseff.

En 2009 Silva dejó ese partido para unirse al Verde. Y quizás el PT podría atribuirse un tercer hito, aunque sea parcial: ser la formación de base de la primera presidenta negra de Brasil, país donde más de la mitad de la población es afrodescendiente y donde la pobreza y la violencia se ensañan con ellos y los mulatos.

El Mapa de la violencia 2014, publicado en julio por la sede brasileña de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, es tajante al respecto: El número de homicidios de negros creció en Brasil 30% entre 2002 y 2012, mientras el de blancos cayó 24% en el mismo periodo.

Aún como militante del PT, Silva fue concejal y en 1994, a los 36 años, se convirtió en la senadora más joven de la historia brasileña. En 2002, de la mano de Lula, llegó al Ministerio de Medio Ambiente con la tarea de frenar la deforestación del Amazonas en un Brasil en pleno acelerón económico y con el agronegocio como motor de las exportaciones.

Sus choques con la entonces ministra de Minas y Energía, Rousseff, por cuestiones como las presas hidroeléctricas o la lucha por impulsar las energías renovables, la llevaron en 2009 a renunciar para hacer campaña presidencial con los verdes. En las elecciones de 2010 quedó en tercer lugar, con 20 millones de votos, 19% del total. Así nació la figura política que hoy conocemos y cuya oratoria en los debates políticos se desmarca del ataque frontal.

Su incorporación al PSB –que ya tenía candidato presidencial: Eduardo Campos– en 2013 se produjo cuando a su organización política, Red Sustentabilidad, se le impidió participar en los comicios por una polémica decisión judicial de invalidar parte de las firmas necesarias para su formación como partido.

Y ya en el PSB se convierte en candidata presidencial después de la muerte de Campos en un accidente aéreo el pasado 13 de agosto, suceso que sin duda ha marcado la dinámica de la campaña electoral para los comicios de los próximos 5 y 26 de octubre.

Sin grandes enemigos en el sector económico –salvo los cabilderos de los agricultores que temen un repliegue de las zonas cultivables por su defensa del Amazonas–, Silva tiene como lema el fin de la “vieja política”.

Es como el “Yes, we can” de Obama pero a la brasileña; de esa forma ha capitalizado el voto de la clase media urbana y educada que en junio de 2013 salió por millones a las calles de Río de Janeiro y Sao Paulo para pedir el fin de la corrupción, de los abusos políticos, la impunidad y el desdén de los funcionarios hacia las necesidades de los ciudadanos.

Mientras sus rivales la critican por “no tener experiencia” en cargos ejecutivos, por estar sumida en “contradicciones” o por practicar la “ruleta bíblica”, que consiste en abrir la Biblia, que siempre lleva a la mano, y leer un pasaje al azar antes de tomar una decisión importante, Silva parece ganar apoyo entre los indecisos y los desencantados con la política que exigen una regeneración de la democracia brasileña por medio de cambios estructurales en la forma de gobernar.

“La clase política es un asco en este país. Un desastre, un sinsentido. El 5 de octubre me iría a tomar una cerveza tras el trabajo y apagaría la televisión si no fuera por ella. Es la última esperanza que nos queda a los brasileños que observamos desde hace dos décadas cómo los políticos se ríen de nosotros en televisión, en actos públicos, al prometer cosas que saben que ni tienen intención de hacer”, dice al reportero Mario Soares, sexagenario taxista de Sao Paulo, la ciudad más grande y rica de América del Sur.

Que Silva pueda ser la primera presidenta negra de Brasil está todavía en duda. Pese a los escándalos por la corrupción masiva de Petrobras y al desfallecimiento de la economía, en “recesión técnica” desde agosto, Rousseff encabeza las encuestas para la primera vuelta. Más de 40 millones de personas se han sumado en Brasil a los estándares de la clase media en la última década gracias a los programas sociales del PT y a la estabilidad económica heredada del periodo de Fernando Henrique Cardoso, y ese mérito genera una fiel base electoral.

Una encuesta publicada el martes 23 da a Rousseff ventaja para la primera vuelta electoral con 36% contra 27.4% de Silva, según el sondeo hecho por la empresa MDA para la Confederación Nacional de los Transportes.

En una eventual segunda vuelta Rousseff­ tendría 42% de los votos y Silva 41%, lo que indica empate técnico, pues los sondeos tienen un margen de error de 2%.

En caso de segunda ronda electoral –y la mayoría de los analistas prevé que se llegará a esa instancia– las dos se verían las caras el 26 de octubre para decidir quién –la activista política torturada en la cárcel o la “hija negra del Amazonas”– comandará el destino de los 202 millones de brasileños a partir del próximo 1 de enero.

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