La infamia contada a muchas voces

viernes, 29 de abril de 2016 · 10:05
Son flashazos en primera persona, destellos testimoniales de los sobrevivientes de la Noche de Iguala. Son relatos del terror que sintieron quienes se supieron víctimas de un operativo de exterminio. Normalistas, profesores, periodistas… John Gibler reunió ese gran coro trágico en el volumen Una historia oral de la infamia (Grijalbo sur+) que acaba de salir de la imprenta. He aquí unos fragmentos. CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Juan Salgado, estudiante de primer año. No llegaba ninguna autoridad para resguardar el lugar de los hechos. No llegaba la Policía Estatal, no llegaba nadie para resguardar el lugar. Estuvimos, pues, por nuestra cuenta, señalando los cartuchos de bala, ubicando dónde estaban. Les poníamos piedras, les poníamos un vaso o algo para que nadie las ­moviera, como evidencia. Algunos empezaron a tomar fotografías. Porque al ver que no llegaba nadie, dijimos “pues nosotros resguardamos el lugar aunque sea”. Y al poco rato vimos que empezaron a llegar reporteros, también llegaron compañeros de apoyo de la Normal. Llegaron dos Urvan. Desconozco bien cuántos compañeros eran, pero sí llegaron. –¿Qué les pasó, cómo están? –Estamos bien. –¿Y los demás? –A algunos se los llevaron –¿A cuántos se los llevaron? –Entre 15 o 17 se llevaron en las patrullas. –¿Pero ustedes están bien? –Sí, pero hay dos heridos. –¿Y los demás heridos? –Se los llevaron al hospital. Y, bueno, ya estuvimos ahí, con reporte de 100 preguntas, las entrevistas, y en ese momento un compañero de tercer año nos dio un cigarro y dijo: “fúmense un cigarro aunque sea para calmar los nervios, porque sí están espantados”. Y nos sentamos en una banqueta. Germán, 19, estudiante de primer año. Tardamos un rato ahí. Empezaron a tomar fotos, creo que llegó la prensa o algo así, no sé. Empezaron a tomar fotos de donde estaban los impactos, los casquillos, la sangre que había quedado del compa caído. Yo estaba hablando por teléfono con mi novia. Le decía que ya había pasado todo, que ya estaba más tranquilo, que ya se habían ido los policías. Y gracias a eso yo me alejé porque como estaban en bola ahí todos, yo dije, “no, pues voy a hablar por teléfono”. Estaban como unos cinco conmigo, seis, estábamos cuidando el otro lado de la avenida a ver si veíamos algo. Estaba hablando con mi novia cuando escuché que empezaban a disparar de nuevo. No vi quiénes eran porque yo estaba retirado del lugar, estaba casi en la orilla, lejos de ellos. Yo escuché los disparos. No volteé a ver sino que empecé a correr, a correr. Le colgué a mi novia, porque lo escuchaba. Con nosotros iba una muchacha, una muchacha de otra organización. Ella conocía Iguala y nos hizo el favor, nos metió en una casa. Ahí estuvimos escondidos. Me marcó mi novia pero no le contestaba yo. Le mandé un mensaje de que no podía hablar porque estábamos escondidos, en silencio, para no hacer mucho ruido. Le escribí: “yo estoy bien, gracias a Dios, yo te marco, no te preocupes”. Jorge Hernández Espinosa, 20, estudiante de primer año. Estábamos parados en la esquina donde estaban los autobuses. Estaba platicando con mi compañero, ése al que le quitaron el rostro, y me empezó a platicar cómo había estado el problema, cómo se habían llevado a nuestros compañeros y todo eso. Él estaba muy desesperado, muy nervioso, asustado, la voz se le cortaba, así como que quería llorar pero a la vez, no sé, como que tenía miedo pues. Entonces yo le dije a él, recuerdo que yo le dije “a ti no te pasó nada”, y él me dijo: “no porque para mi fortuna yo era uno de los que venía hasta atrás y me escondí nada más, y cuando tiraron balazos ellos, les tiraron al autobús”, y él se tiró debajo de los asientos. Entonces ahí de repente pasa una camioneta y nos tomaron unas fotos, sacaron flash. Yo le dije al Chilango “oye, ¿y ése, qué pedo?”