Enrique Graue, un rector 'de centro-izquierda”

viernes, 6 de noviembre de 2015 · 17:15
MÉXICO, DF (apro).- El pasado 26 de septiembre, en su edición 2030, la revista Proceso publicó una entrevista al ahora nuevo rector de la UNAM, Enrique Luis Graue Wiechers, que a continuación se reproduce íntegra: El mayor obstáculo que tiene Enrique Graue Wiechers para dirigir la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) es su mayor fortaleza: ha dedicado 37 años de su vida a la docencia en la Facultad de Medicina, de la que ha sido director los últimos ocho, por lo cual se inscribe en el grupo de “los médicos”, que han ocupado la rectoría las últimas cuatro administraciones. También se ha criticado su falta de experiencia política en el ámbito nacional. Él no aspira a tenerla, aunque es consciente de que “cuando eres rector, te desarrollas en ese ámbito porque el puesto lo exige”, dice al reportero al comienzo de la entrevista. Médico cirujano con más de 100 publicaciones, especialista en oftalmología y trasplantes de córnea, a sus 64 años no tiene duda: “Amo a la universidad. A ella me entregaría”. Reconoce la labor de su colega José Narro, pero cree que aún hay mucho por mejorar en educación e investigación. Durante su gestión como director de la Facultad de Medicina, la realidad del país se impuso y él debió crear la licenciatura en ciencia forense, “para propiciar mejor seguridad en México”. Arremangada la camisa, presume haber duplicado los recursos de su escuela y construido un buen equipo de trabajo, con el que renovó el plan de estudios de la facultad, que había envejecido durante 15 años. En un primer diagnóstico reconoce el crecimiento de la universidad, tanto en servicios como en matrícula. Pero matiza: “Sobre todo ha crecido en virtud del posgrado y de la licenciatura abierta. Ha crecido en todos los niveles menos en bachillerato, que es estable”. Le preocupa la falta de integración entre escuelas, institutos y facultades. “Cada una por su parte, la investigación por otro lado, con poca vinculación hacia la educación. Y la difusión de la cultura tampoco se integra fácilmente en la vida estudiantil. Necesitamos integrarnos, consolidar lo conseguido e involucrar más la investigación con los programas nacionales y, desde un principio, con los estudiantes para crear profesionales distintos”. Las tendencias en el uso de la tecnología de la información, lamenta, no se han incorporado a la enseñanza. El aumento al presupuesto lo entiende como una obligación del gobierno y una gestión constante. “El Estado debe estar consciente de la necesidad que tiene de la universidad y viceversa. Hay que pugnar por presupuestos multianuales, con un plan de desarrollo ambicioso y luchar todos los años por él. Porque no es fácil”. En cuanto a los pendientes que enunció el rector Narro en materia de rendición final de cuentas, pone énfasis en la modernización de planes y programas de estudio. “Nos han dejado a las escuelas y facultades un poco aisladas en este proceso. Ha sido más por motivación, por esfuerzo individual de cada una, que se llega a una renovación, porque ha habido poco acompañamiento del sector central en esto. Hay una Dirección General de Evaluación Educativa que no se ha involucrado en este proceso. “Creo que hay que conjuntar a un buen número de expertos, que existen en la universidad, y enseñar a hacer planes modernos, que se puedan aplicar, que cuando el alumno termina tiene que construir el conocimiento de forma conjunta, porque no te ayudan a hacerlo desde el principio. Si una escuela no quiere, no hay cómo obligarlos. Pero yo creo que es falta de información.” –Ése ha sido un punto en el que ha habido mucha renuencia en algunos sectores del estudiantado, por ejemplo, en los CCH… –Es cosa de socializarlo antes de empezar las propuestas. Hay que hacer encuestas formales, bien hechas, con egresados, con alumnos y profesores. Cuando las cosas son lógicas, la resistencia, en principio, no existe. Así funcionó en la Facultad de Medicina: aumentamos medio año a la carrera y no hubo resistencia cuando los estudiantes entendieron que era importante llevar geriatría e infectología. En los CCH se trabajó con un grupo muy pequeño. No se trata de cambiar brutalmente los planes, sino de modernizarlos. –Fue un conflicto que derivó en la toma de la rectoría. ¿Cómo enfrentaría ese tipo de protestas? –Han sido producto de un problema social, de inconformidad y de desesperanza. Cada caso es distinto. Los jóvenes se van a seguir manifestando, así como la inseguridad también se va a seguir presentando. Es un reflejo del momento social del país. No puedes armar una fortaleza. Es el caso de los ocupas del (auditorio) Che Guevara, que no puede seguir así. –¿Qué piensa del debate respecto de la autonomía en materia de seguridad? –No creo que haya un debate en ese sentido. La autonomía es la capacidad de autogestión, de definir nuestra vida académica, cómo ejercemos el presupuesto, para dónde queremos encaminar la investigación. No hay extraterritorialidad en ello. No es bueno que entre la policía a la universidad, por el peligro que implica, y hay que tratar siempre de impedirlo. Pero cuando la delincuencia ocurra, hay que atacarla. Ahora, eso tiene que hacerse afuera. Si quieres atacar la droga, no es atacando a balazos a los que la trafican, sino teniéndolos afuera. Es tan fácil como identificarlos y seguirlos con cámaras. No veo una razón para que no hubiera cooperación de las autoridades. –A la distancia, ¿qué piensa de la huelga de 1999-2000? –Apenas había terminado mi gestión como consejero universitario. Creo