Luego de un amplio análisis, el reconocido intelectual portugués resalta la honestidad de Andrés Manuel López Obrador. No obstante, lamenta que haya arribado cuando los regímenes de izquierda han perdido poder en América Latina y el boom de los recursos comerciales (commodities) haya terminado. Aún así, insiste el autor de Izquierdas del mundo, ¡uníos!, AMLO mantiene “un bono democrático” y es “la única señal de esperanza en este continente”.
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- El sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos (Coimbra, 1940), no duda cuando se le pregunta si las izquierdas tienen futuro. Responde:
“El futuro es la izquierda”.
Porque, así como el capitalismo tuvo un inicio tendrá un fin, pero hay que encontrar formas anticapitalistas de vivir que sean anticolonialistas y antipatriarcales también:
“No se puede tolerar que en el primer semestre de este año haya casi 500 mujeres asesinadas. ¡No puede ser! O sea, la dominación de nuestra sociedad es una mezcla tóxica entre capitalismo, colonialismo y patriarcado. Está muy presente en México y es tan poderosa que no podemos exigir su fin de un día al otro, la vamos a eliminar, pero hay que reconocerlas, denunciarlas y empezar a trabajarlas.”
Entrevistado por Proceso con motivo de la reciente aparición de su libro Izquierdas del mundo, ¡uníos! (Siglo XXI Editores), el doctor en sociología del derecho por la Universidad de Yale hace un análisis sobre el incipiente gobierno de Andrés Manuel López Obrador, en el cual aborda el papel de los Estados Unidos como Big Brother (hermano mayor), el cambio de rumbo en los países latinoamericanos que fueron de izquierda, y la amenaza que representa la extrema derecha para la democracia, aunque se proclame como su auténtica defensora.
“Donald Trump no es un demócrata, ni Jair Bolsonaro en Brasil, Viktor Orbán en Hungría, Matteo Salvini en Italia, ni Narendra Modi en India. Son ejemplo de líderes que llegaron al poder por vía electoral, pero hay que saber cómo. Muchas veces hubo una manipulación enorme de la opinión pública, no se puede decir que fueron elecciones libres y justas. En Brasil está documentada la manipulación a través de fake news, ya se conocen las agencias, los sitios de internet donde se aliaron millares y millares de perfiles automatizados para demonizar a la izquierda y garantizar que el gobierno de extrema derecha fuera elegido.”
Se sabe que el capitalismo tiene como fin la ganancia y acumulación, “no tiene sensibilidad social”, y no crea productos y servicios sino fundamentalmente dinero, es antisocial, dice:
“La democracia liberal de hoy busca –siempre que es posible– la redistribución social y limitar la ganancia del capital. Y el neoliberalismo realmente está apostando por disminuir en lo máximo todos los procesos de distribución social. Entonces la democracia está en peligro, está en riesgo, porque se está intentando caracterizar de tal manera que la gente que confió en la vía democrática para lograr una sociedad mejor se sienta frustrada.
“¿Quién va a defender la democracia en este contexto? Pienso que las izquierdas, en toda su pluralidad, deben unirse para defender la democracia. Porque no se tiene, ni se quiere, una alternativa que no sea democrática. Pero las izquierdas están muy divididas desde el inicio del siglo XX en Europa y después en todo el mundo, debido a una fractura en el movimiento obrero, entre unas izquierdas más revolucionarias y otras más reformistas. Eso creó una división ideológica y política enorme, que hizo difícil la unidad, cuando se unieron ya era demasiado tarde.”
El profesor emérito de la Universidad de Coimbra, donde dirige el Centro de Estudios Sociales y el Observatorio Permanente de Justicia, pone como ejemplo a su propio país, donde tras la recuperación de la democracia en 1974, luego de la dictadura de Antonio de Oliveira Salazar, “en gran número de elecciones el pueblo votó a la izquierda, pero fue gobernado por la derecha, porque ésta estaba unida y la izquierda. En 2015 las izquierdas decidieron aliarse, y desde entonces realmente hemos tenido un periodo de paz, con mucha lucha social, huelgas, que es normal en una democracia, pero con crecimiento económico y una mejoría de las clases populares… haciendo todo lo contrario de lo recomendado por el neoliberalismo”.