. No hicimos caso, seguimos platicando y al rato no sé, yo me asomé hacia el otro lado de la carretera y veo a tres hombres vestidos de negro, cubiertos, y ya cuando empezaron a disparar, yo lo que hice fue correr hacia abajo, hacia la parte de abajo, y recuerdo que El Chilango corrió atrás de mí. Juan Ramírez, 28, estudiante de primer año. Los policías se fueron. Andamos paseando con un primo. Llegaron los periodistas, los reporteros, pues para tomar notas de cuanto cartucho había, algo así. Después de que pasó eso, los compañeros compraron cigarros. Todos los compañeros estuvimos fumando. Yo estaba platicando con el chavo de México. Pero, cómo pasó ese caso, pues, y él también, uno no esperaba… Me comentaba pues que al siguiente día él se iba a ir a su casa porque no quería arriesgar su vida. Él pensaba en su familia, en su esposa, su hija que es lo que le importaba más. De repente yo vi una camioneta negra. Yo no los vi bien. Empezaron a tirar para arriba. Y luego de repente empezaron a tirarnos a nosotros y yo me olvidé del camarada de México. Yo corrí como pude. Pedro Cruz Mendoza, maestro de Iguala, miembro de la Coordinadora Estatal de los Trabajadores de la Educación de Guerrero. Nosotros estábamos en una reunión con compañeros de la CETEG. Como a las diez de la noche me llegó un mensaje de una compañera. Me comuniqué por teléfono con ella y le dije ,“¿qué pasó?”. Me dijo: “oiga, vénganse para acá, compañeros, porque acaban de agredir a los muchachos de Ayotzinapa. ¡Hay un muerto!” .Y bueno, como ya es costumbre del gobierno que agreda a los compañeros de Ayotzi, nosotros inmediatamente nos trasladamos al lugar. Fuimos llegando poco a poco cerca de 20 compañeros de la CETEG para apoyar a los muchachos de Ayotzinapa. Hicimos un recorrido con una compañera y nos dedicamos a tomar fotos, a tratar de investigar qué pasó. Un muchacho que tenía un rozón de bala nos explicó que él había resultado herido, y bueno, así estuvimos tratando de reconstruir los hechos. Los choferes estaban muy espantados. Una señora de ahí, de una tienda salió y les ofreció un tequila para el susto a los choferes. Le dijimos: “¿cuánto le debemos por la botella?”. Contestó: “no, quédese con la botella, que sea para ustedes, los vimos muy espantados”. Se tomaron un tequila los choferes. Hablamos a otros compañeros y nos decían que ellos ya habían hablado a la procuraduría de aquí del estado y no había llegado nadie, absolutamente nadie. Cuando nosotros llegamos ya no encontramos al muchacho tirado en el piso, pero encontramos un charco de sangre con una playera. Nos platicaba el muchacho que el que andaba sin camisa, que él se la había puesto en la cabeza su playera porque se estaba ahogando en su sangre, entonces así de esa manera lo auxiliaron, le pusieron solamente la playera. Encontraron muchos casquillos percutidos en el piso, adentro de los carros, sillones ensangrentados. Y como no había llegado nadie de la procuraduría los muchachos lo que hicieron fue rodear con piedras los casquillos, que fue una manera de marcarlos y nos decían: “cuidado, porque ahí hay piedras, están marcados los casquillos, por favor, no los vayan a pisar, no los vayan a patear”. La verdad estuvimos ahí como una hora y media, dos horas, estuvimos ahí tratando de apoyar a los compañeros y esperando a las autoridades. Llegamos como a las 10 más o menos, 10 y cuarto por ahí, y sí, dos horas fácil estuvimos ahí y ninguna