Las fugas hacia Occidente

miércoles, 13 de noviembre de 2019 · 10:51
BERLÍN (Proceso).- El 3 de noviembre de 1989 Stefan Bleidorn tomó el vuelo que lo llevó de esta ciudad a Budapest, capital de Hungría. Oficialmente se trataba de un viaje de sólo seis días en el que el entonces joven de 21 años participaría en una competencia. En realidad, se trataba de una fuga hacia Occidente. Portaba una mochila en la que había empacado sólo lo necesario para un viaje de competencia: zapatos deportivos, ropa de corredor y un par de playeras más algunas mudas de ropa interior. No más. Ningún documento importante para iniciar una nueva vida, como comprobantes de estudios, de formación profesional o acta de nacimiento. No quería poner en riesgo la huida si durante algún control en la frontera le ­descubrieran papeles de ese tipo. Por eso mismo, tampoco mencionó una sola palabra sobre sus planes ni a sus padres ni a sus amigos cercanos. No se despidió de nadie. La tensión y concentración que vivió durante esas horas para controlar el ­nerviosismo y no delatarse ni llamar la atención de los policías y guardias en el aeropuerto hicieron que las imágenes y detalles del vuelo quedaran completamente borradas en su memoria. Semanas antes, luego de terminar su servicio militar de año y medio en el ejército de la República Democrática Alemana (RDA), había decidido partir. No hubo un suceso concreto que lo hiciera tomar la decisión. Fueron, asegura, la suma de muchas situaciones: el constante bombardeo ideológico al que eran sometidos los habitantes del país desde prácticamente su nacimiento y que a él lo irritaban cada vez más, la serie de contradicciones y discrepancias del régimen, la falta de libertad para viajar… En septiembre de ese año el gobierno de Hungría había abierto su frontera con Austria, así que el joven –de oficio carpintero– buscó una competencia de orientación (carreras en el bosque) en la capital húngara que le sirviera de pretexto para viajar. Tras conseguir el permiso de salida de la RDA el plan era volar de Berlín a Budapest y ahí buscar tomar un tren rumbo a Austria. Pero en Budapest los planes cambiaron. Mientras intentaba comprar el boleto de tren que lo llevaría a Viena y averiguar si para ello necesitaría una visa, dos chicas alemanas que se encontraban también ahí reconocieron de inmediato su intención. “Si lo que quieres es huir, mejor ve a un campamento que está en la periferia de la ciudad en donde ayudan a todos los alemanes que así lo deseen a salir”, le dijeron. Y así fue. La Orden de los Malteses se había instalado en un campo militar húngaro para facilitar la salida de los alemanes orientales. Luego de tres días, en los que tuvo techo y comida a cargo de la organización internacional, el 6 de noviembre de 1989 abordó el autobús que lo llevó hasta la República Federal Alemana (RFA). “Llegamos a Múnich por la noche. No me fijé cuándo cruzamos la frontera porque seguramente iba dormido. En realidad mi fuga no fue tan espectacular como la de aquellos que lo hicieron a través de túneles o escondidos en cajuelas de automóviles, porque gracias a los Malteses tuve incluso confort”, recuerda entre risas. La tarde del 9 de noviembre de 1989 llegó en tren a la ciudad de Wuppertal, en Renania del Norte-Wesfalia, donde un tío le dio hospedaje las primeras semanas de su nueva vida. Esa noche, sentado en el sofá de la sala de su familia, presenció por televisión la caída del Muro de Berlín. Estefan Bleidorn fue sólo uno de los más de 4 millones de ciudadanos de la RDA que abandonaron el país, desde 1949, año de su fundación, hasta 1990, cuando esa nación desapareció. Los motivos de cada uno fueron distintos: algunos lo hicieron por cuestiones económicas, otros porque no estaban de acuerdo con la política del régimen comunista y eso los convirtió en perseguidos, otros más porque deseaban libertad de expresión plena y democracia; también hubo quien huyó porque con la construcción del Muro de Berlín se les separó de sus familias o porque simplemente deseaban viajar y tener libertad de tránsito. Hasta 1961 cerca de 3 millones de alemanes orientales habían dejado la RDA. Pese a los esfuerzos del régimen encabezado por el Partido Socialista Unificado de Alemania por retener a sus ciudadanos durante su primera década de existencia, la constante fuga no disminuyó. Ello llevó al Estado a idear la construcción de lo que denominó un muro de protección antifascista que en realidad no era otra cosa que un muro de seguridad fronteriza que buscaba detener el flujo humano hacia Occidente. Así, el 13 de agosto de 1961 comenzó la construcción de un muro que separó físicamente Berlín Occidental de Berlín Oriental y que tuvo una longitud de 155 kilómetros. Lo que en un principio fueron sólo alambres de púas se convirtió en bloques de hormigón armado que llegaron a tener una altura de 3.5 metros y que estuvieron protegidos, del lado oriental, por un complejo sistema de seguridad que incluía torres de vigilancia, cables de alarma con descargas eléctricas, sirenas y alumbrado permanente que se extendían hasta a un kilómetro para evitar que cualquier persona pudiera brincarlo. A la par del Muro de Berlín, los cerca de mil 400 kilómetros de frontera entre la RFA y la RDA también fueron reforzados con un sistema de fortificaciones que de igual manera tenía como misión evitar la salida de ciudadanos. Y aunque tales medidas lograron reducir drásticamente los números de fugas –en los años 1963/64 todavía 6 mil 847 lo lograron, mientras que para 1987/88 sólo 878 tuvieron éxito– lo cierto es que la gente no desistió de hacerlo. Las cifras oficiales señalan que hasta 1989, con todo y muro, cerca de 40 mil personas lograron huir. Al respecto hay historias sobre fugas espectaculares tanto en Berlín como en el resto del país. En la capital oriental, por ejemplo, hubo quien cavó túneles, huyó a través del alcantarillado o escondido en asientos o cajuelas de autos diminutos. Incluso hay quien lo hizo dentro de una maleta o dentro de un toro ­disecado. Se calcula que en Berlín 5 mil personas lograron huir con alguna de estas modalidades. En el resto del país la espectacularidad de los escapes no fue menor. En la costa norte hubo robos de barcos y botes e incluso quien huyó a nado durante las madrugadas. Una de las fugas más extraordinarias, y que incluso fue inmortalizada años después en una película, fue la que protagonizaron dos familias de Sajonia (los Wentzel y los Strelzyk) a bordo de un globo aerostático que ellos mismos construyeron. En un primer intento tuvieron un fallido aterrizaje justo a unos metros de la frontera, sin haberla podido cruzar. Fue hasta la segunda ocasión que lograron aterrizar en la región de Oberfranken del lado de Bavaria. Pero el Muro también tiene un saldo negro. Se estima que durante sus 28 años de existencia más de 600 personas murieron por disparos de los soldados de la RDA o de otra forma al intentar huir. Hubo quien se ahogó, quien sufrió algún accidente mortal o quien se suicidó al ser descubierto. En Berlín se conoce el caso de 140 personas que perecieron en torno al muro. Cien de ellas lo hicieron en su intento por alcanzar Occidente y murieron abatidas a tiros o por un accidente. Otros 30 era gente que no tenía intención de huir y que a pesar de ello fueron tiroteados o murieron de otra forma y hasta hubo ocho soldados de la RDA que perdieron la vida en servicio a manos de desertores, camaradas y fugitivos. Este texto se publicó el 10 de noviembre de 2019 en la edición 2245 de la revista Proceso

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