En el neoliberalismo no hay debate –señala–, ni posiciones distintas o alternativas políticas, son dictaduras con fachada de democracia donde la extrema derecha no tiene, en realidad, ningún compromiso democrático. Por ello considera a Brasil un caso paradigmático, pues dentro de esa “normalidad democrática” con la cual ganó la derecha en 2018 como resultado de un “desgaste natural del gobierno que estaba en el poder desde 2003”, provocaron un golpe constitucional que creó un preso político, quizá el más famoso del mundo actual, el expresidente Lula da Silva.
“La derecha quería reconstruir la base económica –y no podía hacerlo por la vía electoral–, para entregar la riqueza toda del petróleo al mercado internacional, a las grandes multinacionales… en la Amazonia siempre están matando a los indígenas… la Base Alcántara para el lanzamiento de los misiles, y otras cosas más, por eso la derecha toda aprobó el golpe contra la presidenta Dilma Rousseff, quizá la más honesta del continente en ese momento, que fue impedida por los políticos más corruptos.”
Salvación de la democracia
A decir del intelectual portugués, la democracia sólo podrá ser salvada por fuerzas políticas, movimientos y partidos de izquierda. Aunque no acepten ubicarse en ese bando. Son las “luchas defensivas que se ven en la calle, la gente que protesta por derechos nuevos o ya existentes”, como los movimientos indígenas, los pueblos afro, los que están en favor de la justicia social, de un sistema judicial imparcial, en contra de los feminicidios, de la violencia ilegal, los narcotraficantes, la corrupción y del racismo.
“A mi juicio podemos llamarlos izquierda y todo esto convoca a una gran unidad para rescatar la democracia.”
Si no se pueden eliminar las diferencias que dividen al Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), se puede pensar más en lo que los une, considera, y es la lucha por no gobernar con la derecha sino con las izquierdas.
Cuando se le pregunta si López Obrador no llegó al final del momento en el cual sumaban varios los gobiernos latinoamericanos de izquierda, destaca que asume la presidencia luego de que le robaron por lo menos una elección, “eso es internacionalmente reconocido, los mexicanos tienen un reconocimiento democrático importante en el mundo: lograron elegir al presidente por el que votaron antes, pero hubo fraude”.
Y tras destacar “su honestidad”, agrega que llega en un momento significativo de la historia del neoliberalismo, cuando la coyuntura económica mundial es “mucho peor” que en la primera década del siglo XXI. En el plano de los gobiernos latinoamericanos de izquierda, recuerda que Colombia y México se habían quedado fuera. Colombia da “una buena noticia” al llegar a un acuerdo con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), y luego México “con la elección de López Obrador”. Colombia “ya no es buena noticia porque el presidente en el poder no quiere la paz”, pero López Obrador mantiene “un crédito” (bono democrático).
Dice que llega tarde porque ha terminado el boom de las commodities (recursos comerciales) que ayudaron a impulsar el desarrollo de China, y también de los gobiernos de América Latina, que sin cambiar de modelo económico o político hicieron una redistribución social a los pobres, “sin molestar a los ricos”, pero este modelo de commodities terminó entre 2009 y 2010 y comenzó la crisis, puesto que los gobiernos dependían de este modelo.
“En segundo lugar, no podemos olvidar que en la primera década Estados Unidos, el Big Brother, el imperialismo norteamericano, estaba distraído en el Medio Oriente, totalmente concentrado en la guerra de Irak desde 2003. Entonces su patio trasero, que es la América Latina, se descuidó y dejó que gobiernos con políticas y discursos sobre todo discursos antiimperialistas, antiamericanos, como el de Evo Morales, Hugo Chávez, Lula da Silva, aunque él no tanto, pudieran estar en el poder.”
A partir de 2009, coincidente con la crisis de las commodities, Estados Unidos voltea nuevamente a mirar “su” continente, “así lo consideran”. De ahí el golpe de 2009 a Honduras, “de tipo constitucional”, que se repite en 2012 en contra de Fernando Lugo en Paraguay y en 2016 contra Dilma. Menciona como el más reciente el “patético” acuerdo con Guatemala, cuyo gobierno incluso debe ir a Washington para ser un tercer país para migrantes, cuando ni siquiera puede cuidar de sus ciudadanos que pasan por México.
Contexto difícil
El mundo ha cambiado por el avance tecnológico (telemóviles, computadoras, inteligencia artificial, robótica), hay un nuevo modelo de globalización donde China está bien posicionada para liderar. El sociólogo describe el periodo actual como un interregno donde no se está ya en el neoliberalismo y la lucha ya no es comercial, entre transnacionales, sino entre los dos gigantes, China y Estados Unidos. El primero ya se ha metido bastante en América Latina, mientras el estadunidense intenta evitar su avance y quiere controlar a los gobiernos, recolonizar al continente.