autoridad llegó, ¿eh? Yo le dije a los compañeros, “¿ya les hablaron a los medios de comunicación?”, me dijeron que sí. Pero se tardaron también para llegar. Los compañeros de los medios llegarían cerca de las 11, 12 de la noche. Como a mí me conocen algunos reporteros, se me acercaron. Yo estaba parado con mis compañeras de la CETEG platicando los hechos, estábamos diciendo “desgraciados, ¿por qué hicieron eso?”, cuando se me acercó un reportero y me dijo “maestro Pedro, denos información”. Le dije “no, yo no les puedo dar información porque los chavos tienen una estructura, comisionados, y ahí están los muchachos, ellos van a ofrecer una conferencia de prensa”. Ya se estaba formando la rueda de muchachos y maestros de la CETEG en el Periférico, sobre el Periférico. Estábamos en eso cuando empezamos a escuchar, lo que yo recuerdo es que escuché tres balazos, ¡ta-ta-ta!, pero así seguiditos como en semiautomático, y después vinieron las ráfagas. Ya fue el ametrallamiento completo. De ahí la verdad perdimos a mis compañeras que estaban a mi lado derecho. Quién sabe para dónde se fueron. Andrés Hernández, 21, estudiante de primer año. Entonces yo lo que hice fue correr y correr. Como conozco la ciudad de Iguala gritaba a mis compañeros que me siguieran, pero ellos con el pavor que tenían se dirigieron, se desplegaron hacia diferentes partes. Cuando me di cuenta nada más yo estaba solo. Corrí, corrí como, qué será, unas cuatro o cinco cuadras hacia abajo. Vi un taxi y lo paré. No sé si el taxista no se daba cuenta de lo que estaba sucediendo, no se había percatado, pero se paró y yo me subí sin dinero, sin nada. Iba en huaraches. Le pedí que me llevara a la casa de mi tía, está cerca de la terminal Estrella Blanca y me llevó el taxista amablemente, pues cuando llegué no me cobró nada. Le dije sinceramente que no traía dinero y ya él entendió y se fue. Entonces, yo estuve tocando media hora en la casa de mi tía porque estaban dormidos. Toqué y toqué, entonces pues se despertaron, me metí y ya. Me metí, me senté. Todavía no podía creer lo que había vivido, estaba… Me hablaban pero no sé, no podía contestar, estaba en shock todavía. Jorge, 20, estudiante de primer año. Cuando estábamos sentados ahí nomás, de repente vimos de la parte de adelante como que salía lumbre del suelo. Pero eran disparos. Otra vez nos estaban disparando. Tuvimos que correr. Donde estábamos nosotros había una muchacha y la llevábamos porque no podía correr bien. Nos fuimos corriendo por una calle, no sé cómo se llama, y ya ahí en cada calle varios compañeros se dispersaban. No íbamos juntos. Unos se separaron ahí y nosotros nos fuimos con la muchacha, y ella como a dos cuadras de ahí nos tocó una puerta y no sé qué era de ella pero ahí nos abrió una señora y nos metió a su casa, ahí nos escondió la muchacha. Nos metió a un cuarto y ahí estuvimos unas 15 personas. Uriel Alonso Solís, 19, estudiante de segundo año. Alrededor de la una de la madrugada ya del 27, llegó un convoy de carros particulares. Una camioneta roja y coches blancos. Se bajaron hombres vestidos de negro, encapuchados, con chaleco antibalas, pero ya no llevaban escudo de ninguna instancia gubernamental. Estaban vestidos totalmente de negro. Pensamos que eran militares o que eran paramilitares por la forma como nos dispararon, pues. Vimos que algunos se tiraron al suelo, otros se hincaron, otros se pararon y empezaron a dispararnos con armas largas. Entonces corrimos todos. Me tocó verlos, como a tres de ellos. Eran altos. No traían casco, solo chaleco, guantes y capucha. Con el pelo corto, así como los militares, y altos pues. Lo que hicimos fue correr en ese momento. Correr o morir. Todos corrimos. Las detonaciones tardaron un buen tiempo, alrededor de unos cinco minutos o 10, seguía la balacera. Yo me escondí a tres cuadras de ahí, para abajo, en un terreno baldío junto con otros tres compañeros de primer año. Ahí estuvimos. Cuando recién nos habíamos escondido en el terreno, escuchamos como si hubieran agarrado a un compañero que gritaba así como cuando a alguien le pegan. Gritó, “¡suéltenme!”