Normal Rural Isidro Burgos: Mil 815 días de zozobra

miércoles, 25 de septiembre de 2019 · 11:19
A sus 78 años, Félix Bautista Matías, egresado de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos, compañero de generación de Lucio Cabañas –a cuya guerrilla se sumó– recuerda las décadas de resistencia del emblemático plantel. Lamenta que ahora el normalismo esté en crisis y que los maestros ya no tengan “el compromiso de formar cabalmente maestros”. CHILPANCINGO, Gro. (apro).- Afiches con los rostros de los 43 estudiantes de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos se observan en el plantel donde las clases ya no son iguales desde la noche del 26 de septiembre de 2014. Hoy, las huelgas de maestros son cada vez más recurrentes. Este año, por ejemplo, llevan más de 100 días sin impartir cátedra. Así se expresa Félix Bautista Matías, quien se matriculó en esa emblemática escuela de resistencia en 1956. Dice que perteneció a la generación de Lucio Cabañas Barrientos. Combinó sus estudios con el activismo político, incluso fungió como secretario de Actas y Acuerdos del Comité Ejecutivo Estudiantil y la organización a la que perteneció, afín al marxismo-leninismo, creía –dice– en una nueva sociedad socialista. Al terminar sus estudios ejerció el magisterio durante 13 años; tuvo que dejarlo ante la persecución del entonces gobernador Rubén Figueroa Figueroa a la guerrilla, pues lo acusaron de apoyar a los insurgentes. Tiene 78 años e infinidad de recuerdos de lucha de la escuela fundada en 1926. Ha visto las transformaciones de ese plantel donde la noche del 26 de septiembre de 2014 desaparecieron a 43 estudiantes en Iguala, hace mil 815 días, dice. Este mes las actividades se han concentrado en la exigencia de justicia, en la presentación con vida de los 43 normalistas desaparecidos y seis de sus compañeros asesinados aquella noche. Hoy nadie puede pasar a las instalaciones si no conoce a algún estudiante del Comité Ricardo Flores Magón. Y los que logran penetrar, son recibidos con la frase: “Bienvenidos a lo que no tiene inicio; bienvenidos a lo que no tiene fin, bienvenidos a la lucha eterna… Unos la llaman necedad; nosotros la llamamos Esperanza”. Al fondo están los salones de cuarto año llenos de albañiles que los están remodelando. Las aulas circundan la cancha; en los edificios de segundo grado, frente a un montón de escombros, están los murales. Son cantos a la vida y a la libertad de pensamiento: una muestra de por qué Ayotzinapa se convirtió en clave para el movimiento social en Guerrero. En las pinturas están representados, sobre una pared blanca, Jorge Alexis Herrera y Gabriel Echeverría de Jesús, asesinados en 2011 durante el desalojo policiaco en la Autopista del Sol. En las coloridas paredes también están las imágenes de otros dos estudiantes: Eugenio Alberto Tamarit y Freddy Fernando Vázquez Crispín, quienes fueron atropellados por un camionero en enero de 2014 durante la jornada de boteo en la carretera federal Acapulco-Zihuatanejo. Todos esos crímenes siguen impunes. También hay consignas como: “Aquí se defiende el derecho a opinar”, así como imágenes de maíz. La organización interna de la normal recae en alrededor de 70 alumnos, quienes forman las cuatro academias. Los estudiantes se dividen en dos grupos: el Comité Ejecutivo, compuesto por 15 carteras, y el Comité de Orientación Política Ideológica, cuyo objetivo es concientizar y llevar a la práctica los principios marxista-leninistas aprendidos en los exhaustivos círculos de estudio. También están las tres secretarías más importantes: la de actas y acuerdos, la de organización y la general. Antes, relata Bautista Matías, “los niños iban a la escuela sin desayunar, sin zapatos. El que mejor iba, llevaba huaraches, con sus piecitos enlodados. En el pueblo escaseaba el agua; por eso muchas veces iban desaseados. El normalismo rural radicaba en eso: orientar a los niños, enseñarlos