Y “México no está fuera de eso”, afirma.
“López Obrador está en una posición difícil, pero es la única señal de esperanza en este continente. La presión es enorme. Vemos, por ejemplo, que Estados Unidos le está exigiendo que haga de la frontera sur de México un espejo de la frontera sur de los Estados Unidos. Pero va en contra de la cultura humanista de México. ¿Cuánta gente llegó aquí exactamente por la acogida que ha dado siempre al mundo?
“Es una presión muy fuerte, pero López Obrador tiene esta capacidad, y sigue con un crédito grande (según algunas encuestas llega a su primer informe con 69% de aprobación), conoce bien los límites de su contexto y no ha reprimido la protesta social que está emergiendo todos los días, lo podemos mirar en el Zócalo… porque el contexto internacional es difícil y se creó una expectativa muy alta; cuando las expectativas son altas, las frustraciones son profundas. Lo que está pasando en este momento.”
Con la conciencia de que López Obrador “no tiene que recibir lecciones de ningún extranjero”, De Sousa hace ver la importancia de este momento, en el cual el presidente debe aceptar que seguirá la respuesta social desde abajo a sus medidas porque los movimientos sociales, campesinos, mujeres, indígenas, no pueden pensar que “tienen un amigo incondicional en la presidencia”. Por tanto, se debe seguir protestando democrática y pacíficamente, y aceptar además que la protesta ya no es monopolio de las izquierdas; ahora la extrema derecha también sale a las calles.
Distingue las protestas progresistas cuando los discursos son democráticos, críticos, pero sin insultar; cuando se llega al insulto, a la grosería, “pueden decir: la extrema derecha está detrás” e incluso, advierte, fuerzas extranjeras, porque “no podemos ser ingenuos, López Obrador es simplemente tolerado por Estados Unidos, no es un amigo, porque es demasiado democrático, honesto y su discurso es de cohesión social, no les gusta. Ellos quieren el capitalismo salvaje, por eso apoyan a Bolsonaro”.
De ahí la importancia, arguye, que el presidente no pierda el apoyo de movimientos cruciales, como los indígenas. En este sentido indica que debe ser cuidadoso con la forma de desarrollar los megaproyectos, empezando por las consultas previas, libres e informadas. Se quiere el Tren Maya y el Transístmico, pero debe promover a la vez la economía campesina, la indígena. Añade el asunto de los migrantes para alertar que no se puede ver a víctimas como enemigos, sería caer en el discurso de Trump, al convencer al obrero blanco empobrecido de que su enemigo es el obrero latino, entonces es “víctima contra víctima”:
“López Obrador debe mantener un diálogo muy vivo con el movimiento indígena, que tiene una identidad cultural muy fuerte y una trayectoria de autonomía que debe ser respetada; con los movimientos campesinos y las organizaciones, algunas pueden ser corporativas o poco democráticas, pero no se pueden demonizar, hay que dialogar, se puede ir trabajando con ellas.”
Y enfatiza:
“Hasta ahora veo un intento de diálogo, no hay represión, cuando pudo ejercerse legalmente. Hay una precaución en este gobierno que me agrada y me da esperanza. Pienso que los mexicanos no deben desistir de este gobierno que les costó mucho tiempo conquistar, y hacer presión para que él sea un buen presidente. Sabemos que no va a resolver todos los problemas, no va a cumplir todas las expectativas, pero por lo menos deberá cumplir algunas, no puede ser una frustración total.”
Señala como una gran lección que los latinoamericanos pensaron que, luego de haber tenido gobiernos de izquierda o progresistas, la derecha respetaría algo de lo anterior y se situaría más al centro, sería más moderada:
“No, al contrario, cuando la derecha vuelve lo hace con instinto de venganza total, de destruir. Hay que ver lo que está haciendo en Brasil, en Argentina, ¡es brutal! La derecha va más al extremo cuando regresa. Los mexicanos no pueden correr ese riesgo después de tantos sacrificios para elegir a su presidente.”
–¿Cuál debe ser el papel de los intelectuales?
–En este momento, los intelectuales deben mantener una solidaridad crítica con este proceso democrático y no desistir, porque saben que tienen un poder muy grande que es el de la palabra y de la opinión pública, por eso pueden radicalizar demasiado las frustraciones. Hay que dar tiempo al tiempo.
Esta entrevista se publicó el 1 de septiembre de 2019 en la edición 2235 de la revista Proceso