Testimonio sobre Scherer: "Y recuerda: honestidad ante todo"

martes, 5 de mayo de 2015 · 22:46
MÉXICO, D.F. (apro).- Este martes 5 se realizó en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM la conferencia “Julio Scherer en la memoria”, a la que acudieron cientos de estudiantes, quienes desbordaron el auditorio Ricardo Flores Magón en recuerdo del fundador de la revista Proceso. A continuación se destaca la intervención de Gonzalo Álvarez del Villar, exreportero de Excélsior (1972-1976) y hoy director de la agencia Quadratín: Con el cabello aún húmedo, la mirada alerta, el paso firme, ascendiste los peldaños de la entrada de Excélsior, en Reforma 18. Llegaste solo. Serían las ocho de la mañana del 8 de julio de 1976. No hubo saludos. Apretaste mi brazo y nos dirigimos al viejo elevador. Mientras lo esperábamos, preguntaste: –Dime, qué viste. Cuéntame. Te expliqué que en la madrugada, los trabajadores de talleres, todos con sombreros de palma, algunos evidentemente borrachos, encabezados por Regino Díaz Redondo, habían retirado la plancha de la página 21 (donde 50 editorialistas signaban un documento en contra del presidente Luis Echeverría con el argumento de que amenazaba la libertad del diario) y que no pudimos impedirlo. –Allá abajo estábamos Roberto Martínez Maestre, Laura Medina y yo. Nos arrasaron, Julio. Nos amenazaron con madrearnos y que mejor ni nos metiéramos, informé. Sin soltarme del brazo, asentiste con la cabeza e ingresamos al elevador, rumbo al tercer piso, donde estaba la dirección general. –Hay gente que ni es cooperativista. Algunos armados. Los de talleres, para identificarse… traen sombreros. Los dirige Regino… con él Víctor Payán, Flores… Están en talleres… hay un gran revuelo… Antes de abrir la rejilla del vetusto elevador, me soltaste del brazo y, con la respiración agitada, diste un suspiro y me lanzaste: –No te apures, saldremos de ésta, Gonzalo. Abrí. Julio salió y giró a su derecha, rumbo a la dirección, a reunirse con Hero Rodríguez Toro, Vicente Leñero, Pedro Álvarez del Villar, Jorge Villa, Miguel López Azuara, Arnulfo Uztea y varios más de sus cercanos. Yo me encontré con Carlos Reinaldos y Víctor Manuel Juárez para repartir, en la calle, una copia de la página desaparecida. Lo que siguió, ahora es historia: una asamblea apócrifa, con empistolados amenazantes, que provocó la salida de Julio y más de 250 trabajadores de esa casa editorial. El golpe a Excélsior se había consumado. Regino Díaz Redondo, de la mano del presidente Luis Echeverría, había traicionado a quien decía era su hermano del alma, Julio Scherer García. Defensor de la libertad de expresión a ultranza, desde inicios de este año ya no está con nosotros el periodista más importante del diarismo mexicano, Julio Scherer García. Su muerte, para quienes lo conocimos, tiene un doble dolor: su ausencia física y el saber que, desde su trinchera periodística, ya no hay quién, con su pluma clara, su honestidad y su sapiencia, pueda defender al gremio. Se fue una voz que, para entenderlo en su tiempo, fue un periodista que rompió moldes y en un momento donde el presidencialismo era intocable, trató de alejarse del poder político y en ese intento perdió –gracias a las perversas maniobras del presidente Luis Echeverría— la dirección del entonces diario más importante de Latinoamérica, en el llamado “golpe a Excélsior”, en 1976. *** Abro el cajón de mis recuerdos, escudriño en mi memoria. Conocía a Julio siendo un niño, yo, claro. Mucho antes de que fuera director. Reportero, Julio era uno de los mejores amigos de mi padre, quien me llevaba a la redacción de Excélsior desde la época en que el director era Manuel Becerra Acosta padre. Eran los inicios de los 60. En tu Karmann Ghia, el cual manejabas como alma “que llevaba el diablo”, Julio, los días de guardia en el diario, cuando coincidían, le dabas un aventón a mi Pedro, mi padre, por los rumbos de la colonia Narvarte. En una ocasión –cuando avenida Cuauhtémoc aún era de dos sentidos— te pasabas los semáforos en alto a una velocidad increíble. –¡Julio, Julio!, ¡Cuidado! ¡Te acabas de pasar un semáforo en verde!, te advertí, lo cual provocó tus desmesuradas carcajadas. Contigo, Julio, se ha ido una voz crítica. Quizás la última. Periodista incómodo para el poder, donde siempre, en tus escritos, buscaste los rastros de la verdad. Y eso se agradece. Ya adolescente, siendo tú director del diario, te busqué para informarte que le había pedido trabajo de reportero a Vicente Leñero, recién nombrado director de Revista de Revistas. –¿Seguro quieres abrazar esta profesión?, cuestionaste con la palabra y tu profunda mirada. Respondí afirmativamente. –Adelante, pues, pero ojo: aquí no te vas a hacer rico. Es una chamba difícil, de tiempo completo. Hay que ser objetivo, estar atento a todo lo que sucede a tu alrededor. Investiga, escudriña, pregunta, vuelve a investigar, documéntate. Sé puntual. Y, recuerda: honestidad ante todo. Honesto con tu trabajo y, lo más importante, contigo mismo. Un par de grandes palmadas resonaron sobre mi espalda. Así era como acostumbrabas demostrar tu afecto. Ingresé en 1972 a Revista de Revistas, dirigida por Vicente Leñero, quien sería con el correr de los años, Julio, tu entrañable amigo, tu cómplice y con quien creaste, en noviembre de ese infausto 1976, la revista Proceso. *** Pasaron los años. Tú y Vicente hicieron de Proceso lectura obligada, semana a semana. Nuestros encuentros cada vez más aislados siempre fueron marcados por el afecto y la admiración que siempre tuve. Recuerdo dos, principalmente. Uno, en 1989, a las puertas de Proceso, ahí en la calle de Fresas. Nos saludamos y preguntaste cómo estaba. Yo, radiante, te dije que estupendo. Feliz. –¿Y eso? ¿Qué motivos tienes? ¿Qué motivos tiene la gente para ser feliz?, fue tu críptica respuesta. –Es que acaba de nacer mi hijo, Diego, te respondí. Tu semblante, de infinita tristeza, apenas varió: –Lo que es la vida. Mientras tú disfrutas de este momento, mi mujer, Susana, se está muriendo. Yo, en cambio, estoy triste, muy triste. Pocos años después te visité en Proceso. Abrazos, más palmadas sobre mi humanidad. Te entregué, orgulloso, mi libro, una novela policiaca, Susana te llama. Leíste la dedicatoria. Una sonrisa acompañó el paseo de tus dedos por la ya encanecida cabellera. –Gracias, Gonzalo, pero me debes otro ejemplar. –… --Sí, éste es para leerlo…, el otro para corregirlo. Se te extraña, Julio. El periodismo mexicano no puede ni podrá entenderse sin ti.  

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