a leer y a escribir”. Décadas de resistencia Bautista Matías egresó de la normal de Ayotzinapa en 1962. De inmediato le dieron su plaza en un pueblo de la sierra de Petatlán, en la Costa Grande. Por esas fechas Guerrero y Chiapas tenían las tasas de analfabetismo más elevadas. Recuerda que Lucio Cabañas consiguió una plaza en Mezcaltepec, también en la sierra costeña. Pero cambió su magisterio por las armas años después, cuando el gobierno federal desató la Guerra Sucia. Eran los tiempos de Gustavo Díaz Ordaz y de la matanza de 1968; los días en que él y otros maestros egresados de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos organizaban a los papás para enseñarlos a leer y a escribir, luego de sus jornadas con sus hijos. Desde entonces ha estado en dos vías: la organización y la academia. “Nos tocó vivir la Guerra Sucia, perdimos nuestra plaza, muchos perdieron su vida; fueron desaparecidos, asesinados, tirados al mar”, comenta Bautista Matías. Los tiempos en los que Cabañas apoyó la autonomía de la Universidad de Guerrero, en 1960, no han quedado atrás, aunque las perspectivas sociales han cambiado. Tixtla, el municipio donde está la normal, de acuerdo a la Fiscalía General del Estado, enfrenta una situación de violencia que ha dejado enlutado a Guerrero. Hoy, insiste, el Estado continúa con la misma tendencia: desarticular al movimiento político para lograr el cierre de la normal, y en medio, hay una escuela con 61 profesores, sin clases. En 2015, apenas ocurrida la desaparición forzada, la convocatoria se abrió el 27 de abril. Se inscribieron 168 aspirantes. El promedio de edades y de lugares de origen era variado, pero hubo un común denominador: la pobreza de las comunidades de donde provenían. De la cabecera municipal de Tixtla, donde está la normal rural, hubo 56 interesados; tres provenían de dos comunidades indígenas de ese municipio; uno de Atliaca; dos de Acatempa; de regiones marginadas, como la Montaña, llegaron 25; de Acatepec, donde hay etnias tlapanecas, 21; de Tlapa, Malinaltepec (región mixteca) y Huamuxtitlán, uno por cada municipio. El resto eran de Chilpancingo, Acapulco, Tecoanapa, Ayutla, Chilapa, Mártir de Cuilapan, en tanto 16 de Morelos, Estado de México, Puebla, Oaxaca, Ciudad de México y Chiapas. José Luis Hernández Rivera, quien proporciona los datos sobre la plantilla de normalistas, fue director del plantel entre 2012 y 2017. Asumió el cargo luego del asesinato extrajudicial de Jorge Alexis y Gabriel. A partir de ese caso, dice, las clases nunca han sido las mismas. La estabilidad de la escuela ha sido vulnerada por las infiltraciones del Ejército, de la Secretaría de Educación de Guerrero, de los partidos políticos, la guerrilla y hasta del narcotráfico, señala Hernández Rivera, quien fue secuestrado durante la Guerra Sucia en los setenta, Pese al cierre paulatino de las 36 normales rurales fundadas a partir de 1920, durante la presidencia de Plutarco Elías Calles, y consolidadas en la gestión de Lázaro Cárdenas, las que sobreviven, como la de Ayotzinapa, siguen siendo una opción para la gente de escasos recursos. Varios jóvenes de nuevo ingreso lamentan que Iván Tizapa Legideño –hermano de Jorge, uno de los 43 desaparecidos– haya desertado. Todos los días se dirigen a la normal de Ayotzinapa, ubicada a 14 kilómetros de Chilpancingo. Uno de ellos, quien tiene el pelo corto –luego de ser rapado al inicio del ciclo escolar–, confiesa que él sí tiene miedo. Admite que como la economía de su familia es precaria se refugió en la normal de Ayotzinapa para estudiar. Otro dice: “Yo vengo de la Montaña, del municipio llamado Acatepec. Ya sabemos a lo que venimos; ya sabemos cómo está la normal y el asunto de los 43. No nos queda otra opción. Somos de pueblos indígenas y no contamos con muchos recursos económicos para una universidad”. Hoy están en la normal de Ayotzinapa donde, en mayo pasado, varios maestros interpusieron