Frida Kahlo sólo realizó dos obras de gran formato: Las dos Fridas y La mesa herida. La segunda de ellas fue enviada en 1947 a la Unión Soviética para su exhibición. Pero en Moscú fue considerada ejemplo del “arte formalista burgués decadente” y, por ende, no se expuso sino que se embodegó. A mediados de los cincuenta fue expuesta en Varsovia. Después desapareció y desde entonces se ignora su paradero. Encontrar La mesa herida se ha convertido en la tarea de la curadora alemana Helga Prignitz-Poda, quien en entrevista con Proceso relata la enigmática historia de esa pintura.
BERLÍN (Proceso).- En diciembre de 1947 la Sociedad para las Relaciones Culturales con el Extranjero, de la Unión Soviética (VOKS), recibió un lote de obras de arte proveniente de México.
Tras una reunión de la Sección de Bellas Artes de la institución rusa, en la que se analizó y evaluó el regalo de los artistas mexicanos, el jefe de dicha área, Aleksandr Gerasimov, reportó: “Las pinturas mexicanas presentadas son formalistas y surrealistas en su método de ejecución. No ha sido posible mostrarlas en público, por lo que la Sección de Bellas Artes pidió remover los lienzos de sus bastidores y enviarlos a la bodega del Museo de Arte Fino Pushkin”.
Entre las pinturas a las que Gerasimov –uno de los artistas favoritos de Stalin y también presidente de la Academia de Artes de la URSS– se refería estaba La mesa herida de Frida Kahlo, obra que antes de desaparecer en Polonia estuvo justamente en la Unión Soviética.
Así lo revela una investigación realizada por la curadora de arte alemana Helga Prignitz-Poda, quien en los últimos años se ha dado a la tarea de seguir el rastro de la obra de mayores dimensiones realizada por la pintora mexicana y que desapareció a mediados de los cincuenta luego de ser expuesta en Varsovia.
En su búsqueda en archivos históricos de México, Rusia y Polonia –que realizó junto con la curadora rusa Katarina Lopatkina–, Prignitz-Poda dio con datos y detalles hasta ahora desconocidos sobre el óleo pintado sobre madera de 121 x 244 centímetros, y que si bien no revelan su paradero actual, sí aportan información concreta que permite conocer la historia de este cuadro: sus escasas exhibiciones en suelo mexicano; el desdén de parte de los soviéticos, quienes cuestionaron su calidad artística; la oportunidad desaprovechada del gobierno de México para recuperarla y su desaparición en tierra polaca.
“Hicimos una búsqueda larga, de varios años, en archivos propios, de museos y de diversas instituciones en México, Rusia y Polonia. Tengo, por ejemplo, las cartas que enviaron a México los curadores mexicanos de la exposición del Frente Nacional de Artes Plásticas en Polonia, cuando siguieron con la exhibición rumbo a China, y en donde se quejan de que ya no tienen más obra de Frida para exponer y que necesitan algo de ella”, narra Prignitz-Poda en entrevista con Proceso.
Dice que ella y su colega también encontraron la correspondencia que intercambiaron funcionarios y diplomáticos soviéticos, en la que queda evidenciado que no les gustó la obra mexicana que recibieron. “Simplemente dicen que son trabajos horribles que no se pueden exhibir, por lo que terminaron en las bodegas de los museos”, comenta.
La investigación de las especialistas alemana y rusa fue plasmada en el ensayo “La mesa herida, la pintura perdida de Frida Kahlo. Un misterio”, publicado en diciembre del año pasado en la revista de la Fundación Internacional para la Investigación del Arte.
La más grande de sus obras
En 1940 Frida Kahlo terminó el óleo –inusualmente pintado sobre madera– al que tituló La mesa herida. La pieza, de 121 x 244 centímetros sería la de mayores dimensiones –junto a Las dos Fridas– pintada por la mexicana.
La pintura muestra a una Frida mirando de frente al espectador y sentada al centro de una larga mesa, con patas humanizadas. Viste un traje de tehuana y una parte de su cabellera suelta cae sobre sus hombros. Sentado a su derecha aparece un gran Judas con overol y camisa blanca, como solía vestir Diego Rivera. El Judas la abraza con su brazo izquierdo.
