Cristos mexicanos: Sangre, arte y religión

domingo, 4 de abril de 2004 · 01:00
Frente a la Semana Santa, y tras reflexionar en torno a la película de Mel Gibson sobre las últimas 12 horas de Jesús, la historiadora y crítica de arte de Proceso traza, en este recorrido por la iconografía de Cristo, las misteriosas expresiones de la Pasión en el arte virreinal mexicano y su profusa y eficaz representación sangrienta, que en la religiosidad popular bordea los límites de lo profano La representación excesiva de la sangre de Cristo es efectiva: conmueve bien, indigna bien, vende bien pero, ¿evoca bien el misterio del sacrificio de Jesús? ¿Logra el dramático exceso de sangre provocar una experiencia religiosa de trascendencia íntima y transformadora? La conmoción internacional que ha causado la película La Pasión de Cristo, dirigida por Mel Gibson, origina estas reflexiones: Una película de sorprendente seducción visual que integra la memoria artística renacentista y barroca en un diálogo ágil y bello, el cual, magistralmente, equilibra la mesura y el exceso a través de referencias artísticas conocidas que, de manera consciente o inconsciente, han sido introyectadas y asimiladas por el gran público; una película sugerente para los mexicanos, ya que, en su esencia, reproduce los valores estéticos y religiosos que determinaron la creación y el culto de los Cristos Sangrantes virreinales Presentes en numerosas iglesias del territorio mexicano, en los estados de Michoacán, Guanajuato, Hidalgo, Zacatecas los Cristos Sangrantes son uno de los capítulos más fascinantes de la escultura virreinal Creadas en su mayoría entre los siglos XVII y XVIII -aun cuando hay algunos ejemplos anteriores-, estas obras destacan por el fuerte arraigo que tuvieron y tienen todavía en la afectividad popular Destinados originalmente al culto público y doméstico, tales objetos oscilan hoy entre lo religioso y lo profano, entre la devoción y el coleccionismo, entre los santuarios y los museos, entre las iglesias y los espacios privados Ya sea con nombres propios -como El Señor de Chalma, en el Estado de México; El Señor del Rayo, en Oaxaca, o El Señor de Araró, en Michoacán- o alusivos a la vivencia del ciclo de la Pasión que representan -El Señor de la Columna, Ecce Homo, Jesús de Nazareno, Santo Entierro, Cristo Yaciente, Cristo Crucificado-, estas imágenes sorprenden por su vigencia en la religiosidad contemporánea En la Ciudad de México, además de numerosas esculturas de devoción personal, como las ubicadas en la iglesia de Regina Coeli (Centro Histórico) o en la parroquia de San Juan Bautista (Coyoacán), se cuentan entre las más apreciadas y famosas por su bondad milagrosa dos albergadas en la Catedral Metropolitana: El Señor del Cacao y El Señor de la Columna En su origen, los Cristos Sangrantes se remiten a las devociones pasionarias desarrolladas durante la contrarreforma en el territorio español, principalmente en Sevilla, Valladolid y Granada Por lo mismo, en sus poéticas esenciales se ciñen, como todo el arte católico de los siglos XVII y XVIII, a los lineamientos que en cuestión de imágenes estableció el Concilio de Trento: realizar pinturas y esculturas que no sólo instruyeran al pueblo en los artículos de la fe, sino que también provocaran la gratitud ante el milagro de Jesús Para cumplir con esta misión, las imágenes debían poseer una efectiva fuerza de atracción que, mediante la conmoción de los sentidos, penetrara en el espíritu humano Planteamientos contundentes que transformaron la función contemplativa del arte sacro en una función persuasiva y manipuladora del pensamiento y el sentimiento religioso Una función de estrategia afectiva y de alto impacto estético que estaba dirigida a toda la población: igual que la película de Gibson Con base en estos lineamientos, tanto en España como en la Nueva España se generaron prácticas artísticas que integraron poéticas plásticas de fuerte dramatismo con estrategias de exposición y convivialidad pública En el contexto de las devociones pasionarias, además de fomentar la creación de imágenes tridimensionales que representaban las principales escenas de la Pasión y la muerte de Cristo, se desarrollaron eventos procesionales con los que, a manera de espectáculo, las imágenes revivían los actos de referencia Por lo mismo, son piezas realizadas principalmente en maderas ligeras, como el colorín o como la pasta de caña Divididas en dos géneros -uno de figuras individuales y otro de pasos procesionales, que integraban varias figuras-, muchas de estas imágenes centraron su poética en el brutal y sangriento daño causado al cuerpo de Jesús Dramáticas en su apariencia, fueron piezas que, al completarse con materiales humanos como cabelleras y/o con huesos de animales -para señalar los huesos de Cristo-, adquirieron una extraña fisonomía entre profana y ritual Aun cuando la pintura también participó de esta poética, nunca alcanzó la importancia y la popularidad de la tridimensión Al respecto, debe tomarse en cuenta que durante las procesiones era importante exponer el cuerpo dolorido desde diferentes ángulos, y la escultura se prestaba con mayor eficacia a ese propósito Además, la tridimensión también se prestaba para elaborar Cristos articulados que, con mecanismos en los hombros, codos y cintura, lograban altos grados de teatralidad corporal al ser desclavados de la cruz Sin embargo, existen interesantes pinturas y estampas que muestran al flagelado por enfrente y por detrás, como el espléndido y anónimo óleo sobre lámina de la colección del Museo Nacional del Virreinato, o como la extraordinaria estampa en calcografía