Alemania: El pasado nazi toca la puerta

sábado, 7 de marzo de 2020 · 12:58
El arranque de 2020 ha sacudido a Alemania... Primero, en el ámbito político, se rompió una regla no escrita, casi sagrada, cuando el parlamento del estado de Turingia eligió a su gobernante con el apoyo del partido populista y xenófobo Alternativa para Alemania. Después, en lo social, el pasado 19 de febrero Tobias Rathjen asesinó a nueve personas –extranjeras– en la ciudad de Hanau. Si bien son dos hechos en arenas distintas, ambos ocurrieron en un contexto en el que el racismo y la xenofobia cobran fuerza porque el electorado cada vez cree menos en los partidos tradicionales.  BERLÍN (Proceso).– En la historia reciente de la política alemana, el 5 de febrero último será recordado como el “miércoles negro”… Ese día se rompió un tabú: sin que nadie lo esperara, el parlamento del estado de Turingia eligió por primera ocasión a un ministro presidente –lo que equivale a un gobernador– con el apoyo del partido de extrema derecha, populista y xenófobo “Alternativa para Alemania (AfD)”, que desde hace cuatro años comenzó a filtrarse en los parlamentos regionales de la potencia europea. Dos semanas después, cuando el caso de Turingia aún se asimilaba y se le buscaba una solución, un acto de terror de la extrema derecha conmocionó al país entero. La noche del 19 de febrero pasado el alemán Tobias Rathjen irrumpió en dos locales en la ciudad de Hanau (Hessen), a 25 kilómetros de Fráncfort, y asesinó a nueve personas, todas de origen extranjero. Después, de vuelta en casa, ejecutó a su propia madre de un tiro y se suicidó de un disparo. La fiscalía general alemana determinó horas después que se trató de un crimen racista y que el hombre de 43 años, si bien estaba afectado de sus facultades mentales, poseía claramente una visión del mundo racista y xenófoba, alimentada por teorías conspirativas. Son dos actos distintos –uno en la política y el otro en el tejido social–, pero estrechamente unidos en una realidad que para los alemanes ya no es más una sorpresa: el extremismo de derecha aflora como nunca antes, está presente, es público y avanza lento, pero seguro en esta nación. El propio ministro del Interior, Horst Seehofer, lo reconoció a propósito de los homicidios en Hanau: el extremismo de derecha es la mayor amenaza para la seguridad alemana en este momento. Ya no se trata de casos aislados. Desde 2014, con el arribo del AfD al parlamento europeo, primero, y a los parlamentos regionales alemanes, después, así como al parlamento federal, los discursos provocativos, incendiarios y xenófobos de la derecha parecen irse normalizando. Al mismo tiempo también han florecido los movimientos “ciudadanos”, como PEGIDA o el Movimiento Identitario Alemán, que alertan sobre una presunta “islamización” del país y dicen promover la defensa de la raza blanca. “La nueva derecha está sentada en el parlamento, saca a cientos de miles a las calles, influye en discursos y trabaja por un viraje hacia la derecha de la sociedad, lo cual no es una casualidad. “La nueva derecha ha logrado en poco tiempo crear una sociedad paralela: con editoriales, un ejército de troles en redes sociales, marcas de moda, políticos, artistas, movimientos juveniles y hasta un sindicato. El ambiente de la nueva derecha está bien conectado y cuenta con patrocinadores poderosos. “De ahí que no va a desaparecer rápidamente el peligro que emana del ala derecha de la sociedad”, alertan los periodistas alemanes Christian Fuchs y Paul Middelhoff en su libro La red de la nueva derecha. Quién la conduce, financia y cómo ha modificado a la sociedad, editado en 2019.  
Triunfo fugaz y daño profundo
Ese 5 de febrero Turingia acaparó los titulares de la prensa alemana. El hasta entonces ministro presidente Bodo Ramelow, del partido La Izquierda, falló en dos ocasiones en su intento por obtener la mayoría en el parlamento y reelegirse. En una tercera votación sucedió lo inesperado: Thomas Kemmerich, del partido Liberal que apenas cuenta con cinco de los 90 escaños, alcanzaba la mayoría de votos gracias al apoyo del partido de la canciller Angela Merkel, los conservadores de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) y sorpresivamente de los populistas del AfD. El tabú se rompía y también el consenso al que todos los partidos democráticos de la república habían llegado desde el ascenso parlamentario del AfD: no cogobernar ni permitir elección alguna con un partido dentro del cual haya extremistas de derecha. La fotografía del apretón de manos entre el recién presidente electo Kemmerich y el líder de la bancada del AfD, el ultraderechista Björn Höcke, ocupó las portadas de los medios de comunicación alemanes y pronto comenzó a ser comparada con aquella del 21 de marzo de 1932, cuando el entonces canciller de la República de Weimar, Adolfo Hitler, en un acto oficial en Potsdam, estrechó con reverencia la mano del jefe de Estado, Paul von Hindenburg. El simbolismo de aquella imagen histórica es contundente, pues sólo tres días después de esa fotografía el Partido Nacionalsocialista impulsó la denominada Ley Habilitante, que cedía de facto todo el poder legislativo a Hitler y que le dotaba a él y a su gabinete el derecho a aprobar leyes sin la participación del parlamento. La aprobación de esa ley fue posible gracias al apoyo del Partido del Centro y ese fue el fin de la República de Weimar.  