Al otro lado de la pintora, una figura negra de barro que Prignitz-Poda identifica como “de Nayarit” extiende su larga extremidad sujetando el otro antebrazo de la artista. Junto al extraño personaje, una gran muerte –hecha presumiblemente de alambre y barro– permanece sujetada a una silla y un mechón del cabello de la pintora pende de uno de sus brazos de alambre.
Otros tres personajes aparecen en la pintura: del lado del Diego-Judas, sus sobrinos Isolda y Antonio, hijos de su hermana Cristina. Al otro lado, junto a la muerte, Granizo, el venado mascota de Frida. En tanto, la mesa desnuda presenta tres heridas o cortes que sangran. La escena pareciera transcurrir sobre un escenario teatral cuyo fondo es adornado por plantas y unas cortinas.
Prignitz-Poda señala que, contrario a lo que normalmente se dice, Frida no realizó pinturas autobiográficas o que ilustraran su vida diaria. “En lugar de eso, ella pintó la versión surreal de su vida, el nivel que va más allá de lo real. A fin de ocultar y disfrazar la realidad de sus imágenes en una forma surreal, tomó símbolos e imágenes de antiguos mitos y literatura clásica y moderna y llenó sus pinturas con acertijos intelectuales, metáforas y lenguajes secretos, maquillando así sus sentimientos”, explica en su ensayo.
Y continúa: Sus problemas fueron originados por una infancia difícil, llena de enfermedades, y un gran sentimiento de soledad. Así, la mayoría de sus pinturas son autorretratos. En muchos de éstos hay incluso dobles autorretratos.
“En La mesa herida, por ejemplo, se muestra a sí misma doblemente: sentada en la mesa en su hermoso traje de tehuana (…) y la mesa con sus pies humanos también parece representarla. Desnudos, quedan expuestos los músculos, como si fuera una autopsia para determinar la causa de sus dolencias. Muestra el otro lado de su personalidad, sus desastres, sus enfermedades, debilidades y sufrimiento, que con frecuencia le causaba deseos de morir o del comienzo de un nuevo inicio.
“Los cuatro agujeros sangrantes, en forma de vulvas, que aparecen en la superficie de la mesa, nos recuerdan los abortos que sufrió Frida y posiblemente también algún abuso. Las memorias de tales experiencias la persiguen a lo largo de su vida”, explica.
Prignitz-Poda aporta otro dato sobre la obra: originalmente la tehuana Frida sentada a la mesa portaba un collar de jade real, cuyas cuentas tendrían que haber sido fijadas a la madera.
Recién terminada, La mesa herida fue exhibida por primera vez en 1940 en la Exposición Internacional del Surrealismo, que tuvo lugar en la recién inaugurada Galería de Arte Mexicano de Inés Amor. Los comentarios de la crítica fueron por demás severos, calificándola de “catastróficamente horrorosa”, según documentaron las investigadoras en su ensayo.
“Incluso el conocido escritor y poeta Luis Cardoza y Aragón confesó preferir las pinturas pequeñas de Frida. Horacio Quiñones describió su impresión en la revista Hoy: ‘Esto es surrealismo. Personalmente me parece que es una forma de auto tortura’.”
Aunque hubo una excepción: “Sólo Luis G. Basurto escribió una nota muy positiva sobre el trabajo de Kahlo (…) ‘el cual es tan fuerte porque trae a la superficie de sus pinturas la farsa de su propia personalidad de una forma profundamente inconsciente… Frida Kahlo es una pintora magnífica (…) El truco de colocar objetos en un segundo plano dentro de la pintura muestra la segunda personalidad de la artista, que parece estar furiosa sobre el hecho de estar subordinada a un nombre y tendencia cuando ella es, sin duda, una espiritualidad’”.
Luego de esa primera exhibición en México, Kahlo envió sus dos grandes pinturas, Las dos Fridas y La mesa herida, a Nueva York, donde fueron mostradas en el Museo de Arte Moderno MoMa en la exposición “20 siglos de arte mexicano”.
A su regreso a México y durante los siguientes cuatro años, la obra permaneció colgada en el estudio de la pintora, aunque en ese periodo fue mostrada públicamente una segunda vez: en noviembre de 1942, durante la fundación del Seminario de Cultura Mexicana, en el Palacio de Bellas Artes.