. Nos dijimos que seguramente habían agarrado a un compañero. Veíamos pasar camionetas, policías. Era una total cacería de estudiantes esa noche. Empezó a llover demasiado. Estaba lloviendo, lloviendo. Nosotros ahí escondidos en medio del monte, todo oscuro. Marqué a los compañeros para ver cómo estaban. Uno me dijo, “estamos arriba de una azotea”. Otros me dijeron, “estamos en el cerro”. Y otros me dijeron, “estamos como a unas tres cuadras escondidos aquí en una casa con una señora”. Entonces les había ido bien, esconderse en las casas. Y nosotros, pues teníamos mucho frío, y más que nada miedo. De que si nos encontraban ahí nos mataran. Porque ahí ya no pensamos que nos iban a agarrar nada más. Al contrario, pensamos que nos iban a matar. Por eso era el miedo que teníamos, el temor. Rodrigo Montes, 32, periodista de Iguala. Yo llegué como a las 11 y media, aproximadamente. Los autobuses tenían disparos por todas partes. Se veía que por todos los frentes les dispararon. Tenían disparos en los parabrisas, en las ventanillas, en las llantas, en la carrocería de la… vaya, por todos lados. En uno de ellos, el tercero, el último, es donde, dicen los chavos, que fue de donde se bajaron más alumnos y fue donde se resguardaron ellos porque yo creo que sintieron que era el autobús más seguro, al fondo. Pues ahí hubo varios charcos de sangre arriba del autobús. De ahí es donde dicen que se llevaron a la mayoría de los detenidos. Hablaban de 25 a 30 detenidos aproximadamente. Había casquillos por ahí de R-15 y 9 milímetros. Y hubo un lapso de horas en que no pasó nada. En ningún momento llegó ninguna autoridad. Nadie. Cuando yo llegué, incluso, te digo que como a las 11 y media, no había nadie. No estaba la zona asegurada. No había Ejército, no había policía, no había Ministerio Público. Nadie, nadie, nadie. Pero sí ya habían llegado más chavos de la Normal. Había un promedio de 50 personas entre estudiantes y maestros de la CETEG y reporteros. En la conferencia habíamos como seis reporteros. Exactamente cuando se está terminando la conferencia, ellos mencionan los nombres de los que estaban dando la conferencia y empezamos a escuchar las detonaciones. Eran ráfagas. Era una infinidad de disparos. Al principio, muchos pensamos que eran disparos al aire. Pero cuando se empezó a escuchar los proyectiles –se escucha cuando pasan las balas, el zumbido– y los cristales de muchos carros empezaron a reventar, entonces todos empezamos a correr en dirección a donde estaban los autobuses, hacia atrás de la calle Álvarez. Yo, en mi caso, con un compañero nos quedamos en el estacionamiento del Aurrerá. Los disparos fueron a matar. Imagínate el terror, la confusión que generó todo eso. Todo el mundo corrió. Muchos se cayeron al correr. Los gritos. Los lamentos de dolor de quienes se quedaban heridos. O sea, era un caos. Fue algo muy, muy, muy terrible. Habría durado como 15 minutos, pero no, en realidad fueron tres minutos, cuando mucho. Pero lo sientes como una eternidad. Fueron como tres minutos, pero de disparos sin cesar. Las ráfagas se escuchaban de armas de grueso calibre. Yo me retiré como a la una, una y cuarto y no había llegado ninguna autoridad. Aquellos cuates tuvieron tiempo para