Teatro: Cervantino 2012 (I)

lunes, 22 de octubre de 2012 · 18:23
GUANAJUATO, Gto. (Proceso).- Dos obras de teatro, si puede llamárseles así, se presentaron el segundo fin de semana del Festival Cervantino: una adaptación de la novela El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde hecha por el Burgtheater de Austria; y un performance realizado por dos jóvenes, una argentina y un suizo. Ambas obras resultaron decepcionantes para tal envergadura. Parecerían ser ejercicios teatrales: un apantalla público, explotando la fragmentación del discurso a través de las pantallas de video; y el otro, con el título Título, un examen profesional de actuación construido con un sinfín de ocurrencias, cuyo tema sugerido fue la incomunicación entre las personas. La adaptación casi literal a la novela de Wilde apuesta exclusivamente a la idea de un actor conversando con personajes vistos en las pantallas. Los textos seleccionados guían la trama a partir de grandes monólogos dichos en tercera persona y diálogos entre el protagonista, interpretado por el único actor en escena, Markus Meyer, y dos de sus amigos: Basil, hombre experimentado, admirador de la belleza y guía de Dorian y Henry, pintor tímido pero cuyo retrato hace que el joven se obsesione por mantener la juventud captada por él. El pacto está hecho y su recorrido por la vida a saltos agigantados, planteados por el autor original, lo llevan de la cumbre a la derrota. La novela de Wilde reflexiva, descriptiva y maravillosa en su género, se vuelve en un espectáculo pesado, lleno de palabras poco dramáticas que en nada hacen interesar al espectador. En un principio la novedad de las pantallas, el ver a los personajes partidos en tres: un close up del rostro, una taza donde a veces asoma la mano que la toma y unos pies inquietos, hacen sugerente el discurso visual, pero pronto se agota. La tercera persona debilita la emotividad del personaje, no habla desde un yo sino desde el autor que lo observa y describe externa e internamente. El director Bastian Kraft encuentra en el diálogo presencial y proyectivo el principal camino de la investigación teatral, pero la dramaturgia se queda rezagada y hace que su inventiva no prospere. Los esfuerzos acrobáticos y emotivos del actor, son muchos, en particular en la locura final, desesperación frente al asesinato, pero para ese entonces el espectador viaja por los umbrales de las pantallas balanceándose entre el ayer y el hoy esperando ver cómo y cuándo se apagarán una a una las proyecciones y el protagonista caerá muerto. El ejercicio suizo argentino nos hace reír frente a la identificación del absurdo que provoca la incomunicación, pero por la superficialidad en el tratamiento, nos dura poco el entusiasmo: nada de metáforas, de verdades ocultas, de problemas sugeridos a través del divertimento. El esquema es básico: primero mímica para hacerse entender, luego chistes conocidos, después refranes también conocidos y más tarde hacer que el otro y el público completen sus ideas. Al final un buen gag de remate, donde preguntan al espectador su nombre, para apuntarlo en el suelo y decirle que se puede ir. La argentina Laura Kaluz, y el suizo Martin Schick, radicados en Zurich, son ingeniosos y se divierten inventando “babosadas”; encuentran momentos importantes donde conectarse asertivamente con el espectador, pero les hace falta mayor sinceridad, tocarse más adentro, creerse menos y dudar más, porque detrás del primer impulso viene realmente la solidificación creativa. La risa y la sencillez son grandes vetas teatrales que requieren de inteligencia para crear un espectáculo divertido y capaz de atrapar desde sus entrañas al espectador.

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