Gesto de amistad
En 1944 y gestionado en un principio por el entonces embajador soviético en México, Konstantin Umansky, llegó la posibilidad de que Kahlo donara, junto con un grupo de destacados artistas mexicanos, una de sus obras a la Unión Soviética.
Apenas en noviembre de 1942 se habían reanudado las relaciones diplomáticas entre ambos países y, de acuerdo con las investigadoras, México y Latinoamérica eras vistos por Moscú como una zona importante y prometedora para realizar trabajo diplomático. En ese contexto Umansky entró en contacto con los representantes del Instituto de Intercambio Cultural Mexicano-Ruso para concretar el gesto amistoso.
Pero en enero de 1945 el diplomático murió en un accidente automovilístico. Se sabe que su proyecto continuó gracias al borrador de una carta firmada por el siguiente embajador en México, Alexander Kapustin, en la cual se agradecía a los artistas mexicanos su intención de donar las obras.
Luego, en marzo de 1947, el secretario del Instituto de Intercambio Cultural Mexicano-Ruso, Samuel Vasconcelos, envió una nota al embajador ruso, acompañada con una ficha con el número de piezas que serían enviadas.
“Por medio de la presente hago entrega a Usted de varias pinturas, grabados y fotografías que gentilmente fueron presentadas por destacados artistas mexicanos con la mediación del Instituto de Intercambio Cultural Mexicano-Ruso para el Museo de Arte Occidental Moderno, de Moscú, a fin de integrar una exhibición permanente representando a las artes visuales mexicanas”, señala la nota de Vasconcelos.
Y enlista a los artistas donantes de pinturas: Ignacio Aguirre, Raúl Anguiano, Luis Arenal, Joaquín Clausell, Olga Costa, Lola Cueto, José Chávez Morado, Francisco Dosamantes, Arturo García Bustos, Frida Kahlo, Isidro Ocampo, Carlos Orozco Romero y Francisco Mora. La intención mexicana era que las obras formaran parte de la colección permanente del Museo de Arte Occidental Moderno.
“Hasta la década de los cuarenta el Museo de Arte Occidental Moderno era la única institución en la Unión Soviética que trabajaba profesionalmente con arte visual moderno y artistas contemporáneos y era el único museo con una colección de arte moderno de primera clase. Es lógico que hubiera sido visto como el único posible lugar de destino para la donación que venía en camino”, explica Prignitz-Poda en su ensayo.
No fue sino a mediados de 1947 cuando La mesa herida fue trasladada a Moscú. La recepción de ésta y el resto de las obras mexicanas no fue, sin embargo, el esperado por la parte donante. Ello quedó plasmado en las correspondencias que desde la capital rusa se emitieron al respecto.
Gerasimov emitió un reporte en el que señaló que debido a sus características artísticas las piezas no habían podido ser expuestas y más bien habían sido llevadas a las bodegas. Junto a ese documento, el jefe del Departamento Americano de la VOKS, Iván Khmarsky, agregó una nota:
“La colección de pinturas y dibujos mexicanos enviada por el Instituto de Intercambio Cultural Mexicano-Ruso para ser transferida al Museo Estatal de Nuevo Arte Occidental de Moscú llegó desde México. La mayoría de los trabajos recibidos son ejemplo de un arte formalista burgués decadente. Entre los trabajos gráficos algunos son hechos con realismo; (sólo) dos grabados critican al imperialismo americano.”
Y en su momento, el jefe de la VOKS, Vladimir Kemenov, señalaría: “En el caso de las obras de arte mexicano, es necesario tener en cuenta que estamos interesados en el trabajo del movimiento realista, que es democrático en espíritu y dirigido en contra del imperialismo en cualquier forma. Respecto a la selección de pinturas enviadas por el Instituto de Intercambio Cultural Mexicano-Ruso, éste consiste fundamentalmente en trabajos formalistas que son ajenos a los principios del arte realista soviético.
“Queda excluida la posibilidad de exponer dichas obras en la Unión Soviética. El hecho de enviar tal tipo de trabajos a la URSS pone a la VOKS en una situación difícil y sólo complica nuestra relación con el Instituto.”