Egoísmo y reclamo
La elección en Turingia generó un terremoto político. Las dirigencias de todos los partidos reaccionaron indignados desde la capital alemana. Incluso, la canciller alemana, Angela Merkel, quien en ese momento visitaba oficialmente Sudáfrica, se vio obligada a pronunciarse al respecto: “La elección de ese ministro presidente es un hecho único que rompió con una convicción básica de la CDU y mía: no ganar ninguna mayoría con el apoyo del AfD. Tal acontecimiento es imperdonable y vivimos un mal día para la democracia”. No pasaron ni 24 horas cuando Kemmerich anunció que dimitía al nuevo cargo. El político liberal señaló que pediría la disolución del parlamento para convocar a nuevas elecciones. Tras días de tensión y negociaciones políticas maratónicas y complejas se llegó a un acuerdo: los diputados del SPD, Verdes y la CDU dejarían el camino libre para que Bodo Ramelow, exministro presidente de La Izquierda, pueda reelegirse el 4 de marzo próximo y conducir así un gobierno de minoría hasta que tengan lugar las elecciones anticipadas en el Estado, en abril de 2021. El episodio de Turingia dañó la política alemana y generó una enorme crisis interna en la CDU, cuya dirigente nacional –y quien se supone que sería la candidata para suceder a Merkel en la cancillería federal–, Annegret Kramp-Karrenbauer, dimitió al cargo. En su editorial, el semanario Der Spiegel reprochó a los partidos conservadores de la CDU y liberales del FDP su “hambre de poder” y lo erróneo y peligroso que puede resultar utilizar a la extrema derecha del AfD para mantenerse en el gobierno. “Los políticos de centro-derecha tienen comúnmente la idea equivocada de colocar a sus principales oponentes en la extrema izquierda. Muchos en la CDU y FDP así lo ven. Y para evitar que el primer ministro Bodo Ramelow se reeligiera los diputados de Turingia decidieron hacer causa común con Höcke. “En realidad, los partidos de centro-derecha tienen que ocuparse tanto de la extrema derecha como lo hacen de la izquierda. Sobre todo, en Alemania porque el pasado nazi se ha vuelto un tabú aquí. Y la izquierda que representa Ramelow no es una amenaza para la democracia. No así Höcke, quien es el hombre que rompe el tabú”, señala el semanario.  
Terror en aumento
En los últimos nueve meses Alemania ha vivido la conmoción de tres actos de terror provenientes de la extrema derecha. El 2 de junio de 2009 el presidente de distrito en Kassel (Hessen), el cristiano demócrata Walter Lübke, fue ejecutado de un tiro por Stephan Ernst, un alemán de 45 años con pasado neonazi. Murió por apoyar la política de Angela Merkel de puertas abiertas a los refugiados. El 9 de octubre del mismo año Stephan Balliet, un ultraderechista de 27 años, intentó irrumpir en una Sinagoga de la ciudad de Halle, en Sajonia-Anhalt. En el recinto se encontraban al menos 80 fieles que celebraban el Yom Kippur. Balliet pretendía cometer una matanza y transmitirla en vivo con una cámara colocada en el casco que portaba. Lo robusto de la puerta de la sinagoga evitó que el atacante cumpliera su cometido. En su huida mató, sin embargo, a dos personas que se cruzaron en su camino. El 19 de febrero último ocurrió la masacre de Hanau. Las nueve víctimas de Rathjen, ocho hombres y una mujer, tenían entre 20 y 37 años y eran de origen afgano, kurdo, bosnio, búlgaro y rumano. A esos hechos de terror extremista se suman otros casos como los crímenes de la célula neonazi NSU, que durante casi una década –de 2000 a 2007– asesinó a nueve alemanes de origen extranjero y a una policía alemana; y el ataque cometido en julio del año pasado contra un ciudadano de Eritrea, baleado mientras caminaba en la calle en la ciudad de Wächtersbach (Hessen). Sobre el caso de Wächtersbach la policía determinó que el agresor, quien después fue hallado muerto en su automóvil, atacó al inmigrante por su color de piel. También destaca la más reciente desarticulación de ese tipo de grupos, El 14 de febrero pasado una célula de 12 extremistas de derecha fue disuelta. De acuerdo con las autoridades alemanas planeaban una serie de atentados contra mezquitas en distintas ciudades del país. “El racismo es veneno. El odio es veneno. Y ese veneno lo tenemos en nuestra sociedad y es el culpable de tantos crímenes”, dijo la canciller Merkel sobre el ataque en Hanau. Según cifras de la Oficina Federal para la Protección de la Constitución, el número potencial de extremistas de derecha a finales de 2018 ascendía a 24 mil 100 personas, de las cuales 12 mil 700 estarían orientadas a cometer actos violentos. Este reportaje se publicó el 1 de marzo de 2020 en la edición 2261 de la revista Proceso

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