hacer lo que ellos hubieran querido. Ninguna autoridad jamás hizo nada. Gabriela Navales, 28, periodista de Iguala. Como a las 11 y media de la noche yo recibí una llamada de una maestra que se llama Érika. Me dijo: “mire, soy la maestra Érika, soy de la CETEG y me interesaría que nos acompañaras a una conferencia de prensa que se va a dar en Álvarez esquina con Periférico por el ataque que sufrieron los estudiantes normalistas”. Le dije que sí, está bien. Le llamé a otro compañero y le dije que checara el dato de una balacera donde hubo heridos, muertos para ver si fue verdad o no. Él lo verificó y me dijo que sí, que se iba a dar la conferencia en unos minutos. Fui con mi esposo y mi jefe del periódico. Llegamos y, en efecto, había una Urvan, había varios carros atravesados y allí estaban los autobuses. Eran tres autobuses que estaban parados en medio obstaculizando el tránsito. Estaban todos con las llantas ponchadas, las huellas de los balazos. Al subir a los autobuses para tomar fotos, los mismos chavos nos dijeron que subiéramos y tomáramos fotos para constatar todo lo ocurrido porque habían sufrido ellos un atentado por parte de los policías municipales. Entonces subimos a tomar fotos. Había sangre, había incluso una credencial de uno de los chavos. Encontramos piedras grandes, chicas, de todos los tamaños. Ya bajamos y nos dijeron los chavos que esperáramos para que llegaran los demás que iban a llegar a la conferencia. Nos esperamos. A los lados de las calles de Álvarez esquina con Periférico estaban en posición de resguardo varios chavos. Dijeron que venían más compañeros a apoyarlos. Ahí esperamos un rato y por las 12 con algunos minutos es cuando vemos quién nos iba a dar la conferencia. Nos formamos en un tipo “u” alrededor de los entrevistados. Empezó el chavo a hablar sobre el ataque, que fueron los policías municipales. Él empezó a narrar los hechos, llevamos como dos minutos cuando se empezaron a escuchar los primeros disparos. Todos gritaron, “¡cúbranse, agáchense! ¡Están disparando!”. De mi lado derecho varios de los chavos se tiraron al suelo. Otros cayeron. Todos corrieron hacia el centro. Yo me quedé parada, en shock. Una de mis chanclas se rompió y yo me quedé ahí mientras todos corrían. Entonces uno de los chavos me dijo “¡cúbrete, tírate el suelo!”. No le hacía caso hasta que uno de los chavos me empujó y me tiró al suelo. Todo el mundo gritaba, “¡Al suelo, al suelo! ¡No levanten la cabeza! ¡Al suelo!”. Era escuchar no más los gritos y los balazos, las ráfagas. En el suelo todos nos volteábamos a ver, y pues estuvimos confundidos sin saber cómo actuar o qué hacer. No sabíamos de dónde venía el ataque ni quiénes nos estaban atacando. Escuché la voz de mi marido que me estaba hablando de que fuera con él, me jaló y me fui hacia el centro, rumbo hacia la clínica Cristina. Corrimos y seguían los balazos. No paraban. Nos cubríamos entre los autobuses y las paredes. Perdimos de vista a mis compañeros y solamente nos cruzamos con los chavos quienes también corrían por todos lados, todos en la confusión. Cuando ya no se escuchaban los balazos, nos fuimos hacía la calle Juárez cuando mi esposo dijo, “¡ahí vienen, ahí vienen!”. Vimos dos camionetas grandes que bajaban a toda madre. Me volvió a jalar y fuimos en la otra dirección, hacía la calle Hidalgo. Al regresar por Álvarez nos topamos con unos chavos que estaban heridos que iban en dirección a la clínica. Seguimos hacia Hidalgo. Allí en la esquina de Hidalgo con Pacheco estaban cenando tacos unos cuatro policías, cenando muy tranquilos. Nosotros paramos un taxi y nos fuimos.

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