Incluso el propio embajador Kapustin escribiría en febrero de 1949 a la institución soviética que “a juzgar por las reproducciones, las pinturas de Luis Arena, Carlos Orozco Romero, Federico Silva, Frida Kahlo y Roberto Montenegro no pueden ser puestas a la vista pública”.
Pese a la propuesta de almacenar las obras en la bodega de algún museo, se sabe que éstas permanecieron en la VOKS hasta 1955. Pero tres años antes, en 1952, el gobierno mexicano tuvo la posibilidad de recuperar La mesa herida.
Fernando Gamboa, entonces director del Instituto Nacional de Bellas Artes, solicitó la pintura para ser expuesta en París en la exposición “Arte mexicano. Desde los tiempos precolombinos hasta la actualidad”. El embajador soviético envió la solicitud a la Sociedad para las Relaciones Culturales con el Extranjero, que respondió tajante: “Esa pintura en específico no tiene valor artístico de acuerdo con la opinión de especialistas soviéticos, por lo que nunca ha sido exhibida y permanece en la bodega de la VOKS. La junta de consejo considera apropiado transferir la obra de F. Kahlo a la embajada mexicana y ponerla a su disposición”.
Prignitz-Poda asegura que pese a ello, la pieza no viajó a París porque “la embajada mexicana consideró demasiado caro el traslado de la obra, por lo que fue dejada en la VOKS”.
Casi al mismo tiempo, a la pintora mexicana le fue negado el ingreso a la Unión Soviética cuando solicitó permiso para viajar a Moscú y llevar personalmente un retrato de Stalin que Diego Rivera había hecho. Kahlo intentaba aprovechar la visita para dejarse examinar por médicos soviéticos. En una carta, las autoridades del Ministerio de Exteriores pedían a la VOKS su opinión sobre la posibilidad de que la mexicana fuera recibida en Moscú. La respuesta, en mayo de 1953, fue que la institución no tenía interés alguno en esa visita.
Desaparición en Varsovia
En julio de 1954, tras la muerte de Kahlo, Rivera planteó al embajador soviético en México la posibilidad de que La mesa herida fuera expuesta en Varsovia. El 2 de diciembre de ese año y luego de un breve intercambio de correspondencia entre la VOKS y el Ministerio del Exterior soviético, la obra fue enviada a Polonia.
La exposición tuvo lugar en la Galería Nacional de Arte de la capital polaca en febrero y marzo de 1955 y fue organizada por el Frente Nacional de Artes Plásticas, de México, y por el Comité Polaco para las Relaciones Culturales con el Extranjero.
Prignitz-Poda refiere que el catálogo de la exhibición fue tan popular que tuvo que ser reeditado dos veces, debido a la alta afluencia de visitantes, quienes disfrutaron de las cerca de 400 obras de 60 artistas. Todas las piezas, a excepción de La mesa herida, habían sido enviadas directamente desde México.
Según la investigadora alemana, luego de Varsovia la exhibición viajó a Sofía, Bucarest, Berlín y Beijing. Fue acompañada en todo momento por los curadores mexicanos Ignacio Márquez Rodiles, Naya Márquez, Marco Arturo Montero e Ignacio Aguirre.
Por la correspondencia que éstos enviaron a México, al Taller de Gráfica Popular, durante la gira se desprende que la pintura de Kahlo ya no estaba.
Es reveladora una carta que Márquez Rodiles envió solicitando más obra de la artista: “Respecto a Frida Kahlo, sólo Diego Rivera puede resolver el conflicto y convencer a la URSS de que nos vuelvan a prestar La mesa herida, como hicieron para Polonia”.
Ello deja la duda sobre si la pintura permaneció en Polonia o fue devuelta a Moscú.
“Como hoy sabemos que Moscú no apreció realmente el obsequio hecho por Frida Kahlo, ni consideró valioso exhibir la pintura y menos aún pagar un traslado costoso, es probable que luego de Varsovia ni siquiera haya vuelto la pieza a Moscú, sino que se haya quedado en Polonia. Así que su paradero sigue siendo un misterio; pero sólo, espero, por el momento”, concluye Prignitz-Poda.
Este reportaje se publicó el 8 de abril de 2018 en la edición 2162 de la revista Proceso.