una denuncia ante el Ministerio Público del Fuero Común de Tixtla contra el director del plantel Víctor Gerardo Díaz Vázquez, a quien acusan de daños a la moral, abuso de autoridad y lo que resulte. También se quejaron de los estudiantes porque, dicen, raparon a dos profesores. La recomendación de 2012 El 27 de marzo de 2012 la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) presentó una recomendación –la 1VG (2012/1001)– sobre la investigación de violaciones graves a los derechos humanos relacionada con los hechos ocurridos el 12 de diciembre de 2011 en Chilpancingo, Guerrero, sobre la Autopista del Sol. La CNDH señala la responsabilidad de autoridades federales y estatales en la ejecución extrajudicial de los normalistas Jorge Alexis Herrera Pino y Gabriel Echeverría de Jesús, y en la detención arbitraria, tratos crueles, actos de tortura y empleo excesivo de armas de fuego, entre otros, en contra de quienes se encontraban en esa manifestación. Asimismo, puntualiza que esos sucesos “forman parte de los ciclos de demanda-protesta-represión entre el alumnado y los representantes de la administración estatal en turno. Ciclos que durante décadas han mantenido en su epicentro una serie de carencias en materia presupuestaria, de infraestructura y de contenidos en la currícula de formación de los estudiantes de la escuela normal rural de Ayotzinapa”. Un exintegrante del Comité Estudiantil durante 2011 –el periodo más crítico, según él– señala, a condición de omitir su nombre: “La normal representa un espacio creativo, alternativo y libre para quienes encontramos en ella una forma de deshacernos de los vicios de una sociedad capitalista, machista, xenófoba. Esto lo ha hecho durante sus 93 años de vida. En cada época la sociedad ha exigido diferentes formas de ser criticada. La música, la danza han necesitado un lugar para formarse y Ayotzinapa ha parido todo eso; cosa incómoda para quienes se han mantenido en el poder.” En julio pasado, la Secretaría de Educación anunció la construcción de un edificio de dormitorios de tres niveles, con una inversión superior a 34 millones de pesos. Proceso buscó al titular de la Secretaría de Educación de Guerrero, Arturo Salgado Urióstegui, para que explicara las mejoras a la normal. El funcionario se negó a contestar, arguyendo que no quería dañar su relación con los normalistas. El director de la normal de Ayotzinapa, Víctor Gerardo Díaz Vázquez, asegura que las cosas han cambiado diametralmente: “No es sencillo ser director de una escuela a la que le arrancaron 43 alumnos y quererse levantar en un movimiento de manera internacional es difícil retomar las partes académicas”. Justifica la falta de clases a la exigencia pendiente. Y celebra que en el plantel al menos ya haya honores a la bandera. Sin embargo, no explica por qué en una escuela tan concurrida hay nuevas reglas de ingreso para los visitantes. “Esta no es la Ayotzinapa que yo conocí; era combativa, dura, pero muy académica”. En vísperas del quinto aniversario de la desaparición de los 43 normalistas, sus compañeros colocan nuevos afiches con sus rostros, barren los salones y los patios del plantel. El profesor Félix Bautista sostiene que el normalismo rural ha jugado un papel preponderante en la historia de la educación en México. Hoy lo sigue haciendo: “Antes regresábamos convencidos. Íbamos a lo más alejado de las regiones de Guerrero y aprendíamos que la labor era enseñar a la gente campesina, al obrero, al pobre. Sin embargo, admite: “Hay una crisis en el normalismo, una crisis educativa. He visto este problema desde fuera, hay una deformación. Hoy ya no veo maestros que tengan el compromiso de formar cabalmente maestros, hay muchos intereses: políticos, sindicales. Siempre se vive en un constante conflicto”. Este reportaje se publicó el 22 de septiembre de 2019 en la edición 2238 de la revista Proceso

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