que fue un problema mal manejado que se fue prolongando. Fue doloroso el modo en el que terminó, pero creo que no había otra manera. La única forma, después de que los ánimos ya estaban tan desgastados, de que todo mundo estaba tan lastimado, era consultar a la comunidad para decidir qué se hacía, si se debían recuperar las instalaciones. Y se actuó con el menor riesgo posible. –Desde entonces el mayor movimiento estudiantil surgió de las universidades privadas, en el marco de una contienda electoral, donde las fracciones de la UNAM criticaron la falta de apoyo del rector Narro. ¿Cómo encararía usted un caso similar? –Creo que ni la universidad ni el rector deben tomar partido en una contienda electoral. Pero debe haber un pleno respeto a la libertad que los muchachos tienen de expresarse. Eso pasó en la Ibero. Su rector no defendió un ataque a Peña Nieto, defendió el derecho de sus estudiantes y los apoyó. –¿Cuál sería su definición política, ideológicamente hablando? –De centro-izquierda. Como médico, cuando vives la desgracia y el dolor, y actúas en consecuencia, es muy difícil que puedas aceptar las diferencias y la inequidad social. Sobre Ayotzinapa Para Graue, la relación del rector con el gobierno debe ser de respeto. “De cercanía en sentido presupuestal y hasta ahí. No más y no menos”. La institución, continúa, debe ser siempre estudiosa de los problemas nacionales, analítica de ellos, “muy crítica pero también propositiva. No se vale criticar sin proponer. La postura del rector no es ser líder social. Se trabaja colegiadamente y el rector presenta los resultados”. –A un año de la desaparición de los estudiantes de la normal rural de Ayotzinapa, ¿a dónde lo lleva el pensamiento? –Pienso que es el crimen más atroz que ha sucedido en México. Es un crimen de Estado… pero es un crimen de Estado local. Nadie puede decir que el presidente de la República los mandó asesinar, pero te habla de la descomposición en las autoridades y en la sociedad, que es brutal. “No podemos dejar de lado que eran estudiantes… ¡y la crueldad exhibida! No se puede cesar en la búsqueda de los culpables y hay que aplastarlos con todo el peso de la ley.” Alterado el rostro, hace una pausa y continúa: “Nosotros creamos la licenciatura de ciencia forense porque es necesario preparar científicamente al investigador, desde la cadena de custodia de las cosas, cómo levantas las pruebas, cómo las procesas y cómo cuidas que el proceso se lleve a cabo hasta llegar al juicio. “Hoy estamos muy mal en investigación forense. No hay capacidad de hacer investigaciones científicas serias. Mucho menos en los estados. Todo es improvisado. Qué sabrá el ministerio público de Ayotzinapa, de Cocula o de Iguala, sobre cómo levantar las pruebas y hacerlo bien. Nada. La consecuencia por no hacer las cosas bien desde un principio es que el resto va a salir mal. “Las primeras 48 horas son vitales para tratar las evidencias y conocer la verdad. Y se hizo un proceso pésimo, con una capacidad de información malísima. Basta recordar al procurador (Jesús Murillo Karam) declarando lo que declaró. Fue un caso mal comunicado y mal investigado. La credibilidad que resulta de eso siempre va a ser mala.” En lo que respecta a los escándalos de corrupción en el gobierno, y en particular los que involucran al presidente en conflictos de interés, es escueto. “México tiene que ser mucho más transparente. Me pareció muy mal (el caso de la Casa Blanca)”. Junto a los dos casos anteriores, entiende la fuga de Joaquín Guzmán Loera del penal de máxima seguridad del Altiplano como una consecuencia de lo anterior. “Nos deja ver la corrupción que hay”. Piensa que el gobierno federal no ha logrado lo que pretendió y que las reformas estructurales impulsadas no han funcionado. De la que más cerca le atañe, opina: “La educativa fue una reforma al contrato colectivo de trabajo. La respuesta (a la mala educación en México) está en el mal estado de nuestras normales. ¿Por qué no las mejoramos? Lo hecho no es más que ver cómo vamos a contratar a los maestros ahora, pero no se está reformando la educación”. En materia de salud, dice que la cobertura universal y la ampliación es todavía una aspiración y, hasta ahora, sólo hay rumores y amagos de la entrada de capital privado en el sector. “Ha habido muchas de estas propuestas. Al sector privado le gustaría invertir en hospitales, administrarlos y cobrarle sus servicios a la Secretaría de Salud. Es un esquema que se propuso desde el sexenio pasado para mejorar el gasto del sector y, en teoría, para mejorar la atención. No creo que se deba hacer. Los hospitales públicos hay que mejorarlos, pero funcionan relativamente bien. No hay por qué entregárselos a la iniciativa privada.” Cae la tarde y la Dirección de la Facultad de Medicina se ilumina en rojo. Graue resalta la belleza de la bandera que adorna su oficina, bañada por los últimos rayos de sol del día. A pesar de que había pedido que no lo interrumpieran, su asistente advierte que tiene una llamada. Lo busca el exrector José Sarukhán, a quien llama Pepe. Checa su agenda en una tableta electrónica y hace una cita para la siguiente semana. Sobre las críticas a la normatividad en la elección del próximo decano, es claro: “Yo creo en la Junta de Gobierno. Y el problema de hacer cambios es que tendríamos que cambiar la Ley Orgánica. Para hacerlo, tendríamos que llevarla al Congreso. Y si la llevamos, los partidos políticos nos pueden echar a perder la universidad”. –¿El suelo está parejo? –Nunca sabes. Yo lo siento más o menos liso.

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