que representa al Cristo del Socorro de las Benditas Ánimas del Purgatorio, de la colección del Museo Soumaya de la Ciudad de México Otro capítulo importante en el contexto de los Cristos Sangrantes es el que incide en la afectividad, el cariño y la conmiseración de la religiosidad popular Aparte de las imágenes milagrosas veneradas en espacios públicos durante todo el año, es indispensable mencionar la creación de figuras de pequeño formato, realizadas en diversos materiales, que respondieron al culto doméstico: Estampas; pequeñas figuras tridimensionales en marfil, alabastro y madera; acuarelas sobre papel y pinturas sobre lámina, son sólo algunos ejemplos de la infinita y muchas veces ingenua imaginación popular Resaltan la conmiseración y cariño que muchas de estas piezas despertaron en sus dueños, quienes, sin alterar las heridas, les colocaban coronas de plata en la frente, cojines bordados bajo las rodillas o hermosos paños de pureza para aliviar los dolores y las humillaciones de la Pasión Actitudes que además fortalecen el uso suntuario y de representación social que tuvo la posesión privada de estos objetos domésticos En cuanto a las temáticas, todas las obras mencionadas se alinean a la iconografía que se ha generado de las escenas del ciclo de la Pasión, entre las cuales destacan los Cristos Sangrantes mexicanos denominados Ecce Homo, Jesús de Nazareno, El Señor de la Columna y, por supuesto, el Jesús Crucificado Tanto por su historia como por su número y variedad de usos y afectos, es evidente que la representación excesiva de la sangre de Cristo es conmovedora, efectiva y exitosa Sin embargo, también puede ser tan manipuladora y peligrosa que inhiba o evite la profundidad del pensamiento religioso Por lo mismo, es pertinente abordar dos aspectos centrales: el sacrificio y el reto del arte religioso de representar el misterio de lo sagrado La representación de la sangre en el arte religioso occidental es compleja y contradictoria En el ámbito de lo sagrado es constante la presencia del sacrificio y, con él, de la violencia, y muchas veces también de la sangre Cuando el arte se atreve a representar la dimensión sagrada, se encuentra con el gran reto de evocar un misterio que trasciende la objetividad y materialidad humanas: ¿Cómo pintar a Dios, cómo esculpir su fuerza, cómo darle forma a los espacios de la divinidad? Y, en el contexto de estos retos, ¿cómo representar la esencia, el sentido y el misterio del sacrificio sin incurrir en la facilidad y atracción de su violencia? Aspectos complejos que entran en profundas contradicciones cuando el arte se ciñe a intereses específicos, ya sean religiosos, estéticos o comerciales Volvemos: El recurso de la sangre, eficiente o efectivo, impacta, conmueve, pero, ¿logra provocar que el espectador se introduzca en su intimidad concibiéndose como parte de otro orden, de un orden divino? ¿Logra que el espectador se atreva a transformarse? De acuerdo con el historiador de la cultura Jaroslav Pelikan, cada época inventa la imagen de Cristo que necesita En la actualidad, y después del éxito alcanzado por la película de Gibson, me parece que son tres las principales imágenes de Jesús: una que reproduce sin cuestionar ni criticar las costumbres de la Iglesia y de la devoción católica; otra, como la de la película, que busca conmover y reencontrar la emoción cristiana, y una tercera, más difícil y con menos éxito, que pretende cuestionar el misterio de Cristo desde una individualidad extremadamente consciente En este último aspecto, tanto en el escenario internacional como en el mexicano, se han generado esporádicamente, durante los últimos 30 años, interesantes propuestas plásticas que, sin ser espectaculares, inciden en la reflexión, el pensamiento y la reinvención de un Cristo contemporáneo Entre los artistas mexicanos, Gustavo Monroy (1959) ha buscado con insistencia su imagen de Cristo A través de una poética centrada en el dolor, tanto de Jesús como de él mismo, el artista ha utilizado apropiaciones del arte cristiano y de su propia fisonomía para reconocer un sufrimiento compartido que se diluye en el dramatismo de sus irreverencias Cristos virreinales y renacentistas, reproducciones del cuerpo y rostro del artista, músculos masculinos provenientes de estampas de papelería, vísceras, cordones, mapas, casas, espacios, ojos son algunas de las referencias iconográficas que entre púrpuras y rojos caracterizan la obra de Monroy Profunda y violenta, la sangre de sus obras no conmueve, arremete; no produce veneración, sino una profunda agresión, tanto por lo incomprendido como por lo reconocido Después de destruir y reconstruir constantemente a su dios, en la actualidad, en su obra más reciente, el artista ha optado por crear una nueva imagen de Cristo Una imagen esperanzadora que, aun cuando no tiene una fisonomía concreta, ya no deja caer más sangre a la tierra Apropiándose como otras veces de las imágenes de la famosa Expulsión del paraíso, pintada por el renacentista Masaccio, Monroy desarrolla la idea de nuestra propia expulsión del paraíso La violencia bélica contemporánea, el desencuentro humano provocado por los fanatismos religiosos, la soledad y el nomadismo, son algunas de las manifestaciones de la pérdida del paraíso que, desde su perspectiva artística, debe aliviar la nueva imagen de Cristo Por lo mismo, en sus pinturas, la sangre ya no cae a la tierra, ya no deforma el rostro, ya no surca el cuerpo, sino que se detiene en el sacrificado y su dolor para salvar a una humanidad a la que le sobra sangre y le falta paraíso

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